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La libertad y el poder

Enviado por Jorge Majfud

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    El sol comienza a sumergirse en las transparentes aguas del mar Mediterráneo. Escribo desde el bastión de Sant Bernat, de la fortaleza de Dalt Vila, cúmulo de piedras levantado por musulmanes y cristianos sobre otro no menos vertiginoso cúmulo de siglos. He vivido durante los últimos meses en uno de estos callejones que me recuerdan, en parte, al Mont-Saint-Michel. Muchas veces llegué hasta aquí con el diario cargando imágenes de niños destrozados por las bombas, pedazos de piernas colgando como muñecos rotos, rostros sin ojos pero todavía con vida; con argumentos para todo y razones para nada. Y nunca supe qué me dolía más, si las imágenes o los argumentos que las justificaban.

    Desde el nacimiento de la civilización, en esa misma tierra que ha recibido el azote de la inteligencia y del progreso, la violencia organizada nunca se ha producido sin una justificación. Nunca. En todos los casos, la imposición masiva de la muerte ha sido legitimada en nombre del Bien, de Dios o de la Libertad. Tanto, que hoy me estremezco cada vez que escucho esas palabras, y me cuido de pronunciarlas en público. Porque si en la época de la Guerra Fría un ateo era un sujeto sospechoso, hoy ya no es posible mencionar a Dios sin activar todos los mecanismos de seguridad, al menos que quien lo nombre sea el dueño de las bombas. El modelo discursivo de la gran política internacional continúa rigiéndose por el antiguo modelo de la teología clásica: primero las conclusiones, luego los argumentos y las deducciones.

    Antes de venir hasta aquí para tomar un poco de aire fresco y la perspectiva histórica que dan estas piedras, había estado escuchando la radio. Detrás de la voz del traductor de la cadena Ser, aparecía la voz grabada del dictador llamando a la resistencia de su pueblo a la invasión, invocando a Dios, a la lucha contra el Mal y repitiendo, casi textualmente, palabras y conceptos usados poco antes por nuestro presidente (el posesivo es justo). La invocación a Dios por parte del libertador y del dictador al mismo tiempo, demuestra que, efectivamente, Dios está en todas partes. Si a eso agregamos que, como lo aseguró el Papa, Dios no permite las injusticias, estaría claro, por lo menos desde un punto de vista teológico, que la concepción divina de la justicia no es accesible a los seres humanos. De este atolladero dialéctico yo saldría absolviendo a ese Dios Secuestrado, y a la humanidad que no sufre de odios ni de intereses monetarios.

    Pero, ¿qué puede ocurrir a corto plazo, aquí abajo en la Tierra? Uno de los argumentos más recurrentes de nuestro presidente, para justificar su invasión al Reino del Mal, fue de orden estratégico: la instauración de un régimen democrático en ese país servirá de ejemplo para el mundo islámico, y este cambio resultará en un claro beneficio para la seguridad de Occidente. Sin embargo, sólo esta expresión de intenciones -vamos a suponer sincera- encierra en toda su brevedad una gigantesca nebulosa de contradicciones reveladoras.

    El que escribe estas palabras sobre la piedra vería con gusto el desplome de todas las dictaduras -incluyendo todas las formas de terrorismo– que estriñen la vida en el mundo entero, especialmente en lo que hoy es la región islámica. El sadismo, el carácter genocida y la perversión moral del dictador Satán son innegables. Pero debo reiterar, una vez más, que ni Oriente ni Occidente son tan homogéneos como pretende la propaganda. También en el mundo islámico existen países democráticos, o por lo menos tan democráticos como muchas de las democracias pasivas de Occidente. Y ninguno de ellos ha servido, hasta ahora, como "ejemplo" para dictadores como Satán. Por otro lado, recordemos que en el pasado Noroccidente empleó una estrategia diferente, más hipócrita y más inteligente, como lo fue la diplomacia, el complot y la propaganda. Bastaría sólo con recordar el caso de Chile, cuando el 11 de setiembre de 1973, para defender la Democracia y la Libertad en ese país, la Central de Inteligencia Discreta promovió y apoyó el derrocamiento a fuego de una gobierno democrático y constitucional -con el único defecto de su declarado socialismo– al que se sustituyó por una de las dictaduras más abominables que haya conocido la historia de la humanidad, diferente del nazismo sólo por la escala de sus horrores, no por su práctica y su concepción sádica del derecho.

    Durante las semanas que duró la invasión al Reino del Mal, y en su agónica etapa previa, se esgrimió, en ambas márgenes del Atlántico, un argumento curioso, repetido en distintos medios. Un catedrático español, en respuesta a los millones de españoles que se manifestaban en contra de la guerra, sacudió en una radio oficial el siguiente razonamiento: Francia tenía una memoria desagradecida. ¿Cómo? En su oposición a la guerra, este país olvidó que los abuelos de aquellos soldados que en ese momento luchaban en el desierto de Irak para salvar la Libertad, habían muerto para salvar a Europa del nazismo. "De no haber sido por aquellos valientes -razonó el profesor de historia- estos mismos que hoy gritan por la paz hoy estarían de boca cerrada y bajo un régimen dictatorial"

    Lo que no se discute es la valentía de aquellos doscientos mil combatientes norteamericanos que murieron luchando contra el nazismo. Pero el razonamiento que sigue a la observación es raquítico. ¿Por qué? Primero, porque suponer que los europeos no hubiesen podido liberarse del nazismo en sesenta años es arbitrario y exagerado. Hasta Franco se murió él solito, por no hablar de Stalin. Segundo, también Stalin ayudó a la derrota de Hitler. O por lo menos esos millones de rusos que murieron luchando contra el nazismo -y luego siguieron muriendo bajo el protectorado de su dictador. Ahora, por esta observación, ¿deberíamos deducir que la "vieja Europa" hoy es libre gracias a Stalin o a su régimen? Tercero, si la vieja Europa debe apoyar todas las decisiones de nuestro gobierno, porque un antecesor suyo la ayudó a liberarse del nazismo, ¿qué deberían hacer aquellos países latinoamericanos que sufrieron la opresión de dictaduras promovidas por la Central Única de Inteligencia? Agreguemos que esta última realidad es más próxima en el tiempo que los hechos acontecidos en la Segunda Guerra, tanto que bien se podría decir -si tomamos el mismo modelo de razonamiento del catedrático español- que no fueron los abuelos de los soldados que hoy están en el desierto, sino sus padres, los que lucharon contra la libertad y la democracia en países como Chile y Argentina. Pero también esta afirmación sería injusta por lo que tiene de imprecisa.

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