Una vida sin amor es una vida estéril. Como el agua para la planta, como el aire para respirar, como la luz para los ojos es el amor para el alma de todo ser viviente. En el origen como en el final de la existencia está el amor como la energía que la genera, sostiene y cuida a toda forma de vida.
El amor es presente, un eterno presente; es novedad, una eterna novedad. Sin el amor toda vida se marchita y muere. Tanto a la vida como a la muerte se puede llegar amando. Así la gran diferencia entre unas vidas y otras vidas es el amor.
Por otra parte, el amor es una experiencia personal; es decir, no se puede pretender amar porque otro lo diga o lo escriba; tampoco se puede amar en nombre de otro. El hecho que sea una experiencia personal no significa que sea una autogeneración. No podemos crear el amor, solamente podemos recibirlo, acogerlo, aceptarlo. El amor es un don, y como tal, es genuino y gracioso.
En este contexto, nuestras reflexiones surgen a partir de la experiencia y de la observación que nos depara la vida. De ahí que no pretendemos abordar que es el amor sino como se busca y practica en nuestros días, como es la búsqueda fundamental por las más diversas vías, alcanzando grandes logros como también grandes fracasos.
La razón porque haya seres que no conozcan el amor es porque no han creado las condiciones en sí mismos para que acune el amor. ¿Cómo se pueden crear esas condiciones? Esta es la pregunta fundamental, al igual que la siguiente: ¿Cómo se hace para que se mantenga y acreciente el amor?
Como el amor es una energía, un sentimiento, una emoción, lo que tiene que hacer el ser responsable es cultivar esas condiciones y capacidades para que el amor se contenga, se pueda retener y no siga de largo porque no haya condiciones para germinar. Así, lo más importante en la vida es la formación para el amor; es la base para crecer hacia la plenitud y ser felices. Un error muy generalizado es creer que basta crecer físicamente para estar en condiciones para amar y recibir el amor del otro. Los desaciertos, desengaños y sufrimientos que esto genera son inconmensurables. Y, por supuesto, que la causa no es el amor sino la ingenuidad de pretender amar sin haberse preparado.
El amor se termina cuando no avanza, cuando se estanca. El amor se vuelve inútil cuando deja de ser el factor que promueve el desarrollo personal y comunitario. Y al perder esta frescura y calidad se provoca su ausencia aunque en apariencia se siga llamándolo con el mismo nombre. Ese estado es más común de lo que se ve a primera vista, porque se busca ocultar los dramas existenciales que llegan a ser a granel. En este sentido, nos mueve a escribir este texto para compartir oxigeno con los que lo necesitan y recibirlo de los que caminan con buena salud en la atmósfera del amor.
La novedad es connatural al cambio. El cambio es propio del equilibrio y el equilibrio es propio del movimiento. Entonces, el amor es todo: cambio, equilibrio y movimiento. De solo visualizar así al amor, este se convierte en desafío y en proyección sin límites. Solo entonces, él se convierte en el vehículo capaz de transportarnos a la plenitud posible. Y también solo entonces estamos en condiciones de ser transportados por él.
La novedad es la cuna del amor. Entender esto es básico para hacer de cada día de vida un tiempo nuevo e irrepetible para expresar un sentimiento tan noble. Y la novedad más que construirla hay que descubrirla. Efectivamente, lo que ha ocurrido es una gran pérdida de la capacidad de sorprendernos y sorprender. Esta capacidad tiene que ver con la creatividad.
El creativo transforma todo con su imaginación. Partiendo de lo que ve, con una mirada de amor, lo vuelve algo bello, armónico, esplendoroso y reluciente. El amor hace milagros. Y se expresa a través de todos los canales de comunicación: gestos, tonos, silencios, acompañamientos, gentilizas y delicadezas en todo tiempo y lugar. El manantial de novedad está en el interior de la persona que no piensa sino que se deja llevar por la creatividad que está en el alma cual fuente inagotable para allanar el sendero.
Sin novedad no hay amor. Y cuando todo es revestido por la espontaneidad; no son planes sino explosiones de luz que lo revisten todo de su color. Habrá quienes pretendan negarse a ser creativos con la excusa de la parquedad, la modestia o la planificación. Sin embargo, la novedad y el amor son expresión del mismo espíritu.
El peso del sistema social que nos envuelve, es cierto, abre muchas ventanas por las que entre el smog del cansancio, la rutina y la cosificación en general. Por eso, es necesaria la comprensión, que tenga en cuenta las condiciones en que esta el individuo hoy día; pero no para caer en las explicaciones cómodas e inútiles, sino para despertar dialogo constructivo que de paso al amor como novedad, y así se atrevan a inaugurar caminos hasta ahora impensados.
El otro no es un monolito sino un ser nuevo cada momento. Solo el amor puede captar y tratar esa realidad. Solo la luz puede comprender la luz. Solo el amor puede respetar y fundamentar la esencia de la naturaleza propia y del otro. No hay que olvidar por ningún motivo que el amor no termina en uno. Siempre termina en el otro que es su fuente y es su fin. El amor no nace para estancarse sino para entregarse en múltiples formas; porque sus límites son el mismo.
