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Introduccion al estudio de la medicina experimental

Enviado por Maximo Contreras


Partes: 1, 2, 3

  1. Introducción
  2. Del razonamiento experimental
  3. De la idea a priori y de la duda en el razonamiento experimental

Introducción

Curar las enfermedades y conservar la salud: tal es el problema que la medicina se ha planteado desde su origen y del que persigue aún la solución científica. El estado actual de la práctica médica hace presumir que esta solución será buscada aún largo tiempo. Mientras tanto, en su marcha a través de los siglos, constantemente obligada a manifestarse, la medicina ha tentado innumerables ensayos en el terreno del empirismo, y ha sacado de ello útiles enseñanzas. Si bien es cierto que ha sido surcada y conmovida por sistemas de toda especie, cuya fragilidad los ha hecho desaparecer sucesivamente, no es menos cierto que ha realizado investigaciones, adquirido nociones y acumulado materiales preciosos, que tendrán más tarde su lugar y su significación en la medicina científica. En nuestro tiempo, gracias al desenvolvimiento considerable y a la poderosa ayuda de las ciencias físico-quí-micas, el estudio de los fenómenos de la vida, sea en estado normal, sea en estado patológi-co, ha realizado progresos sorprendentes, que se multiplican día a día.

Es evidente entonces para todo espíritu no prevenido, que la medicina se dirige hacia su vía científica definitiva. Por simple marcha natural de su evolución, abandona poco a poco la región de los sistemas para revestir cada vez más la forma analítica y entrar así gradualmente en el método de investigación común a las ciencias experimentales.

Para abrazar el problema médico en su conjunto, la medicina experimental debe compren-der tres partes fundamentales: la fisiología, la patología y la terapéutica. El conocimiento de las causas de los fenómenos de la vida en estado normal, es decir la fisiología, nos enseña a mantener las condiciones normales de la vida y a conservar la salud. El conocimiento de las enfermedades y de las causas que las determinan, es decir, la patología, nos conducirá por un lado a prevenir el desenvolvimiento de estas condiciones mórbidas y, por otro, a combatir sus efectos con agentes medicamentosos, es decir, a curar las enfermedades.

Durante el período empírico de la medicina, que sin duda deberá prolongarse aún largo tiempo, la fisiología, la patología y la terapéutica han podido marchar separadamente, porque no estando constituidas ni las unas ni las otras, no tenían que prestarse mutuo apoyo en la práctica médica. Pero en la concepción de la medicina científica no podría ser así: su base debe ser la fisiología. No estableciéndose la ciencia más que por vía de comparación. el conocimiento del estado patológico o anormal no puede ser obtenido sin el conocimiento del estado normal, lo mismo que la acción terapéutica de los agentes anormales o medicamentosos sobre el organismo no puede ser comprendida científicamente, sin el estudio previo de la acción fisiológica de los agentes normales que mantienen los fenómenos de la vida.

Pero la medicina científica, lo mismo que las otras ciencias, no puede constituirse más que por la vía experimental, es decir, por la aplicación inmediata y rigurosa del razonamiento a los hechos que la observación y la experimentación nos suministran. El método experimental, considerado en sí mismo, no es otra cosa que un razonamiento con cuya ayuda sometemos metódicamente nuestras ideas a la experiencia de los hechos.

El razonamiento es siempre el mismo, tanto para las ciencias que estudian los seres vivos, como para las que se ocupan de los cuerpos inertes. Pero, en cada género de ciencia, los fenómenos varían y presentan una complejidad y dificultades de investigación que les son propias. Es a causa de ello que los principios de la experimentación, como lo veremos más tarde, son incomparablemente más difíciles de aplicar a la medicina y a los fenómenos de los cuerpos vivos, que a la física y a los fenómenos de los cuerpos inertes.

El razonamiento será siempre justo cuando se ejerza sobre nociones exactas y sobre hechos precisos; pero no podrá conducir más que al error, cuantas veces las nociones o los hechos en los que se apoye estén primitivamente viciados de error o de inexactitud. He aquí por qué la experimentación, o sea el arte de obtener experiencias rigurosas y bien determinadas, es la base práctica y en cierta medida la parte ejecutiva del método experimental aplicado a la medicina. Si se quieren constituir las ciencias biológicas y estudiar con fruto los fenómenos tan complejos que se producen en los seres vivientes, sea en el estado fisiológico, sea en el estado patológico, es necesario ante todo plantear los principios de la experimentación, y en seguida aplicarlos a la fisiología, a la patología y a la terapéutica. La experimentación es indiscutiblemente más difícil en medicina que en ninguna otra ciencia; pero, por eso mismo, en ninguna fué nunca más necesaria y más indispensable. Mientras más compleja es una ciencia, más importa en efecto establecer en ella una buena crítica experimental, a fin de obtener hechos comparables y exentos de causas de error. Según nuestra opinión, esto es, hoy por hoy, lo que más importa para el progreso de la medicina.

