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El acto y la acción de comer: Un drama en tres actos

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

    1. Primer acto
    2. El apetito
    3. La historia continúa
    4. Segundo acto
    5. Los estados feudales nacen y entran en la escena
    6. Tercer acto
    7. La dolce vita…
    8. En resumen
    9. Para concluir, unas reflexiones piadosas…

    Hace algún tiempo que durante la Semana Santa, tengo como costumbre hacer reflexiones filosóficas de mi propia existencia y de quienes me circundan. El año pasado fue mi artículo titulado: La Teología de la Relatividad. Este año escribo algo más acerca de un tema de todos favorito, por una diversidad de razones. Las mías no pertenecen al acto de ingerir comida, sino a sus desvaríos.

    Comencemos con las definiciones de dos palabras, tomando como pautas las que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española:

    • I. hambre. 1. (Del lat. vulg. famen, -inis. ) f. Gana y necesidad de comer.
    • II. apetito. 1. (Del lat. appetitus.) m. Impulso instintivo que nos lleva a satisfacer deseos o necesidades. 2. Gana de comer.

    Primer acto

    El hambre es un módulo nato cuyo centro de control se sitúa en el hipotálamo cerebral desde donde emanan los impulsos que indican al individuo que debe de ser satisfecho.

    Cuando el hambre se aproxima, neurotransmisores, actuando en conjunto con nuestros centros cerebrales y compartiendo actividades bajo dominios reflejo, cognitivo y voluntario, nos incitan a posponer toda otra acción de naturaleza no-urgente para procurar comida tan pronto como nos sea posible.

    Si en la búsqueda por alimento nuestros esfuerzos fallan, el hambre se intensifica y el sentido de urgencia se vuelve central. A medida que la escasez aumenta y persiste, nuestras reservas grasa se utilizan de manera progresiva y el desgaste eventual de la desnutrición aparece. En este estado, funciones vitales se extinguen o entran un estado de suspenso, para economizar energía.

    Paulatinamente, en caso de no aparecer comida, la muerte llega en unos cuarenta días — la que en cinco días debió haber sobrevenido si en lugar del alimento; la carecía sufrida hubiese sido del agua potable.

    Los efectos desastrosos de otras funciones hipotalámicas falladas, como es dormir, se han estudiado en otras lecciones. Vale aquí repetir que esas delicadas funciones son reguladas de manera muy precisa por el hipotálamo para preservar nuestras vidas.

    En nuestra especie, el plan de alimentación es la de un animal omnívoro. Comemos de todo, necesitando de todo en nuestra dieta para que sea balanceada y saludable.

    Muchos animales poseen la facultad de poder acumular libras en exceso, lo que hacen solamente cuando la comida es abundante y sólo por breves períodos de tiempo para confrontar ciclos recurrentes y esperables de escasez, como solía ser en nuestro estado natural.

    Entonces, este es el axioma que nos prima: podemos ganar de peso (evito decir "engordar") para perderlo de nuevo en el transcurso de nuestras existencias.

    Pero, sabemos algo más: que el estado de estar ligeramente por debajo del peso "deseado" garantiza la longevidad. Es como si la misma Naturaleza nos imparte el mensaje juicioso que, ambas actividades y sus consecuencias: comer en exceso y tener sobrepeso representan un fallo adaptante enorme.

    El apetito

    Éste consiste en el deseo o inclinación de comer algo en particular, que no sea necesariamente para el fin de alimentarnos o para la supervivencia. El apetito es meramente un antojo o un capricho y nada más.

    Cuando, hacen eones, comíamos por necesidad, lo hacíamos ingiriendo de aquellas cosas que más abundaban en el entorno. El ritmo siendo simple: vegetales, frutas, animales pequeños e insectos, animales acuáticos, aves y finalmente animales grandes, que consiguiéramos como carroña dejada por animales de envergadura, mejor equipados para la caza, de lo que fuéramos nosotros. Siguiendo este plan, la economía natural era preservada, ya que usábamos primariamente lo que predominaba y lo que era fácil de reponer.

    El plan era asimismo sensible, porque no se comía en exceso, a menos que la escasez nos acechara. Dejábamos como reserva, fuera de nuestros cuerpos, y de modo intacto; en los campos, en el entorno y en las aguas lo que no precisáramos consumir para vivir.

    Arreglo, que sería verdaderamente ingenioso y a la vez, eficaz.

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