Digresión sobre la sal, por Juan Huarte De San Juan
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
Digresión sobre la sal, por Juan Huarte de San Juan
« Pero es menester escoger la sal que sea muy blanca y que no sale mucho; porque la tal es de partes sutiles y muy delicadas, y, por lo contrario, la morena es muy terrestre y destemplada y sala mucho en pequeña cantidad.
Cuánto importe la sal echada en los alimentos, no solamente que comen los hombres y brutos animales, pero aun las plantas, notólo Platón diciendo 'que la sal no solamente da gusto y contento al paladar, pero da ser formal a los alimentos para que puedan nutrir'. Sola una falta tiene, y ésta es muy grande: que no habiendo sal, ninguna cosa hay criada en el mundo que supla por ella. Todas las demás cosas de que el hombre se aprovecha en esta vida tienen su lugarteniente si ellas faltan: sola la sal nació sola para el fin que fue criada. Porque si falta pan de trigo, hay de cebada, centeno, panizo, avena y escaña; y si falta vino para beber, hay agua, cerveza, leche, zumo de manzanas y de otras frutas; y si falta paño para vestir, hay pieles de animales, de las cuales vistió Dios a nuestros primeros padres para echarlos del Paraíso terrenal; y si no, lienzos, sedas, cáñamo y esparto. Y, así, discurriendo por las demás cosas, hallaremos que todas tienen quien supla sus faltas, sino es la sal, que nació sola para su fin.
A la cual propriedad aludiendo Cristo nuestro redentor en su Evangelio, dijo a sus discípulos: vos estis sal terrae: si sal evanuerit in quo salietur? Como si dijera: 'discípulos míos y doctores de la Iglesia, mirá que sois sal de tierra, y si vosotros os perdéis ¿en qué otra cosa que tenga las veces de sal salaremos al pueblo cristiano?' Porque sabe que no la hay. Y otro Evangelio dice: in quo salietur ipsum sal? Para darles a entender que si ellos, siendo sal, se pierden, ¿en qué otra cosa los salaremos a ellos proprios? Como si dijera: incantatori quis medebitur? Y pudiera decir el Evangelio: 'Vosotros sois el pan de trigo de mi Iglesia, para sustentar y dar alimento espiritual y doctrina a los fieles; y si vosotros os perdéis ¿en qué otra cosa alimentaremos al pueblo?' Pudiéranle responder: 'En pan de cebada, como vos lo hicisteis en el desierto'. Pero, porque la sal no tiene lugartenientes, la escogió Dios para darles a los discípulos su oficio.
De la sal dicen los médicos: omnis sal in communi calefacit, discutit, adstringit, siccat, cogit ac densat substantiam corporum quibus adhibetur; las cuales propriedades ha de tener también el que fuere sal de la Iglesia, y tales efectos ha de producir en el auditorio cristiano el buen predicador. Y si no, discurra por cada una de ellas el que tuviere invención, y vera cuán al propósito viene llamar Dios sal a los predicadores. Pero una cosa no han considerado los filósofos naturales ni los demás que han procurado buscar las propriedades de la sal. Y es que las cosas que tienen mucha sal, si las queremos brevemente desalar, echándoles sal en cierta medida y cantidad y hasta cierto tiempo, se vienen a desalar, y si pasan del punto, se hacen salmuera. De lo cual si alguno quisiere hacer experiencia, hallará que el pescado salado, puesto a remojar en agua de la mar (hasta cierto tiempo) se desala más presto, que en agua dulce, y si dos pedazos de pescados, igualmente salados, ponemos a desalar en dos vasijas de agua dulce, al que le echasen un puñado de sal se desalará más presto que el otro. El predicador que tuviese buena invención sacaría de esta propriedad una galana consideración para el púlpito.