Para ser digno de este nombre, el experimentador debe ser a la vez teórico y práctico. Si debe poseer de una manera completa el arte de instituir los hechos de experiencia, que son los materiales de la ciencia, debe también darse cuenta claramente de los principios científicos que dirigen nuestro razonamiento, en medio del estudio experimental tan variado de los fenómenos de la naturaleza. Sería imposible separar estas dos cosas: la cabeza y la mano. Una mano hábil sin cabeza que la dirija, es un instrumento ciego; la cabeza sin la mano que realiza, es impotente.

Los principios de la medicina experimental serán desarrollados en nuestra obra desde el triple punto de vista de la fisiología, de la patología y de la terapéutica. Pero, antes de entrar en las consideraciones generales y en las descripciones especiales de los procedimientos operatorios propios de cada una de estas divisiones, creo útil dar, en esta introducción, algunos detalles relativos a la parte teórica o filosófica del método del cual este libro no será en el fondo más que la parte práctica.

Las ideas que vamos a exponer aquí no tienen ciertamente nada de nuevo; el método experimental y la experimentación están introducidos desde hace largo tiempo en las ciencias físico-químicas, que les. deben todo su esplendor. Hombres eminentes han tratado en diversas épocas las cuestiones de método en las ciencias; y en nuestros días, Chevreul desarrolla en todas sus obras consideraciones muy importantes sobre la filosofía de las ciencias experimentales. Después de esto, no podríamos, pues, tener ninguna pretensión filosófica. Nuestro único objetivo es y ha sido siempre, contribuir a la penetración en las ciencias médicas de los principios bien conocidos del método experimental. Es por ello que vamos a resumir aquí esos principios, indicando particularmente las precauciones que conviene tomar en su aplicación, a causa de la complejidad espacialísima de los fenómenos de la vida. Encararemos esas dificultades, primero en el empleo del razonamiento experimental y en seguida en la práctica de la experimentación.

Del razonamiento experimental

DE LA OBSERVACIÓN y DE LA EXPERIENCIA

El hombre no puede observar los fenómenos que le rodean más que en límites muy restringidos; la mayoría escapa naturalmente a sus sentidos, y la observación simple no le basta. Para extender sus conocimientos ha debido amplificar, con ayuda de aparatos especiales, el poder de esos órganos, al mismo tiempo que se ha armado de instrumentos diversos que le han servido para penetrar en el interior de los cuerpos, para descomponer- los y para estudiar sus partes ocultas. Hay que establecer así una gradación necesaria entre los diversos procedimientos de investigación o de búsqueda, que pueden ser simples o complejos: los primeros se dirigen a los objetos más fáciles de examinar y para los cuales bastan nuestros sentidos; los segundos, con ayuda de medios variados, vuelven accesibles a nuestra observación objetos o fenómenos que sin ellos permanecerían siempre desconoci-dos para nosotros, porque en el estado natural están fuera de nuestro alcance. La investiga-ción, sea simple, sea armada y perfeccionada, está, pues, destinada a hacernos descubrir y comprobar los fenómenos más o menos ocultos que nos rodean.

Pero el hombre no se limita a ver; piensa y quiere conocer la significación de los fenóme-nos cuya existencia le ha revelado la observación. Para ello razona, compara los hechos, los interroga, y por las respuestas que obtiene, controla los unos con los otros. Este género de control por medio del razonamiento y de los hechos, constituye, propiamente hablando, la experiencia, y es el único procedimiento que tenemos para instruirnos sobre la naturaleza de las cosas que existen fuera de nosotros.

En el sentido filosófico, la observación muestra y la experiencia instruye. Esta primer distinción va a servirnos de punto de partida para examinar las diversas definiciones de la observación y de la experiencia que han sido dadas por los filósofos y los médicos.

§ I.-Definiciones diversas de la observación

y de la experiencia.

Algunas veces ha parecido que se confundía la experiencia con la observación. Bacon pareció reunir estas dos cosas cuando dijo: "La observación y la experiencia para acumular los materiales, la inducción y la deducción para elaborarlos: he aquí las únicas buenas máquinas intelectuales" .

Los médicos y los fisiólogos, así como la gran mayoría de los sabios, han distinguido la observación de la experiencia, pero no han estado completamente de acuerdo sobre la definición de estos dos términos.

Zimmermann se expresa así: "Una experiencia difiere de una observación, en que el conocimiento que una observación nos procura parece presentarse por sí mismo; mientras que el que una experiencia nos suministra es el fruto de alguna tentativa que se hace con el objeto de saber si una cosa es o no es".

