- Anemia provocada por destrucción de glóbulos rojos
- Anemia provocada por pérdida de sangre
- Anemia provocada por una inadecuada producción de glóbulos rojos
- Signos y síntomas de la anemia
- Diagnóstico de la anemia
- Tratamiento de la anemia
- El cuidado de un niño que padece anemia
- Prevención de la anemia
La anemia, uno de los trastornos sanguíneos más frecuentes, ocurre cuando la concentración de glóbulos rojos o hematíes es demasiado baja. Esto puede generar problemas de salud porque los glóbulos rojos contienen hemoglobina, que transporta oxígeno a los tejidos corporales. La anemia puede ocasionar diversas complicaciones, incluyendo la fatiga y el agotamiento por el sobreesfuerzo de muchos órganos corporales.
La anemia puede estar provocada por muchos factores, pero los tres principales mecanismos corporales que la producen son:
Destrucción excesiva de glóbulos rojos
Pérdida de sangre
Producción inadecuada de glóbulos rojos.
Entre muchas otras causas, la anemia puede ser el resultado de trastornos hereditarios, problemas nutricionales (como la deficiencia de hierro o de vitaminas), infecciones, algunos tipos de cáncer o la exposición a fármacos o toxinas.
Anemia provocada por destrucción de glóbulos rojos
La anemia hemolítica ocurre cuando los glóbulos rojos se destruyen prematuramente (la vida media normal de los hematíes es de 120 días pero en la anemia hemolítica es mucho menor). La medula ósea (el tejido blando y esponjoso del interior de los huesos que fabrica nuevas células sanguíneas) sencillamente no puede compensar la demanda de nuevas células por parte del organismo. Esto puede ocurrir por diversos motivos. A veces, las infecciones o ciertos medicamentos -como los antibióticos o los anticonvulsivos- son los culpables.
En la anemia hemolítica auto inmunitaria, el sistema inmunológico confunde a los glóbulos rojos con células invasoras y empieza a destruirlos. Otros niños heredan alteraciones en los hematíes que evolucionan hacia una anemia. Las tipos más frecuentes de anemia hemolítica heredada incluyen la anemia falciforme, la talasemia, la deficiencia de glucosa 6 fosfato deshidrogenasa (G6PD) y la esferocitosis hereditaria.
La anemia falciforme o perniciosa es un tipo grave de anemia que ocurre con mayor frecuencia en personas de origen africano, aunque puede afectar a personas de ascendencia caucásica o procedente de Arabia Saudita, la India o el área mediterránea. En esta afección la hemoglobina forma largas varas al repartir el oxígeno y los glóbulos rojos se deforman hasta adquirir forma de hoz. Esto conlleva una destrucción prematura de los glóbulos rojos, una concentración crónicamente baja de hemoglobina y episodios recurrentes de dolor, así como problemas que pueden afectar prácticamente a cualquier órgano del cuerpo. Aproximadamente uno de cada 625 niños americanos de origen africano nace con este tipo de anemia.
La talasemia, que afecta prioritariamente a personas de origen mediterráneo, africano o del sudeste asiático, se caracteriza por unos glóbulos rojos anómalos y de escasa vida media. La talasemia mayor, también conocida como anemia de Cooley, es un tipo grave de anemia en que los hematíes se destruyen rápidamente y el hierro se deposita en la piel y en los órganos vitales. La talasemia menor se asocia solo a una leve anemia y a mínimos cambios en los hematíes.
La deficiencia de glucosa 6 fosfato deshidrogenasa (G6PD) afecta mayoritariamente a hombres de ascendencia africana, aunque también se ha diagnosticado en muchos otros grupos raciales. En este trastorno, los glóbulos rojos o bien no producen suficiente cantidad de la enzima G6PD o la enzima que producen es anómala y no funciona adecuadamente. Cuando una persona que nace con esta deficiencia tiene una infección, toma ciertos medicamentos o se expone a sustancias específicas, sus hematíes experimentan un estrés adicional o sobreesfuerzo. Sin una cantidad adecuada de G6PD para protegerlos, muchos de esos glóbulos rojos se destruyen de forma prematura.
