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Apostillas al diente de Kong


  1. Prólogo
  2. El miedo, el abandono y el subdesarrollo
  3. Palabras finales

¿Por qué creímos que había terminado podrido y desguasado

en un predio de los suburbios de Batán (Mar del plata)?

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Prólogo

En setiembre de 1978, el gigantesco animatronic de King Kong, utilizado en el film de Dino de Laurentis (1976) fue traído a la Argentina para ser exhibido en un show de medio pelo en las instalaciones de la Sociedad Rural. Cuatro meses más tarde, en febrero de 1979, fue enviado a Mar del Plata para aprovechar la temporada de turismo estival. Pero el negocio fracasó y, desde fines de ese mes hasta finales de abril del mismo año, el robot permaneció abandonado en el predio del ex estadio Bristol, de Avenida Luro al 3400, esperando a que se resolviera un embargo que casi termina en remate. Allí se lo pudo ver, soportando la llovizna y el frío del crudo otoño marplatense, hasta de un buen día desapareció y nunca más se supo oficialmente de él.

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Si bien hoy sabemos que, tras el conflicto judicial, Kong fue retirado y enviado provisoriamente al barrio de Devoto (Buenos Aires), para luego migrar a Estados Unidos y más tarde al Playcenter de San Pablo (Brasil), en determinado momento empezó a circular el rumor de que había acabado sus días en un terreno baldío de Batán, a las afueras de Mar del Plata, siendo desguasado por los habitantes de una villa de emergencia, en las inmediaciones de la penitenciaría local.[1]

¿Por qué esa hipótesis (falsa) tuvo tanto éxito? ¿De qué manera se instaló? ¿Desde cuándo? Y, sobre todo, ¿qué se esconde detrás de esa elección?

Es lo que trataremos de responder en este artículo.

El miedo, el abandono y el subdesarrollo

"No hay leyenda sin

ilusión de certeza."

Alejandro Agostinelli

Invasores, Pág. 139

"Con frecuencia, la aparición de un

nuevo adelanto tecnológico da lugar

a una leyenda nueva."

Jan Harold Brundvand

El Fabuloso Libro e las Leyendas Urbanas, Pág.68

Buscar la fuente primaria de un rumor es tratar de capturar el horizonte con las manos. El "me lo dijo un amigo de un amigo" suele conducir a callejones sin salida. O mejor dicho, a callejones con infinidad de salidas que, en apariencia, siempre te llevan un poquito más allá; pero sin avanzar un ápice en pos del objetivo final.

Encontrar al culpable del rumor es como perseguir un fantasma o intentar localizar "El Dorado", ya que, en definitiva, no hay un responsable único. Los rumores son construcciones colectivas, elaboradas en cadena, en las que cada eslabón agrega o quita algo, y te conduce a una etapa que, a su vez, te lleva a otra. Es como el Cuento de la Buena Pipa: de nunca acabar. Siempre nos quedamos varados en el estadío previo a la verdad. El piso se hunde a último momento, nos estaqueamos a un paso de la fuente original.

Por lo tanto, conocer dónde o quién hizo que empezara a circular el "Rumor Batán" sería meterse en una búsqueda sin sentido. A lo sumo, podemos encapsular una etapa del camino. Tomar uno de los tantos puntos de inflexión que siguió el relato y analizarlo; a sabiendas de que esa conclusión será siempre provisional y susceptible de ser (tal vez) modificada más adelante.

El mojón del camino que mejor conocemos es el que está representado por los dichos de Diego Curubeto en su libro Cine Bizarro.[2] No conozco a la fecha ningún testimonio escrito más antiguo que refiera a un King Kong abandonado en un baldío. Tal vez el escritor lo haya escuchado por boca de algún anónimo lenguaraz, pero no dice nada al respecto. Asegura lo del baldío como si fuera una verdad indiscutible.

En 1996, Curubeto escribió:

"Luego de una temporada exitosa en la rural de Palermo, Kong inició una gira por el interior que culminó en Mar del Plata. Cuando los chicos argentinos se cansaron de ver los escasos movimientos que podía hacer el gorila, los productores del evento simplemente desahuciaron al pobre mono y lo arrojaron a un baldío, donde se lo pudo ver un buen tiempo tapado por pilas de basura".[3]

Nótese que el autor no habla de Batán. Ni siquiera lo nombra.

