Descargar

Tratado de la desesperación de Soren Kierkegaard (página 2)

Enviado por Eduardo Riquelme


Partes: 1, 2

Pero el hombre que a través del llamado de la desesperación ha sentido la ineficiencia de una vida en la esfera estética y en la desesperación, y no permanece allí, es suficientemente maduro para elegir algo más y entrar en la esfera ética. Esto es indicado por el hecho de que lo eterno ha afirmado su reclamo en el hombre quien no sólo lo acepta sino que cree en la posibilidad de realizar los reclamos éticos en lo temporal, en el mundo de los sentidos.

El esteta vive inmediatamente la relación con la vida como placer y como representación del placer. Su esfera es el juego, la imaginación y su vida es como un teatro. Kierkegaard representa al estético en los mitos literarios de Don Juan y Fausto y en el personaje del seductor Juan, que el filósofo crea fundiendo elementos de la propia experiencia autobiográfica.

Don Juan (de Mozart) representa el poder y el placer de la seducción inmediata, que alinea sus conquistas, una junto a la otra, como una sucesión indefinida de instantes, es la pura fuerza del eros.

Fausto, según la interpretación de Kierkegaard, encarna en cambio el juego del conocimiento, el pacto demoníaco con Mefistófeles obliga a Fausto a la búsqueda sin descanso del conocimiento absoluto y también a dudar de todo, a no poder detenerse frente a alguno.

También Fausto es seductor, pero de una sola mujer, Margarita, ya que en el poder absoluto sobre una mujer, que él conquista gracias a su superioridad intelectual, él encuentra "un momento de presente", un "instante de reposo" frente a la nada que lo amenaza y que su escepticismo le propone continuamente.

Juan, finalmente, se coloca, en el arco de la seducción estética, en el polo puesto con respecto a Don Juan: su diario, El diario de un seductor, que hizo célebre a Kierkegaard, narra la trama sutil en la que él envuelve a la joven Cordelia para conquistarla y abandonarla después. La seducción deviene acá escritura, forma literaria. Juan no goza del poseer, sino de la representación de la conquista.

Evita la posesión porque el éxito de la seducción pone fin al placer, implica en cierto modo comprometerse con la realidad, mientras que lo que interesa es la idea, la imaginación. La categoría estética en la que vive Juan es una categoría de la reflexión porque en ésta el sujeto no está atento a los contenidos sino a los modos, no vive y no goza de las cosas sino de su anticipación y su recuerdo. Juan transforma su deseo y su seducción en una obra de arte. No satisfaciendo más que en idea, no traduciéndose nunca en la realidad, su deseo puede permanecer indefinidamente abierto.

Juan representa la vida estética en su grado más refinado y más alto. El esteta está privado de un contenido real, de la propia subjetividad: existe solamente en la imaginación porque no se ha elegido nunca a sí mismo en la realidad. Él vive en el horizonte de la posibilidad infinita sin concluir jamás el movimiento de la realización. Su personalidad está por eso dispersa en la multiplicidad, la unidad de su Yo es ilusoria y evanescente. No se revela nunca al mundo, no arroja nunca la máscara: se representa y se muestra como un enigma, del cual él mismo queda prisionero constantemente. Su vida está privada de duración porque se agota en la fijeza de los instantes que sucesivamente se van disipando. Él se queda en lo que ya es, sin poder devenir.

Así, la libertad pierde sentido, deja de ser libertad. Porque el simple pensar me presenta varias maneras de actuar. Una cosa es la reflexión sobre el actuar pero en sí misma la pura reflexión no es decidir. Abre sólo el abanico de posibilidades. El acto de elegir es optar por una posibilidad, corto de alguna manera la reflexión, rompo la cadena de la reflexión. La voluntad libre consiste precisamente en la elección y en la realización de lo elegido.

La vía estética de la vida es un hedonismo refinado, que consiste en una búsqueda de placer y el cultivo de la apariencia y las formalidades. El individuo que ha seguido la vía estética busca la variedad y la novedad en un esfuerzo por evitar el aburrimiento pero al fin tiene que enfrentarse a éste y a la desesperación.