En todas estas propriedades naturales que hemos dicho de la sal, o en parte de ellas, se debió fundar Elíseo cuando con un vaso de sal enmendó las aguas mortíferas de cierta región y hizo que la tierra fuese fecunda, siendo antes estéril. Lo cual es fácil de probar si convenimos primero en tres principios naturales tan ciertos y verdaderos que ninguno los puede negar.
El primero es: de cuatro juntas o combinaciones posibles que se pueden hacer de las primeras calidades (caliente y húmida, caliente y seca, fría y húmida, fría y seca), de la primera dicen todos los médicos y filósofos que es la causa total por donde las cosas naturales se pierden y corrompen. Porque el calor juntamente con la humidad, puesto en el ambiente, relaja y afloja los elementos que están en la compostura del mixto y los saca de la unión, y así cada uno (dice Aristóteles) se va por su parte.
El segundo principio es que no todas las tierras del mundo son de una mesma calidad. Unas, dice Hipócrates, son húmidas, otras secas, unas calientes y otras frías, unas dulces y otras amargas, unas insípidas y aguanosas y otras saladas, unas crudas y otras fáciles de cocer, unas ásperas y otras blancas. Lo cual no hizo Naturaleza acaso y sin pensar, sino con mucha providencia y cuidado, atenta a la gran variedad de plantas y semillas que de la tierra se habían de mantener, porque no todas usan de un mesmo alimento. Si en dos palmos de tierra (dice Hipócrates) se siembran ajos, lechugas, garbanzos y altramuces, los ajos toman de la tierra para su nutrición lo acre y mordaz, las lechugas lo dulce, los garbanzos lo salado, y los altramuces lo amargo. Y así, por consiguiente, no hay yerba ni planta que chupe de la tierra el alimento con quien tiene amor y semejanza y deje los demás en quien no halla familiaridad ni gusto. Pero de tal manera, que no deje de aprovecharse de las otras diferencias de tierra; porque, de todas juntas, hizo Naturaleza un guisado y condimento que lleva dulce, salado, agrio y otra que pica como pimienta y especias, a manera de cazuela mojí; porque de otra manera la experiencia nos muestra que muchas yerbas juntas, aunque sean de diferente naturaleza, la unas a las otras se quitan la virtud. Lo que Hipócrates quiso sentir es que las lechugas toman de la tierra dulce cuatro onzas, y un adarme de las demás; y los garbanzos toman de lo salado dos onzas, y muy poco de lo demás; y así, por consiguiente, de las otras diferencias. Pero si la tierra está insípida y sin ninguna sal, no hay planta que se mantenga de ella; porque el ser formal que tienen los alimentos por donde son aptos para nutrir (dijo Platón) lo toman de la sal, y no como las demás golosinas y sabores, que levantan el apetito para recrearlo y no más. Por donde es cierto que los alimentos y frutas que Naturaleza hizo sabrosas, no es otra la causa sino haberles dado en su formación el punto de sal que habían menester.
El tercer principio es que las plantas tienen gusto y conocimiento de los alimentos que son familiares a su naturaleza; y éstos, aunque estén distantes, los traen para sí, y huyen de los contrarios. Lo cual confiesa llanamente Platón; porque le parece cosa imposible que, estando junto a sus raíces tres o cuatros diferencias de alimentos, que elijan y escojan el que es para sí y semejante, y dejen los demás por desemejantes y extraños; y que saquen, de los que cuecen y alteran, lo puro y ahechado y se mantengan de ello, y lo otro aparten y desvíen de sí hasta echarlo fuera del cuerpo. La cual sentencia contentó grandemente a Galeno, y así dijo: Platonem commendo plantas animalium vocabulo nuncupantem: non enim alia ulla de causa germanum atrabere vel sibi ipsis assimilares, quam ob fruitionem et ingenitam eis voluptatem, dicere possumus. Por las cuales palabras confiesa llanamente Galeno, juntamente con Platón, que las plantas tienen gusto, y que se recrean con los alimentos que tienen buen sabor conforme a su apetito y con los malos y desabridos se afligen y entristecen como si fueran animales.