En mi opinión, Curubeto hace referencia al predio de Avenida Luro al 3400 que por entonces, y de acuerdo con testimonios publicados en el diario La Nación (s/fecha exacta consignada en la fotocopia a la que tuve acceso), estaba lleno de basura.

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Cito textualmente lo informado por el periódico:

"Hoy, a más de un mes del epílogo del ciclo estival [es muy posible que sea a fines del mes de marzo de 1979], King Kong permanece solitario, abandonado, como un gigantesco desecho más de los tantos que hay en la manzana de Luro, Jujuy, 25 de Mayo y España".

¿Será, efectivamente, este artículo de La Nación en el que se basó Curubeto para escribir lo que escribió? ¿Estaba haciendo referencia (sin citarlo) al predio en donde Kong pasó todo el mes de febrero del "79 asustando a los pocos niños que acudieron a su fallido show?

En ese caso, ¿quién agregó, entonces, la localidad de Batán en el relato?

¿Quién fue el que dictó que los suburbios de Mar del Plata terminaron siendo la tumba del famoso gorila (y decenas de otros escritores lo repitieron sin cuestionar)?

Creo que para ello hay que ir a otro texto de amplia difusión por la Web, escrito por Uriel Barros en el año 2011. Su título, King Kong Murió en Argentina.[4] Allí sí aparece explícitamente (¿por primera vez?) la localidad de Batán.

"Así Kong viajó una vez más y  ya sin levantarse fue depositado en las afueras de la ciudad de Mar del Plata a metros de una villa miseria y a cuadras de la cárcel de Batán. Allí, arrojado como basura, el artefacto de 3 millones de dólares, quedó mezclado entre los escombros y la inmundicia del lugar. Legiones de ratas se devoraron el pelaje y hasta el látex que cubría a la octava maravilla del mundo. La agonía de Kong duró un par de meses. Estoico, luchó como pudo, ya sin piel y dejando entrever su fisonomía metálica. Los lugareños de la humilde villa vieron en Kong un regalo del cielo; toneladas de metal para armar paredes y cubrir techos a sus ranchos. Los Niños descalzos jugaban en el interior del moribundo Kong arrancando cables y mangueras hidráulicas como inocente divertimento sin saber que yacía sobre sus desnudos y sucios piecitos el rey de los monstruos. El rey Kong, derrotado por la inescrupulosidad y codicia vergonzante, perdido, ultrajado y devorado por la miseria y la corrupción."[5]

¿De dónde salió ese dato?

Tal vez Barros lo escuchó en algún corrillo de Mar del Plata o se hizo eco de un rumor que venía de mucho más lejos y de origen, seguramente, indeterminado. Lo cierto es que la historia se mantuvo y hasta que no probamos que era falsa, resultó (de todas las que circularon) la más verosímil, o aquella en la que muchos quisieron creer.[6]

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Todos los rumores son una denuncia encubierta de algo. Nacen y circulan con éxito porque tienden a adecuarse a las convicciones previas de quienes los aceptan, a la vez que los respaldan; y muchas personas están predispuestas a darlos por buenos porque son compatibles con sus propios intereses o con lo que ellos creen que es la verdad.[7]

¿Qué intereses y qué verdades se esconden detrás de un King Kong desguasado por los villeros de un conurbano sudamericano, vecino a una cárcel y tapado de basura, según rezaba el rumor?

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El abandono y el olvido son temáticas históricamente atractivas para los espíritus imbuidos de romanticismo. Todas las decadencias hablan un poco de nosotros mismos y del fatal destino al que estamos sometidos desde el momento mismo de nacer. La podredumbre y la muerte nos acompañan siempre, y la toma de conciencia de que todo es finito se nos materializa descaradamente ante el despojo de aquello que alguna vez fue útil, poderoso y autónomo. No es posible abstraerse de ello. Puede que lo escondamos, lo maquillemos o neguemos, pero a la larga es una batalla inútil que sabemos perdida. Las ruinas urbanas, los sitios abandonados, basurales y yacimientos arqueológicos nos lo revelan.