Esta definición representa una opinión bastante adoptada, generalmente. Según ella, la observación sería la constatación de las cosas o de los fenómenos tal como la naturaleza nos los ofrece ordinariamente, mientras que la experiencia sería la constatación de fenómenos creados o determinados por el experimentador. Habría que establecer de esta manera una especie de oposición entre el observador y el experimentador: el primero, permanecería pasivo en la producción de los fenómenos; el segundo. tomaría en ello, por el contrario, una parte directa y activa. Cuvier ha expresado este mismo pensamiento diciendo: "El observador escucha a la naturaleza; el experimentador la interroga y la obliga a revelarse".

A primera vista, y cuando se consideran las cosas de una manera general, esta distinción entre la actividad del experimentador y la pasividad del observador parece clara y fácil de establecer. Pero, desde que se desciende a la práctica experimental, se encuentra que en muchos casos esta separación es muy difícil de hacer y que hasta a menudo lleva involucrada cierta oscuridad. Esto resulta, me parece, de que se ha confundido el arte de la investigación, que busca y constata los hechos, con el arte del razonamiento que los elabora lógicamente para la búsqueda de la verdad. Ahora bien, en la investigación puede haber a la vez actividad del espíritu y de los sentidos, sea para hacer observaciones, sea para hacer experiencias.

En efecto, si se quiere admitir que la observación está caracterizada solamente por aquello que el sabio constata de los fenómenos que la naturaleza ha producido espontáneamente y sin su intervención, no se podría, sin embargo, encontrar que el espíritu como la mano permanezca siempre inactivo en la observación, y se estaría llevado a distinguir bajo este aspecto dos especies de observaciones: unas pasivas, otras activas. Supongo, por ejemplo, lo que ocurre a menudo, que una enfermedad endémica cualquiera sobreviene en un país y se ofrece a la observación de un médico. Es esta una observación espontánea o pasiva, que el médico hace por azar y sin ser conducido a ella por ninguna idea preconcebida. Pero si, después de haber observado los primeros casos, se le ocurre a este médico que la producción de esta enfermedad podría estar en relación con ciertas circunstancias meteorológicas o higiénicas especiales, entonces el médico emprende viaje y se dirige a otros países adonde reina la misma enfermedad, para ver si ella se desenvuelve allí en las mismas condiciones. Esta segunda observación, hecha en vista de una idea preconcebida sobre la naturaleza y la causa de la enfermedad, es lo que se podría evidentemente llamar una observación provocada o activa. Yo diría lo mismo de un astrónomo que, mirando el cielo, descubre un planeta que pasa por casualidad ante su lente; ha hecho con esto una observación fortuita y pasiva, es decir, sin idea preconcebida. Pero si, después de haber constatado las perturbaciones de un planeta, el astrónomo ha llegado a hacer observaciones para buscar la razón de ellas, yo diría que entonces el astrónomo hace observaciones activas, es decir, observaciones provocadas por una idea preconcebida sobre la causa de la perturbación. Se podrían multiplicar hasta el infinito las citas de este género, para probar que, en la constatación de los fenómenos naturales que se nos ofrecen, el espíritu es tan pronto pasivo y tan pronto activo, lo que significa, en otros términos, que la observación se hace tan pronto sin idea preconcebida y por azar, y tan pronto con idea preconcebida, es decir, con intención de verificar la exactitud de un punto de vista del espíritu.

Por otra parte, si se admitiera, como se ha dicho más arriba, que la experiencia se caracteriza sólo porque el investigador constata fenómenos que ha provocado artificialmente, y que naturalmente no se presentarían a él, no podríamos hallar tampoco que la mano del investigador deba intervenir siempre activamente para operar la aparición de estos fenómenos. En efecto, en ciertos casos, se han visto accidentes en los que la naturaleza actuaba por sí, y allí aún estaríamos obligados a distinguir, desde el punto de vista de la intervención manual, experiencias activas y experiencias pasivas. Supongo que un fisiólogo quiera estudiar la digestión y saber lo que pasa en el estómago de un animal vivo; dividirá las paredes del vientre y del estómago según reglas operatorias conocidas, y establecerá lo que se llama una fístula gástrica. Ciertamente, el fisiólogo creerá haber realizado una experiencia, porque ha intervenido activamente para producir fenómenos que no se ofrecían naturalmente a sus ojos. Pero ahora preguntaré: el doctor W. Beaumont, ¿efectuó una experiencia cuando encontró a ese joven cazador canadiense que, después de haber recibido a boca de jarro una bala de fusil en el hipocondrio izquierdo, conservó, a la caída de la escara, una ancha fístula del estómago por la cual se podía ver el interior de este árgano? Durante muchos años el Dr. Beaumont, que había tomado este hombre a su servicio, pudo estudiar de visu los fenómenos de la digestión gástrica, como nos lo hizo saber en el interesante diario que nos ofreció sobre ese tema. En el primer caso el fisiólo-go ha obrado en virtud de la idea preconcebida de estudiar los fenómenos digestivos, y ha hecho una experiencia activa. En el segundo caso un accidente ha producido la fístula en el estómago, y ella se ha presentado fortuitamente al Dr. Beaumont, quien según nuestra definición hubiera realizado una experiencia pasiva, si está permitido hablar así. Estos ejemplos prueban pues que, en la constatación de los fenómenos calificados de experiencias, no siempre interviene la actividad manual del experimentador, puesto que ocurre que tales fenómenos pueden, como lo hemos visto, presentarse como observaciones pasivas o fortuitas.