Con estos tres principios podemos ya responder al hecho milagroso de Elíseo. Porque si la tierra que curó y enmendó sembrando sal por encima estaba insípida y aguanosa, con la sal se hizo sabrosa y aparejada para nutrir; y si por el calor y humidad del aire (que estaba metido en las cavernas de la tierra) las aguas salían malignas y corrompidas, con las calidades que dijimos de la sal naturalmente se remediaron; y si la tierra era infecunda por la mucha sal que tenía, con la mesma sal, sembrada por encima, se vino a desalar. El milagro fue que con sólo un vaso de sal remediase Elíseo tanta tierra y tanta muchedumbre de aguas. Como el milagro del desierto: que con cinco panes de cebada y dos peces hartó Dios cinco mil hombre y sobraron doce cofines; en el cual hecho Naturaleza puso el pan y los peces, cuya propriedad era alimentar y nutrir, y Dios la cantidad que fue menester para hartarlos ».
[Digresión sobre el árbol vedado del Paraíso]
«Los médicos, viendo por experiencia lo mucho que puede la buena temperatura del celebro para hacer a un hombre prudente y discreto, inventaron cierto medicamento de tal compostura y calidad que, tomado en su medida y cantidad, hace que el hombre discurra y raciocine muy mejor que antes solía. Llamáronla confectio sapientium o confectio anacardina, en la cual, como parece por su receta, entra manteca de vaca fresca y miel, de los cuales dos alimentos dijeron los griegos que, comidos, avivaban grandemente el entendimiento. Pero consideradas las demás medicinas que entran en su composición, realmente son muy calientes y secas, y totalmente echan a perder el entendimiento y memoria, aunque no se les puede negar que avivan la imaginativa en hablar y responder a propósito en motes y comparaciones, en malicias y engaños. Y dan los más en el arte de metrificar y en otras habilidades que descomponen al hombre. Y como el vulgo no sabe distinguir ni poner diferencia entre las obras del entendimiento y de la imaginativa, en viendo a los que han tomado esta confección que hablan más agudamente que antes solían, dicen que han cobrado más entendimiento; y realmente no es así, antes lo han perdido, y cobrado un género de sabiduría que no le está bien al hombre, a la cual llamó Cicerón calliditas, que es un saber contrario de la justicia.
Todas las veces que pasaba por aquel lugar del Génesis que dice quis enim indicavit tibi quod nudus esses nisi quod ex arbore ex quo praeceperam tibi ne comederes comedisti? me sonaba a los oídos que la fruta de aquel árbol scientiae boni et mali tenía propriedad natural de dar conocimiento y advertencia al que comía de ella, y que aquella ciencia no le estaba bien al hombre ni Dios quería que la supiese, porque era un género de sabiduría de quien dijo san Pablo: prudentia carnis inimica est Deo. Pero viendo que la divina Escritura tiene tan profundos sentidos y que con su letra se suelen engañar los que poco saben, lo dejaba pasar; hasta que ya molestado de ocurrirme tantas veces a la imaginación, propuse en mí de leer todos los expositores que hallase de aquel lugar, para ver si alguno lo tocaba.
Y, a pocas vueltas, leyendo en Josefo (De antiquitatibus) hallé que decía 'que la fruta de aquel árbol scientiae boni et mali aceleraba el uso de la razón y aguzaba el entendimiento, atento a la cual propriedad le pusieron tal nombre, como al otro árbol de la vida, que por eternizar al hombre que comía de su fruta le llamaron árbol vitae'. La cual sentencia y declaración no admite Nicolás de Lira, pareciéndole que la fruta de aquel árbol, siendo material, no podía obrar en el entendimiento humano, siendo espiritual. El Abulense no admite la represión de Nicolás absolutamente, si no es con distinción. Y, así, dice 'que aunque el entendimiento humano es potencia espiritual y que no obra con órgano corporal, pero con todo eso no puede entender si no es aprovechándose de las otras potencias orgánicas, las cuales, si tienen buen temperamento, ayudan bien al entendimiento, y si no le hacen errar; y tal templanza podía poner la fruta de aquel árbol en el celebro, que viniese el hombre a saber más por aquella razón'.
