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Manuelito, Nieve y el Esperpento (página 2)

Enviado por cruiz230059


Partes: 1, 2

Por varios minutos, le acarició su tupido pelo blanco, sus grandes alas y tocó su cuerno plateado; mientras lo acariciaba, pensó en ponerle un nombre. Mientras pensaba en eso, se le presentó el Hada Madrina responsable de guardar el bosque y con voz suave le dijo: "Llámalo Nieve; es un lindo nombre, míralo, parece nieve, todo blanco.

Desde ese momento, el unicornio llevó el nombre de Nieve. El Hada Madrina se lo regaló porque sabía bien que lo amaba. Después, Manuelito montó a Nieve y voló por todo el firmamento, sobrevoló cuantas veces quiso el bosque y el valle, buscó a sus amigos sin lograr dar con ellos.

Una vez, el esperpento alzó su vista al cielo y los divisó pasar por encima de su casucha en el bosque. Sus ojos no dejaron de seguirlos; boquiabierto los miró perderse en las nubes.

En ese momento, Manuelito se encumbró velozmente sobre Nieve con dirección al castillo del despiadado gigante que vivía allá en las nubes.

El chico conocía bien el peligro, pues su abuelo le había contado todo. Sabía muy bien que el gigante era bastante cruel y le encantaba comerse a los niños.

En las nubes, volaron largos muchos kilómetros hasta llegar, por fin, al castillo del gigante. Una vez allí, se escondieron entre las grandes hendiduras de los viejos maderos que sostenían el inmueble.

El gigante percibió sus aromas, inquieto los buscó por todos lados hasta divisarlos escondidos entre los maderos. Habiéndolos detectado, Manuelito se llenó de pánico. Nieve comenzó a relinchar y patear los deteriorados maderos. El chico quiso huir, pero el pavor paralizó su cuerpo.

El gigante amarró a Nieve en el pasillo. A Manuelito lo tomó del cuello de su camisa y lo introdujo a la sala del castillo.

Atrapados los dos, el gigante comenzó a echar leña al fuego y puso agua a hervir en una vieja olla de hierro y en una arrugada cafetera. Luego comenzó a colocar en la olla verduras, vegetales y raíces muy finamente picados.

El chico observaba hasta el mínimo detalle, a sabiendas de que la receta incluía un ingrediente joven y tierno y, por vez primera, lamentó no haber escuchado a su abuelo.

Al hervir el agua de la cafetera, el gigante cogió una bolsa de tela y la colocó en un chorreador de madera, luego vació el agua dentro de la bolsa.

Conforme vertía el agua hirviente, se expandía un agradable olor a café recién chorreado, el cual calmó en gran medida los nervios de Manuelito. Luego el gigante se dirigió hacia el horno de la vieja cocina de leña y sacó un pan recién horneado, lo cortó en rebanadas y lo colocó en la rústica mesa de cedro, Luego preparó la mesa con utensilios para dos invitados.

Se sentó en a la mesa y volviendo a ver al niño le dijo: "Por haberte atrevido a venir hasta mi castillo, como castigo deberás compartir mi mesa, te tomarás el café y te comerás esa rebanada de pan, si no lo haces, te las verás seriamente conmigo.

Ante tal amenaza, a Manuelito no le quedó más que aceptar la invitación. Mientras bebía y comía, en sus adentros recitaba de memoria las sabias palabras de su viejo abuelo: "El gigante se come a los niños, pero primero los alimenta, los engorda y después se los come".

Habiendo digerido los alimentos, el gigante se dirigió a la cocina, allí llenó una palangana de avena, abrió la puerta principal y caminó hacia Nieve, lo desamarró y le acercó la comida.

Luego, ingresó al castillo y se recostó en su viejo sillón de cuero; pero, antes de dormir la siesta, le dijo a Manuelito: "Ahora ya puedes irte con tu potro a casa, tus padres deben estar preocupados buscándote. ¡Ah! Ten cuidado con el esperpento del monte, sé que desde hace tiempo anda detrás de un pequeño unicornio blanco".

Sin pensarlo, Manuelito corrió hacia Nieve, de un solo salto lo montó y como un relámpago salieron de ahí volando.