Pero hay fisiólogos y médicos que han caracterizado en forma algo diferente la observación y la experiencia. Para ellos la observación consiste en la constatación de todo lo que es normal y regular. Poco importa que el investigador haya provocado por sí mismo, o por mano de otro, o por accidente, la aparición de los fenómenos: desde que los considera sin turbarlos y en su estado normal, lo que ha realizado es una observación. Así en los dos ejemplos de fístula gástrica que hemos citado precedentemente, habría habido, según estos autores, observación, porque en los dos casos se han tenido bajo los ojos los fenómenos digestivos conforme al estado natural. La fístula no ha servido más que para ver mejor y para hacer la observación en condiciones más favorables.

La experiencia, por el contrario, implica según los mismos fisiólogos la idea de una variación o una perturbación intencionalmente aportadas por el investigador a las condiciones de los fenómenos naturales. Esta definición conviene en electo a un grupo numeroso de experiencias que se practican en fisiología y que podrían llamarse experiencias por destrucción. Esta manera de experimentar que remonta a Galeno, es la más simple, y tenía que presentarse al espíritu de los anatomistas deseosos de conocer en el vivo la función de las partes que aislaban para su disección en el cadáver.

Para ello, se suprime un órgano en el vivo, por la sección o por la ablación, y de acuerdo a la perturbación producida en el organismo entero o en una función especial, se juzga de la función del órgano extraído. Este procedimiento experimental esencialmente analítico, es puesto en práctica todos los días en fisiología. Por ejemplo, la anatomía había enseñado que se distribuyen en la cara dos nervios principales: el facial y el quinto par; para conocer sus funciones se les cortó sucesivamente. El resultado mostró que la sección del facial trae aparejada la pérdida del movimiento, y la sección del quinto par la perdida de la sensibilidad. De donde se ha concluido que el facial. es el nervio motor de la cara y el quinto par el nervio sensitivo.

Hemos dicho que estudiando la digestión por medio de una fístula no se practica más que una observación, según la definición que examinamos. Pero si después de haber establecido la fístula se cortan los nervios del estómago, con la intención de ver las modificaciones que de ello resulten en la función digestiva, entonces siguiendo el mismo criterio se practica una experiencia, porque se trata de conocer la función de una parte, de acuerdo a la perturbación que su supresión trae aparejada. Lo que puede resumirse diciendo que en la experiencia hay que formular un juicio por comparación de dos hechos, el uno normal, anormal el otro.

Esta definición de la experiencia supone necesariamente que el experimentador debe poder tocar el cuerpo sobre el cual quiere influir, sea destruyéndolo, sea modificándolo, a fin de conocer así el papel que desempeña en los fenómenos de la naturaleza. Como lo veremos más tarde, es también sobre esta posibilidad de influir o no sobre los cuerpos, que reposará exclusivamente la distinción entre las ciencias llamadas de observación y las ciencias llamadas experimentales.

Pero si la definición de experiencia que acabamos de dar difiere de la que habíamos examinado en primer término en que admite que no hay experiencia más que cuando se puede hacer variar o se descompone por una especie de análisis el fenómeno que se quiere conocer, se le asemeja sin embargo en que sigue suponiendo como la primera una actividad intencional del experimentador en la producción de esta perturbación de los fenómenos. Ahora bien, sería fácil demostrar que a menudo la actividad intencional del operador puede ser reemplazada por un accidente. Hasta se podrían distinguir aquí, como en la primera definición, perturbaciones sobrevenidas intencionalmente y perturbaciones sobrevenidas espontánea y no intencionalmente. En efecto, volviendo a nuestro ejemplo en el cual el fisiólogo corta el nervio facial para conocer sus funciones, voy a suponer, lo que ocurre a menudo, que una bala, un sablazo, una carie del petroso, lleguen a cortar o a destruir el facial; de ello resultará fortuitamente una parálisis del movimiento, es decir una perturbación que es exactamente la misma que el fisiólogo hubiera determinado intencionalmente.

