El método Clínico y la investigación en la psicología del niño (página 2)
Enviado por Jos� Emmanuel Salda�a Letepichia
Ya que el método clínico ha rendido grandes servicios, en un campo donde, sin el, no habría desorden y confusión, sería un gran error privar de él a la psicología del niño. La fuerza de las cosas nos obligará a esquematizar nuestros casos, no resumiéndolos, sino extrayendo de las referencias significativas de conversaciones los pasajes que tengan un interés directo solamente. De varias páginas de notas tomadas en cada caso, retendremos de este modo sólo algunas líneas.
El buen experimentador debe, en efecto, reunir dos cualidades con frecuencia incompatibles: Saber observar, es decir, dejar hablar al niño, no agotar nada, no desviar nada, y al mismo tiempo, saber buscar algo preciso, tener en todo instante alguna hipótesis de trabajo, alguna teoría, justa o falsa, que comprobar. En resumen las cosas no son sencillas, y conviene someter a crítica rigurosa los materiales así recogidos. El psicólogo, en efecto, debe suplir las incertidumbres del método de interrogación, aguzando su finura de interpretación. La esencia del método clínico consiste, en discernir el buen grano de la cizaña y en situar cada respuesta en su contexto mental.
Los cinco tipos de reacciones observadas en el examen clínico
El no imortaquismo: El niños sin reflexionar responde a la pregunta inventando una historia en la que no cree, o en la que cree por simple impulso verbal. Las ideas centrales sólo ocupan un restringido número de páginas, y el resto va dedicado a una documentación que se entrega para su consulta
Decimos que hay fabulación, cuando el niño se esfuerza por contestar a la pregunta pero esta es sugestiva, o el niño trata simplemente de responder al examinador sin recurrir a su propia reflexión.
Decimos que hay creencia sugerida, hacemos entrar en este caso la perseveracion cuando es debida al hecho de ser formuladas las preguntas en series sugestivas.
En los demás casos, la perseverancia es una forma del no imortaquismo, cuando el niño contesta con reflexión extrayendo la respuesta de sus propios fondos, sin sugestión.
Siendo la pregunta nueva para él decimos que hay creencia disparada. La creencia disparada no es, pues, ni propiamente espontánea ni propiamente sugerida es el producto de un razonamiento verificado ante una petición, pero por medio de materiales, y de instrumentos lógicos.
Cuando el niño no tiene necesidad de razonar para contestar a la pregunta sino que puede dar con presteza una respuesta formulada o formulable hace creencia espontánea, cuando la pregunta no es nueva para el niño y en el caso de que la respuesta sea fruto de una reflexión anterior y original.
Cuando se interroga a los niños, principalmente antes de los siete y ocho años, ocurre frecuentemente que, aun guardando un aire de candor y de seriedad se divierten con el problema planteado e inventan una solución simplemente porque les agrada.
La observación enseña que el niño es poco sistemático, poco coherente, poco deductivo, en general, extraño a la necesidad de evitar las contradicciones, yuxtaponiendo las afirmaciones, en lugar de sintetizarlas, y contentándose con esquemas sincréticos, en lugar de impulsar el análisis de los elementos. O, dicho de otra manera el pensamiento del niño esta más cerca de un conjunto de actitudes que hacen a la vez de la acción y del ensueño que del pensamiento, consiente de si mismo y sistemático, del adulto.
Las creencias infantiles son producto de una reacción influenciada, pro no dictada por el adulto. Podemos proponernos el estudio de esta reacción y esto es lo que emprenderemos de esta obra. Basta saber que el problema tiene tres términos: el universo al que el niño se adapta, el pensamiento del niño y la sociedad adulta que influye sobre este pensamiento. Pero, de otra parte, hay que distinguir, en las creencias infantiles dos tipos muy diferentes. Una, como acabamos de ver, están influenciadas, pero no dictadas por el adulto. Las otras, por el contrario, son simplemente impuestas, ya por la escuela, por la familia, ya por las conversaciones adultas oídas por el niño, etc. Estas creencias, naturalmente, carecen de interés de donde procede el segundo problema, el más grave desde el punto de vista metodológico: ¿cómo distinguir, en el niño, las creencias impuestas por el adulto y las creencias que atestiguan. Una reacción original del niño?