Manuelito y Nieve descendieron con rapidez de las nubes hasta llegar al valle. Luego, el niño corrió hasta su casa. Su mamá, tal como le había dicho el gigante, lo buscaba hacía ya largo rato; por eso al sentirlo llegar, más que castigarlo, se puso a indagar en cual aventura se encontraba.

Descubrió que tenía en el valle a un amigo alado de color blanco llamado Nieve y también se enteró del peligro vivido en la propiedad del gigante.

Habiendo enterado a su mamá de todo, visitó en varias ocasiones y junto con su amigo alado al gigante. Manuelito descubrió que su abuelo estaba equivocado porque no comía niños, no era malo y más bien era un viejo alto, gordo y bueno.

La última vez que lo visitaron, de regreso a casa Manuelito se llevaron una tremenda sorpresa: Mientras descendían de las nubes, escucharon una risa de ultratumba. De inmediato, Manuelito volteó la cabeza hacia atrás y observó una figura vestida de negro, que volaba sobre un gran buitre azul hechizado.

A partir de ese momento, esos dos pasaron de un ambiente de visitas tranquilas al gigante de las nubes a otro en donde el esperpento del bosque lo persiguía para destruirlo y despojarlo de su preciado amigo.

Nieve volaba rápido; pero, el buitre azul era mucho más ligero. Para perderlo se internaron en el bosque; pero, este sujeto de nariz alargada y vestido todo de negro se conocía a simple vista cada uno de sus rincones porque durante su infancia corrió y jugó en ese denso territorio, por eso pronto los encontraba, los atemorizaba y se diviertia persiguiéndolos mientras volaban entre los troncos y las ramas de los árboles.

Al ver que era inútil perderlo, Manuelito se refugió junto con Nieve entre unos montorrales que se encontraban cerca de una quebrada.

El esperpento del bosque, montado en su enorme buitre azul, los sobrevoló en varias ocasiones sin divisarlos. De vez en cuando, bajaba a tierra firme pero al no encontrarlos, enfurecido volvía alzar el vuelo montado en su azulado buitre.

Después de varios minutos y cuando parecía que se habían librado de ese viejecillo, los dos salieron lentamente y sin hacer el mínimo ruido, Manuelito observó por todos lados para cerciorarse de que se había marchado y que el peligro había desaparecido; no obstante, como fastasma en la sombra, el esperpento observaba todos sus movimientos y cuando los tuvo cerca los inmovilizó con su varita mágica y los condujo hasta su casucha.

Una vez allí, al unicornio lo metio en el establo; mientras tanto, encerró a Manuelito en una maciza jaula de bambú que se hallaba en el cuarto trasero.

El esperpento, comenzó a preparar, en una gran olla oscura y a fuego lento, un brebaje compuesto de hierbas extrañas, venenosos insectos y unos polvos raros. Conforme subía de temperatura, el brebaje soltaba vapores con un olor tan desagradable que se volvía isoportable.

Algo le faltaba para preparar adecuadamente la asquerosa pócima. El esperpento buscó ese ingrediente por todos los rincones de la casucha; sin embargo, no lo encontró en ninguno de sus gaveteros.

El ingrediente que le hacía falta era una hierba bastante extraña y escasa que crece únicamente en el valle.

El esperpento del bosque salió urgentemente en su buitre azul hechizado con destino al valle para buscar la rarísima hierba; pero, antes de alzar el vuelo, le dijo a Manuelito: "Cuándo sea luna llena serás alimento para mi buitre; sin embargo, si tienes suerte y estoy de buen corazón, te convertiré en rana como a los otros niños insolentes que croan en mi patio".

En su urgencia por encontrar la hierba se olvidó cerrar la ventana de madera del cuartucho trasero con vista al patio.

Ese increíble olvido tenía que ser aprovechado. Manuelito estiró su cuello, alargó la vista y logró observar a las ranas que croaban en el patio de la sucia casucha de madera podrida y, presintió que esos animales que se encontraban en el patio eran sus amigos.

Desesperado, trató de escapar de esa jaula, pero el intento era inútil., el llavín estaba puesto y los barrotes eran duros.

Miró hacia todas partes buscando cualquier objeto que estuviera a su alcance y le fuese útil para poder forzar la cerradura; no obstate, aunque había suficientes herramientas en la casucha, todas se encontraban fuera de su alcance, es más, cerca de la olla de hierro negro en donde preparaba el brebaje se encontraba tirada su varita mágica y un juego de llaves.