Lo mismo ocurrirá en una infinidad de lesiones patológicas que constituyen verdaderas experiencias de las que sacan provecho el médico y el fisiólogo, sin que a pesar de ello haya de su parte ninguna premeditación para provocar esas lesiones, que son en el hecho, la enfermedad misma. Señalo desde ahora esta idea porque nos será útil más tarde para probar que la medicina posee verdaderas experiencias, bien que estas últimas sean espontáneas y no provocadas por el médico.

Haré todavía una advertencia que servirá de conclusión. Si la experiencia se caracteriza, en efecto, por una variación o por una perturbación aportadas a un fenómeno, esto es exacto sólo en la medida en que se sobreentiende que es necesario hacer la comparación de esa perturbación con el estado normal. En efecto, como la experiencia no es másque un juicio, exige necesariamente comparación entre dos cosas, y lo que es realmente intencional o activo en la experiencia, es la comparación que el espíritu quiere realizar. Ahora bien, el espíritu del experimentador compara de igual manera, ya sea producida la perturbación por accidente o de otro modo. No es necesario pues que uno de los hechos que se comparan sea considerado como una perturbación; tanto más cuanto que no hay en la naturaleza nada de perturbado ni de anormal; todo pasa de acuerdo a leyes que son absolutas, es decir, siempre normales y determinadas. Los efectos varían en razón de las condiciones que los manifiestan, pero las leyes no varían. El estado fisiológico y el estado patológico están regidos por las mismas fuerzas, y no difieren más que por las condiciones particulares en las que la ley vital se manifiesta.

§ II. – Adquirir experiencia y apoyarse en la observación es distinto de practicar experiencias y hacer observaciones

El reproche general que yo dirigiría a las definiciones que preceden, es haber dado a las palabras un sentido demasiado circunscripto, sin tener en cuenta más que el arte de la investigación, en vez de encarar al mismo tiempo la observación y la experiencia como los dos términos extremos del razonamiento experimental. Vemos que faltan por eso a estas definiciones claridad y generalidad. Pienso pues que para dar a la definición toda su utilidad y todo su valor, es preciso distinguir lo que pertenece al procedimiento de investigación empleado para obtener los hechos, de lo que pertenece al procedimiento intelectual que los elabora y que constituye a la vez el punto de apoyo y el "criterium" del método experimental.

En la lengua francesa, la palabra experiencia, en singular, significa de una manera general y abstracta, la instrucción adquirida por la práctica de la vida. Cuando se aplica a un médico, la palabra experiencia tomada en singular, expresa la instrucción que ha adquirido por el ejercicio de la medicina. Ocurre lo mismo en las otras profesiones, y es en este sentido que se dice que un hombre ha adquirido experiencia, que tiene experiencia. Luego se ha dado por extensión yen sentido concreto el nombre de experiencias a los hechos que nos suministran esta instrucción experimental de las cosas.

La palabra observación en singular, en su acepción general y abstracta, significa la constatación exacta de un hecho con ayuda de medios de investigación y de estudios apropiados a esta constatación. Por extensión y en un sentido concreto, se ha dado también el nombre de observaciones a los hechos constatados, y es en este sentido que se dice observaciones médicas, observaciones astronómicas, etc.

Cuando se habla de una manera concreta y cuando se dice: hacer experiencias o hacer observaciones, esto significa que nos entregamos a la investigación y a la búsqueda, que tentamos ensayos, pruebas, con el objeto de adquirir hechos de los cuales el espíritu, con ayuda del razonamiento, podrá sacar un conocimiento o una instrucción.

Cuando se habla de una manera abstracta y cuando se dice: apoyarse sobre la observación y adquirir experiencia, esto significa que la observación es el punto de apoyo del espíritu que razona, y la experiencia el punto de apoyo del espíritu que juzga, o mejor aún el fruto de un razonamiento justo aplicado a la interpretación de los hechos. De donde se sigue que se puede adquirir experiencia sin hacer experiencias sólo con que se razone conveniente-mente sobre los hechos bien establecidos, de igual manera que se pueden hacer experiencias y observaciones sin adquirir experiencia, si nos limitamos a la constatación de los hechos.

La observación es pues lo que muestra los hechos; la experiencia es lo que instruye sobre los hechos y lo que da experiencia relativamente a una cosa. Pero como esta instrucción no puede alcanzarse más que por una comparación y un juicio, es decir, a consecuencia de un razonamiento, resulta de ello que sólo el hombre es capaz de adquirir experiencia y por ella perfeccionarse.

