Mediante este experimento, Michelson y Morley aspiraban a medir la velocidad absoluta de la Tierra… semejante pretensión, no hace falta decirlo, es contraria al principio de relatividad definido por Galileo. Un prejuicio primordial dominaba el proyecto: la existencia del éter, con antecedentes en el espacio referente de movimiento de los antiguos griegos (en el que Aquiles no podía alcanzar a la tortuga), se daba por sentada y solo se trataba de medir la velocidad de nuestro planeta respecto del mismo.
Sabemos que el experimento ignoró semejante ocurrencia y ratificó el imperio del principio de relatividad: el movimiento de la Tierra no fue detectado. Los experimentadores solo tenían que asumir que el éter no existe, que no hay un referente universal de movimiento que propague la luz y que esta participa de la inercia de los espejos del instrumento. Salvo profundos prejuicios, no hay motivos para no llegar a esa conclusión, y más habiendo antecedentes con la misma explicación: el fenómeno de aberración de la luz, conocido desde hacía doscientos años, no se manifiesta en experimentos terrestres cuando la luz parte de espejos fijos a la Tierra, a pesar de recorrer los kilómetros suficientes y en la dirección adecuada para que el fenómeno pueda verse. Así ocurrió en los experimentos anteriores de Fizeau y Foucault y en los posteriores realizados por el mismo Michelson.
Pasaron más de ciento veinte años y todavía no hay consciencia de lo que pasó en esa experiencia… y de que el fenómeno de aberración de la luz no se presentara en los otros experimentos menos aún.
Vistas las expectativas antes del experimento, el desconcierto por el resultado luego y el paradojismo implantado hoy como solución, no hace falta decir que nadie entendió el veredicto de la Naturaleza es esa oportunidad ¿cómo pudo esto suceder ?
Pudo porque la relatividad venía siendo desmantelada desde hacía más de un siglo, por el propio Newton (espacio absoluto) y Huygens (éter luminífero) entre los más notorios, siendo finalmente retirada de la Física ochenta años antes de pergeñarse el experimento en cuestión. No hay otra interpretación para el hecho de haber acogido un ente intermedio como propagador de la luz en el vacío (Fresnel), como asiento del campo electromagnético (Maxwell) y del gravitatorio (Einstein) ya con el nombre de espacio-tiempo.
El éter fue recibido como el salvador de la Física clásica, cuando en realidad significa su exilio. Se pretendió que los cálculos para la dicha experiencia estaban dentro del esquema de la Física clásica habiendo introducido en ellos una hipótesis contraria, habiendo renunciado a la relatividad.
¿Cómo es posible que los físicos del mundo aún no se den cuenta de lo equivocados que están?
A pesar de que en el ámbito de la Física la palabra relatividad la representa en gran parte, la relatividad tal que principio no fue comprendido y difícilmente vaya a serlo en estos tiempos saturados de ideas siniestras donde la verdad científica es necesariamente sospechosa. Solo es tolerada en la medida de su utilidad en la industria de artefactos, desde los de uso doméstico a los muy ingeniosos dirigidos al dominio de congéneres cuando no a su exterminio.
Ante la espeluznante realidad de miles de millones de cerebros enfrascados en recrudescentes supersticiones, cabe preguntarse cuántos años se habrá anticipado Galileo con su principio de relatividad ¿mil ochocientos al igual que Aristarco de Samos y el heliocentrismo?
La relatividad implica que en el Universo, como ya lo decía Demócrito, no hay más que átomos en movimiento y vacío. Por supuesto que este sabio no se refería a lo que hoy mal denominamos átomos sino a los constituyentes últimos de la materia, los que constituirían finalmente al espectro de partículas conocidas y por conocer.
El principio de relatividad implica que los campos no existen en un medio universal sino que son inherentes a sus fuentes, lo cual no contradice el supuesto (nada original) de que cada constituyente último de la materia es infinitamente extenso, y eterno porque "si no viene de la nada no puede volver a ella", con un centro al que hasta hoy interpretamos tal que "una partícula".
Si tales entes son de un solo tipo (los de Demócrito eran de varios tipos) e interaccionan y se acoplan, su infinitud en extensión explica la transmisión de efectos a inmensas distancia sin necesidad de un medio universal, sin contradecir el principio de relatividad. Porque relatividad significa que detrás de estos entes en movimiento infinitos y eternos está el vacío. Relatividad significa que no hay, como fondo de los constituyentes últimos de la materia, ningún tejido elástico de espacio-tiempo.
El espacio-tiempo no existe: es contrario al principio de relatividad; el espacio no existe: es lo que no existe entre lo que existe; el tiempo no existe tal que dimensión fundamental a lo largo de la cual los científicos contemporáneos especulan con viajar. Es una magnitud derivada del movimiento y las interacciones. Si no hubiera movimiento (cambio) en el Universo, no habría tiempo.
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