El camino de la vida ética implica un intenso y apasionado compromiso con el deber y con obligaciones sociales y religiosas incondicionales. La vida ética está caracterizada por la seriedad y consistencia de las elecciones morales. Aún una persona virtuosa puede eventualmente cansarse de ser siempre dedicada y meticulosa. Mucha gente experimenta una suerte de reacción de fatiga en su vida. Algunos recaen en una vida reflexiva sobre su estadio estético. Pero otros hacen un nuevo salto hacia el estadio religioso.

En sus últimos trabajos, como Estudios en el camino de la vida (1845), Kierkegaard percibe en este sometimiento al deber una pérdida de responsabilidad individual y propone un tercer nivel, el religioso, en el que uno se somete a la voluntad de Dios, pero, al hacerlo, encuentra la auténtica libertad.

A continuación incluimos un cuadro sobre los tres estadios como síntesis del tema.

Estadios

Escalas en el ser personal

Características

Estético

Existencia

El hombre se conforma con una vida placentera exenta de dolor y de compromiso. La preocupación aquí es arrancarle a la existencia el máximo placer posible, aunque después desemboque en la nostalgia, la insatisfacción o el anhelo de vivir pasados goces. Lo bueno para el esteta es todo aquello que es bello, que satisface o que es agradable. Este hombre vive enteramente en el mundo de los sentidos y es un esclavo de sus propios deseos y estados anímicos.

Ético

Ser en sí

El hombre se afirma cada vez más en el amplio tejido de las relaciones humanas, el hombre descubre en sí mismo la verdad, que es la subjetividad. En este estadio se manifiesta el sentimiento de responsabilidad ante compromisos adoptados. El individuo se decide por el matrimonio, por una profesión o una actividad social, etcétera.

Religioso

Trascendencia

Éste es el estadio al que se llega mediante una relación subjetiva muy personal y auténtica con Dios por medio de la fe. Representa el paso definitivo que tiene que dar el hombre. Sólo si renuncia a sí mismo, para superar las limitaciones que la realidad le impone, accede a lo trascendente, a Dios y a la verdadera individualidad.

La persona es tal, piensa Kierkegaard, por estar delante de Dios, por ser existencia dialogada entre el yo humano y el Tú de Dios. El hombre es verdaderamente persona cuando sale al encuentro de Dios, que es el Trascendente, el Tú. Sólo en referencia a Él puede hablarse del ser personal del hombre.

La angustia

El concepto de la angustia se ocupa de la sexualidad, tomada como el elemento constituyente en el concepto de pecado original.

La angustia es el sentimiento que aferra y domina al hombre cuya síntesis se ve amenazada por el hecho de que un aspecto –el cuerpo, lo temporal, lo necesario – está tomando el control. La angustia es una voz de alarma, aunque puede ser también la tentación para un nuevo pecado.

"El hombre no es consciente de la culpa porque peca, sino que peca porque es consciente de la culpa" dice con palabras muy cercanas a Freud.

El hombre que, a través de la voz de la angustia, se ha dado cuenta de la ineficiencia de la esfera estética y sensual, ha alcanzado la madurez para elegir algo más e ingresar en la esfera ética. Pero ocurre lo mismo en la esfera ética: debemos distinguir entre distintos estadios.

En el más bajo el hombre todavía piensa que solo encontrará las exigencias de la eternidad en el mundo temporal. En el estadio más alto, el hombre ético ha descubierto qué poco puede lograr por sus propios esfuerzos. El hombre que se had dado cuenta de esto se ha convertido en suficientemente maduro como para cruzar de la esfera ética a la religiosa, que está basada en este reconocimiento de la ineficiencia del esfuerzo humano.

La paradoja y el salto para llegar a la fe

La encarnación es ella misma una paradoja; en parte porque significa la aparición de lo infinito en el tiempo que ninguna mente humana puede terminar de comprender, y en parte porque Dios, libre de culpa, debe ser absolutamente diferente del hombre, cuyo destino yace en la falsedad desde que vive en el pecado.

Y una vez que nos encontramos ya ante la paradoja, surge necesariamente un nuevo elemento, la fe. Kierkegaard desarrolló un concepto de veras extremado de la fe: la fe en Dios es una obediencia que exige dejar a un lado todos los conceptos humanos.