Consiste en considerar al niño, no como un ser de pura imitación, sino como un organismo que asimila las cosas, las criba, las digiere, según su estructura propia.
Principalmente la uniformidad de las respuestas de una misma edad media. Sí, en efecto, todos los niños de la misma edad mental han llegado a la misma representación de un fenómeno, a pesar de los azares de sus circunstancias personales, de sus tropiezos, de las conversaciones oídas, etc., hay en ella una primera razón a favor de la originalidad de esta creencia.
En segundo término en la medida en que la creencia del niño evoluciona con la edad siguiendo un proceso continuo hay nuevas presunciones a favor de la originalidad de esta creencia.
Tercero, si una creencia está realmente formada por la mentalidad infantil, la desaparición de esta creencia no será brusca, sino que se comprobara un conjunto de combinaciones o de compromisos entre ella y la nueva creencia que tiende a implantarse.
Cuarto, una creencia realmente solidaria de una estructura mental dada resiste a la sugestión; y quinto, esta creencia presenta múltiples proliferaciones y reobra sobre un conjunto de representaciones vecinas.
Estos cinco criterios, cuando son aplicados simultáneamente, basta para enseñarnos si una creencia ha sido tomada por el niño de los adultos por imitación pasiva o si es en parte producto de su estructura mental, seguramente estos criterios no permiten descubrir el producto de su estructura de la enseñanza adulta a la edad en que el niño comprende todo lo que se le dice (apartar de 11-12 años)Pero es que entonces el niño no es ya niño, y su estructura mental se convierte ya en la del adulto.
Sobre el realismo.
Piaget menciona que el pensamiento del niño tiene todas las apariencias del realismo pues ignora la existencia del yo y toma la perspectiva propia por objetiva y absoluta; el niño es realista porque ignora la existencia del sujeto y la interioridad del pensamiento. Asimismo, Piaget concluye que para el niño, pensar es manejar palabras. En esta creencia están implicadas tres confusiones: existe en primer lugar, la confusión del signo y la cosa; después, se encuentra la confusión de lo interno y lo externo: el pensamiento está considerado como situado tanto en la boca como en el aire; y finalmente hay confusión de la materia y el pensamiento: se considera el pensamiento como un cuerpo material, una voz, un soplo. Conforme desaparecen dichas confusiones nacen tres dualismos. Hasta los siete-ocho años aproximadamente los nombres surgen de las cosas, se les descubre con sólo mirar las cosas, pues están en ellas. Esta primera forma de confusión del signo y la cosa desaparece hacia los siete-ocho años. La desaparición de la confusión de lo interno y lo externo se da entre los nueve-diez años, cuando los nombres son situados en la cabeza. A los once años es el momento en que se tiene por inmaterial el pensamiento.
Sobre el animismo.
La segunda forma de representación del mundo en el niño trabajada por Piaget en esta obra es el animismo, que es cuando el niño considera como vivos y conscientes un gran número de cuerpos que, para nosotros son inertes. Piaget hace una conclusión importante en este apartado: el pensamiento procede por espirales nunca por línea recta, por lo tanto, a la creencia inmotivada sucede la duda, y a la duda la reacción reflexiva, pero esta reflexión está minada por las nuevas tendencias implícitas y así sucesivamente. Así se explica que un gran número de niños mayores parecen presentar un animismo más extenso que los pequeños, pues estos niños al chocar con un fenómeno que no pueden explicarse mecánicamente sienten la necesidad momentánea de este animismo.
Sobre el artificialismo.
Piaget observó que los niños consideran las cosas como el producto de la fabricación humana en lugar de prestarles a ellas la actividad fabricadora a lo que llamó artificialismo infantil. Parece ser que el artificialismo procede de los sentimientos de participación de la misma forma que el animismo.
Bibliografía
Piaget, Jean. La representación del mundo en el niño. – España : Morata, 1978.
http://www.monografias.com/trabajos20/representacion-del-mundo/representacion-del-mundo.shtml
www.wikipedia.com
www.rincondelvago.com
Autor:
José Emmanuel Saldaña Letepichia
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