Ante la imposibilidad de escapar, pensó en rendirse a un fatal destino: ser carne para buitre o una rana más en el patio de ese viejo inmueble. Estaba allí cabizbajo, sudando frío y tragando amargo cuando, de un momento a otro ingresó volando por la ventana abierta su amigo alado.

Dando gracias al cielo, Manuelito le da instrucciones con gritos desesperados. Nieve al escuchar la voz de su amo empezó a relinchar, a brincar y a volar por toda la habitación: ¡Nieve! ¡Las llaves, las llaves! ¡Nieve, alcánzame las llaves! Le repetía incansablemente.

El unicornio voló hacia donde se encontraban tiradas, las tomó con el hocico y se la llevó a su amo. Sin perder tiempo, el chico las agarró y, después de tres intentos infructuosos, el llavín por fin cedió y se abrió la puerta de la jaula.

Saltó al piso y se dirigió a donde se encontraba la varita mágica, la tomó y de inmediato montó en Nieve y voló al patio trasero en donde croaban los los sapillos.

Uno a uno los tocó con la varita mágica y, conforme los tecaba, iban apareciendo cada uno de sus amigos.

Qué gusto sintió de volver a verlos; todos los niños se abrazaron, en sus caritas se escurrían lágrimas de la inmensa felicidad que sentían de ser libres ahora. Sin embargo, no había tiempo que perder; la huída tenía que ser de inmediato porque el escape había tardado más de lo deseado y era probable que el esperpento del bosque estuviera de regreso en unos pocos minutos.

En efecto, el esperpento del monte se encontraba a unos pocos metros de su casucha. Regresaba, después de una difícil búsqueda, con la rara y escasa hierba.

Apenas llegó a su casucha, detectó la escapatoria del chiquillo. Corrió al establo y notó que se había llevado con él al unicornio blanco que tanto deseaba. Caminó al patio y estalló en enojo al notar que también los sapos ya no estaban allí.

Era tal su cólera que su sombrero punteagudo salió por los aires e inmediatamente su cuerpo empezó a despedir enormes cantidades de vapor, como si fuera un volcán activo que expulsa grandes fumarolas. En ese estado de locura, buscó la varita mágica; pero, al no encontrarla, subió a su buitre y lo hizo volar a gran velocidad con el fin de ubicarlos pronto en el bosque.

Los niños y Nieve le llevaban tres mil metros de distancia, pese ello, el esperpento del bosque logró escucharlos cuando huían camino abajo.

Del enorme esfuerzo desplegado en la huida, a los niños los rendía la debilidad y el agotamiento. Sus pasos ya no eran articulados y sus cuerpos fueron uno a uno abrazando el suelo.

El esperpento, el cual los seguía de cerca, al verlos caer rendidos de cansancio, se carcajeó con su característica risa de ultra tumba. Al escucharlo, los niños voltearon la vista hacia atrás, divisándolo a muy corta distancia de donde ellos se encontraban.

Manuelito en ningún momento hizo intento de montar en Nieve, continuar huyendo y salvar su pellejo; por el contrario, decidió quedarse con sus amigos y luchar junto a ellos contra ese terrible enemigo.

Montó en Nieve sin saber exactamente que hacer, por fortuna el Unicornio al sentirlo cerca encogió sus patas traseras y le mandó un certero golpe en su rostro, el cual lo hizo caer bruscamente del buitre azul, quedando inconsciente en el suelo.

Al verlo es ese estado, Manuelito bajó de un salto de Nieve y al detectar que el buitre se le venía encima, tomó la varita mágica, lo apuntó y para su sorpresa lo convirtió en una hermosa lapa roja, la cual voló con dirección al sur.

Con la confianza al tope, se dirigió a donde yacía el esperpento, lo tocó con la varita mágica; pero, en esta oportunidad ocurrió una extraña metamorfosis: el esperpento se transformó en un monstruo.

Tenía alas de dragón, orejas puntiagudas de vampiro y un hocico de lobo con inmensos colmillos como; además, tenía manos y patas provistas de fuertes garras, piel dura y escamosa y ojos grandes, salteados rojos.

