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Heredad

Enviado por Jaime Restrepo Ch.


Partes: 1, 2, 3

    En la casa de una tradicional finca ganadera, cuya extensión se acercaba al medio millar de hectáreas, jugaban varios niños en su algarabía característica, con mucha familiaridad entre sí por tratarse de primos, ya que este parentesco tenía para ellos un hondo significado, al ser inculcado por sus mayores con sentimiento de superioridad respecto a los demás, ya fueran vecinos, amigos o compañeros en la institución privada o pública donde se desempeñaran de alguna manera, así entre tíos y abuelos existieran diferencias y contradicciones profundas. Se sentían orgullosos de tener ascendencia europea de alto linaje y por eso acostumbraban poner los apellidos como tema de conversación, con el fin de descubrir el grado de alcurnia de los demás; creyéndose asimismo poseedores del atributo de la belleza física que la naturaleza no concede a todos por igual, del mismo modo que la inteligencia; jactándose del principio de sólo importarse a sí mismos y de saber llevar a los demás con la ayuda de Dios.

     Eran hermanitos de a dos y tres, hijos de las hermanas y un hermano de la dueña de esas tierras y de una hija suya que viajaba mucho entre Norteamérica y Europa, dejándolos a su libre albedrío con la mayor de sus retoños que sólo estaba por los doce años y era de admirar su tierna hermosura, tomada de la familia vascuence, judía y otras posibilidades de mezcla racial y cultural traídas a este continente americano por las migraciones mediterráneas que le consideraron su Tierra Prometida, en lo que tocaba a su madre; y, en lo que heredaba de su padre, inmigrante del siglo veinte, tomó del catalán ojos rasgados, pelo lacio y oscuro que a ella le iba muy bien sobre hombros y espalda, dados los ancestros árabes y posiblemente mongoles de estos pueblos, aunque los otros tres hermanitos de tan bella niña parecían visigodos o celtas por su pelo rubio y ojos azules.

     Este señor había tenido que huir de la persecución franquista y se encontraba trabajando como docente en una de las más afamadas universidades jesuitas del país, quien, a parte de las circunstancias afanosas de su vida, poco se entendía con su esposa, voluntariosa niña de clase alta que para nada compaginaba con la formación y expectativas de un revolucionario fugitivo de la dictadura en su país, así adorara a esa jovencita desde que la conoció a los dieciséis y le demostrara sus capacidades intelectuales y estéticas por medio de bellos manuales de didáctica musical para sus alumnos y público en general, porque esa muchacha, aparte de ser mimada, en el norte, había aprendido el comportamiento de las adolescentes de los años sesenta, con el gusto por fármacos como el valium, por el alcohol y la marihuana; sumándole una revoltura de ideas jipis (hippies), cristianas y, su tan arraigado egoísmo del dinero que le llevaba a disfrutar lo que ella llamaba liberación femenina, sin percatarse de que sólo era el producto de una holgura familiar, respaldada en la venta de leche y vacas que llenaba sus cuentas bancarias.

     Una típica familia de origen paisa, descendiente de esclavistas y otras formas de dominación que prevalecieron hasta mucho después de fundada la república; de señoras acostumbradas a conseguir muchachas para el servicio doméstico en Supía, Riosucio, Mistrató, Popayán o Pasto, porque, según afirmaban, las ñapangas eran obedientes y dispuestas a servir en todo momento, desde siglos pretéritos de conquistas y colonizaciones; sumándole a la lista de empleados, la procedencia de chóferes para sus automóviles, guardaespaldas, mayordomos y otros, que podían ser del sur de Bogotá o de barrios semimarginales de Medellín o Pereira, o cualquier lugar rural o urbano donde hubiera gente dispuesta a trabajar, bien recomendada por amistades, que presentara serios problemas de subsistencia, sin importar para nada si su raza era india, blanca, negra o mestiza corriente, cual la mayoría de la población.

     La circunstancia de intimidad de las mujeres para el servicio doméstico, hacía que las señoras, de acuerdo con su criterio, las prefirieran feitas, tratando de evitarse problemas pasionales con sus maridos e hijos, puesto que debían vivir el día y la noche en la parte de atrás de sus casas, limpiando, preparando alimentos o poniendo orden en todos los objetos; permitiéndoseles salir sólo los domingos o cuando las llevaban a cualquier lugar en que requirieran de sus servicios, o a veces, a visitar sus propios familiares para ayudarles con los sueldos precarios que devengaban, más algún "revueltito" que se les diera de las fincas, talvez, para que notaran en ellos algún rasgo de generosidad o simplemente, por el espíritu caritativo de dar lo que sobra o lo que no sirve por viejo, acabado o feo. Pero eso sí, requerían estar siempre dispuestas a cumplir las sagradas órdenes de los señores y sus hijos, para lograr conservar sus ingresos mensuales.

     Presentando estas condiciones de trabajo una considerable similitud con el esclavismo, salvo el no acostumbrarse grilletes ni latigazos, inquisidores ni reyes déspotas, pues la vida cotidiana de estas mujeres era entre el aseo desde muy jóvenes por fuerza de su pobreza extrema; obligándoles a soportar estas circunstancias nada gratas, de acuerdo con las razones que daba una de ellas, al afirmar que gracias a Dios había tenido al menos a doña fulana y a don perencejo, porque de lo contrario, no sabría qué hubiera sido de ella. Sin percatarse siquiera de sus circunstancias, por los vejámenes de los más jóvenes a veces, cuando se sentían sus dueños, al hacerlas víctimas de burlas por las facciones de su rostro, que a su parecer eran poco delicadas y agradables; llamándoles "feúras" en alta voz y lanzando risotadas desconsideradas, con una grosería tal que daba horror, cuantas veces se les antojara en el día o la semana, por la mañana o en la noche, de distintas maneras y con diferentes sobrenombres. Porque además, bien sabían ellos que sus papás no se enterarían jamás de lo que estaba sucediendo durante sus ausencias, ya que ellas callaban resignadamente, ante la amenaza del hambre, por temor a perder su empleo de responsabilidades mayúsculas con sus hijos. Desconociendo estas mujeres –como les llamaban sus patronas- que lograrían defenderse de estos atropellos si comentaran su problema, pero –lo más seguro– sería que se alarmarían los señores, por ser muy difícil conseguir a alguien honrado y barato para hacer los menesteres del hogar. Pero ellas, estaban aturdidas con tantas presiones e ignorancias.

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