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Que diez años sí son algo…


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    Resumen:

    Se trata de una conferencia escrita en homenaje al torero Antonio Ordóñez, leída el día de su onomástica en Ronda.

    Que veinte años no es nada, decía el más que conocido tango Volver, interpretado por la melodiosa voz de Carlos Gardel. Con los debidos respetos hacia Alfredo Le Pera, autor de tan alabadas y reconocidas letras, yo pienso que diez años, ya no digamos veinte!, sí son algo. Son tiempo, mucho tiempo, una década, dos lustros, son fechas, recuerdos, promesas y sueños, planes que se malogran y empresas que fructifican, amores que se rompen y amores que se hacen fuertes, diez años son días, noches, meses, romerías y fiestas, tardes de triunfos y mañanas de silencios, mañanas de éxitos y tardes de dolor, diez años son bodas, bautizos, entierros, gente que se va y gente que llega, gente que permanece, diez nuevas corridas goyescas, diez años son una parte de la vida, de esa vida que va pasando, lentamente, sin prisa pero sin pausa, igual que el tiempo, cruel, avanza también, incluso en la bella ciudad de Ronda donde todo es eterno y permanece.

    Antonio Ordóñez Araujo fallecía hace casi diez años, en una Sevilla prácticamente navideña que lloraba su muerte. Ronda, su Ronda natal y su Ronda adorada, se rompía en lamentos y lágrimas al conocer tan lamentable pérdida, y, hoy, casi dos lustros después, la falta del Maestro sigue provocando duelos, su ausencia pesa como una losa en el lugar que es la cuna del toreo. La esencia del mítico Antonio Ordóñez continúa presente en cada rincón de la bella y redonda Ronda, y, en muchas ocasiones, principalmente cuando septiembre tiñe de magia las tardes de Pedro Romero, el torero rondeño parece estar presente en cada tertulia, en cada esquina, en cada copa de buen vino.

    Pero lo tristemente cierto es que no está… el diestro Ordóñez ya no está entre nosotros.

    Antonio Ordóñez era temple, raza, garra, nobleza, torería, aroma a hierbabuena,  Maestro de Maestros, torero en cada minuto del día y de la noche, elegancia, incondicional dueño y señor de los ruedos, rondeño, amigo de sus amigos, buen padre, mejor abuelo, sabio, hombre de sangre gitana y alma pura, tesón y carácter, alegría y grata conversación. Antonio Ordóñez era, fue, una persona especial, un ser único e irrepetible, un maestro fuera y dentro de las plazas, alguien que jamás pasó desapercibido.

    Como se ha dicho y se ha escrito en mil y una ocasiones, el que luego habría de convertirse en el mejor torero que nos ha regalado el siglo XX, nació en la divina Ronda, un 16 de febrero de 1932, muy posiblemente un día frío, lleno de nieblas, el típico día serrano, envuelto en esas nubes de colores imposibles que se adhieren a las montañas de la caprichosa geografía de esta zona tan hermosa.

    Tercero de los vástagos del Niño de la Palma, el asombroso Cayetano que inspiró algunos de los más notorios versos de los más celebres poetas de nuestro país. Tercero entre cinco varones que, en una familia compuesta por padre matador y madre actriz y bailarina, también sintieron la intensa llamada del toro. Antonio Ordóñez Araujo fue el tercero de seis hermanos, pero, en el universo taurino, y sin desmerecer a ningún matador, consiguió erigirse como el auténtico número 1.

    Del torero rondeño se han escrito tantas cosas que no quisiera yo caer en las repeticiones, no quisiera contar las mismas anécdotas e iguales recuerdos, y por eso me he afanado en encontrar novedades sobre Antonio Ordóñez, hechos y detalles que se desconozcan, o que se hayan dicho o escrito en muy contadas ocasiones.

    Hoy, aquí, en Ronda, en la hermosa ciudad que enamoró a Rilke, y que cada día fascina a cuantos por ella pasean, mi deseo es el de ofrecer una semblanza del Maestro Ordóñez, este rondeño universal que tanto enorgullece a los corazones de las personas de bien.

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