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Los escritores y el baile flamenco (página 2)


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Y Richard Ford, en Las cosas de España, habla de marco adecuado para su voluptuosa imaginación, de excitación contagiosa" que embarga a los espectadores, para matizar a continuación, en serio aviso para posibles malentendidos: Aun cuando estas danzas puedan parecer indecentes, las ejecutantes son inviolablemente castas, y por lo menos, en cuanto toca a los huéspedes no gitanos, son más frías que el granizo; y estas muchachas bailan ante los aprobadores ojos de sus padres y hermanos, que estarían dispuestos a matar a quien atentase contra la virtud de sus hermanas.

De modo que el baile es, digamos, fingidamente erótico y atrevido. Pero qué fingimiento estéticamente tan extraordinario.

Fingido o no, este carácter sensual del baile ha provocado toda una serie de manifestaciones contra el mismo. Se ha condenado, demonizado al mismo acusándolo de fuente de lascivia, impudicia, pecado en definitiva. Algún escritor ha llegado a calificar al baile como fuerza satánica. Diego Martín en "La sacerdotisa del tango" nos explica esta vertiente demoníaca del baile:

Sus caderas, turgentes y redondas, interpretan, con el ritmo de sus giros, ora lentos y acompasados, como de ensueños y de oración, ora locos y convulsivos, epilépticos y endemoniados como de posesa fanatizada y entregada sin voluntad al Macho Cabrío- todo un bárbaro ideal de lascivia, todo un apocalíptico mundo de sensualismo, rojo y agotador, brutalmente incitador en su energía afrodisíaca y en su acometividad lujuriosa.

Vamos, como si describiera un aquelarre de brujas en plena danza orgiástica.

No es oro, así, todo lo que reluce en la visión literaria del baile. Existe una corriente antiflamenquista que surge con fuerza en la 2ª mitad del XIX, época del realismo literario español, que se agudiza a finales de esa centuria y a principios del XX. Coincidiendo con la época dorada de los llamados cafés cantantes, cuando surgen los primeros nombres de figuras del cante y del baile, hay un grupo de escritores que aportan una visión negativa del Flamenco. A la cabeza de ellos estuvo Eugenio Noel, quien, en realidad, y a tenor de sus descripciones, es más conocedor del Flamenco de lo que se cree. Precisamente, por esto, por conocer el ambiente flamenco de café cantante y juerga, lanzan estos escritores dardos satíricos dirigidos, más que contra la valía artística intrínseca del Flamenco, contra, creemos, el ambiente que lo rodea, tantas veces ligado a la juerga nocturna, al señoritismo, a la bebida, incluso a la prostitución y a la mala vida.

Otro escritor antiflamenco, Lorenzo Leal y Ramírez Fosforito, describe de esta manera el lujurioso y hediondo aspecto dice- del café cantante:

Tal es el escenario: los actores parecen notas discordantes arrancadas del concierto del mundo para componer con ellas, juntándolas en aquel sitio, una diabólica sintonía que bacantes y sátiros dedican al dios de la licencia (…).

Los escritores de la Restauración, como ha estudiado Eugenio Cobo, concretamente del periodo 1876-1890, se ocupan sólo de los aspectos sórdidos del ambiente flamenco. Obsesionados por la moralidad, encuentran que el café cantante es el peor antro posible del vicio y que el baile es el centro orgiástico y amoral de todo ello. Hubo, de todas formas, excepciones. Valga ésta de José Navarrete, autor para el que el colmao es, en fin, una delicia. Para él, la bailaora tiene "más sal que uno de los montones de la Isla". Ningún demonio, pues, en este caso.

Los hombres del 98 Unamuno, Baroja…- no fueron tampoco, y a excepción por supuesto de Antonio Machado, muy amables con el Flamenco.

