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La oratoria como disciplina de convergencia


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Elocuencia y Oratoria
  3. Anatomía del Discurso. Reglas y Preceptos Oratorios
  4. Figuras de Palabras y de Pensamiento
  5. Formación del Discurso
  6. Ideas, Orden, Formas y Palabras en el Discurso
  7. El Discurso y el Orador
  8. Reflexiones sobre la Aplicación de las Reglas Enunciadas
  9. Diversos Tipos de Elocuencia
  10. La Improvisación
  11. Síntesis Crítica del Estilo
  12. Higiene Verbal
  13. La Voz
  14. La Lectura
  15. Conclusión

Introducción

La comunicación humana se vehiculiza sustancialmente (aunque no exclusivamente) de manera verbal. Parecería que un hecho tan espontáneo y natural no merece mayor consideración y análisis. Si sólo se trata de hablar siguiendo la costumbre y los hábitos adquiridos, entonces es cierto que nada más puede agregarse y se lo toma como algo ya establecido. Pero si se quiere analizar este complejo fenómeno, indagar acerca de su estructura, estudiar sus partes componentes y desarrollar todas sus posibilidades, entonces ya entramos en un terreno muy especial y bastante complejo. Y así nace la Oratoria, tema objeto de este artículo, que se mostrará que es una verdadera ciencia que se acompaña por una técnica compleja y que reviste la característica esencial de abarcar diversos aspectos atingentes a varias disciplinas.

Elocuencia y Oratoria

"La elocuencia , dice Kant, es el arte de dar a un ejercicio serio del entendimiento el carácter de un juego libre de la imaginación; la poesía es el arte de dar a un libre juego de la imaginación el carácter de un ejercicio serio del entendimiento".Si a la disposición natural por la elocuencia se añade el arte que la cultiva y hace apta para todos los usos de la palabra, resulta la oratoria. A pesar de su origen natural y de obedecer a poderosos móviles espontáneos, es preciso acudir a los recursos del arte, pues es evidente que sin ellos no se conseguiría el fin que explícitamente la oratoria se propone.Indudablemente que los hombres rudos, los pueblos salvajes, las expresiones primitivas mismas del hombre, ofrecen modelos de elocuencia natural o, más bien, de expresiones elocuentes. Pero ni Demóstenes, ni Cicerón, ni Bossuet habrían podido componer el menor de sus discursos sin la constancia, sin el amor al estudio y al arte que no les abandonó un solo momento.

En medio del furor de la pelea, de las conmociones populares, de las asambleas turbulentas, doquiera que se irritan y se desbordan con furioso ímpetu las pasiones, nacen de los labios más rudos elocuentísimos rasgos, dignos de transmitirse a la posteridad. Mas para combatir frente a frente las preocupaciones, hondamente arraigadas, para triunfar de la inconstancia de los atenienses y del oro de Filipo, para anonadar la osadía de un Catilina, para salvar a un nación de una bancarrota inminente, para sostener la causa de la desvalida Irlanda, para hacer resonar la voz de la religión en los pechos gangrenados por el vicio, la frivolidad y el escepticismo, no basta haber nacido con las dotes más privilegiadas, sino que es indispensable una voluntad de hierro para el trabajo, porque sólo a fuerza de largos combates y sufrimientos puede adquirirse la ciencia, el conocimiento del hombre y el libre imperio de la imaginación, de las pasiones y de la palabra. De modo que este arte de hablar de manera que se consiga el fin para que se habla, requiere argumentos sólidos, método claro y ser la expresión de probidad del orador, junto con la gracia del estilo y de la expresión, siendo el buen sentido el fundamento de todo discurso.

Este "arte de la persuasión" tiene múltiples facetas. Pero es preciso aclarar la diferencia que existe entre "convencer" y "persuadir". La convicción es relativa solamente al entendimiento; la persuación a la voluntad y a la práctica. Oficio será del filósofo convencer, pero oficio del orador será persuadir a obrar conforme a la convicción de la verdad. La convicción no siempre va acompañada de la persuación. Ellas debieran a la verdad ir juntas: e irían si la inclinación siguiese constantemente el dictamen de la egoencia. Se puede estar convencido de que la virtud y la justicia son laudables y no estar al mismo tiempo persuadido a obrar conforme a ellas. La inclinación puede oponerse, aunque esté satisfecho el juicio y las pasiones pueden prevalecer contra el entendimiento.Será oficio, entonces, del orador, persuadir al ser a obrar conforme a su convicción. Se establecerán tres grados de elocuencia oratoria: el primero e ínfimo es el que únicamente mira o agrada a los oyentes; tal en general la elocuencia de los panegíricos, de las oraciones inaugurales y otros. Es género ornamental de composición. El segundo es más elevado y es cuando el orador aspira no solamente a agradar sino también a informar, instruir y persuadir. Y el tercer grado es aquél que influye en gran manera sobre el alma y por él es convencida e interesada, conmoviéndola y arrastrándola con el orador para disponerla, finalmente, a resolverse a obrar conforme a la causa expuesta. Generalmente este tipo de elocuencia va acompañada de cierta sublime pasión que inflama el corazón del orador y transmite una suerte de fuego vocacional a los oyentes.Los antiguos dividían la locución pública en tres géneros: el demostrativo era la alabanza o vituperio; el deliberativo, que supone la persuasión y la disuasión y el judicial (acusar o defender), que puede relacionarse a las juntas populares, al púlpito y al foro respectivamente.

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