Al percatarse los otros niños de lo acontecido, pegaron gritos despavoridos y echaron a correr. Del susto, Manuelito retrocedió, pero sus largos pasos hacia atràs no midieron una roca incrustada en el suelo; del tropezón, perdió el equilibrio y cayó. En su caida, quebró la varita mágica en múltiples pedazos.

Temeroso de que el monstruo recuperara pronto la conciencia, montó en su potro alado y huyó a toda prisa. Le tomaron al monstruo quince kilómetros de distancia; no obstante, a lo lejos se escuchó un tremendo rugido de un animal demoníaco herido en su honor.

Presintiendo el peligro, Nieve comenzó a relinchar repetidamente; el monstruo había vuelto en sí y ahora estaba mucho más rabioso y deseoso de venganza. El monstruo se puso en pie y emprendió la persecución por tierra y después por aire.

Mientras tanto, allá en las nubes, un amigo está preocupado por lo que acontece en el bosque. El gigante de las nubes desde hacía rato lo observaba todo. No perdía ni un solo detalle de lo que allí ocurría.

Desde un principio, le preocupó advertir como el esperpento del bosque guardaba un gran interés por poseer un pequeño unicornio blanco. Aunque nunca le temió, ahora le preocupaba ver en lo que se había convertido.

Sabiendo eso, dejó caer desde las alturas una inmensa escalera y empezó a descender por ella. Al percatarse de que el monstruo ya había alcanzado a los niños, desciendió aprisa y, una vez en el bosque, desafió al esperpento transformado en monstruo.

El monstruo se abalanzó sobre el gigante con tal furia que le rasgó la ropa y lo hirió gravemente en el pecho.

Sangrante y adolorido, el gigante arrancó un robusto árbol y le arremetió tremendos garrotazos, los golpes le hicieron caer tumbado al suelo en varias ocasiones. Pero la herida que le provocó el monstruo al gigante lo hizo perder consistencia, por lo que, las fuerzas entre ellos pronto se nivelaron y, al poco tiempo, el escenario se invirtió por completo; ahora el monstruo golpeba y rasgaba aún más la piel del gigante con sus grandes colmillos y filosas garras.

Sabiéndose en desventaja, el gigante de las nubes luchó hasta el fin contra tan temible enemigo. Alargó la contienda cuánto pudo para que los niños salvararan sus vidas.

Abatido el gigante, sin perder tiempo el monstruo reanudó la persecución de los niños.

Habiéndolos alcanzado, los chicos se defendieron a piedradas y garrotazos. Nieve, voló hasta el monstruo para lanzarle tremendas patadas.

Pese a su valeroso esfuerzo, no le causaron el mínimo daño. Enloquecido y cegado por la cólera y, habiéndolos acorralado, el monstruo se abalanzó sobre ellos.

Iba todavía en el aire cuando me aparecí súbitamente delante de los niños para protegerlos y, al ver que se proponía a acabar con ellos, hice un movimiento mágico y lo lancé a un abismo en donde vivían unos seres extraños.

Habiéndolos protegido, miré detenidamente a todos esos chicos asustados, luego, caminé hacia Manuelito y le dije: Ves lo peligroso que es jugar a mago. Como los otros niños no sabían quien era yo y, además, sentían aún miedo intenso, entonces me presenté ante ellos y les conté que tenía salvaguardar el bosque.

Todavía hablaba con ellos cuando observé al unicornio blanco asomarse entre la arboleda, me dirigí hacia él y lo acaricié tiernamente.

Seguidamente, caminé con ellos hasta el punto en donde termina el valle; sintiéndolos ya seguros, sin que lo notarán desaparecí entre unos claros de luz de la densa arboleda.

Una vez en las afueras del pueblo, todos los niños salvo uno, corrieron de inmediato felices a sus casas.

Ese día en todos los hogares, excepto en uno, abundó la felicidad.

Manuelito se había quedado con Nieve, quería que se quedara en el valle, pero como lo seguía, caminó junto a él en dirección a su casa. Sentía ya muy cerca el cálido olor a hogar, cuando de repente el suelo se le comenzó a estremecer con gran intensidad y se hablandó y formó un inmenso hueco, e inmediatamente, una recia fuerza gravitacional los haló a un extraño lugar del planeta.

