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El ?matema existencial? en Alain Badiou

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    La filosofía ha sido definida en el transcurso de su historia de diversas maneras: como actitud, como pensamiento, como acción, como lenguaje. Esta necesidad de definirla se debe a su propia naturaleza teñida de múltiples aspectos que hacen a su complejidad, podemos señalar -a modo de ejemplo- las diferentes posiciones frente al mismo problema; el debate entre autores que comparten un espacio y un tiempo definidos; desafíos de época junto al eso de las tradiciones.

    La filosofía ha sido definida en el transcurso de su historia de diversas maneras: como actitud, como pensamiento, como acción, como lenguaje.

    Esta necesidad de definirla se debe a su propia naturaleza teñida de múltiples aspectos que hacen a su complejidad, podemos señalar -a modo de ejemplo- las diferentes posiciones frente al mismo problema; el debate entre autores que comparten un espacio y un tiempo definidos; desafíos de época junto al peso de las tradiciones. En un intento más contemporáneo, que rechaza el anuncio del fin del relato filosófico, nos conduce a pensar su condición.

    La condición de la filosofía, siguiendo el propósito de Alain Badiou, me lleva a plantear el problema en plural, es decir, a las condiciones.

    Entiendo que el concepto de condición nos acerca tanto a lo que hace posible algo, lo posibilita; como a lo que lo condiciona, lo limita.

    En esa tensión que existe entre lo que posibilita y limita al mismo tiempo está planteado este problema, que intenta a su vez pensar, interrogar las condiciones de la filosofía -tanto en su punto de partida como en su punto de llegada-, admitiendo que este último es -en definitiva- un punto de fuga.

    Como partida, el comienzo de la filosofía, su posibilidad, es inmanente, inseparable de su razón de ser, de concebirse a sí misma. Al considerar más de una condición de la filosofía, estoy aceptando que la posibilidad de la filosofía no se anuda a un aspecto, sino que se reparte en una multiplicidad.

    Como llegada, el arribo de la filosofía se transforma en un punto de fuga, una dispersión que conduce a las interrogaciones de las que no puede escapar; es de este modo que los sistemas filosóficos clausurados en su síntesis, han sido desmembrados por sus seguidores o detractores.

    Si lo propio de la filosofía es abrir la interrogación al límite de interrogarse sobre sí misma, esa afirmación (es) o esa negación (no es) se suspende en la pregunta, queda en suspenso, sospechada.

    En la afirmación: "la filosofía es pensar", anida la interrogación: ¿qué es pensar filosóficamente?, la afirmación se pierde en la interrogación; cada pregunta remite a otra y al mismo tiempo cada respuesta queda suspendida en nuevas interrogaciones.

    En esta puesta en juego se apuesta, se juega el destino del filosofar, del pensar. Toda actitud inicial marca un rumbo pero a su vez en ese caminar, transitar la respuesta, se gestan las consecuencias del pensamiento filosófico.

    Esta puesta en acto de pensar las condiciones nos conduce principalmente a las consecuencias políticas de pensar filosóficamente, ¿qué significa pensar filosóficamente el presente?. En la gravedad de esa interrogación, gravita y se agrava la posible salida; si es que la respuesta es una salida o un alertarse ante lo real.

    Arriesgar una conjetura de esta naturaleza, nos deja situados ante el siguiente desafío: mostrar que pensar filosóficamente nos conduce a pensar políticamente la situación actual.

    La afirmación heideggeriana "todo lo grave da que pensar" se consume en su conclusión "lo grave de nuestra época es que todavía no pensamos", es mi intención completar esa frase al decir que lo grave de nuestra época es que no pensamos políticamente.

    Pensar políticamente significa anunciar, advertir el peligro de un pensamiento que puede llevarnos al nazismo; algo que el mismo Martín Heidegger no podía admitir, razón por la cual su afirmación queda suspendida en la pregunta ¿qué significa pensar?

    "Todo lo grave da que pensar. Mas este don lo confiere siempre y solamente en la medida que lo grave es ya de por sí aquello que ha de ser pensado. De aquí en adelante lo llamaremos aquello que, por haberlo sido siempre y en primer lugar, continúa siendo lo que ha de ser pensado: lo gravísimo. ¿Qué es lo gravísimo, y cómo se manifiesta en nuestra época grave? (…) Lo gravísimo de nuestra época grave es que todavía no pensamos". 1

    El tiempo presente posibilita al pensamiento filosófico y también lo condiciona. Las problemáticas de este momento histórico nos marcan un camino para interrogar la época y al mismo tiempo interrogarnos como sujetos políticos.

    Pensar, por ejemplo, las patologías de consumo, las adicciones, las políticas de género, las prácticas de encierro, las prohibiciones, los hábitos institucionalizados, las libertades públicas. ¿Qué significa pensar filosóficamente estas cuestiones?, ¿qué consecuencias políticas tiene ese pensamiento?, ¿qué condiciones de la filosofía han limitado la visión política de las costumbres y de las relaciones humanas?.

    Una primera observación que aparece al afirmar que no pensamos políticamente, tanto en términos de las consecuencias del pensamiento en general como del filosófico en particular, es la de vivir lo patológico, lo prohibido, lo acostumbrado, como tragedias personales; no hay conjuntos de problemas, ni pertenencia del individuo al conjunto social que le ofrece un sentido a su padecer. Lo que padece, es lo que adolece el sujeto cuando se autocomprende como un individuo aislado en su penoso existir.

    Denomino "microéticas" a esas formas de inclusión a conjuntos cerrados de individuos que se agrupan por padecimientos. Padecimientos que aparecen, insisto, como tragedias personales.

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