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Enfoque galileano del experimento de Michelson-Morley (página 2)

Enviado por José Miguel Ledesma


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Ante la perplejidad de algunos filósofos que argumentan que aunque nada se mueva sentimos el paso del tiempo, como respuesta drástica (para ser breves), digamos que si el filósofo estuviera congelado y después volviera a la vida no tendría idea del tiempo transcurrido, que podrían ser minutos o siglos. Huelga decir que sentimos pasar el tiempo porque estamos vivos y conscientes, con todo el movimiento que eso implica, y funcionando correctamente nuestros relojes biológicos.

Habiendo la ciencia epónima abandonado la lógica y con una humanidad creyendo vivir en un mundo salido de la nada, no hay cómo contrarrestar testimonios sobre paranormalidades, profundas pláticas con alienígenas y gente muerta (todos en conferencia), sobre paseos turísticos guiados por arcángeles por el cielo y el infierno (donde estaría alojado el anterior Papa, según un testimonio en Internet), de que el agua se transforme en vino (sin cosecha, bodega, origen y cepa), con impecable aroma, sabor, buqué, color, astringencia, cuerpo, acidez total, dulzor, amargor y apenas sedimentos, y que de la nada aparezcan en un banquete merluzas, corvinas y congrios con sus historiales evolutivos completos, crudos o cocidos ¡qué más da! más dorados panes de varios tipos sin leudantes dañinos para la salud.

Si no fuera tan difícil, como digo en otro artículo, poner de acuerdo a tantos miles de individuos a través de los siglos y de las naciones no siempre amigas, es para afirmar que estamos frente a un complot mundial contra la verdad. Descartado el complot, la razón de tanto disparate debe ser nomás que la definición de Aristóteles: "El hombre es un animal racional", no debe tomarse a pie juntillas. Hasta el abnegado y valiente soldado de la ciencia, Carl Sagan, creía en la teoría de Einstein, con lo que la esperanza de instaurar una edad de la razón en el corto plazo se evapora casi toda.

Cuando a principios del siglo 19 Young y Fresnel, entre otros, confirmaron la naturaleza ondulatoria de la luz, se supuso que lo que ondulaba era un ente universal (algunos que el éter, otros que el espacio absoluto) y el significado de la relatividad —lo que ondula es intrínseco al sistema de la fuente— quedó aún más oculto.

De la relatividad galileana no se deduce que la luz, tal que onda, no necesite de un medio para su existencia y propagación. Lo que niega es que ese medio sea único y universal.

Quizás ayude a captar la idea suponer que cada cuerpo es el centro de un medio propio de propagación de ondas. La luz debe propagarse a velocidad única, pero no en un medio universal, sino en un medio propio que es el sistema en donde se originó su trayectoria. Es una consecuencia lógica sin la cual el principio de relatividad no se cumpliría. Orígenes de trayectoria son, por ejemplo, superficies donde la luz se refleja o cuerpos transparentes que atraviesa, aunque en realidad lo que hace es retransmitirse en tales cuerpos.

Esto nos explica automáticamente el resultado nulo del experimento de Michelson-Morley: la luz viajó a la velocidad ya conocida por Michelson entre los cristales y espejos de su interferómetro.

Dadas las características constructivas de sus anteriores dispositivos para medir la velocidad de la luz, Michelson jamás hubiera podido encontrarse con distintas velocidades de la misma, ya que sus trayectorias tenían origen en elementos pertenecientes a su sistema de referencia.

No es necesario hacer una descripción del interferómetro ni de los pasos matemáticos que llevan a las siguientes expresiones pues figuran en muchos textos. Lo que no se encuentra en ellos es el siguiente enfoque analítico de estas ecuaciones:

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En las expresiones de arriba, como lo hemos leído en los libros de física, T1 es el tiempo que le toma a uno de los rayos de luz para ir y volver por el brazo del interferómetro ubicado en la dirección del movimiento de la Tierra. Y T2 es el tiempo tomado por el otro rayo de luz en cubrir la misma distancia de ida y vuelta pero en el brazo transversal. Los numeradores son idénticos y representan el tiempo que le tomaría a los rayos de luz para hacer su recorrido si el aparato estuviera en reposo en el éter, o también si la luz se propagara en y por medio del sistema de coordenadas del interferómetro.