Manuelito cayó inconciente y Nieve, un poco más lejos. El sitio era bastante seco, caliente y raro. A la distancia se divisaban unos volcanes enhiestos en constante actividad.

Estando inconcientes, llegaron a rescatarlos unos extraños seres con cuerpo de pingüino, patas de cucaracha, manos de mapache, cabeza de salamandra y cerebro de humano. Los subieron en su nave y se lo llevaron a un sitio subterráneo.

Al volver Manuelito en sí, logró apreciar a los seres extraños. Rápidamente, se puso en pie y se recostó a la defensiva en la pared trasera.

Uno de tales seres; al darse cuenta que ya había recuperado el conocimiento, apretó un botón en el brazalete metálico de su mano izquierda y se desplazó dentro de la cueva para comunicarle al Gran Líder que ya había recuperado el conocimiento.

Ante la noticia, el Gran Líder se dirigió hasta una gran pantalla y palpándola, se comunicó con los vigilantes que resguardan la celda en donde retienen a Manuelito y a Nieve, a ellos les ordenó que los llevaran de inmediato ante él.

Los vigilantes los introdujeron en una nave, la cual se impulsó a media altura, a gran velocidad y sin el menor ruido.

Llevados los dos ante el Gran Líder, éste se sentó en su silla cibernética motorizada y se desplazó hasta la gigantesca pantalla plana biotecnológica, la encendió y les mostró al esperpento del bosque, aún transformado en el temible monstruo. Habiéndoles mostrado la bestia, se dirigió hasta donde Manuelito para decirle: "Como ves, ese ser vino de la superficie del planeta. Por otra parte, su agresividad, nos resulta totalmente hostil.

Cuando llegó, nos atacó y mató a mil de los nuestros. Lo hemos combatido con todas nuestras fuerzas; sin embargo, todo ha sido infructuoso, nuestras armas no le causan el más mínimo daño; para sobrevivir hemos debido refugiarnos aún más en la profundidad de nuestro planeta.

Sé que ese monstruo es producto de tu inexperiencia como mago, hicisteis el hechizo equivocado; pero como tú lo creaste, ahora también tendrás que destruirlo.

Hemos descubierto que conoces al Hada Madrina guardiana del bosque y sabemos también que fue ella quién lo transportó hasta nuestro mundo. Pues bien, como el Líder de esta comarca, he decido mandarte a combatirlo junto con tu alado amigo, enviaré a un centenar de mis súbditos para que los guíen allá arriba.

Terminada su locución, el Gran Líder escogió a cien de sus mejores guardianes para que guiaran a Manuelito y a Nieve. Después de eso, reunido con dos de sus más allegados consejeros, diagnosticó todas las fortalezas del enemigo y los factores críticos de éxito a favor que el niño tenía.

Como presagio de un mal infortunio, arriba, afuera del centro de operaciones, la atmósfera era bastante seca, caliente y pesada; además, se respiraba un fuerte olor a azufre. A la distancia se divisaban fulminantes volcanes con vías de piedra derretida y fuego y; los súbditos del Gran Líder que los escoltarían se esfumaron del sitio.

Por dos días, unas veces a pie y otras veces montado en su unicornio blanco, Manuelito anduvo sin rumbo y en círculo, pues siempre llegaba al mismo punto de inicio. Fatigado de tanto pensar en su enemigo, Manuelito se escalofrió cuando de repente lo percibió. Casi por instinto, fijó su vista precisamente en el punto exacto en donde se encontraba descansando.

Conocedor de la gran amenaza que representaba, montado en Nieve y sin hacer el mínimo ruido, comenzó a alejarse del lugar. Nieve volaba tan suavemente como capullo de algodón elevado por el viento; sin embargo, el enemigo tenía un oído muy sensitivo y un olfato impresionante.

El monstruo sintió su ligero vuelo y respiró el olor a niño. Poco a poco abrió sus rojas linternas hasta divisarlos volando escondidos entre una gran nube de polvo. Se puso en pie y extendiendo sus inmensas alas de dragón, comenzó a perseguirlos, por tierra primero y después por aire. Desde lejos, se percibían sus movimientos oscilatorios. Se desplazaba tan rápidamente que pronto los alcanzó.

