Introducción
La anorexia y la bulimia nervosa son dos entidades que por los últimos años han venido diagnosticándose con mucha mayor frecuencia. Sin embargo esas mismas condiciones, cuando aparecen en presentaciones anormales, son a menudo pasadas por alto por muchos profesionales. Aquí me refiero a la anorexia y bulimia en miembros del sexo masculino, en los ancianos, apareciendo luego de traumas, en grupos raciales diferentes a los caucásicos, presentándose como rumiar, apareciendo en personas muy jóvenes, o camuflándose como el ejercicio obsesivo — a menudo, dejando de recibir la atención debida de los médicos — permaneciendo, como situaciones cuyo curso, si se ignora, pueden ser potencialmente deletéreos. (Véase mis ponencias al respecto).
La presentación Atípica
La presentación distinta es influenciada, casi siempre, por la edad del paciente en su aparición. La anorexia nervosa se considera condición que afecta primariamente a las adolescentes y a las personas adultas jóvenes. Mientras que la bulimia, se mantiene que afecta, con mayor frecuencia, a las adolescentes en las etapas finales de su desarrollo y a personas adultas durante el período total de la segunda década de la vida. Los varones presentándose muy raramente. Personas de orígenes asiáticos o africanos, en tiempos pasados, eran excluidas casi totalmente. Personas con poca inteligencia, quienes son limitadas, o quienes de algún modo no se amoldan al estereotipo de ser mujer privilegiada y de clase pudiente, muy a menudo son ignoradas, o no reciben diagnóstico acertado — o peor aún, no se benefician de tratamiento especializado y existente.
Historia Clínica
Este caso sirve para ilustrar como una anoréxica puede existir, desconocida y en silencio, dentro del entorno de una familia frustrada.
A los 9 años de edad, Angie, quien residía en un suburbio de una ciudad de considerable tamaño comenzó a quejarse de que ella sufría de gas y de estreñimiento, problemas que se atribuyeran a unas "alergias relacionadas" con su dieta. Muy pronto, Angie redujo todo lo que le apetecía y podía tolerar, a no más que migajas de pan dietético reducido a cenizas en el microondas, frutas, limitadas a las peras y las uvas (en cantidades minúsculas) y agua que tomaba a sorbos lentos.
La pérdida rápida de once libras de peso, en una niña quien siempre fuese delgada, alarmaba a los padres quienes no podían comprender, cómo su hija mayor (una de tres hembritas) "tan flaca", continuaba gozando del exceso de energía para participar con entusiasmo en la gimnasia, el ballet y se mantenía como la cabeza académica de su clase.
Angie fue hospitalizada y diagnosticada de la emaciación severa, complicada por una parálisis peroneal del pie derecho, secundaria a una avitaminosis profunda. (Véase mi artículo al respecto).
En su habitación, la niña se sentaba en la cama del hospital haciendo su tarea escolar, mientras que las bandejas conteniendo sus comidas regresaban intactas a la cocina. Muy pronto tuvieron que instituirse medidas enérgicas para salvarle su vida. Alimentación por las vías intravenosas y naso gástricas fueron necesarias, mientras que una enfermera privada la supervisaba para que Angie no interfiriera con los métodos de su tratamiento — ya que Angie, la "muchachita más dócil, bien comportada y más gentil de este mundo" rechazaba con gritos histéricos toda introducción de comida — voceando con vehemencia inequívoca, que a ella "nadie la engordaba, y que (también) preferiría morir de la flacura que el vivir una vida de gordura."
Tratamiento procedió en un centro especializado en el cual recuperó la salud luego de muchos meses de "combate" (como lo resumiera la mamá). (Véase: The Psychiatric Clinics of North America, June 1984 Issue on Eating Disorders. Ed. F. Larocca).
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