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Oído, oreja, boca, metalenguaje

Enviado por Sergio Hinojosa

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    • Mi primer contacto con la lectura de Lacan estuvo relacionado con un pequeño libro de Althusser: "Freud y Lacan" escrito en 1965. Un año antes había comenzado su análisis con René Diatkine, de quien era manifiestamente conocida su postura contraria a Lacan a pesar de haber sido, o por esa misma razón, paciente de Lacan. Althusser le exhorta, sin embargo, a que reconsidere su posición y no rechace esta aportación teórica de primer orden.
    • Este breve escrito de Althusser no es sólo el producto de una relación transferencial, de una puesta en jaque de su analista. Contenían sus páginas un acercamiento al inconsciente, presentándolo como un orden simbólico. Orden actuante en un plano distinto del que el Yo reconoce. El inconsciente como lenguaje es un decir que determina estructuralmente al sujeto y lo posiciona en la vía de una repetición sintomática, o en la de un despliegue fantasmático.
    • Por aquel entonces, este orden de repetición ya había asomado a mi vida. Y aunque todavía era un joven de "alma bella", ya había comenzado a percibir que las injusticias del destino no me eran tan ajenas.
    • Mi acercamiento al psicoanálisis, coincidió además con la llegada de Louis Althusser a Granada, visita histórica que tuvo lugar gracias a la amistad y al empeño de Juan Carlos Rodríguez.
    • Los textos de Althusser los leíamos conjuntándolos con los de Marx, Lenín y Gramsci, buscando el derrocamiento de la dictadura y su posible alternativa. Cuando el dictador dio paso a un enjambre asociativo, aun seguían aquellas lecturas como guía de la alternativa. En el seno del PC se debatió la nueva vía de abandono de la Dictadura del proletariado, las nuevas formas organizativas, tanto del partido como de las organizaciones de masas y la conveniencia de aceptar la monarquía como un mal menor. No siempre las fuentes podían responder a tan acuciantes exigencias. Para mí, aquellas lecturas suponían ligarme a un saber de lo que no marchaba en aquellos momentos de mi vida. Un saber sobre lo que no marchaba para muchos otros españoles.
    • Por otra parte, la lectura de Lacan logró, poco a poco, poner cierto orden en los conceptos básicos tomados de una lectura tan fragmentaria de Freud como la mía. Poco después, tras un año de estancia en Alemania, ingresé en el Cuerpo de Agregados de Filosofía de Instituto. Y fue en mi nuevo destino de las Islas Canarias, en donde me empleé a fondo con Freud y Lacan.
    • Durante esa década de los ochenta me analicé con una analista de la que conservo un grato recuerdo por su honestidad y saber hacer. En el encuentro con mi palabra pude apercibirme de que aquello que decía trascendía la mera revelación del secreto y, puesto que era testimonio más que comprometido de mi propio decir, también mi escucha iba más allá de la culpa y de la simple confesión.
    • No hubo muchos momentos reveladores, solo unos pocos. Pero suficientes para salir de un letargo y una pasividad concomitantes con ciertas jugadas de mi fantasma. Una vez muerto el padre imaginario al que me ligaba, para mendigar un saber de lo que no iba bien, mis relaciones con los hombres no pasaron más por la fascinación que captura y obtura la posibilidad de recorrer solo el camino. Por otra parte, la relación con el otro sexo siguió tan imposible como siempre, por más sexo que hubiera. Pero aprendí que detentar el lugar del saber sobre ello, sobre esa irreductible diferencia, está íntimamente emparentado con la forma religiosa de existir. No renunciar al Uno, huir de lo que hace hueco y falta.
    • Todo un ejército de bienintencionados sexólogos, psicólogos y expertos recorren ahora el camino que siempre anduvo el confesor, ahora más interesados aún por las palabras que rigen y estimulan el cuerpo femenino. Discurso imposible, pero posible como regulador de un poder, a veces un tanto obsceno, en su aplicación a la administración de los ideales sociales, juveniles, etc.
    • Entrando más en materia, he de decir, que aprendí en esa fuente de Lacan que el cuerpo sale de una suerte de inercia natural para ingresar en el pathos de la palabra dicha y oída. Que la palabra proferida, pensada o reflejada en el oído como proveniente del otro, nos hace vibrar y sentir. El símbolo en su recorrido somete a esa ex–sistencia, que anida en el cuerpo que nos soporta, a un pathos y a un destino. Pero al contrario de lo aprendido en nuestra Universidad, Lacan me dio razones para suponer que esa sumisión a la que es sometida el cuerpo, no procede de un lógos proveedor de un orden de significaciones, cuyos referentes se mantuvieran en la distancia de una realidad neutra, sino de una servidumbre más absurda y, a la vez, más asombrosa.
    • La palabra somete al cuerpo al impacto de una lógica del significante. Esta lógica no está determinada por leyes semánticas, sino por otras descubiertas por Freud y reformuladas por Lacan como metáfora y metonimia. La cadena hablada (o pensada) es solidaria con otra, no más profunda, sino más fundamental que modula nuestro particular repertorio vital. Lo que hacemos, nuestros actos, también están tejidos de dichos. Lo dicho y lo oído, por evidente que parezca, configura un hacer que no se sabe, un destino que nos lleva.
    • Si considero lo sucedido, no sólo lo que hacía sin pensar por aquella época, sino lo que hacía pensando de manera justificadora, se lo debía al daimon que me conducía y al que tuve la oportunidad de hacer hablar en aquellos años ochenta.
    • Allí estaba eso que algunos psicólogos llamaron el carácter, o aquello otro que se pretende silenciar con fármacos: el síntoma.
    • Tras el derrumbe de la dictadura, como dije, llegó, para cada uno de los que nos congregábamos en torno a lo que no marchaba, un tiempo de exaltación y a la vez de diseminación del lazo social. Lo que no marchaba se fue disgregando en otros sufrimientos y se impusieron otros imperativos dictados, a su vez, por otros centros de saber y otras, muy otras perspectivas más ceñidas al destino personal y profesional que a la ilusión comunitaria. El psicoanálisis ocupó ahí un lugar de privilegio, al menos para mí. Para otros el discurso político devino profesión.

     

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