Teniéndolos en la mira, les lanzó furiosos ataques, quería destrozarlos con sus filosas garras. Con gran esfuerzo, el niño y el unicornio evadieron casi todos sus golpes; sin embargo, uno alcanzó al unicornio alado en el lomo; aún sosteniendo a su amo, cayó ligeramente herido al suelo.

Desde que ví que los dos eran transportados, por esos seres, hacia el abismo en donde había mandado al monstruo, quisé ayudarlos, pero no me era permitido salir del bosque y, además, no existía ninguna manera de poder violentar esa regla, el hoyo gravitacional por el que se hundieron se había cerrado y no podía, de ninguna forma, auxiliar al chico ni a Nieve.

Por otra parte, el Gran Líder se lamentaba por la decisión que había tomado.

También yo me sentí culpable, por eso me preocupé y pensé como auxiliarlos, sin embargo nada se me ocurría.

Por suerte una mañana en que la luna danzaba con el sol, ví a un hermoso venado reflejarse en el espejo mágico. Lo miré varios segundos hasta que por fin tuve una idea: traspasaría a través del espejo mi magia y la llegaría hasta donde se encontraban ellos.

Impulsivamente cogí el espejo e hice llegar mi imagen y mi voz hasta ese sitio. Manuelito al ver mi imagen me insistíó que lo sacara de allí, hice oídos sordos a sus súplicas de auxilio y le insistí que despertará su poder emocional.

Sin perder tiempo, soplé a Nieve una escencia curativa. El unicornio sanó y sintiéndose fuerte voló hasta donde su amo. Yo me quedé junto a ellos, los acompañé con mi relflejo para ver en que podía ayudarlos.

Manuelito al ver aliviado a su amigo alado, lo montó; pero, casi de inmediato bajó al suelo para tomar unas piedras. Las colocó en las bolsas de su pantalón y otras en la bolsa de su camisa y, además, apuñó otras en sus manitas.

Habiéndose armado, saltó de nuevo a Nieve y volando en él, se dirigió con dirección hacia los volcanes enhiestos.

La batalla final había comenzado. El monstruo al verlos huir, reanudó la persecución. Esta vez Nieve volaba más rápido y era más hábil en sus movimientos, de igual manera, Manuelito se sintió con más confianza.

Teniéndolos en la mira, el monstruo les mandó sin éxito una serie de golpes mortales; sus garras parecían filosas navajas. Manuelito notó que cada golpe fallido lo debilitaba y se volvía más torpe; entonces, decidió enfrentarlo y escabullir sus ataques.

Al verlo más debilitado, Manuelito tomó una piedra de su mano y la agitó a gran velocidad. Fue entonces cuando aproveché la oportunidad y transformé la piedra en su mano en un impresionante obús de energía, el cual el chico arrojó al enemigo impactándolo fuertemente.

El golpe lo hizo perder el equilibrio y cayó abatido al suelo. De la caída, la mitad del centro de operaciones se derrumbó. Pese a que al Gran Líder y a sus súbditos los invadió el pánico, seguían en la pantalla los pormenores de la contienda.

El mirar tendido en el suelo al monstruo los llenó de esperanza. Pese a ella, aún temían por las posibles consecuencias, una vez que el monstruo se pusiera en pie de nuevo.

Poco a poco, el monstruo se fue reponiendo del inesperado golpe energético. Se levantó del suelo colérico por la humillación sufrida y, sin pensarlo dos veces, alzó vuelo y se dirigió a enfrentar a su respetable contrincante.

Teniéndolo cerca, atacó a Manuelito y a Nieve, sus golpes fallidos creaban grandes corrientes de aire y le hacía ir liberando energía, el monstruo se debilitaba más rápido de lo esperado.

Sintiéndolo disminuido en sus fuerzas, Manuelito preparó la ofensiva, tomó otra piedra y comenzó a agitarla a gran velocidad. Al identificar su estrategia de ataque, cada vez que Manuelito tomaba una piedra para agitarla y lazarla al monstruo, antes de que se la arrojará se la convertía en obús de energía.

El monstruo conocedor de la potencia de su impacto los capeaba, pese a ello, un segundo obús de energía lo impactó violentamente y lo tumbó por segunda ocasión al suelo.

