Cuando en su trabajo "Maestros Ambulantes" José Martí afirmó "Ser cultos es el único modo de ser libres"[1] su inteligencia abonaba la sabiduría criolla con una aguda y proverbial síntesis filosófica, pletórica del espíritu emancipador de la modernidad, y de profunda raíz ética. Al mismo tiempo aguinojeaba el radicalismo político revolucionario encargado del cambio para fundar esa república a la que él mismo dotaría de una máxima para la perdurabilidad y el verdadero sentido histórico: "Con todos y para el bien de todos"[2].
El triunfo revolucionario del 1ro de enero de 1959 tendría entonces como encargo ideológico para su práctica diversa,- desde el crisol del nuevo poder político-, aquella profunda y manumisiva idea de su autor intelectual que articulaba, por la vocación humanista y la capacidad ética y política del nuevo proceso, con lo más raigal del pensamiento revolucionario universal al servicio de los oprimidos del capital: la comprensión marxista y leninista de la sociedad, para la cual también cultura y libertad se soldaban en un haz con la defensa de los intereses de los preteridos desde los tiempos modernos y, en fin, desde cualquier tiempo de exclusión.
Por eso la Revolución Cubana fue inclusiva de todos, con la única condición de que tal inclusión, para no traicionarse a sí misma, debería compartir la voluntad y la acción colectiva para el bien de todos.. Levantándose desde tal perspectiva la Revolución se entregó a un profundo proceso de dignificación de todos los cubanos como condición para construir, defender y fomentar la libertad.
En mi criterio, un enfoque histórico de esta problemática en el marco de la Revolución triunfante en 1959 debe tomar cuentas, entre otros muchos posibles, de dos momentos que me parecen fundacionales en este campo: uno, de orden ideológico, que teniendo su antecedente en el Programa del Moncada se sintetizaría en grandes ideas para la acción que abonaron el terreno desde los primeros años. Me refiero, tanto a aquella legítima vocación de invitar y convocar al pueblo a leer como condición para creer como a la aseveración premonitoria que se sintetiza en la certeza de que "El futuro de nuestra patria tiene necesariamente que ser un futuro de hombres de ciencia, tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento"[3]; para lo que "… tendrá que estudiar no solamente el que no sabe leer y escribir. El que sabe leer y escribir tiene que estudiar, porque hay que estar toda la vida estudiando…"[4]. El otro momento, de orden práctico, comprendería primero las acciones instructivo-educativas que el Ejército Rebelde fomentaba en las zonas liberadas y que serían precursoras de lo que más tarde inundaría el hacer nacional para refundar un nuevo ser humano cargado de sentido histórico, al tiempo que actual y perspectivo. Esto tendría su prólogo en la heroica Campaña de Alfabetización de 1960 la que constituyó un paso decisivo en pos de la universalización de la educación, dirigida a realizar la posibilidad de dotar a todas las personas, por su derecho propio, de los instrumentos necesarios para optimizar sus capacidades racionales y cultivar un pensamiento revolucionario.
Fundamentar el accionar histórico de la Revolución Cubana en pos de consolidar y promover la liberación nacional, social e individual, desde el fomento de la cultura constituye la pretensión de este trabajo.
Aproximarnos al propósito enunciado hace necesario dejar sentado que con la obra cultural de la Revolución Cubana se realiza efectivamente un espíritu histórico anidado desde la gestación del quehacer nacional cubano al tiempo que se subvierte, en un sentido constructivo, la situación existente en este campo en el período anterior a 1959.
Desde el ángulo de la realización efectiva del espíritu histórico de elevación cultural que se inscribe en la gestación del ser nacional, un repaso ligero nos lleva a apuntar:
la labor realizada por la Sociedad Económica de Amigos del País en función de la enseñanza elemental en virtud de la cual, entre otras realizaciones, se establecieran las primeras escuelas públicas de enseñanza gratuita y se hicieron esfuerzos por vincular a las capas influyentes y cultas con la educación del pueblo;
la labor fundacional de hombres como José Agustín Caballero, Félix Varela y José de la Luz y Caballero, entre otros, convencidos del significado social de sembrar hombres, tarea que consideran médula de la educación
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