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Verso y reverso entre lo humano y la natura


Partes: 1, 2

    1. La casa que habitamos
    2. ¿Somos habitantes ingratos?

    DE LAS ENTRAÑAS A LA LUZ

    La casa que habitamos

    Las bellezas más sorprendentes del mar se deslizan en sus profundidades, y, sus bondades circundan la tierra. Su hermana, sí la tierra, también en sus honduras amasa la vida nutriente, y, hogareña la nuestra. El sol llama a todos a despertar y su luna a soñar con su música de estrellas.

    Esta natura es un brindis que se brinda a los cuatro vientos:

    Se prodiga de ternuras en flores y frutos,

    Seduce a mirar más allá con los ojos de las águilas, de las abejas,

    Se recrea en las danzas de relaciones, transforma desde dentro. ¿No es inimaginable que un gusano de seda se oruge para ser mariposa?, ¿que los desechos los transforme en aromas?.

    Su perfección reina al interior de las células, en la armonía de los cuerpos como las rondas de los planetas.

    Nada existe sin sus complementos, aún en sus "contrarios". Así es el orbe oxigenado por la energía creadora, tejido fibra a fibra por milenios de milenios.

    La sabiduría indígena profesa que del matrimonio cielo y tierra nace todo lo que vemos superando infinitamente nuestra fantasía. Sentir este concierto abre los poros del alma y la sed descubre sus manantiales.

    Entre este paraíso de la natura y el de los humanos, siento una brecha dramática.

    ¿Somos habitantes ingratos?

    Atrae buscar el "eslabón perdido" pero, ¿no es más urgente, imperioso preguntarnos cómo y por qué cortamos nuestro cordón esencial con la savia de la creación?.

    Preguntemos desde nuestro aquí y ahora para nuestro aquí y ahora: ¿Por qué se nos fuga el sentido de vivir mientras trajinamos por la vida?. Quien sabe del insoslayable vacío de no saber de su padre, de su madre, sabrá también del gozo de encontrarlos.

    De la misma forma nuestra especie humana podría volver la mirada hacia su tronco original. Beber de los orígenes, del origen es beber agua fresca y ¡cómo lo canta todo nuestro cuerpo!. Reencontrarse con nuestras fuentes es reencontrarse consigo mismo. Es como erguirse con la fuerza de las raíces de los álamos.

    Discurrir sobre nuestras fuentes o intuirlas es prender nuestras linternas internas.

    Pregona la astronomía que el universo tuvo un inicio explosivo incomensurable de cuyo vientre incandescente proliferaron las galaxias. Vientre, urdido en ese mágico silencio del Espíritu. Esta entrada a la escena de los espacios siderales anuncia: para crear, expandirse hay que bullir por dentro.

    Este ayer cósmico es presente de los presentes: lo reeditan las semillas, cada corazón, cada pulmón, las esporas seculares, las moléculas y nosotros que también venimos a desplegar nuestro espíritu en la tierra. El más levísimo pálpito es una ronda entre inspirar y espirar.

    Pero, cual Narciso nos embelesamos con nuestras creaciones, con nuestros ídolos que producimos, y, dejamos de sentir que "somos más grande que lo que hacemos".

    Nos sentimos poderosos, invulnerables por un transatlántico, por un transbordador espacial. Nuestras obras y los recursos nos hipnotizan. Este desquicio desequilibra la filiación entre los humanos y su habitación terrenal.

    Este trastorno se agiganta en las llagas que provocamos a nuestra tierra, los glaciares cual hojas otoñales se van desprendiendo de sus templos, los humanos también se deshojan de sus pulsiones más íntimas, y, las vidas que se marchitan antes de morir. Infinitos ojos sudorosos, fatigados hollan sus pies por una llegada de paz, de recrearse. ¡Cruel espejismo! pues el hogar es nuestro corazón, es éste el hogar fundante de todo hogar.

    Hermosamente lo dice un indio quechua: "Somos peces de mares profundos, si salimos a la superficie reventamos"; lo dijo Jesús: "vosotros no sois de este mundo", y, el sabio C. Jung: "quién ve hacia fuera, sueña, quién ve hacia adentro, despierta".

    Buscamos extraterrestres, enviamos sondas hacia el universo: ¿hay alguien por alli?, no importa a cuantos años luz estén. Ellos nos podrían soplar de dónde viene todo esto. Quizás estarían más cerca de los orígenes o serían más lúcidos que nosotros, nos imaginamos que no serían depredadores de su propia especie. Son suposiciones que nos enternecen pero, ¿puede ser más perplejante que aún no nos demos cuenta que los extraterrestres somos nosotros mismos?.

    Cuando nacimos, la tierra nos antecedía en millones de años. Sólo breves huéspedes de ella somos, y, más aún lo sella el decisivo ritual de nuestro cuerpo: "hasta aquí no más te acompaño". Sin embargo nuestro cuerpo, no sólo nos transporta por un tiempo, es la mar de nuestros sentimientos con su siempre horizonte seductor.

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