Y que la templanza o destemplanza de los alimentos puedan ayudar y ofender a la sabiduría, pruébalo por aquel lugar de la Escritura: cogitavi in corde meo abstrahere a vino carnem meam, ut animum meum transferrem ad sapientiam. También cita a Aristóteles en los libros De physionomia, donde dice que las alteraciones que recibe el cuerpo por razón de alimentos que el hombre come, y por el temperamento de la región donde habita, y por las demás causas que suelen inmutar el cuerpo, que pasan al ánima racional; y así dice que los hombres que habitan tierras muy calientes son más sabios, que los que moran en regiones frías. Y Vegecio afirma que los que habitan en el quinto clima (como son los españoles, italianos y griegos) que son hombres de grande ingenio y muy animosos. Conforme esto, bien era posible que la fruta de aquel árbol tuviese tanta eficacia en alterar las potencias orgánicas del cuerpo, que aprovechasen a los discursos del entendimiento. Y porque Adán era sapientísimo y sin necesidad de otra sabiduría alguna, 'le puso Dios el precepto en esta fruta, guardándola para sus descendientes, los cuales, siendo niños y comiendo de ella, aceleraran el uso de la razón'.
Pero, realmente, las palabras del Texto no admiten esta postrera declaración. Porque, bien miradas, quieren significar que la fruta del árbol, con su virtud y eficacia, les abrió los ojos corporales y les enseñó lo que no sabían: et aperti sunt oculi amborum, et cognoverunt se esse nudos. Lo cual se prueba más a la clara ponderando aquellas palabras que Dios le dijo al hombre cuando le halló tan avergonzado de verse desnudo: quis enim indicavit tibi quod nudus esses nisi quod ex ligno ex quo praeceperam tibi ne comederes comedisti?
Nemesius Episcopus, en un libro que escribió De natura hominis, llanamente confiesa que la fruta de aquel árbol tenía propriedad natural de dar sabiduría, y que realmente le enseño a Adán lo que no sabía. Cuyas palabras son estas que se siguen: Et quoniam ei non conferebat ut, ante sui perfectionem, suam agnosceret naturam, prohibit ne gustaret lignum cognitionis. Erant autem, immo vero nunc quoque sunt in plantis, maximae virtutes: tunc autem utpote in initio mundi creationis, cum essent sincerae, potissimum habebant operationem. Erat ergo alicujus quoque fructus gustatio asserens cognitionem suae naturae. Nolebat autem Deus eum suam agnoscere naturam ante perfectionem, ne si cognovisset se multis egere ea curaret quae ad usum corporis pertinent, reliquens curam animi; et propter banc causam prohibuit ne esset particeps fructus cognitionis. Por las cuales palabras confiesa llanamente este autor que la fruta de aquel árbol tenía propriedad natural de dar conocimiento al que no lo tenía; y que esto no solamente se hallaba en el principio del mundo, cuando los alimentos tenían tanta eficacia en alterar el cuerpo humano, pero aún ahora, estando estragadas con el largo discurso del tiempo, hay muchas frutas que lo pueden hacer. Y porque a nuestros primeros Padres no les estaba bien saber en todo su naturaleza ni tener noticia de las cosas de que tenían necesidad, les puso el precepto en este árbol cuya propriedad era poner al hombre en cuidado del cuerpo y apartarlo de las contemplaciones del ánima.
Esta declaración es conforme a la filosofía natural que vamos tratando. Porque no hay alimento (especialmente las frutas, que son alimentos medicamentosos) que no altere el celebro, conforme aquello de Hipócrates: facultas alimenti pervenit ad cerebrum; y tal habilidad pone en el hombre, cual es el temperamento que engendra en el celebro, como es el del vino, que si se bebe en cierta cantidad hace al hombre ingenioso, y si pasa de allí lo enloquece.