Los denominadores son diferentes y representan las modificaciones en los tiempos causado por el movimiento del aparato a través del éter. Observe que si el éter no existiera los denominadores no tendrían que estar ahí, ellos representan la negación de la relatividad. El veredicto del interferómetro fue rotundo:

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Dado que la Tierra se mueve alrededor del sol, este resultado no puede significar que el instrumento está en reposo en el éter universal, sino en su sistema de referencia, huelga decir, y que la luz se propaga en él. Los denominadores no estarían ahí si el éter no parasitara el cerebro de los físicos.

La verdad puede ser inferida por cualquiera que piense un poco, pero no cualquiera va a metabolizarla si sabe que va en contra de lo establecido.

La conclusión lógica es: cada cuerpo es el centro de un sistema inercial infinito con propiedades ondulatorias.

Lo cual implica que la relatividad galileana es también válida para la óptica.

Pero como sabemos, este resultado no fue el que se esperaba: la expectativa de los físicos era medir la velocidad absoluta de la Tierra, o sea, impugnar la dinámica de Newton y la relatividad. Pero la naturaleza, indiferente a las preferencias humanas, no hace concesiones.

Los físicos de esos días, igual que los de ahora, estaban lejos de entender lo que había pasado. Tan grande era (y es) su confusión que llegaron a la conclusión que la física Newtoniana había fallado. Ellos creían (y creen) que el éter universal es consustancial a la física clásica.

A pesar del inapelable veredicto relativista del interferómetro, los físicos no aceptaron la relatividad, o lo que es lo mismo, no abandonaron la hipótesis del éter universal, incluido entre ellos Alberto Einstein.

Como resultado del experimento de Michelson-Morley, los físicos se abocaron a la confección de hipótesis ad hoc para conciliar la relatividad y el éter.

Como hemos leído en los textos, la primera idea "fructífera" vino de Fitzgerald y Lorentz y es la siguiente: los tiempos T1 y T2 resultaron iguales no porque no hubiera éter sino porque el brazo del aparato ubicado en la dirección del movimiento de la Tierra sufrió un acortamiento en la medida de su velocidad respecto… del éter.

Mire como fue el colapso de la Física: el espacio absoluto, no inferible de la dinámica de Newton, adquirió sustancia ficticia gracias al propio Newton porque impuso un espacio absoluto no inferible de su Física y a Huygens, Young y Fresnel por dar por sentado que la luz de sus experimentos eran ondulaciones de un ente universal. Luego con Maxwell también resulta ser el medio donde existen los campos magnéticos y eléctricos y en el que se propaga la onda electromagnética. Después Lorentz le atribuye al éter la cualidad de contraer a los cuerpos en la dirección de su movimiento dentro del mismo y según su velocidad. Cada vez nos alejamos más de la verdad y las tinieblas se abaten sobre la física. Solo falta Einstein para que la Física descarrile y la oscuridad sea completa durante todo el siglo.

Como consecuencia de la amputación de Lorentz las expresiones quedaron así:

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Hay que decir que es un disparate, estas ideas han recibido inmerecidos tributos durante todo el siglo veinte. Observe que los denominadores etéreos continúan en su lugar negando la relatividad ya confirmada. La expresión de la izquierda es consecuencia de una contracción no establecible, ya que ¿Cuál es nuestra velocidad absoluta V?… y ambas indican un valor mayor para T1 y T2 del cual nunca sabremos por el mismo motivo ¿Para qué sirven esas ecuaciones?

Vemos, otra vez, que no es cierto que Einstein erradicara al éter de la ciencia de la Física, porque las transformaciones de Lorentz, basadas en el éter, son parte de su teoría. Sucede que Einstein recicló el éter de Lorentz y huyó de la realidad, dejando estupefacta durante un siglo a una humanidad donde el pensamiento independiente es una rareza.

 

 

Autor:

Ing. José Miguel Ledesma

Partes: 1, 2
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