"La experiencia, dijo Goethe, corrige al hombre cada día." Pero es porque razona justa y experimentalmente sobre lo que observa; sin eso no se corregiría. El hombre que ha perdido la razón, el alienado no se instruye por la experiencia, no razona más experimentalmente. La experiencia es pues el privilegio de la razón. "Sólo el hombre es capaz de verificar sus pensamientos, de ordenarlos; sólo el hombre es capaz de corregir, de rectificar, de mejorar, de perfeccionar y de poder así todos los días volverse más hábil, más discreto y más feliz. Sólo para el hombre, en fin, existe un arte, un arte supremo, del que todas las artes más alabadas no son más que los instrumentos y la obra: el arte de la razón, el razonamiento." 1

Nosotros daremos a la palabra experiencia, en medicina experimental, el mismo sentido general que conserva en todas partes. El sabio se instruye cada día por la experiencia; por ella corrige incesantemente sus ideas científicas, sus teorías, las rectifica para armonizarlas con un número de hechos de más en más creciente, y para aprovechar el arte de la razón, el razonamiento".

Podemos instruirnos, es decir, adquirir experiencia sobre lo que nos rodea, de dos maneras, empíricamente y experimentalmente. Hay por lo pronto una especie de instrucción o de experiencia inconsciente y empírica que se obtiene por la práctica de cada cosa. Pero este conocimiento que se adquiere así, no por ello está menos acompañado, necesariamente, de un razonamiento experimental vago que hacemos sin darnos cuenta, y a consecuencia del cual se aproximan los hechos a fin de formular sobre ellos un juicio.

La experiencia puede adquirirse, pues, por un razonamiento empírico e inconsciente; pero esta marcha oscura y espontánea del espíritu, ha sido erigida por el sabio en un método claro y razonado, que procede ahora más rápidamente y de una manera consciente hacia un objetivo determinado. Tal es el método experimental en las ciencias, de acuerdo al cual la experiencia es adquirida siempre en virtud de un razonamiento preciso establecido sobre una idea que ha hecho nacer la observación y que controla la experiencia. En efecto, hay en todo conocimiento experimental tres fases: observación hecha, comparación establecida y juicio motivado. El método experimental no hace otra cosa que formular un juicio sobre los hechos que nos rodean, con ayuda de un "'criterium" que no es él mismo otra cosa que un hecho dispuesto de manera de controlar el juicio y de procurarnos la experiencia. Tomada en este sentido general, la experiencia es la única fuente de los conocimientos humanos. El espíritu no tiene en sí mismo más que el sentimiento de una relación necesaria en las cosas, pero no puede conocer la forma de esta relación más que por la experiencia.

Habrá, pues, que considerar dos cosas en el método experimental: 1º el arte de obtener hechos exactos por medio de una investigación rigurosa; 2º el arte de elaborarlos por medio de un razonamiento experimental a fin de hacer surgir de ellos el conocimiento de la ley de los fenómenos. Hemos dicho que el razonamiento experimental se ejerce siempre y necesariamente sobre dos hechos a la vez, el uno que sirve de punto de partida: la observación; el otro que le sirve de conclusión o de control: la experiencia. A menudo no es, en cierta manera, más que como abstracción lógica y en razón del lugar que ocupan, que se puede distinguir en el razonamiento, el hecho observación del hecho experiencia.

Pero, fuera del razonamiento experimental, la observación y la experiencia no existen ya en el sentido abstracto que precede; no hay en la una como en la otra más que hechos concretos que se tratan de obtener por procedimientos de investigación exactos y rigurosos. Veremos más adelante, que en el investigador mismo deben distinguirse el observador y el experimentador: no según que sea activo o pasivo en la producción de los fenómenos, sino según que actúe o no sobre ellos para dominados.

§ III. Del investigador; de la búsqueda científica.

El arte de la investigación científica es la piedra angular de todas las ciencias experimentales. Si los hechos que sirven de base al razonamiento están mal establecidos o son erróneos, todo se derrumbará o todo resultará falso; y es así cómo, lo más a menudo, los errores en las teorías científicas tienen por origen errores de hecho.

