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Memorias de un viajero a Bagua y Utcubamba (Amazonas – Perú)


Partes: 1, 2

    RESUMEN DEL TEXTO:

    La presente memoria histórica que hoy tengo la satisfacción de presentar, constituye nuestro primer esfuerzo por analizar, bajo la luz de un método globalizador, el aspecto histórico y tradicional de las provincias de Bagua y Utcubamba en el departamento de Amazonas (región nororiental del marañón) toda vez que la historia de un pueblo se convierte en elemento integrador y parte indispensable de la tan ansiada identidad regional que hoy bregan por alcanzar nuestros hermanos del valle del utcubamba.

    Evoco el pasado y mis recuerdos me transportan a los primeros días del mes de agosto de 1,979; estoy en las instalaciones de la empresa de transportes "David Olano", ubicada a espaldas del antiguo edificio del Ministerio de Educación, en espera de la salida del ómnibus que me llevará a Bagua Grande, lugar tan lejano como desconocido para un emocionado jovencito de 13 años como yo.

    Es de noche y hace un friecito propio del invierno limeño; enfundado en mi gruesa chompa de lana veo el trajinar de los empleados que llevan maletas y paquetes de un lugar a otro y veo también a rezagados viajeros que pugnan por registrarse y por abordar, de una vez por todas, el vehículo que nos llevará hasta nuestro destino en común.

    Cuando el reloj de mi muñeca marca las siete de la noche escucho una voz fuerte y potente que nos invita a subir al moderno ómnibus Scania que nos conducirá a Chiclayo, primera escala en un viaje de casi 48 horas hasta la ceja de selva del nor oriente peruano allá en el departamento de Amazonas, minutos después, y en rauda marcha, el vehículo enfila hacia la Panamericana Norte; una breve parada en Fiori, para recoger pasajeros de "intermedio" y otra parada en la garita de control de Ancón nos indican que ya estamos dejando Lima.

    Me sentía muy emocionado pues era la primera vez que abandonaba mi hogar para viajar hasta un lugar tan lejano y desconocido. "La selva – me había escrito mi padre – es un lugar hermoso, caluroso, lleno de vegetación y de misterios…" Siempre en la imaginación infantil, la selva se nos presenta como algo tan fabuloso, lleno de animales feroces (leones, víboras), gente viviendo en aldeas o sobre los árboles y totalmente desconectada de lo que llamamos civilización. De ahí que mi emoción y ansiedad por conocer la selva de Amazonas no tenían límites aquella noche.

    Durante toda la noche me la pase mirando absorto las luces de las calles de los pueblitos y ciudades que íbamos pasando. Estaba embelesado; ante mis infantiles ojos se presentaba un territorio que ni en sueños había imaginado conocer. Cuando ingresábamos, en nuestro recorrido, a una nueva ciudad las potentes luces de las calles me permitían observar sus casas, sus comercios y a sus nocturnos habitantes.

    En mi ruta hacia el nor oriente, aquella noche de vela, fui pasando ciudades como Huacho, Huarmey, Pativilca, Casma, Chimbote y Virú. Por la mañana, luego de aquel voluntario desvelo, el sueño se fue apoderando de mí, pero ello no fue motivo para que, un tanto adormilado, pudiera admirar la ciudad de Trujillo con sus señoriales casonas y su monumental coliseo, el Gran Chimú. Luego, cuando el sueño ya me vencía pude ver vagamente los pueblos de Paiján, San Pedro de Lloc y Pacasmayo.

    A media mañana cuando el sol golpeaba con fuerza mi rostro, mi gentil compañero de viaje me despertó para comunicarme que ya estábamos llegando a Chiclayo, "Capital de la Amistad". Luego de pasar Monsefú, el aeropuerto de la FAP y la zona conocida como "La Concordia" ingresamos al centro de la ciudad con rumbo hacia una callejuela llamada Lora y Cordero, ahí la "Olano", en un vetusto local, tenía su agencia principal. Esa mañana entre vendedores de kinkones y el cálido calor norteño terminaba la primera etapa de mi viaje hacia el nor- oriente.

    Como el trasbordo de pasajeros y equipajes, para la segunda etapa del viaje, se realizaría recién a las cinco de la tarde decidí salir -con un poco de temor- a estirar las piernas para recomponer mí agarrotado cuerpo. ¡Qué ciudad diferente a la de Lima! Aquí, pese al bullicio, se respiraba tranquilidad, aire fresco y una sensación de encontrarse en otro país, con otros usos y costumbres, con otra forma de hablar ¿di?

    Esa era la ciudad de Chiclayo que, a fines de los años setenta, llegué a conocer y a la que me di por recorrer durante toda la mañana y tarde de aquel día de agosto de 1979. Cuando las horas fueron pasando recordé, precavido, que el ómnibus salía a las cinco de la tarde en nuestra ruta final hacia Bagua Grande, así que opte por retornar y por "embarcarme" con premura pero ¡oh desilusión! al no haberme registrado con anterioridad – eso se hacía a primeras horas de la mañana – había perdido el cupo para viajar ese día.

    Sin quererlo tuve que permanecer 24 horas más en Chiclayo. ¡Que contrariedad! "Ojalá que mamá y papá no estén preocupados por mi demora"- me dije. Pero, ¿saben? gracias a esta demora involuntaria pude conocer un poco de la vida nocturna de Chiclayo, de su concurrida plaza de armas y de sus animadas calles llenas de comercio y de señoriales casonas de la época republicana. Y gracias, también, a la gentileza del administrador de la empresa pude quedarme a dormir en los asientos de uno de los ómnibus malogrados que había en el taller, ahorrando el pago de un hotel.

    Esa noche dormí pensando en mi madre, allá en Lima, y en mi padre que de seguro me esperaba preocupado en Bagua Grande. Dormí pensando, también, en el río, en la selva, en los árboles, en los animales salvajes; en aquel lugar llamado Bagua Grande que el destino me permitía conocer y que años más tarde se convertiría en una especie de tierra adoptiva para mí.

    Al día siguiente, con el sol de la mañana irrumpiendo en el límpido cielo chiclayano, decidí registrarme con anticipación en la oficina de la Olano para evitar otro contratiempo. Una vez realizado los trámites correspondientes salí nuevamente a pasear por las calles norteñas; una acequia que recorría cierto sector de la ciudad llamó mi atención; en sus aguas se desplazaba majestuosa una familia de "lifes", peces de agua dulce que son la delicia de los comensales norteños. Daba gusto verlos mover sus lustrosos cuerpos y extender sus largos bigotes en búsqueda quizá de su microscópica alimentación. Estuve ahí por espacio de varios minutos hasta que caí en la cuenta que aún no había desayunado así que fui en pos de mis alimentos.

    El desayuno que me proporcione esa mañana consistió en un vaso con champúz y dos deliciosos panes con quesillo que me dejaron totalmente reconfortado. Con el estomago lleno decidí recorrer el mercado Modelo y admirar, por ejemplo, productos marinos que nunca antes había visto: tortugas marinas, rayas, peces totalmente diferentes a los conocidos en Lima. Así como un sector esotérico con huacos, espadas de acero, filtros para el amor y una variedad de hierbas medicinales.

    Cuando mi reloj comunicaba ya la una de la tarde decidí almorzar un suculento seco de cabrito con frijoles acompañado de un platito de ceviche de toyo. El corolario gastronómico – por la tarde – lo constituyó un amago de cena: otro vaso con champúz y dos panes con quesillo, devorados lo más rápido posible pues cercana estaba ya la hora de partir.

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