La novedad no es una apariencia; al contrario, es su esencia. Solo es tal cuando es expresión del núcleo, y se convierte en cascara cuando la mentira pretende revestirse de verdad. El amor siempre es transparente y no necesita de subterfugio alguno. Y lo más grandioso es que vuelve al sujeto también transparente. Esta condición, por desgracia, ha llegado por consenso generalizado a creer que es imposible y que no hay que esperarla de nadie. Pero pese a todo, sigue siendo un desafío personal lograrlo para compartirlo. No podemos esperar amor si no lo damos.
El camino tiene un principio y una finalidad. En su transcurso la alegría puede ir en crecimiento porque no es un recorrido en solitario ni con un adversario sino con el otro que es el espejo de uno mismo. Esta unidad genera la luz que alumbra el camino y la fortaleza para superar todos los obstáculos. El camino requiere de caminantes, de seres con visión y misión que los induce a levantarse y no quedarse nunca en una estación.
Hablar de camino es hablar de procesos, fases, planificación y decisiones… todo lo cual supone de dialogo. El dialogo es el constructor de realidades; y su ausencia, la generación de vacíos insalvables y demoledores. El amor nunca es de uno solo; así sea el amor a sí mismo: es un dialogo y no un monologo. Precisamente, un error común es pretender ir al otro (dialogar) sin haberlo hecho primero consigo mismo. Es la reflexión personal de ambos la que tiene que preceder como la aurora al día. Está garantizado que así se evitarían muchos contratiempos y desencuentros generados por la superficialidad e improvisación. Así se evitarían tantos lamentos que posteriormente son inútiles.
Camino ¿hacia dónde? Para no perder ni un minuto, es preciso tener claro y presente siempre el objetivo fundamental del amor, que no es otro sino el desarrollo a plenitud del otro y como consecuencia, de sí mismo. Se trata de un desarrollo integral y holístico. Esto pareciera ser una utopía, pero no lo es; solamente aparece ser así cuando no hay desarrollo o lo hay de forma parcial o sesgado; volviéndose entonces nocivo y destructivo. Ya debería ser hora, después de tantas historias cuya forma parcial de pretender canalizar el amor terminan en la nada misma o lo que es lo mismo: en la negación del amor. Aquel verso el amor no se compra ni se vende persiste en ser la practica en muchos casos.
a) No hay camino recto ni camino plano.
Por eso no es posible recorrerlo solos sino en equipo con los seres en quienes confiamos. Teniendo en cuenta esto, el mayor peligro proviene del individualismo; y la mayor fuerza, del gregarismo. En la vida cotidiana procuramos no caminar solos; mas, todavía, conviene hacerlo en el plano existencial, porque es un camino más desconocido todavía pero tenemos que recorrerlo para aproximarnos a la felicidad; decir felicidad es decir el encuentro con el otro para darme cuenta quien soy en realidad. En este sentido, la felicidad no es fantasía ni está en otra dimensión sino al alcance de nuestras manos siempre y cuando el amor venza al temor.
Para vivir ese camino no hay autonomía que valga; es esencial la ayuda mutua, tal como funciona la naturaleza. (Los mismos árboles que debajo de la superficie de la tierra están conectados entre sí, y los más fuertes ayudan a los más débiles… por eso tenemos los hermosos bosques). En este sentido, prepararse para ayudar y dejarse ayudar es la mayor virtud. Como la primera piedra para la edificación del amor. Todos necesitamos unos de otros, y juntos constituimos un yo nuevo y más real. El yo individual es irreal e inconsistente: tales condiciones le vienen del otro, que también es débil pero se hace fuerte por el encuentro, la intercomunicación y la proyección sin límites.
El pensamiento crea realidad. No debiéramos olvidarnos de este principio para no perder el protagonismo y la objetividad de nuestra subjetividad. Es la piedra angular a partir de la cual edificarnos, transformarnos y realizarnos plenamente al nivel de nuestra condición. Es así, como desde nuestro propio universo que es la cultura que podremos relacionarnos dignamente con los otros seres en sus respectivos universos. Esta apertura del "nosotros" es condición sine qua non para crear el mundo nuevo que necesitamos; un mundo que nazca no de la destrucción sino de la construcción; no desde el odio sino desde el amor.
b) La incertidumbre del camino.
El camino se recorre una sola vez; y siempre es desconocido, impredecible y sorpresivo. De este modo le imprime novedad a la vida misma, que a su vez, cuenta con la capacidad de ser dúctil y flexible para responder y adaptarse a las nuevas situaciones. Su grado de resiliencia es sin igual. Capacidad que le proviene de su capacidad y solvencia para amar. O sea, que el amor es la fuente y no el final. Se ama ahora, en cada momento, y no mañana o en otro lugar. No se ama dependiendo de las circunstancias sino a pesar de ellas; y sobre todo en medio de las mismas.