Y no se ha de entender que la fruta del árbol vedado diese inmediatamente hábitos de ciencia, como pensó Nicolao; sino temperamento acomodado a tal género de ciencia, con el cual viene luego el hombre en conocimiento de las cosas de que estaba descuidado. Y que la fruta de este árbol tuviese propriedad de abrir los ojos y hacer conocer lo que ignoraban no se puede negar; porque, en comiendo de ella, dice el Texto: et aperti sunt oculi amborum et cognoverunt se esse nudos. Y dije abrir los ojos porque (como tenemos probado atrás) si la imaginativa no asiste con los sentidos exteriores, ninguno puede obrar; que es lo que dijo Hipócrates: quicumque dolentes parte aliqua corporis omnino dolorem non sentiunt, iis mens aegrotat; como si dijera: 'si a alguno le hicieren causas dolorosas (como es quemarle o cortarle la mano) y totalmente no lo sintiere, es cierto, que tiene la imaginativa distraída en alguna profunda imaginación'; la cual, como hemos dicho, si no asiste con el tacto y con los demás sentidos exteriores, ninguna sensación pueden hacer.
De lo cual podríamos traer muchos ejemplos de los que pasan cada día por nosotros. Pero uno que refiere Plutarco de Arquímedes nos lo dará bien a entender. Este Arquímedes era un hombre de tan fuerte imaginativa para componer y fingir maquinamientos de guerra, que él solo era más temido por esta razón de los enemigos, que todo el ejército contrario. Y era tan estimado su ingenio entre los romanos, que teniendo Marcelo cercada la ciudad de Siracusa, donde Arquímedes estaba, antes que la entrase echó un bando en su ejército: que ningún soldado fuese osado a matar a Arquímedes so pena de la vida; pareciéndole que ningún despojo podía llevar mejor a Roma, que un hombre de tanta habilidad. Deste se cuenta que estaba tan ocupado en sus maquinamientos, y tan enclavados los ojos en la tierra (donde tenía rayadas las figuras de su invención), que no veía ni oía lo que pasaba en la ciudad al tiempo de la batalla. Y llegando un soldado romano a él, le preguntó si era Arquímedes; y aunque se lo preguntó muchas veces ninguna cosa le respondió por la ocupación que tenía de los sentidos; y mohíno el soldado de ver un hombre tan traspuesto, le mató.
Al tono de esto, cierto es que nuestros primeros Padres estaban ocupados, antes que pecasen, en meditar y contemplar las cosas divinas, y descuidados de las humanas. Y aunque andaban desnudos no lo echaban de ver, y podríamos decir que tenían los ojos cerrados; porque aunque era verdad que los tenían abiertos, y sana la potencia visiva, pero por la ausencia de la imaginativa estaban como ciegos, pues no podían obrar con ellos. Y la fruta era de tanta eficacia, que sacó a la imaginativa de su contemplación y la puso en la vista; lo cual suenan claramente aquellas palabras que Dios le dijo en acabando de comer: '¿Quién piensas, oh Adán, que te enseñó que estabas desnudo sino haber comido del árbol que te prohibí? Lo cual hice (como si dijera) por tu contento y regalo y porque no te estaba bien saber lo que ahora sabes'.