Pero podemos rastrear en la literatura española y observaremos en proporción más visiones positivas y embellecedoras que negativas del Flamenco y del baile en especial. Los piropos u olés al baile flamenco son numerosísimos. Javier Salvago, Premio de la Crítica de Poesía, seleccionó y prologó en 1988 una antología espléndida dedicada al baile, titulada tan certeramente El oleaje de la llama. Hermosa metáfora del baile, tomada de Rilke. El oleaje de la llama. Movimiento y fuego. Pasión.

Los modernistas no fueron ajenos al embrujo del baile. Al contrario que los noventayochistas, merced a su inclinación más sensualista, fueron seducidos por las contorsiones de los artistas del tablao. El ínclito Rubén Darío escribe en La Gitanilla:

(…) Las guitarras decían en sus cuerdas sonoras / las vagas aventuras y las errantes horas, / volaban los fandangos, daba el clavel fragancia, / la gitana, embriagada de lujuria y cariño, / sintió cómo caía dentro de su corpiño / el bello luis de oro del artista de Francia.

Salvador Rueda, en el soneto Bailadora describe en los tercetos finales el éxito del baile entre el público del café cantante:

Cuando enarca su cuerpo como culebra Y en ondas fugitivas gira y se quiebra al brillante reflejo de las arañas, estalla atronadora vocinglería, y en un compás amarra la melodía palmas, risas, requiebros, cuerdas y cañas.

Llama es una de las imágenes más usadas para expresar la fuerza, la pasión, la seducción del baile. Rainer María Rilke (1875-1926) en Bailarina española juega extensamente con la metáfora:

Como en la mano, blanca, una cerilla, antes de dar la llama, a todas partes extiende lenguas bruscas; así empieza en el corro cercano, clara, cálida y rápida, a abrirse, convulsiva, en redondo su danza. Y de repente es llama, enteramente. Ella inflama su pelo a una mirada, y de pronto, con arte osado, gira todo su traje en ese celo ardiente del que , como serpientes que dan terror, los brazos desnudos se levantan, en vela y chasqueantes. Luego, como si el fuego se le volviera escaso, lo reúne y lo arroja todo entero espléndida, con un gesto orgulloso, y lo mira: rabioso yace en tierra, y aún sigue llameando y no se entrega. Pero triunfal, segura y con sonrisa suave de saludo, alza la cara, y lo apaga, pisándolo con pequeños pies firmes.

Cada escritor toma como centro algún detalle del baile o de los bailaores: Francisco A. De Icaza el mantón (De la danza en el revuelo / las flores de tu mantón / se te enredan en el pelo, / una tus mejillas toca / y otra se queda en tu boca / en un clavel reventón; Lorca el crótalo, las castañuelas (Crótalo. / Crótalo. / Crótalo. / Escarabajo sonoro. // En la araña / de la mano / rozas el aire / cálido / y te ahogas en tu trino / de palo. // Crótalo. / Crótalo. / Crótalo. / Escarabajo sonoro); etc.

O canta admirativamente a algún estilo concreto de baile: Juan Ramón Jiménez a las sevillanas; Villalón o Eduardo Blanco a las bulerías; José C. de Luna a las alegrías; Lorca a la enigmática petenera; etc. Vamos a ver el poema de este último, dedicado a la perdición de los hombres, Danza en el huerto de la petenera: En la noche del huerto, / seis gitanas, / vestidas de blanco / bailan. // En la noche del huerto, / coronadas, / con rosas de papel / y biznagas. // En la noche del huerto, / sus dientes de nácar, / escriben la sombra / quemada. // y en la noche del huerto, / sus sombras se alargan, / y llegan hasta el cielo / moradas".

O, por último, eligen a un artista determinado. Así, Pastora Imperio ha sido cantada por Pineda Novo (Como Venus flamenca soberana / luna cabal de fragua y azucena…), los Álvarez Quintero, Fernando Villalón, entre muchos otros; La Argentina por Pemán entre otros-; Carmen Amaya, por José Hierro, Mario López o Quiñones, por ejemplo; Micaela Flores Amaya La Chunga por Alberti (Brasa viva, / pájaro que ardiendo vuela, / lumbre que embiste y se esquiva / como un toro de candela / libre y a la vez cautiva), José Bergamín, Blas de Otero o Caballero Bonald; etc., etc.

