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Que diez años sí son algo… (página 2)


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         Antonio Ordóñez nació en Ronda, era rondeño, se consideraba rondeño y amaba su lugar natal, disfrutaba de estos parajes tan lindos, le agradaba conversar con las acogedoras gentes de este pueblo, gustaba de sentarse a desayunar su café con leche y su pan con aceite, muchas mañanas en el bar Maestro, ese sitio chiquitito que hay en la calle de La Bola, tan acogedor y entrañable, tan repleto de fotografías taurinas. Pero, por las venas del torero, corría también sangre de otras procedencias. Ordóñez es un apellido férreo, castellano, potente. Procede de León, de allí son los ancestros familiares paternos, un carácter firme, recto, seco, fuerte, como la geografía arisca de esos pueblos tan competitivos y tan soberanos. Araujo es una palabra procedente del gallego, Arauxo, Alfonso Ordóñez me confirmó que provenía de la provincia de Pontevedra, un vocablo sonoro, elegante, con clase. De allí, de la zona pontevedresa, son los antecedentes taurinos maternos del Maestro, personalidad suave y templada, como el clima, con duende y embrujo, con fantasía.

         Así, Antonio Ordóñez fue hijo de rondeño y sevillana, alma del Sur, alegría y flamenco, toros y sol, charlas eternas en esas noches veraniegas con aromas a campo y a flores, pero, como muy bien afirmó su hermano Alfonso, también fue norteño, el banderillero lo dijo, "somos andaluces pero del Norte", sobriedad y talante recio, rocío e inviernos fríos, melancolía y fortaleza. 

         Sangres de paraderos tan distintos en las venas de un hombre que, además, llevaba en el cuerpo el calor y el arte de los gitanos, convirtieron a Antonio Ordóñez Araujo en el ser magistral que sin duda fue. Un tipo que hubiera destacado en cualquier actividad que se hubiera propuesto, destacó en los ruedos por ser un torero que arrancaba lágrimas y suspiros de emoción a los espectadores, su valía no tuvo parangón, pocas personas habrá en el mundo que se atrevan a criticar algo a este matador profesional y sugerente.

         Hoy, festividad de San Antonio, hermoso día 13 de junio, nos hemos reunido aquí para glosar al Maestro Ordóñez, para alabarle, recordarle y homenajearle como él se merece. San Antonio, tal como afirmó el Papa Juan Pablo II, fue un hombre evangélico, un ser que vivió la vida enriqueciéndola con sus maravillosos dones. Persona de rostro sereno, apacible, de gran generosidad. Así, estableciendo un singular paralelismo, y por supuesto con todos mis respetos hacia todas las divinidades y todos los Santos, me veo capaz de afirmar que incluso el nombre, Antonio, le caía como anillo al dedo. También Ordóñez fue un pastor, un Dios, un espejo en el que mirarse… el torero que sirvió de ejemplo a muchos otros diestros con aspiraciones de triunfo y hambre de tardes gloriosas, Ordóñez fue noble, tranquilo, hombre generoso que jamás dudó en prestar su ayuda cuando ésta hizo falta. Así pues, fue un hombre que también enriqueció la vida con sus dones: con su generosidad, con su buen concepto del toreo, con su semblante grato, con su simpatía rondeña…

         Siempre se ha dicho que Antonio Ordóñez abrazó la amistad de personas tan curiosas como Hemingway, Orson Welles, Lola Flores… esas relaciones amistosas son sencillas de entablar e incluso convenientes de mantener, pero el torero también era amigo de hombres y mujeres que han pasado y siguen pasando por la vida con identidad desconocida. Ordóñez era amigo del hombre que le atendía en el Parador de Ronda, ese lugar que tanto le gustó, y departía con él en madrugadas rondeñas con la mirada puesta en su blanca plaza de toros. Era amigo de los rondeños, de las gentes de "a pie", de los lugareños que compartían el desayuno con él, de los flamencos que alzaban su voz en la Feria, de hombres sin apellidos famosos que gustaban de los toros y la buena torería. Antonio Ordóñez destacaba por su extremada generosidad, era noble y bondadoso, hombre consciente de que la vida se había portado bien con él afirmaba tener que devolver siempre una parte de lo recibido.