Movidos por el miedo a la muerte y la nostalgia, la imagen de un poderoso Kong a merced de los elementos, es movilizadora. Nos pone de cara ante la inevitabilidad de óbito. Tal vez sea ese el motivo por el cual mucha gente reniega de los lugares abandonados y Occidente haya convertido a los velorios en un tema incómodo, de mal gusto y tabú. Imaginar al Rey de la Isla de la Calavera "muerto" a las afueras de Mar del Plata, en una época de violencia, desaparecidos y cuerpos no identificados que afloraban a la vera de los caminos, resulta una metáfora interesante que sintetiza toda una época. La peor de la historia reciente del país.[8]

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Otra posible lectura tiene que ver con el hecho de "sentirnos usados" y desechados tras un acto de consumo.

Imaginar a Kong en ese basurero, despojado de todo, deslegitimado, sin aplausos, ni la capacidad de generar temor, lo convierte en lo que siempre fue: un simple muñeco. Una carcasa vacía. Un mero puñado de cables, mangueras, barras de acero inoxidable y caucho. Un símbolo vencido. Consumido. Fagocitado por el mismo sistema que le dio vida. Devorado, ya no por las ratas, sino por un capitalismo neoliberal que a todo (y a todos) descarta, una vez exprimido.[9]

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Pero de todas las interpretaciones que pueden darse del rumor en cuestión, hay una que, en mi opinión, es la más interesante ya tiene que ver con una extraña forma de ser de los argentinos.[10]

La versión que situaba al gorila tirado en un baldío, combina una serie de componentes que, enhebrados por el discurso, recrean lo que he dado en llamar el "decadente exotismo sudamericano".

¿De qué va la cosa?

Vayamos al grano.

Los primeros artículos publicados en Argentina, tildaron a Kong de "maravilla tecnológica"; una magna obra de ingeniería que, a la postre, había terminado desguasada por los habitantes de una "villa-miseria", en medio de la basura, los roedores y la mugre. No era ése un contexto demasiado agradable para un rey y mucho menos para la sociedad que lo había recibido. Los rasgos negativos que se denuncian en esta versión (la más difundida, como ya hemos dicho antes) creo encontrarlos en la larga y pesada herencia colonial que arrastra la región, y nuestro país en particular.

Al abandono y el olvido arriba señalados, habría que agregarles la desidia, el irracionalismo, la irresponsabilidad y la corrupción, con la que se suele identificar a esta parte del mundo, como si nada de eso existiera más allá de las fronteras latinoamericanas. El subdesarrollo, el Tercer Mundo, los países bananeros, o como se los quiera llamar, han admitido de buen grado esos motes y clasificaciones. Al punto tal de no necesitar críticos externos para aceptarlos y hacerlos propios. De hecho, las comentarios que se cuelan en películas y series de televisión, que muestran una America Latina inundada de gallinas, rancheras (sin importar el país) y tupidos bigotes delante de rostros cobrizos que denotan instinto más que razón, suelen ser tomadas como confirmaciones del auto-escarnio y subestimación con el que nos han educado formal e informalmente por generaciones.

No nos entrenaron para hablar bien de nosotros mismos.

Con la mirada puesta siempre en el exterior, en busca de cualidades positivas, que en teoría nosotros no tenemos, nos terminaron vendiendo modelos que jamás se podrán adaptar a nuestras realidades, elevando a naciones, como la inglesa o la norteamericana, al nivel de arquetipos dignos de imitar.

Es lo que escuchamos desde chicos.

Miente, miente, miente que algo quedará. Y quedó. Bien plantadito. Firme. Con la seguridad de las verdades reveladas que, en este caso, han tenido como profetas y divulgadores a los miembros de una clase media acomodada. Un "medio-pelo" argentino que se crió queriendo parecerse a lo que no es, ni nunca será, con solo viajar a la nueva Meca de la tilinguería mundial: Estados Unidos, y más concretamente, Miami y su Maravilloso Mundo de Disney.

"¡Ese sí es un país en serio!".

"¡Qué nacionalistas que son! ¡Cómo aman a su patria!"

"¡Están 100 años más adelantados que nosotros!"

"¡Los americanos (nunca dicen norteamericanos, contribuyendo a la apropiación del gentilicio) sí que son organizados!"

"¡Allá los autos son bienes de uso y no de lujo!"

"Los corruptos no tienen cabida: se los mete preso y punto."

"¡Allá sí que no se jode!"