Dos géneros de sabiduría, si bien me acuerdo, dejamos notados atrás. El uno pertenece al entendimiento, en el cual se encierran todas aquellas cosas que el hombre hace con rectitud y simplicidad, sin errores, sin mentiras y sin engaños. De la cual sabiduría notó Demóstenes a los jueces en una oración que hizo contra Esquino, pareciéndole que el mayor título que les pudo poner para captarles la benevolencia fue llamarles rectos y simples. Y así la divina Escritura, a un hombre tan sabio y virtuoso como Job, lo llamó vir rectus et simplex; porque los doblados y astutos no son amigos de Dios: vir duplex animo, inconstans est in omnibus viis suis. Otro género de sabiduría hay en el hombre, que pertenece a la imaginativa, de quien dijo Platón: scientia quae et remota a justitia, calliditas potius quam sapientia est appellanda; como si dijera: 'las cosas que el hombre hace con embustes y engaños, fuera de lo que dicta la razón y justicia, no es sabiduría, sino astucia'. Como fue aquella conjugación y discurso que entre sí hizo aquel mayordomo que cuenta san Lucas diciendo: Homo quidem erat dives qui habebat villicum; et hic diffamatus est apud illum quasi dissipasset bona ipsius; et vocavit illum et ait illi: quid hoc audio de te, redde rationem villicationis tuae, jam enim non poteris villicare. At autem villicus intra se: quid faciam quia dominus meus aufert a me villicationem? Fodere non valeo, mendicare erubesco. Scio quid faciam: ut cum ammotus fuero a villicatione recipiant me in domus suas, etc. Con el cual discurso hizo un hurto tan mañoso, que dice el Texto: Et laudavit Dominus villicum iniquitatis quia prudenter fecisset, quia filii hujus saeculi prudentiores filiis lucis in generatione sua sunt. En las cuales palabras se contienen dos diferencias de sabiduría y prudencia: la una, dice el Texto, pertenece a los hijos de la luz, que es con rectitud y simplicidad; y la otra a los hijos de este siglo, con dobleces y engaños. Y los hijos de la luz saben muy poco en la prudencia del siglo, y los hijos del siglo menos en la sabiduría de la luz. Estando Adán en gracia, era hijo de luz y sapientísimo en este primer género de sabiduría; y, por perfección suya, le hizo Dios ignorante en el segundo, porque no le convenía. Y el árbol era tan eficaz en dar prudencia de este siglo, que fue menester prohibirle el uso de su fruta, para que viviese descuidado en las necesidades del cuerpo (como dijo Nemesio) y cuidadoso en las contemplaciones del ánima racional.
La dificultad es ahora por qué razón llamaron a este árbol scientiae boni, pues la prudencia y sabiduría que daba antes era más para mal que para bien. A esto se responde que ambas ciencias son para bien usando de ellas en su tiempo y lugar; y así las encomendó Jesucristo a sus discípulos cuando los envió por el mundo a predicar: ecce mitto vos sicut oves in medio luporum: estote ergo prudentes sicut serpentes, et simplices sicut columbae. De la prudencia se ha de usar para ampararse de los males que les pueden hacer, y no para ofender con ella. Fuera de esto, los filósofos morales dicen que una mesma cosa se puede llamar buena o mala de una de tres maneras: o como honesta, o como útil, o como delectable. Como el hurto que hizo el mayordomo de la historia pasada, que fue bueno en cuanto útil, pues se quedó con la hacienda de su señor, y malo en cuanto fue hecho contra justicia, tomando lo suyo a su dueño.
El cubrirse Adán con tanto cuidado y tener más vergüenza de verse desnudo delante de Dios, que haber quebrantado su mandamiento, me da a entender que la fruta del árbol vedado le avivó la imaginativa de la manera que hemos dicho, y ésta le representó los actos y fines de las partes vergonzosas. Pero aunque esta declaración tiene la apariencia que vemos, la común es quod lignum scientiae boni et mali, non a natura hoc nomen acceperat, sed ab occasione rei postea secutae. Quod magis probo ».
A LOOR, y gloria de nuestro señor Iesu Christo, y de su bendicta madre la virgn sancta María, señora y abogada nuestra. Haze fin el preste Libro, intitulado Examen de ingenios, para las Sciencias.
Acabosse a veynte y tres Días del mes de Febrero, Año del nascimiento de no saluador Iesu Cho de Mil & quinientos, y setenta y cinco años.
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Enviado por:
Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.
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2015.
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