         Era tierno. Cuando esa noche de la ilusión colorea los corazones y consigue que hasta el más seco de los ancianos retorne a la infancia unos minutos, la Noche de Reyes Magos, cuando todos somos niños por un día y soñamos con la magia de los regalos, el torero Ordóñez disfrazaba su estatura privilegiada y su hermoso rostro de gitano del Sur, y se vestía con los atuendos del mago Gaspar, y recorría las calles frías y llenas de luz de la Sevilla que él tanto quería con una sonrisa en los labios y una caricia en las manos. Qué suerte la de aquellos pequeños que, aquellas noches, se acercaran con su inocencia al Maestro, suerte porque eran niños y gozaban de la inmensa felicidad de creer en la fantasía, suerte por haber podido conocer al Mago Gaspar, y triple suerte por, sin siquiera saberlo, haber saboreado las delicias del cálido corazón de Antonio Ordóñez.

         Se podrían decir tantas cosas de este torero aclamado por todos… hay tantas anécdotas interesantes sobre su personalidad que resulta inmensamente difícil escoger tres o cuatro que reflejen bien quién ha sido ese rondeño universal que ustedes ( y yo ) tanto admiran/admiramos. Cuenta la historia que el cuñado de Antonio Ordóñez, otro de los colosos de los ruedos, Luis Miguel Dominguín, se proclamó a sí mismo número 1 en Madrid en el año 1949, tras unas faenas más que meritorias. Sin desmerecer en absoluto a Dominguín, al que admiro por ser el torero que fue y por saber convertirse en el personaje en el que se convirtió, me quedó con la actitud responsable y discreta del Maestro rondeño, serio en su profesión, respetuoso, gran compañero y escasamente vanidoso, él fue el único y absoluto número 1, pero nunca lo afirmó. Es más, los que tienen la suerte de haber disfrutado la amistad de Ordóñez aseguran que el matador jamás quedó satisfecho de sus quehaceres en las plazas. No se trataba de falsa modestia, era cierto, Ordóñez no dejaba ni un segundo de ser torero, pensaba en los toros por el día y por la noche, siempre ansiaba más, a sus faenas, según él, siempre les faltaba algo, les sobraba algo, nunca encontró la perfección. Es curioso, él, que fue el torero perfecto, jamás halló en sí mismo la perfección.

         Dicen que Antonio Ordóñez tenía una voz fuerte, seca, muy recia. Que imponía. Su propio hermano, Alfonso, reconoce que el diestro era muy exigente con su cuadrilla, le disgustaba la más mínima torpeza, y así, el genial banderillero, con todo su amor y toda su dulzura, me contó de esas tardes en las que Antonio no había logrado triunfar, de su pesar, de su genio, de sus arranques de malhumor. Simón Mijares, "El Duende", afirma que el Maestro era difícil, con esa personalidad tan curiosa, con esas palabras serranas, ese rostro reflexivo. Su propia, y bella, hija Carmen, tras la muerte de su adorado padre, reconocía en una entrañable carta dirigida a él que iba a echar de menos cada mañana la "personalísima" voz de Antonio regañándola.

         Así era también el Maestro, todo carácter y dureza, y esa particularidad tan suya, ese genio, esa rectitud, le convierten en un ser todavía más destacable. Alvin y Diana Simonds, periodistas americanos y rondeños de adopción, y también nuestro añoradísimo Ángel Harillo y el querido Juani Bulerías, recuerdan haberle escuchado decir, con respecto al cáncer que padecía, que no era nada. Lo relatan ellos con tanta pasión y tanta entrega que casi logro imaginar al Maestro Ordóñez, abrigo negro y andares toreros, paseando por las calles frías de una Ronda de invierno diciendo que la enfermedad apenas es un catarro sin importancia.

         Antonio Ordóñez: temperamento, apostura, elegancia y educación.

         Así fue… y así se le recuerda.

         Miembro de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo. Antonio Ordóñez, como gran parte de su familia, lo era. Religioso, con firmes creencias, hombre que gustaba de rezar, que vivía la oración. Tan completa fue su personalidad que en ella cabían los elementos más dispares: Antonio era el juerguista mayor de todos, el hombre que se pasaba la noche en el ferial cantando y bebiendo vino y el que recorría Jerez de la Frontera en coche de caballos entonando la letra del himno de San Fermín, ese era él, y también el caballero que se recogía en rezos profundos, el que presentaba sus respetos a la Virgen Esperanza de Triana, el que se deshacía en lágrimas de emoción al verla procesionar en la Madrugá de Viernes Santo. Tan cristiana era la mentalidad del torero que nunca pudo aceptar el suicidio de su amigo Hemingway, siempre prefirió creerle en Kenia, allá en esas lejanas y misteriosas tierras donde el sol arranca destellos de oro a los paisajes.