Sorry, me dejé levar por la pasión. La misma que le imprimen a la idea de que todo lo que viene de afuera es bueno, superior y maravilloso. Ellos nunca terminan de asombrarnos. Y en 1979 ese asombro obsecuente se encarnó en un muñeco de 17 metros de altura y 6,5 toneladas de peso, que nos lo vendieron como el pico más alto al que había llegado la tecnología y resultó ser un verdadero fiasco de movimientos toscos y poco realistas. Pero Kong representaba la "Civilización" que se dignaba en bajar al sur. Era el Primer Mundo. El Progreso. Un pedacito de la alta cultura que se asomaba a las pampas para sorprendernos, especialmente a aquellos que no podían viajar a Orlando.

No mandaban cualquier cosa. Mandaban el mono original. Al gorila de la película. A la estrella de Hollywood. ¡Por fin nos tenían en cuenta! Finalmente nos consideraban y nos premiaban enviándonos a una de sus joyas más famosas.

¿Y qué hicimos nosotros?

Lo tiramos a la basura.

Lo echamos a perder.

Destronamos al rey, que se convirtió en pasto de las ratas y de los semisalvajes habitantes de un barrio carenciado, miserable y bárbaro.

Los indios del subdesarrollo se cuelan en el rumor que analizamos. Y los paralelismos, aunque maquillados, no dejan de vislumbrarse.

Los villeros son los caníbales de una tribu exótica que, lejos de adorar a Kong, como lo hicieran los aborígenes de la Isla de la Calavera, lo desmembraron, fagocitaron y destruyeron, como destruían el parquet de las casitas que les diera el gobierno de Perón, para hacer carne asada en las bañeras.

Periferia atrasada, inculta, ajena al Progreso. Reducto de desguasadores primitivos. Inescrupulosos miserables capaces de todo. Incluso de tirar por tierra al Rey más alto y poderoso de la historia del cine.

Palabras finales

Romanticismo, auto-subestimación y un gusto muy particular por las cosas que se han perdido o abandonado para siempre, subyacen detrás del rumor analizado.

Hoy sabemos que King Kong no murió en Mar del Plata. Sobrevivió a los múltiples avatares que debió soportar en la costa bonaerense y, tras su fugaz paso por un playón del barrio de Devoto (Bs As), partió de gira por espacio de varios años, hasta anclar definitivamente en un depósito de Carolina del Norte (EE.UU.).

No hubo caníbales sudamericanos que lo desguasaran, ni ratas villeras que se devoraran su piel de caucho.

Al fin de cuentas, salió bien parado, gracias a la asistencia legal de un abogado.

Regresó a casa.

Así todo, creo que la versión a la que en un principio adherí (y en la que hoy ya no creo), se mantendrá por mucho tiempo más. Intuyo que la historia de Kong tirado en un baldío del conurbano marplatense tiene una fuerza de por sí intrigante.

No es sencillo destruir un mito. Como dijo Emil M. Cioran, para hacerlo se requiere tanto tiempo como el que se precisó para promoverlo y adorarlo.

FJSR

BUENOS AIRES, JUNIO 2015

 

 

Autor:

Fernando Jorge Soto Roland*

 

[1] V?ase: Soto Roland, Fernando Jorge, El Diente de Kong. Disponible en Web:

[2] Curubeto, Diego, Cine Bizarro. 100 a?os de pel?culas de terror, sexo y violencia, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1996.

[3] Ib?dem, P?g. 232 (el resaltado es m?o).

[4] Barrios, Uriel, King Kong muri? en Argentina, 23 julio 21011. Disponible en Web: http://mondomacabro-cine.blogspot.com.ar/2011/07/el-dia-que-king-kong-murio-en-argentina.html

[5] Ib?dem.

[6] Entre los que me incluy? (pero no por el motivo que explicar? en el art?culo), hasta que apareci? en escena el diente de Kong.

[7] V?ase: Sunstein, Cass R., Rumores. C?mo se difunden las falsedades, por qu? nos las creemos y qu? se puede hacer con ellas, Debate, Uruguay, 2010.

[8] No faltaron los comentaristas que relacionaron la imagen del Kong con la cabeza tapada por una lona (v?ase primera foto de este art?culo) con las capuchas que los torturadores les pon?an a los prisioneros en los centros clandestinos de detenci?n (campos de concentraci?n del Proceso militar).

[9] Si el rumor cobr? forma en la d?cada de los ?90, el contexto del menemato neoliberal ayudar?a a entender mejor todo esto,

[10] Aclaro que, como muchas personas que conozco, me excluyo.