Herido y humillado en su honor, el monstruo comenzó a dar saltos, a mandar golpes a diestro y siniestro sin mirar a su adversario. Sin bien era mucho más fuerte, en esta ocasión se sentía más débil e indefenso, había perdido la confianza, por lo que, por primera vez en toda su existencia temió por su vida.

Sabedor de que no debía darle ninguna ventaja al enemigo, Manuelito lo atacó constantemente, le arrojó uno tras otro obús y Nieve también hacía lo suyo y; después de una batalla tan larga, por fin el monstruo cayó gravemente herido.

Aún con dificultad apenas se defendía; no obstante, Manuelito, sintiéndose triunfador, lo atacó con insistencia.

No le permitió que se repusiera ni tomara nuevos bríos, lo sometió a un asedió total y continuo; hasta que por fin, el monstruo calló vencido al suelo. Aquello era impresionante: el poderoso monstruo vencido por un niño y su pequeño animal cuadrúpedo alado.

Casi de inmediato, fatigado por la lucha, Manuelito montado en Nieve voló al suelo y allí se rescostó, Nieve se echo a su lado. A los dos los venció en cansancio.

A los pocos minutos de la batalla final, ocurrió algo extraño: el monstruo se fue transformado en aquel sujeto vestido de negro; después, se evaporó y solo quedó como rastro sus cenizas, cenizas que el fuerte viento esparció por todo el suelo.

Mientras eso acontecía; en el centro de operaciones todos estaban locos de alegría: Su mundo se encontraba a salvado gracias un niño que se tuvo fe, en tanto, el monstruo no creyó en si mismo.

Con el transcurrir del tiempo, en el planeta todo volvió a la normalidad. Los seres volvieron a la superficie y, se centraron en la reconstrucción de su mundo destruido por aquel ser demoníaco.

El tiempo pasa; el calor era más tenue y, entre dormido y despierto, Manuelito sintió que algo lamía su cara. Con dificultad abrió los ojos, a la distancia distinguió una nave espacial, y fuera de ella a unos seres con cuerpo de pinguino, patas de cucaracha, manos de mapache, cabeza de salamandra y cerebro de humano dándole gracias y diciéndole hasta pronto; luego se metieron en la nave, cerraron las compuertas y se perdieron a toda velocidad en el horizonte.

Se quedó quieto y pensativo un rato, luego; contempló detenidamente al unicornio blanco alado como pastoreaba hierba crecida en el inmenso valle a una ligera distancia de él. Por último, miró finitos rayos de luz que se filtraban por esas esplendorosas ramas del higuerón.

Mientras eso hacía, recordó a los niños caminando con él en busca del potro blanco alado y después, haberlos rescatado del patio de la casucha del esperpento.

Antes de ponerse en pie y dirirgirse a casa, volteó a ver de nuevo a Nieve y luego al árbol, por un momento pensé que me había divisado sentada en la más alta rama del higuerón. Caminó despacio hacia el unicornio blanco, lo acarició y lo llamó Nieve. Se encontraba seguro de que no había sido un sueño, empezó a correr rumbo al hogar, pero de un momento a otro, paró sus pasos y volteó la vista atrás, mirándome decender del higuerón.

Aceleró sus pasos, deseaba llegar pronto, Nieve corrió tras de él, luego detuvo sus pasos.

Ese día su madre amaneció inquieta, un presentimiento la invadió segundo tras minuto y minuto tras hora, su ojos todo el tiempo estuvieron clavados en el gran valle. Ella salió de la casa y hechó a correr en el valle. No lo había visto siquiera, Manuelito aún se encontraba lejos, pero ya ella sentía que lo había encontrado; detrás de su madre corrieron sus amigos.

Yo observaba todo desde lejos; no quería perderme el reencuentro. Ella lo miró correr camino abajo con dirección al pueblo, comenzó a llamarlo. El chico la escuchó y aceleró sus pasos.

Al tenerlo cerca, su madre lo abrazó, lo besó y tomándolo de las dos manos le dio vueltas en el aire, luego los dos rodaron por el suelo entre sonrisas, cosquillas y llanto.

Al rato llegaron sus pequeños amigos y se tiraron encima de ellos; ese día hubo fiesta en el pueblo, el último niño perdido había aparecido.

FIN

 

 

 

Autor:

Lic. Carlos Ml. Ruiz Sánchez

Partes: 1, 2
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