         Ese es el Maestro Ordóñez. Hombre culto, adelantado a su tiempo. Infatigable lector, gran conversador, buen "escuchador", amante de la ópera, apasionado del teatro, motivo por el que viajaba mucho a New York, para presenciar buenos espectáculos, flamenco, corazón futbolero y seguidor del Bilbao, hombre de mar y playas, infatigable viajero, hedonista y exquisito, sin duda una persona que supo sacar, de la vida, lo mejor.

         Antonio Ordóñez, el torero, cosechó importantísimos triunfos en las plazas de toda España, de México, de Portugal y de Francia. He conocido seres de esos a los que se suele llamar "hombres hechos y derechos" que afirman sin ningún atisbo de pudor haber llorado copiosamente mientras el matador de Ronda ejecutaba alguna de sus prodigiosas faenas. Tal era el sentimiento que su capote, su muleta y su esencia desprendían que muchas personas manifiestan haberle seguido de ruedo en ruedo desde los más dispares lugares del mundo. Así fue Antonio Ordóñez: un aglutinador, alma bohemia y corazón dulce que supo nutrirse de todo lo bueno, hombre elevado por méritos propios a la categoría de Dios, persona que siempre estuvo rodeada de otras personas, que ansiaban escucharle, sentirle, empaparse de su estampa y de su arte.

         Como torero, como soberbio torero que fue, el Maestro de Ronda, recibió innumerables premios, así pues, recibió:

         el Escapulario de Oro del Señor de los Milagros en Perú en 1962.

         la Oreja de Oro en Sevilla en 1967.

         la Concha de Oro en San Sebastián en 1968.

         cinco veces la Puerta Grande en Madrid.

         la Cruz de la Beneficencia en 1972, por sus labores benéficas.

         la mención de Caballero de la Legión de Honor en Francia en 1995.

         … y tantos, y tantos… premios en todos los lugares, porque fue un torero que supo conquistar España, pero también supo ganarse a la afición de América, siempre fue adorado en México, en Perú…, lo mismo sucedió en Francia, Nimes se rendía a su arte y su temple…, igual acontecía en Portugal, Antonio Ordóñez logró mandar allá donde fue. Incluso llegó a lidiar en sitios tan hermosos y míticos como la ciudad de Casablanca (Marruecos), durante la temporada de 1961… y siempre premiado, siempre…

        …pero la distinción que mayores emociones reportó a Antonio Ordóñez, él lo dijo varias veces, fue la de haber sido merecedor de la Medalla al Mérito de las Bellas Artes. Le gustó mucho ese galardón porque implicaba que se reconocía que el toreo es un arte. Esa actitud pone de manifiesto, nuevamente, que el torero rondeño era alguien inteligente y de mente abierta, una persona que sabía y dominaba, un hombre que se congratulaba de que su amada profesión corriera pareja, de la mano, de otras que él siempre admiró y respetó, como la de escritor, pintor, cineasta o músico.

         Quizá hoy, ahora, se echa de menos esa sabiduría tremenda que engrandece aún más al número 1 de los toreros del siglo XX.

         … y tan rondeño. Si hay algo que ennoblece mucho a una persona es el hecho de que sepa quién es, que aprecie sus orígenes, que sea amable y bondadosa con el pueblo que la vio nacer. Antonio Ordóñez fue esa persona: amó Ronda por encima de todas las cosas, y paseó su nombre por el mundo entero con toda su presencia, con todo su temple, con todo su orgullo. Si Ronda siempre fue grande y bella, serena y fuerte, Antonio Ordóñez contribuyó a hacer su fama todavía mayor, y, donde fue, siempre encontró tiempo para homenajear a su ciudad, para alabarla, para sentirse orgullo de ser rondeño, y para que los rondeños se sintieran orgullosos de haber tenido entre ellos a este majestuoso torero de arte y valor.

         Ordóñez se volcó con "su" Ronda… cómo le gustaba… adoraba sus calles chiquititas, esas tertulias en esos bares tan llenos de encanto serrano, le encantaba el Parador, y se pasó allí bastantes horas de todas las intensas horas que compusieron su interesante vida. Ronda era una guía, un Norte, un oasis, esa casa a la que todos regresamos para buscar la paz de espíritu.

         Como se ha dicho ya muchas veces, él fue el auténtico impulsor de las tradicionales corridas Goyescas. Supo comprender que el mítico torero Pedro Romero, el otro grandioso matador rondeño, el que supo conquistar las orejas y los olés del siglo XVIII, era merecedor de unas fiestas que honraran su memoria. Y, así, cuando septiembre refresca los calores de agosto, la ciudad de Ronda se engalana para rendir tributo a su célebre convecino, y cada rincón del blanco lugar del tiempo suspendido se viste de feria, y los toros llegan al pueblo del Tajo para goce y disfrute de aficionados y bohemios.