En la investigación considerada como arte de búsquedas experimentales, no hay más que hechos puestos a luz por el investigador Y constatados lo más rigurosamente posible con ayuda de los medios más apropiados. No hay para qué distinguir aquí al observador del experimentador por la naturaleza de los procedimientos de investigación usados. He demostrado en el parágrafo precedente, que las definiciones y las distinciones que se han tratado de establecer de acuerdo a la actividad o la pasividad de la investigación, no son sostenibles. En efecto, el observador y el experimentador son investigadores que tratan de constatar los hechos en la mejor forma posible, y que emplean con este objeto medios de estudio más o menos complicados, según la complejidad de los fenómenos que estudian. Pueden, uno y otro, tener necesidad de la misma actividad manual e intelectual, de la misma habilidad, del mismo espíritu de invención, para crear y perfeccionar los diversos aparatos o instrumentos de investigación que les son comunes en su mayoría. Cada ciencia tiene en cierta manera un género de investigación que le es propio, y un conjunto de instrumentos y de procedimientos especiales. Esto se concibe fácilmente, puesto que cada ciencia se distingue por la naturaleza de sus problemas y por la diversidad de los fenómenos que estudia. La investigación médica es la más complicada de !odas; ella comprende todos los procedimientos propios de las investigaciones anatómicas, fisiológicas, patológicas y terapéuticas, y además, al ampliarse, toma prestados a la química y a la física una multitud de medios de investigación que llegan a serle poderosos auxiliares. Todos los progresos de las ciencias experimentales se miden por el perfeccionamiento de sus medios de investigación. Todo el porvenir de la medicina experimental, está subordinado a la creación de un método de investigación aplicable con fruto al estudio de los fenómenos de la vida, sea en estado normal, sea en estado patológico. No insistiré aquí sobre la necesidad de semejante método de investigación experimental en medicina, ni ensayaré siquiera enumerar sus dificultades. Me limitaré a decir que toda mi vida científica está dedicada a colaborar por mi parte en esta obra inmensa, que la ciencia moderna tendrá la gloria de haber comprendido y el mérito de haber inaugurado, dejando a los futuros siglos el cuidado de continuarla y de fundarla definitivamente. Los dos volúmenes que constituirán mi obra sobre los Principios de la Medicina Experimental, estarán consagrados exclusivamente al desarrollo de procedimientos de investigación experimental aplicados a la fisiología, a la patología y a la terapéutica. Pero como es imposible para uno solo encarar todas las fases de la investigación médica, y también para limitarme dentro de un tema tan vasto, me ocuparé más particularmente de la regularización de los procedimientos de vivisecciones zoológicas. Esta rama de la investigación biológica es sin discusión la más delicada y la más difícil; pero yo la considero como la más fecunda y como aquella que puede ser de mayor utilidad inmediata para el adelanto de la medicina experimental.

En la investigación científica, los menores procedimientos tienen la más alta importancia. La elección feliz de un animal, un instrumento construído de cierta manera, el empleo de un reactivo en lugar de otro, bastan a menudo para resolver las cuestiones generales más elevadas. Cada vez que aparece un medio nuevo y seguro de análisis experimental, se ve a la ciencia hacer progresos en las cuestiones a las que ese medio puede ser aplicado. Por el contrario, un mal método y procedimientos de investigación defectuosos, pueden arrastrar a los errores más graves y retardar la ciencia extraviándola. En una palabra, las más grandes verdades científicas, tienen sus raíces en los detalles de la investigación experimental que constituyen en cierta manera el suelo en el que estas verdades se desarrollan.

Es preciso haberse criado y haber vivido en los laboratorios para sentir bien toda la importancia de todos esos detalles de procedimientos de investigación, que son tan a menudo ignorados y despreciados por los falsos sabios que se titulan generalizadores. Sin embargo, jamás se llegará a generalizaciones verdaderamente fecundas y luminosas sobre los fenómenos vitales, como no sea en la medida en que se haya experimentado por sí mismo y removido en el hospital, en el anfiteatro o en el laboratorio, el terreno fétido o palpitante de la vida. Se ha dicho en alguna parte que la verdadera ciencia debía ser comparada a una meseta florida y deliciosa a la cual no se podía llegar más que después de haber trepado pendientes escarpadas y de haberse desollado las piernas a través de las zarzas y las malezas. Si tuviera yo que hacer una comparación que expresara mi sentimiento de la vida, diría que es un salón soberbio todo resplandeciente de luz, al que no se puede llegar más que pasando por una larga y espantosa cocina.

§ IV. Del observador y del experimentador; de las ciencias de observación y de experimentación.

Acabamos de ver que desde el punto de vista del arte de la investigación, la observación y la experiencia no deben ser consideradas más que como hechos puestos a luz por el investigador, y hemos agregado que el método de investigación no distingue al que observa del que experimenta. ¿Dónde reside, pues, se preguntará, la distinción entre el observador y el experimentador? Hela aquí: se da el nombre de observador a quien aplica los procedimientos de investigación simple o compleja al estudio de fenómenos que él no modifica, los que recoge, en consecuencia, tal como la naturaleza se los ofrece. Se da el nombre de experimentador a quien emplea los procedimientos de investigación simple o compleja para hacer variar o modificar, con un objetivo cualquiera, los fenómenos naturales y hacerlos aparecer en circunstancias o en condiciones en las que la naturaleza no se los presentaba. En este sentido, la observación es la investigación de un fenómeno natural, y la experiencia es la investigación de un fenómeno modificado por el investigador. Esta distinción, que parece ser completamente extrínseca y residir simplemente en una definición de palabras, da sin embargo, como vamos a verlo, el único sentido según el cual es posible comprender la diferencia importante que separa las ciencias de observación de las ciencias de experimentación o experimentales.

