Cuando nos sentimos profundamente felices expresamos: "esta felicidad me desborda que no quepo en mí mismo", hasta las estrellas las sentimos próximas, quedamos como fuera de nosotros mismos – extasiados – anonadados, vertidos como ríos al mar, o como los abrazos que fusionan. Cuando nos permitimos bajar al sótano más profundo de nosotros mismos se nos asoma la evidencia de aquello "que no sólo pan vive el hombre".
Sin embargo, también nos sobrecogen las ovaciones de las multitudes y de aquellas que se huracanan por las injusticias. Desde nuestras finitudes oteamos lo infinito. Heredamos el espíritu en nuestros huesos: comprender, intuir pertenece al espíritu, mas juntar las letras y leerlas pertenece a las conexiones neuronales; darse pertenece al espíritu, dar pertenece a la energía misma; amar pertenece al espíritu, las atracciones a las asombrosas leyes físico químicas.
Estos oleajes nos recogen nuevamente al centro original: Aquella condensación no sólo fue su despliegue de energía sino al enjambre cósmico de coordinaciones de coordinaciones. Cuando absortos admiramos nuestro propio sistema solar con sus ejes invisibles ¿no nos susurra el sentimiento anonadante, del misterio sin límites que llamamos amor pues todo aparece como una difusión de sí mismo. La vida fluyendo de sí misma. Esta corriente circula por todos los intersticios del cuerpo de la tierra. No, no es una ilusión, sí es una desilusión que, los humanos al revés del ritmo vital, vivamos para nosotros mismos, la vida se nos va en satisfacer más y más nuestras necesidades.
Entre los humanos del campo y de las grandes ciudades la diferencia es abismal. En el campo las necesidades humanas se armonizan con las necesidades de la tierra, en las ciudades las necesidades sólo se fermentan pues el oro es mudo.
La vida, todo regaza hasta que madure. Entraña apegos y desapegos, calor y tiempo, intimidad y espacio, asimila sin cesar. ¿Existe una ebullición más enloquecedora y silenciosa a la vez que las fecundidades de la vida?. La vida se elonga amamantándose a sí misma y se enriquece en sus diversidades a donde vayan los ojos. Cada órgano afina sus filigranas para el concierto universal. Zambullirse en sus pulsaciones es otro renacer.
Pero, mientras la vida crea sus propios tiempos pues sabe cuando todo llega a su cenit de evolución, los humanos al descubrir las llaves computacionales ingresan al majestuoso reino virtual. En un clic le parece todo accesible. Ya no es necesario reflexionar, caminar, subir, palpar, aprender experimentando.
Tan fascinante es superar las barreras del tiempo que los humanos también le inyectan a la vida sus ansiedades para acelerar, alterar sus procesos, clonar las especies. Salvo las estaciones del año escapan a su dominio, aunque no dejan de creer que por madrugar amanece más temprano.
La entronización de un mundo vertiginoso "sin querer queriendo" ¿no estaría robotizando a los humanos?. Un humano robotizado sería el ideal para el desarrollo, el progreso que se propugna: carecería de subjetividad o la eclipsaría, su éxito será desempeñarse a la perfección en el engranaje productivo, tener el máximo rendimiento al menor costo. Casi no existirían problemas de salud, ¿la muerte? equivale a todo instrumento que cumple con su "vida útil".
Claro está que la transición para esta utopía cibernética, los humanos tendrán que sufrir alteraciones y necesitarán farmacias a cada esquina, tendrán que tener diversas adicciones que sustituyan a los sentimientos que emanan de la subjetividad, más transportes a velocidades supremas, habituarse ya a las comidas rápidas, a los contactos electrónicos, informaciones rápidas.
Algunos países europeos que vienen de vuelta de aquella utopía están reinventando lo que ellos llaman la cultura del "slow", están descubriendo que el rendimiento es mayor con una ponderada lentitud, desacelerarnos. O sea existen alternativas reales de revertir lo que ya parece, casi irreversible.
Recientemente el Sr. Miguel D Escoto, Presidente de las Naciones Unidas en su exposición inaugural para el encuentro de las naciones a dar pasos trascendentales hacia la superación de la crisis mundial, el Sr. DEscoto desarrolló planteamientos iluminadores por una ética acorde al buen vivir de la humanidad. De su exposición me he atrevido a extraer dos de sus párrafos: "A raíz de nuestro excesivo consumo y despilfarro, la tierra ha ultrapasado ya en 40 % su capacidad de reposición de sus bienes y servicios que generosamente nos ofrece". Es un dato flagrante y concluyente que nos llevó al abuso profundo de nuestra madre tierra.
Esta información, más que un dato estadístico, evidencia que los humanos vivimos en función de los intereses productivos con total ignorancia o inconciencia de sus consecuencias. Las crisis que le ocasionamos al planeta y a nosotros mismos ¿no nos obligan categóricamente a cambiar nuestros paradigmas de un desarrollo que nos arrolla?. El Sr. D Escoto en uno de sus acápites científicos, y, no menos poéticamente analógico, expresa: "Como todos venimos del corazón de las grandes estrellas rojas en las cuales se forjaron los elementos que nos constituyeron, está claro que nosotros nacimos para brillar y no para sufrir".
En la cultura teísta bien podría converger que "la gloria del Creador es la gloria de su criatura y la gloria de su criatura es la gloria de su Creador". Creyentes y no creyentes somos todos pasajeros de la misma nave y cada uno está dotado de una dignidad inviolabe que
cimenta los derechos humanos. La sociedad es sociedad en la medida que nos sirvamos unos a otros, pues servirnos unos de otro reproduciría aquel ícono de la Torre de Babel.
Federico Nietzshe decía: "es preciso mitigar la sed de vuestra verdad pues morir de sed en el mar sería espantoso". ¿No nos estamos muriendo ya en el mar del consumo?. Restaurar la visión de una civilización del amor, bien podría parecer a una evocación religiosa, mística, a una filosofía ecologista y, por tanto a un paradigma como cualquier otro. Pero, son los porfiados hechos de inequidades, de los desequilibrios que perentoriamente obligan una ética coherente y consistente con la vida misma.
"No hay peor ciego que el que no quiere ver". La película del Titanic nos muestra que mientras su base se anegaba, arriba estaban los pasajeros disfrutando de sus fiestas. Demasiado tarde será esperar que "el agua nos llegue al cuello" o que nos venga una hecatombe y después del día "D" reempezar.
Pero, hace 2009 años hubo un "llamado de paz a los hombres de buena voluntad" pues serían bastante menos quienes se negasen a ser personas de buena voluntad. Con ellos podría darse la reconciliación con su madre natura y también la reconciliación consigo mismo. "El corazón de la paz se evidencia en la paz del corazón".
La ciencia, la tecnología, la economía dependen de la conciencia humana, la conciencia humana depende de recentrarse con sus ejes originales, de su vientre a la luz.
Autor:
Pedro Aranda Astudillo
Antofagasta – Chile
22 de Junio 2009.
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