La esferocitosis hereditaria es un trastorno de origen genético que afecta a la membrana de los glóbulos rojos y puede cursar con anemia, ictericia (piel de tonalidad amarillenta) y agrandamiento del bazo. Los glóbulos rojos tienen una superficie menor que los glóbulos rojos normales, lo que hace que se abran y rompan con mayor facilidad. Los antecedentes familiares incrementan el riesgo de padecer este trastorno, que es más frecuente en personas originarias del norte de Europa, aunque se puede dar en cualquier raza.
Anemia provocada por pérdida de sangre
La pérdida de sangre también puede provocar anemia, sea por una hemorragia excesiva ocasionada por una herida o una intervención quirúrgica o por un problema en la capacidad del organismo para coagular la sangre. Una pérdida de sangre más lenta y prolongada, como las hemorragias intestinales provocadas por la enfermedad inflamatoria intestinal, también puede provocar anemia. La anemia también puede estar ocasionada por menstruaciones muy copiosas en chicas y mujeres. Cualquiera de estos factores incrementará los requerimientos de hierro del organismo, ya que este mineral es necesario para producir nuevos hematíes.
Anemia provocada por una inadecuada producción de glóbulos rojos
La anemia aplástica o aplásica ocurre cuando la medula ósea no puede producir una cantidad suficiente de glóbulos rojos. Esto puede obedecer a una infección vírica, a estar expuesto a ciertas sustancias químicas de carácter tóxico, a la radiación o a determinados medicamentos (como los antibióticos, los anticonvulsivos o los tratamientos contra el cáncer). Algunos cánceres propios de la infancia también pueden provocar la anemia aplástica, así como ciertas enfermedades crónicas que afectan a la capacidad de la medula ósea para fabricar hematíes.
Las concentraciones altas de hemoglobina y glóbulos rojos en la sangre fetal ayudan a transportar suficiente oxígeno en un cuerpo en proceso de formación y un ambiente uterino con una cantidad de oxígeno relativamente baja. Una vez que nace el bebé, tiene más oxígeno a su disposición y la concentración de hemoglobina normalmente desciende considerablemente alrededor de los dos meses de vida, un trastorno conocido como anemia fisiológica del lactante. Este descenso temporal y esperado de la cantidad de hematíes se considera normal y no requiere tratamiento alguno porque el cuerpo del bebé enseguida empieza a fabricar glóbulos rojos por su cuenta.
La anemia también ocurre cuando el cuerpo no es capaz de producir suficientes glóbulos rojos sanos debido a una deficiencia de hierro. El hierro es esencial para producir hemoglobina. La ingesta de una cantidad insuficiente de hierro en la dieta (o la excesiva pérdida de hierro por parte del cuerpo) puede provocar una anemia ferropénica (o por deficiencia de hierro), la causa más frecuente de anemia en la población infantil. La anemia ferropénica puede afectar a niños de cualquier edad, pero es más frecuente en niños menores de dos años. Los niños pequeños que beben cantidades excesivas de leche están más expuestos a este tipo de anemia.
Las niñas que están atravesando la pubertad tienen un riesgo particularmente elevado de sufrir anemia ferropénica debido al comienzo de la menstruación; la pérdida mensual de sangre incrementa la cantidad de hierro que necesitan incorporar a través de la dieta.
Signos y síntomas de la anemia
Si su hijo tiene anemia, sus primeros síntomas pueden ser una leve palidez de la piel y una disminución del color rosado de labios y uñas. No obstante, puesto que estos cambios pueden ocurrir gradualmente, pueden ser difíciles de detectar. Otros síntomas habituales de la anemia incluyen los siguientes:
Irritabilidad
Fatiga
Mareo, sensación de vacío en la cabeza y taquicardia (aceleración de la frecuencia cardiaca)
Si la anemia está provocada por una destrucción excesiva de glóbulos rojos, los síntomas también pueden incluir ictericia (tonalidad amarillenta del blanco de los ojos), bazo agrandado y orina más oscura de lo normal.