Hemos dicho, en un parágrafo precedente, que desde el punto de vista del razonamiento experimental, las palabras observación y experiencia tomadas en sentido abstracto, significan: la primera, la constatación pura y simple de un hecho; la segunda, el control de una idea por un hecho. Pero, si no encaráramos la observación más que en ese sentido abstracto, no nos sería posible extraer de ella una ciencia de observación. La simple constatación de los hechos no podrá jamás llegar a constituir una ciencia. Por mucho que se multiplicaran los hechos o las observaciones, no llegaríamos a adelantar un solo paso. Para instruirse hay que razonar necesariamente sobre lo que se ha observado, comparar los hechos y juzgarlos por medio de otros hechos que sirvan de control. Pero una observación puede servir de control a otra observación. De manera que una ciencia de observación será simplemente una ciencia hecha con observaciones, es decir una ciencia en la que se razonará sobre hechos de observación natural, tales como los que hemos definido más arriba. Una ciencia experimental o de experimentación será una ciencia hecha con experiencias, es decir, en la que se razonará sobre hechos de experimentación obtenidos en condiciones que el experimentador ha creado y determinado por sí mismo.

Hay ciencias, como la astronomía, que permanecerán siempre para nosotros como ciencias de observación, porque los fenómenos que ellas estudian están más allá de nuestra esfera de acción; pero las ciencias terrestres pueden ser a la vez ciencias de observación y ciencias experimentales. Hay que agregar que todas estas ciencias comienzan por ser ciencias de observación pura; sólo al avanzar en el análisis de los fenómenos llegan a ser experimenta-les, porque el observador, transformándose en experimentador, imagina procedimientos de investigación para penetrar en los cuerpos y hacer variar las condiciones de los fenómenos.

La experimentación no es más que la utilización de procedimientos de investigación especiales del investigador.

Ahora, en cuanto al razonamiento experimental, será absolutamente el mismo en las cien-cias de observación y en las ciencias experimentales. Siempre se llegará al juicio por medio de una comparación apoyada en dos hechos, uno que sirve de punto de partida, otro que sirve de conclusión al razonamiento. Sólo que en las ciencias de observación, los dos hechos serán siempre observaciones; mientras que en las ciencias experimentales, los dos hechos podrán ser tomados a la experimentación exclusivamente, o a la experimentación y a la observación a la vez, según el caso y según que se penetre más o menos profundamente en el análisis experimental. Un médico que observa una enfermedad en diversas circunstancias, que razona sobre la influencia de esas circunstancias y que saca consecuencias que se encuentran controladas por otras observaciones, hará un razonamiento experimental, aunque no practique experiencias. Si quiere ir más lejos y conocer el mecanismo interno de la enfermedad, se encontrará frente a fenómenos ocultos y tendrá entonces que experimentar; pero razonará siempre en igual forma.

Un naturalista que observe animales en todas las condiciones de su existencia y que saque de estas observaciones consecuencias que se hallen verificadas y controladas por otras observaciones, empleará el método experimental aunque no haga experimentación propiamente dicha. Pero si necesita observar fenómenos en el estómago, debe imaginar procedimientos de experimentación más o menos complejos para ver en una cavidad oculta a sus miradas. Sin embargo el razonamiento experimental es siempre el mismo; Réaumur y Spallanzani aplican igualmente el método experimental cuando realizan sus observaciones de historia natural o sus experiencias sobre la digestión. Se admite que Pascal practicó una experiencia cuando realizó una observación barométrica al pie de la torre de Saint-Jacques, verificando inmediatamente otra en lo alto de la torre, y sin embargo no son más que dos observaciones comparadas sobre la presión del aire, ejecutadas de acuerdo a la idea preconcebida de que esta presión debía variar según la altura. Por el contrario, cuando Jenner observaba en un árbol al cuco con un catalejo, para no espantarlo, hacía una simple observación, porque no la comparaba a otra para sacar una conclusión y formular sobre ella un juicio. De igual manera el astrónomo hace primero observaciones y luego razona sobre ellas para obtener un conjunto de nociones que controla con observaciones hechas en condiciones propias para ese objeto. Ahora bien, este astrónomo razona como los experimentadores, porque la experiencia adquirida implica siempre juicio y comparación entre dos hechos ligados en el espíritu por una idea.

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