El hombre se encuentra entre dos polos: la nada (el pecado) y lo absoluto (Dios). El hombre debe elegir entre la nada y lo absoluto. El hombre decide de su ser, de su vida mediante su libertad. El ser del hombre oscila entre la nada de la cual viene, la nada y el pecado que lo tira para abajo, que lo conduce a la desesperación (por apartarlo de su fin) y la opción por lo absoluto, que es Dios (tensión dialéctica). En cada instante de su vida, el hombre vive dentro suyo esta cierta oposición de optar por Dios. La angustia es el resultado de esa tensión, de tener que elegir.

Esa tensión dialéctica que tiene el hombre encuentra su cauce en Jesucristo, que es hombre y es Dios. En Jesucristo se sintetizan tiempo y eternidad. Entonces, en el seguimiento de Jesucristo está la solución para la existencia humana.

Lo que cada persona es depende de su libertad, de lo que quiere hacer. El hombre no se salva si no es pegando el salto de la fe, salto por el cual opta por Dios. Acá Kierkegaard dialoga con Hegel: dice que no es una misma cosa religión y filosofía. Hay una cierta ruptura entre ambas y por eso hace falta un salto. Salto cualitativo entre lo que entiende la inteligencia humana y lo que acepta por fe. El punto de Arquímedes de la libertad es la opción por el absoluto, desde allí se mueve todo.

En Temor y temblor (1846), Kierkegaard se centra en el mandamiento de Dios según el cual Abraham ha de sacrificar la vida de su hijo Isaac (Gén. 22, 1-19), un acto que viola las convicciones éticas de Abraham. Éste da muestra de su fe al someterse al mandato de Dios, incluso aunque no lo pueda comprender. Esta "suspensión de la ética", como lo llamaba Kierkegaard, permite a Abraham alcanzar un auténtico compromiso con Dios. Para evitar la desesperación última, el hombre tiene que dar un salto de fe similar en una vida religiosa, que es en sí misma paradójica, misteriosa y se halla plagada de riesgos. Uno está llamado a ello por el sentimiento de la angustia que, en última instancia, es un temor a la nada.

Los hombres que realizan el salto, escogen la fe al placer estético y al llamado de la razón al deber. Y aunque puede ser "terrible saltar en los brazos abiertos del Dios vivo", como Kierkegaard dice, "es el único camino a la redención."

Conclusión

Para Kierkegaard el mal es la nada, la opción por la nada, el no ejercer la propia libertad, el quedarse distraído con los placeres, con el divertimento, con lo mundano. El mal es quedarse sólo en un deber humano, en lo que hay que hacer según una ética de los hombres. Por eso la necesidad del salto, el mal es no constituirse como persona frente a Dios, no confirmar la propia existencia.

En cierta forma, al pensar el hombre como síntesis de nada y absoluto, Kierkegaard está pensando un maniqueísmo. La nada y el absoluto son en alguna medida dos principios opuestos en el hombre. La diferencia radica en que el hombre cuenta con una voluntad, con una libertad que lo lleva a la angustia y a la desesperación o a la redención. Está en el hombre definirse por alguno de esos –llamémosle – principios. Si el hombre ignora el llamado de lo absoluto, sentirá angustia y más adelante desesperación. Si el hombre se da cuenta de su situación, entonces y sólo entonces realizará el salto y vivirá en la vía religiosa.

De esta manera, combatir el mal es ser más fuerte que esa nada, es llenar con la fe esa muestra de lo absoluto que tenemos en nosotros que es la angustia. Y con este concepto, la libertad cobra un valor gigantesco porque es ella misma la que nos puede hacer avanzar en los estadios de la vida: nos puede hacer escalar del simple estado hedonista, de ese estado de animales, al de la fe, al religioso. Y es notable que la base de la salvación del hombre radique en el hecho de elegir, no cualquier cosa sino esto o aquello con compromiso, porque cada acto nos constituye, cada acto nos hace quedarnos o no en estadios inferiores, nos hace avanzar hasta los brazos de Dios.

 

 

 

 

Autor:

Eduardo Riquelme

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente