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Epidemia de viruela en Querétaro, 1839-1840

Partes: 1, 2

    Conocer algunos problemas de salud social a los que se enfrentaron los queretanos en la primera mitad del siglo XIX, nos permite comprender sus ideas y acciones así como su manera de ser y entender el mundo en el que vivían a través de acciones concretas. También nos acercamos históricamente a su cotidianidad a través del lenguaje que usaban para describir sus necesidades e intereses. Es por ello que este artículo trata sobre la epidemia de viruela que hizo estragos en nuestra ciudad entre 1839 y 1840.

    En reunión de cabildo, de fecha 7 de enero de 1839, se acordó propagar la vacuna a pesar de que se había "desvirtuado el pus vacuno". El señor Covarrubias dijo que su padre tenía en cristales un poco de pus y que cuando se había tomado de él había surtido muy buen efecto, por lo que iba a suplicarle que franqueara un poco para ministrarlo en los brazos de los niños. Se aceptó su oferta dándole las gracias por su buena disposición, y se acordó que con base en el decreto del 13 de abril de 1832, que se le asignaría un sueldo para que conservara y propagara la vacuna.

    Días después, el 10 de enero, se leyó en cabildo un decreto del gobierno general de la República. Decía que cuando hubiera alguna epidemia en alguno de los pueblos de los Departamentos, y los recursos del fondo de los Ayuntamientos fueran insuficientes para "evitar el mal", deberían avisarle inmediatamente al gobernador para que en unión de la Junta Departamental calculara la cantidad suficiente para aliviar a los pueblos atacados, evitando así su propagación.

    Los queretanos no se imaginaban el grado al que llegaría la epidemia de viruela en Querétaro. El 11 de febrero el señor Remigio Montañés, encargado de la propagación de la vacuna, informaba las causas que habían impedido que la vacuna "prendiera", por lo que suplicaba que no siendo culpa suya el que se perdiera el "fluido" en su poder, se le relevara de reponerlo de su cuenta. Se le contestó que el sueldo que se le pagaba era para la propagación y conservación del pus, según lo determinaba expresamente el decreto que hablaba del sueldo del encargado de la vacuna y, por tal motivo, el Ayuntamiento no podía disponer otra cosa sino lo que estuviera acordado. Advirtiéndole que se había mandado traer el pues a la ciudad de Celaya y que según el costo que tuviera se le avisaría para que lo pagara. Por su parte el Sr. Rojas, que era un barbero, ofreció presentar unos "buenos granos" de donde se podía tomar el pus.

    El 21 de febrero, el Sr. Rojas informó que había enviado tres niños a la ciudad de Celaya para que fueran vacunados y condujeran el virus a Querétaro. Posteriormente, el 11 de abril del mismo año, el señor Corona informaba a los miembros del cabildo que se había "conducido" [aplicado] la vacuna en el brazo de una criatura traída desde San José Casas Viejas, y que "el carácter del párvulo había reconocido", es decir que la vacuna le había hecho bien. Por lo cual pedía que se le gratificara a la madre del niño que había tenido el trabajo de llevarlo y traerlo. Se acordó que se le dieran doce pesos, cuyo libramiento económico se mandó extender al Sr. Corona.

    Así transcurrió el resto del año 1839. Parecía que la viruela había sido controlada. Pero, a inicios del año siguiente, el 7 de enero de 1840, el Sr. Raso informó en reunión de cabildo que la peste de viruela estaba haciendo estragos entre la juventud en el Departamento de Oaxaca, por lo que invitaba al Ilustre Ayuntamiento de Querétaro para que tomara las medidas necesarias para libertar del contagio al "recomendable vecindario". Al respecto, el Sr. Covarrubias dijo que en su concepto la primera providencia que se debía tomar era anunciar a la Junta de caridad pues ya se había empezado a experimentar la peste de viruelas en Querétaro, por lo que dicha junta debería tomar las medidas precautorias que fueran convenientes; pero que también era necesario un informe por parte de los facultativos de si existía realmente la peste en Querétaro, ya que era necesario contar con datos positivos en qué fundarse, por lo que hacía las siguientes proposiciones:

    1. Se dirigiera oficio a la Junta de caridad para que se reúna inmediatamente a providenciar conforme a sus atribuciones lo que estime conveniente para contener la epidemia de las viruelas y socorrer a los atacados por ellas.

    2. Se dirigirá oficio precisamente el día de mañana a todos los facultativos de esta capital para que informen si en efecto ha aparecido ya la epidemia, y ordenándoles participar su principio si a su juicio no ha comenzado todavía.

    3. Se nombrará una comisión de dos o más facultativos para examinar si el pus vacuno que hoy se ministra, está o no desvirtuado.

    4. En caso de que esté, se acordará su pronta posición a todo costo a reserva de exigirle al facultativo encargado de aquél, la responsabilidad por haberlo dejado perder.

    Después de discutir estas propuestas, se acordó aprobar las tres primeras. Además se acordó que se aplicase en "términos muy breves" el pus vacuno, ya que se sabía que sí había "prendido" en varios la vacuna, y siendo el único antídoto contra las viruelas, debía usarse hasta saber si realmente estaba desvirtuado. Además se dijo que no se podía asegurar que el pus vacuno se hallara desvirtuado, pero que no se desconocía que a veces se había tenido que reponer dicho pus ya que se había desvirtuado, por lo que se había dejado de vacunar a muchos niños y jóvenes.

    Respecto a los facultativos que deberían encargarse del asunto, se decidió que éstos serían los señores Ramón Covarrubias y Cayetano Muñoz, y que a los demás que había en la ciudad se les dirigiría un oficio del que se habla en la segunda proposición.

    Al siguiente día, el 8 de enero, se les envió el mencionado oficio a los señores Covarrubias y Muñoz. Y para el 9 de enero se recibió su contestación. Decían que el fluido vacuno que se estaba ministrando era bueno, con probabilidad de cuatro a uno. También se recibieron las contestaciones de los otros facultativos a los que se les había enviado oficio para consultarlos. Éstos eran los señores Vidcente Naveda, Calixto Rojas, Abundio Corona, y Antonio Pérez. La respuesta, por lo general, fue que "en la ciudad hay algunos virulentos pero no se experimenta una peste reinante"; sin embargo, recomendaban "acudir con el remedio" porque temían un incremento debido a la estación que estaba por llegar, es decir la primavera. El señor Raso dijo que en el supuesto de que indudablemente se halla un grano bueno, de éste se debe vacunar, y de todos los demás que se califiquen como buenos, para que a la vuelta de uno o dos períodos haya pus suficiente para ministrarlo en todas las parroquias, cuarteles y parajes, tal y como se hizo en el año de 1830. También se acordó que sólo podrían vacunar las personas que estuvieran facultadas para ello.

    El 16 de enero el señor Rizo informaba en cabildo de los resultados que había tenido la aplicación de la vacuna. Dijo que todos los niños que les presentó a los señores Covarrubias y Muñoz tuvieron "granos de muy buena calidad", por lo que el preservativo de la viruela en la ciudad estaba en buen estado, y que el día anterior se habían vacunado más de trescientos niños. Por su parte el señor Remigio Montañés informó por oficio que debido a los muchos enfermos que había en Querétaro, no dudaba que ya existiera la aparición de la peste de viruelas.

    Ante tal situación el cabildo decidió poner en práctica el plan que habían utilizado en 1830, pero con algunas modificaciones. Después de discutir, al final, el Cabildo acordó seguir la siguiente estrategia.

    1ª.Se hará por los regidores de los cuarteles el censo de almas de los niños que no están vacunados, el cual se verificará dentro de cinco días.

    2ª Ofíciese a los señores facultativos invitando su celo filantrópico a efecto de que se presenten a vacunar en la forma del artículo siguiente.

    3ª Teniendo el censo y la anuencia de los facultativos, la vacuna se ministrará por cuarteles del primero al último, poniéndose de acuerdo con el respectivo facultativo para el día y hora en que debe ministrarse el pus, a cuya operación a de presentarse el expresado regidor, y llevará un orden de todos los que se vacunen, siendo de su peculiar cuidado que todos los niños de sus cuarteles queden vacunados, y que el fluido les prenda; para lo que tomarán todas las medidas que les acomode su prudencia.

    4ª Se fijarán rotulones en las esquinas avisando al público que la vacuna se ministrará en la capital por cuarteles según están divididos, sin perjuicio de que los padres de los niños puedan ocurrir al gabinete de lectura pública a donde estará de asiento un facultativo que la propague, siendo de la obligación del regidor avisar a su turno en el que le corresponda el día, hora y local en que deba verificarse.

    A pesar de estas medidas, la situación se presentaba grave. El señor Eulogio Sámano informó el 21 de enero que a la academia sólo habían asistido dos niños ya curados, ya que los demás, al parecer, estaban enfermos de viruela. Decía también que estaba en la mejor disposición de servir al público en la sección que se le asignase para aplicar la vacuna. Ante esta situación el Cabildo decidió dividir la municipalidad en cinco secciones, uniendo cuarteles en cada una de ellas, quedando de la siguiente manera: Cuarteles 1 y 2, el señor Rojas para que ministrara la vacuna en el gabinete de lectura pública; 3 y 4, el señor Montañés en la portería de San Agustín; 5 y 6, el señor Pérez en la portería de San Felipe; 7 y 8, el señor Corona en la portería de la parroquia de Santiago; 9 y 10, el señor Muñoz en la parroquia de San Sebastián. Se acordó que todos los niños deberían ser enviados para ser vacunados, y que el día último de la vacunación sería el viernes 24 del mismo mes. También se dijo que se instruiría a la población por medio de rotulones que serían fijados en la víspera para que los padres de los niños ocurrieran con ellos a los locales señalados.

    El 13 de febrero se informaron los resultados. Éstos no eran nada halagüeños, decían que "la peste de viruelas va haciendo progresos en esta población". Entonces se mandó reservar la participación de otros facultativos, por si alguno de éstos lo anunciase, para tomar providencias. En la misma reunión se informó que en el Pueblito la peste de viruelas estaba atacando fuertemente, pero no se discutió más sobre ello.

    Posteriormente se discutió sobre los recursos que había dejado la señora Josefa Vergara en caso de que hubiera epidemias, pero ya todo parecía inútil, la peste de viruelas avanzaba con fuerza en Querétaro. Los señores Covarrubias y Vértiz informaban que la calidad de la "vacuna pus" era mala y que crecía el número de virulentos en sus respectivos cuarteles.

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