         Antonio Ordóñez, mientras vivió, siempre manifestó su amor por las corridas Goyescas, las arropaba con todo su empaque, las elevó a una categoría casi divina, y las convirtió en fiestas sagradas para la torería. Llamó siempre al mejor de los toreros, a aquel que había dejado en las plazas sudor y arte, para que acudiera al bellísimo coso rondeño a alimentarse de historia y tradición, y a obsequiar con su maestría a rondeños y visitantes. Toreó él, hasta que su salud se lo permitió, en esas tardes soñadas, y dibujó el toreo, y regaló sus detalles, y puso un broche de oro a esas Goyescas que él concebía como un don hermoso y valioso para todo el universo taurino.

         Hoy, muerto Ordóñez, sigue vivo en las Goyescas rondeñas. Cada septiembre, como si se tratara de la Romería del Rocío o del Camino de Santiago, los ordoñistas y los amantes del toreo de verdad inician su anual peregrinación a Ronda. Cada mesa, cada rincón, cada alma taurina se embarga de la esencia y del temple del Maestro de maestros, y Ordóñez está presente en todas las conversaciones, en cada pensamiento y en la magia que envuelve la ciudad del Tajo.

         Cuando suenan las cinco de la tarde, y los toreros se dirigen a la plaza, las arenas que conquistó, amó y bendijo Antonio Ordóñez huelen a su gloria, y en el cielo brilla su estrella aunque luzca el sol y sea de día… luego, cuando muere la tarde, y la luz se esconde bajo el manto agreste de las montañas de Ronda, y una Goyesca más se ha celebrado!, el espíritu inquieto del torero de toreros duerme satisfecho su sueño de eternidad.

         Antonio Ordóñez escribió su nombre con letras mayúsculas en la historia de la Tauromaquia, su concepto del toreo, su clase y su valía lograron que el diestro rondeño alcanzara tantas distinciones, pero no únicamente le hacen grande sus faenas en los ruedos, el matador de Ronda es un ser excepcional por todas las cosas que hemos estado comentando y por muchas otras que se quedan guardadas para otra ocasión. No sólo se hizo con resonancia de oro en el planeta taurino por ser un majestuoso torero, de Antonio Ordóñez agradaba todo: la altura, la belleza, la sangre gitana, el alma de artista, el carácter bondadoso, el corazón noble, la personalidad fuerte… todo en él atraía… su pasión por el flamenco, su manera de hablar, su forma de beberse su predilecto vino "Marqués de Cáceres", sus exigencias a la hora de determinar cómo una persona debía ir vestida por la calle de La Bola… Todo. Antonio Ordóñez hechizaba, a nadie dejaba indiferente.

         Hoy, casi diez años después de su muerte, nos hemos reunido aquí para honrarle, recordarle, venerarle y presentarle nuestros respetos. Cuando pasen cincuenta años más, o cien, otras personas que no seremos las que hoy estamos aquí, serán otras, volverán a juntarse con el mismo fin, y eso es lo auténticamente bello de esta historia…

         … que siempre se hablará de Antonio Ordóñez…

         … y de Ronda, porque Ronda y Antonio Ordóñez van ya eternamente ligados… y

se detienen, se suspenden en el tiempo, y permanecen…

         como canta Miguel Bosé, al que unen lazos familiares con el torero rondeño, en su hermoso tema "Como un lobo", "mil años pasarán y el duende de tu nombre de luna en luna irá…".

         Eso, justamente eso, es lo que acontecerá con el Maestro Antonio Ordóñez, pasarán mil años y seguirá presente en la historia de la torería, y, en cualquier parte y en cualquier lugar, alguien alzará su voz para glosar al torero que fue el espejo en el que hoy se miran cientos de toreros.

         Sin más, convido a todos ustedes a dar las gracias a nuestra Virgen de la Paz, por permitirnos hoy estar aquí, porque nos permita una nueva mañana, y varias buenas tardes, y les invito a lanzar un beso al cielo para homenajear al siempre mítico y rondeño torero Ordóñez!!!.

         (Y un beso también a Ángel Harillo, que es rondeño, que es genial y que es Ordóñez ).

 

 

Autora:

Cristina Padín Barca

España

13/06/2008

Partes: 1, 2
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