En los lactantes y preescolares, la anemia ferropénica puede provocar retrasos del desarrollo y alteraciones del comportamiento, tales como disminución de la actividad motora y problemas en la interacción social y en la tareas que requieren atención. Las investigaciones indican que los problemas evolutivos pueden persistir durante y después de la etapa escolar si la anemia ferropénica no se trata adecuadamente.
Diagnóstico de la anemia
En muchos casos, los médicos no diagnostican la anemia hasta que solicitan análisis de sangre como parte de una exploración física sistemática. Un hemograma completo puede indicar que un niño tiene menos glóbulos rojos de lo normal. Otras pruebas diagnósticas podrían incluir:
Examen de frotis de sangre: la sangre se coloca en un portaobjetos de vidrio y se observa al microscopio a fin de examinar los glóbulos rojos, lo que a veces puede indicar la causa de la anemia.
Pruebas de hierro: estas incluyen evaluar el hierro total en suero y la ferritina, lo que puede ayudar a determinar si la anemia obedece a una deficiencia de hierro.
Electroforesis de hemoglobina: se utiliza para identificar varios tipos de hemoglobina anómala en sangre y para diagnosticar la anemia falciforme, la talasemia y otras formas heredadas de anemia.
Aspiración y biopsia de medula ósea: esta prueba puede ayudar a determinar si la producción de células está ocurriendo o no con normalidad en la médula ósea. Es la única forma de diagnosticar la anemia aplástica de forma definitiva y también se emplea si una enfermedad que afecta a la medula ósea (como la leucemia) podría ser la causa de la anemia.
Conteo de reticulocitos: se determina el porcentaje de los glóbulos rojos jóvenes que ayuda a determinar si la producción de hematíes se encuentra a niveles normales.
Aparte de efectuar estas pruebas, es posible que el pediatra de su hijo le pregunte sobre los antecedentes médicos familiares en lo que respecta a la anemia y sobre los síntomas de su hijo y los medicamentos que toma. Esto puede llevar al pediatra a programar otras pruebas para evaluar enfermedades específicas que podrían estar provocando la anemia.
Tratamiento de la anemia
El tratamiento de la anemia depende de su causa. Es importante no asumir que cualquier síntoma que tenga su hijo obedece a una deficiencia de hierro. Asegúrese de que a su hijo lo evalúe un pediatra.
Si su hijo padece anemia ferropénica, es posible que el pediatra le recete medicamentos en forma de gotas (para lactantes), en forma líquida o en comprimidos (para niños mayores), que generalmente se deben tomar durante un período de unos tres meses para restablecer las reservas de hierro del organismo. Es posible que el pediatra también recomiende añadir ciertos alimentos ricos en hierro a la dieta del niño, así como reducir el consumo de leche.
Si su hija adolescente es anémica y tiene periodos menstruales copiosos o irregulares, es posible que su pediatra le recete un tratamiento hormonal para ayudarla a regular el sangrado menstrual.
Los suplementos de ácido fólico y de vitamina B12 se pueden recetar en el caso de que la anemia obedezca a deficiencias de estos nutrientes, aunque esto es sumamente infrecuente en la población infantil.
Las anemias provocadas por infecciones generalmente mejoran cuando la infección remite o recibe un tratamiento adecuado. Si cierto medicamento parece ser la causa, el pediatra de su hijo es posible que interrumpa la medicación o la sustituya por otro medicamento alternativo, a menos que los efectos beneficiosos de la medicación superen claramente sus efectos secundarios.
Dependiendo de la causa, el tratamiento de las formas más graves o crónicas de anemia puede incluir:
Transfusiones de glóbulos rojos normales procedentes de un donante
Extirpación del bazo o un tratamiento farmacológico para evitar que las células sanguíneas sean eliminadas de la circulación o destruidas demasiado deprisa
Medicamentos para combatir las infecciones o para estimular a la medula ósea a fabricar más células sanguíneas
El trasplante de medula ósea puede utilizarse en algunos casos de anemia falciforme, talasemia y anemia aplástica. En este procedimiento, las células de médula ósea extraídas de un donante se inyectan en la vena del niño; estas células recorren el torrente sanguíneo hasta llegar a la médula ósea del receptor, donde comenzarán a producir nuevas células sanguíneas.