La incertidumbre es una aliada de la vida; por lo que no hay que vivirla como una amenaza. Siendo una buena estrategia vivir el presente con tal conciencia e inteligencia que pueda vivirse a plenitud. Por desgracia, mucho se ha perdido esta capacidad, y por eso el mañana es fuente hasta de muchas angustias que corroen el presente.
La incertidumbre frente al amor se diluye; y en su ausencia se acrecienta. Porque el amor no espera, hace; no divaga, es acción. El alimento de la incertidumbre es dejar de vivir el presente por imaginarse como será el mañana; un mañana que nadie nos garantiza que sea ausencia total por los motivos más insospechados. La belleza de la flor es hoy, y el canto del ruiseñor se escucha no solo cuando se produce sino también cuando nuestros oídos no están tapados. Lo que más hay es luz; lo que más falta son ojos abiertos para contemplar.
Los mejores sueños no son los que provienen desde la abundancia sino aquellos que provienen desde la necesidad. Es más, la abundancia mal entendida es capaz de matar los sueños, borrar los caminos y anular los desafíos siendo el universo de carencias la fuente para que nuestro cerebro despierte y con su gran poder de imaginación movilice las mejores fuerzas del ser humano que será grande de nuevo cuando despierte y salga del ostracismo que no le es propio ni le hace bien a nadie. El amor nos hace soñar en una sociedad nueva y un mundo más amable y habitable para todos sin exclusión de ningún tipo.
Es un error imaginar que el amor no requiere de disciplina; o mejor dicho de autodisciplina. Ella es la clave para el éxito: el hábito de pensar antes de actuar, para que el hacer no sea irreflexivo. Para ello es importante el silencio, la paz, y el sosiego del alma. Esas prácticas también requieren de los espacios apropiados en el hogar, y por supuesto en la vida personal.
Es la unión de espacio, tiempo y comunidad. Un hogar sin estos elementos básicos, pierde su identidad. Constituyen la fuente para lo cual se unieron y soñaron. Y lo que falta hoy día es creatividad y liderazgo, capacidad de atreverse a hacer cosas que han llegado a ser extrañas por sus ausencias; pero que son fundamentales para edificar y lograr que la vida sea humana y no artificial.
En el hogar hay que ser líderes para convocar a sus miembros a escalar cumbres que solo pueden ascenderse juntos. Cuando la dispersión reina, llama al caos. Y el equilibrio sale del caos cuando no hay liderazgo amable, positivo y constructor del amor. El amor es una construcción diaria que requiere de la mayor creatividad. Esta energía es superior a la de las leyes. Aunque hoy día más bien es común encontrar la anomia.
Y por el sistema de vida en que nos encontramos, es necesario y urgente que el hogar desinstale los candados y rejas en que se encuentra aprisionado y vuelva a la tierra, a contemplarla y cuidarla como la fuente de nuestra vida y alimentos. Asi se terminaría con la irracionalidad de contaminarla y destruirla.
En todo tiempo, y en la actualidad, el amor es la energía que procura la vida del entorno, la fuerza que puede recobrar y reconstruir al sujeto demolido en un ambiente que asfixia todo brote de vida más natural y más auténtica.
La sed por la vida es patente; por una vida interior y comunitaria más auténtica y permanente. Y la búsqueda de caminos no es en el pasado sino en sí mismos. Hay una convicción, como siempre la hubo, de encontrar en su conciencia la fuente para hacerse y hacer el bien. Dicho bien que no sea una categoría lógica previamente elaborada como discurso sino una acción cotidiana que vaya al encuentro de las necesidades de sí mismo y del otro, y construya una respuesta eficaz y oportuna.
Sentimos que es una hora de reconstrucción no de continuidad; no de reparar o repintar sino de partir de cero edificando juntos un modo de vida y de convivencia esencialmente humana y ecológica. El error ha consistido en valerse del ser humano y de la tierra para alimentar constructos mentales e ideológicos. Al final, este experimento ha terminado con la posibilidad de vida en la tierra y en la sociedad. Ha terminado siendo un camino sin salida. Mientras tanto la vida sigue pujando por hacerse caminos para huir de la contaminación ecológica y mental.
La evolución de nuestra especie debería ser capaz de aprender de los errores en el transcurso del tiempo; y ser capaces de generar ríos y cauces para que la tierra entre en una nueva fase distinta a la que ha sido llevada por la irracional acción de la raza humana. Creamos en el amor, pero primero construyámoslo y alimentémoslo cada día como si fuera el primero y el último porque no lo sabemos. La certeza que nos debe animar ciertamente es que el amor es la fuente de la generación y regeneración de todo, de lo micro y de lo macro; y nosotros los seres humanos estamos en ambos universos: es decir, responsables de nosotros mismos y de lo que nos rodea. Frente a lo cual, no hacer nada es peor que hacer lo inapropiado como viene sucediendo desde hace siglos.
Autor:
José Leandro Flores.