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Las penas privativas de la libertad vistas con los ojos de nuestra centuria


Partes: 1, 2

    1. La presión
    2. El iceberg
    3. El transplante
    4. Medios y condiciones
    5. El saneamiento
    6. Situaciones jurídicas
    7. La dignidad humana
    8. El diálogo
    9. La comunicación
    10. Por el buen camino
    11. Marco regulatorio
    12. Participación detenidos
    13. Conclusiones
    14. Bibliografía

    El artículo IX del Título Preliminar del Código Penal peruano prescribe que: La pena tiene función preventiva, protectora y resocializadora; y el artículo 3º del Decreto Ley 17581, o "Unidad de Normas para Ejecución de Sentencias Condenatorias" determina que: La ejecución de las penas privativas de la libertad tiene por objeto la readaptación del condenado. Deberá desarrollar el sentido de responsabilidad, robustecer sus posibilidades afectivas, exaltar los valores espirituales y morales y relevar las obligaciones familiares y comunitarias; es decir que, conservando el carácter punitivo, la sentencia condenatoria prepare igualmente al detenido para su retorno a la sociedad. Entre estos dos principios media un campo de tensión que a consecuencia del doble sentido de la tarea impuesta por la ley, está lleno de problemas, dudas y expuesto a discusión.

    El permanente debate entre los partidarios de la pena propiamente dicha y partidarios de la reeducación del detenido, con miras a su reinserción, está centrado en su sentido y eficacia; pero continúa el debate ante el problema de saber cómo aplicarla de modo eficaz.1

    Generalización

    En el siglo XXI, la penología2 confronta el problema de la generalización:

    § I.1. El preso vive en un mundo en el que se le ha impuesto el papel de un menor de edad sometido a la autoridad; un niño al que se cuida, que está bajo vigilancia, que no puede escaparse, que debe obedecer, que tiene que acostumbrarse a sus horas, que no asume responsabilidad alguna.

    La libertad de observar las leyes, así como las reglas no escritas que juegan en las relaciones humanas, implica también la libertad de no hacerlo. El preso en ese ambiente fuertemente controlado, solo tiene esta libertad en un grado muy reducido. Vemos entonces que, con mucha frecuencia el detenido, en la situación frustrada en que se encuentra casi no se comporta como un adulto, ya que no tiene la posibilidad de obrar y tomar iniciativas. Además, en cierto sentido está libre de muchas responsabilidades. En algunos casos, la detención le ofrece la seguridad que no conocía o que no puede encontrar fuera de la cárcel.

    El reo está protegido contra sí mismo y contra la sociedad que no puede enfrentar. A pesar del padecimiento de no ser libre, para el reincidente la celda puede convertirse en una especie de segundo hogar.

    § I.2 La pena de detención es idéntica a la ruptura de relaciones sociales entre los detenidos y sus parientes y amigos; desaparecen aquellas funciones en las que un hombre puede afirmar su personalidad: ya no es padre, ya no es el sostén de la familia.

    § I.3 La falta de relaciones sociales, el hecho de estar en privación, excepto visitas breves y un correo controlado, obliga al detenido a entablar relaciones con otros reclusos y con el personal.

    La presión

    La comunidad de detenidos -tal y como esté dividida interiormente- ejerce presión sobre sus miembros. Posee reglas, códigos y jerarquías; y quienes la integran deben tenerlos en cuenta. Esta situación puede comprometer los esfuerzos del personal por inculcar al detenido las reglas y principios de la sociedad normal.

    Muchas personas encargadas de la ejecución de las condenas conocen la duda, la inquietud y los problemas. A las oficinas del servicio central se le hacen muchas preguntas relativas a la forma de la política penitenciaria, y no existen respuestas prontas para estas cuestiones. Los hombres y sus problemas no se dejan atrapar por respuestas.

    En el siglo pasado, se procedió a construir establecimientos penitenciarios para aliviar de alguna forma el hacinamiento y la promiscuidad. Ahora, en el presente siglo, en el que credos y estructuras cambian cada día, no tratamos de institucionalizar cosa alguna; nos damos por satisfechos si podemos analizar los problemas actuales y encontrar una solución que sea provisoria. Séneca dijo: No hay viento favorable para quien no sabe a dónde ir.

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