El cuidado de un niño que padece anemia
El tipo, la causa y la gravedad de la anemia de su hijo determinarán qué tipo de cuidados necesita. De todos modos, puede estar tranquilo porque los niños habitualmente toleran la anemia mucho mejor que los adultos.
En general, un niño con anemia significativa puede cansarse más fácilmente que otros niños y, por lo tanto, necesitará limitar su nivel de actividad. Asegúrese que los profesores de su hijo y otros cuidadores del niño conocen el trastorno que padece. Si la causa de la anemia es la ferropenia, siga las indicaciones de su pediatra sobre cambios dietéticos y toma de suplementos de hierro.
Si su hijo tiene el bazo agrandado, es posible que le prohíban participar en deportes de contacto debido al riesgo de que el bazo se le rompa o sangre si su hijo sufriera alguna lesión. Ciertos tipos de anemia, como la anemia falciforme, requieren otros tipos de cuidados y tratamientos más específicos.
Prevención de la anemia
La posibilidad de prevenir la anemia depende de su causa. Actualmente no hay forma de prevenir las anemias de origen genético que afectan a la producción de glóbulos rojos o de hemoglobina.
De cualquier modo, usted puede ayudar a prevenir la deficiencia de hierro, la causa más frecuente de anemia. Antes de seguir cualquiera de las siguientes instrucciones, asegúrese de hablar al respecto con el pediatra de su hijo.
Consumo de leche de vaca. Durante los primeros seis meses de vida, los bebés suelen estar protegidos de desarrollar una deficiencia de hierro por las reservas de este mineral presentes en sus cuerpos antes del nacimiento. Pero, a partir de los seis meses, generalmente no obtienen suficiente hierro a partir de la leche materna o de la leche de vaca común (que contiene menos hierro que las leches artificiales para lactantes enriquecidas con este mineral). La leche de vaca común puede provocar que algunos lactantes pierdan hierro por el intestino, y el hecho de beberla en mucha cantidad puede hacer que el bebé tenga menos interés en ingerir otros alimentos que son mejores fuentes de hierro. Por estas razones, la leche de vaca común no es recomendable para lactantes a menos que hayan cumplido un año y sigan una dieta rica en hierro. Además, estos bebés no deberían beber más de 710 a 950 ml (de 24 a 32 onzas) de leche al día. Si no consigue que su hijo consuma más alimentos ricos en hierro, hable con su pediatra sobre los suplementos de hierro.
Papillas de cereales y leches artificiales enriquecidas con hierro. Estos productos pueden ayudarle a tener la seguridad de que su bebé obtiene suficiente hierro, especialmente durante la etapa de transición de la leche materna o artificial a los alimentos sólidos.
Dieta bien equilibrada. Asegúrese que su hijo ingiere alimentos ricos en hierro regularmente. Entre las mejores elecciones, se incluyen los cereales y papillas enriquecidas con hierro, la carne roja, las yemas de huevo, las verduras de hoja verde, las verduras y frutas amarillas, la piel de patata, los tomates, la melaza y las pasas. Si su hijo es vegetariano, usted necesitará hacer un esfuerzo adicional para asegurarse de que ingiere suficiente hierro porque el hierro que se encuentra en la carne de vaca, la carne de ave y el pescado es más fácilmente absorbible que el hierro que se encuentra en alimentos de origen vegetal y en alimentos enriquecidos con este mineral. Asimismo, deberá tener en cuenta que ciertas combinaciones de alimentos pueden inhibir o bien favorecer la absorción de hierro. Por ejemplo, tomar café o té (incluyendo el té helado) con la comida puede reducir significativamente la cantidad de hierro absorbido, mientras que la vitamina C ayuda al organismo a absorber hierro.
Autor:
Percy Zapata Mendo