La reina dicen que fue y es Carmen Amaya, a la que recrea José Hierro en "La fuente de Carmen Amaya (de donde tomó Javier Salvago el título de su antología, El oleaje de la llama).

Y otra reina del baile es Matilde Coral, maestra a la que aún restan muchos años de vida y magisterio. Llave de Oro del Baile, maestra de toda una generación de artistas con sello de baile pausado, clásico, eterno. No hace mucho recibía el homenaje de la revista Candil de Jaén, que le dedicó un número de la misma en el que tuvimos el honor de colaborar con el artículo Las manos como palomas. Allí recogíamos lo que los escritores y poetas habían dicho de ella.

Su escuela tiene enormes discípulas, como la cada día más espléndida Milagros Mengíbar. Los brazos arriba, como palomas, dice la maestra. Puro aleteo es el movimiento de las manos en el aire, y vemos un baile sin estridencias, sin ejercicios atléticos, sin pies que se comen el suelo olvidando a veces el resto del cuerpo, las tenues y sensuales caderas, esos brazos como ramas hermosas, esas manos, esos dedos… como palomas, qué mejor comparación.

Antonio Murciano en 1977 le ofreció el poema A Matilde Coral en sus bodas de plata con el baile. Se trata de un romance de heptasílabos, escrito con un lenguaje apasionado y embellecedor:

Sombras de un paraíso entre el Indo y el Ganges, Terpsícores sagradas, Coral de los corales; columnas salomónicas y sistros y pirámides, mezquitas y muecines, y alquítaras mozárabes; (…) cadencias y perfumes y palmas y desplantes, y alegrías y penas, payos y cayos reales y todas las guitarras del Sur y todo el cante de abuela Andalucía -en carnes y hueso y sangre– cuando bailas, Matilde, se funden en tu Baile.

Daniel Pineda Novo, en Esa cálida hondura (Sevilla, 1999, p. 49), nos transmite un retrato de Matilde en forma de soneto, cuyo entramado léxico-expresivo deja bien a las claras la admiración por el baile y la figura de la artista: cante, embrujo, señorío, gracia, ritmo. Se asocia su arte a la tradición (La Argentinita, Pilar López, La Macarrona, La Malena). Su segundo cuarteto es quizá el clímax del poema, donde la pasión se hace más patente:

Arte en el cuerpo, el ademán bravío; arte en los brazos, pues al cielo adora; arte en los pies de antigua bailaora, arte, duende, misterio, escalofrío…

Hemos visto cómo a menudo los escritores han escrito y bien- sobre el baile flamenco. Han destacado su sensualidad, su fuerza casi mágica, su misterio, su llamarada, su arrebato, su puñalada, su supuesto e idealizado eco oriental, su flor de candela, su maravillosa seducción. Su fuego purificador, en palabras del poeta Juan Velasco, entre la imagen de la llama de Rilke y el lenguaje metafórico de Lorca:

(…) Inflamada por la danza, se quemó todo su cuerpo. Voz y guitarra callaron oprimidas por el miedo. Cuando el fuego se apagó y todo quedó en silencio, cuatro guitarras de plata purificaron su cuerpo.

Mejor ver y gozar, incluso bailar, participar en la fiesta, que escribir, como aconsejaba Juan de la Rosa en un poema publicado en el semanario La Ilustración el 29 de junio de 1850: Id, y del arte en las ruinas

Dad sepulcro a vuestra pena, mientras que llenan la escena los pies de las bailarinas. Echad la lira a la espalda. ¿Qué valen vuestras canciones ante las ondulaciones de los pliegues de una falda? Nunca tendrán dos quintillas trabajadas con primor, el positivo valor de dos fuertes pantorrillas.

Pues eso, a bailar. O a gozar viendo bailar también, cada vez que podamos, pues mientras se mueven los pies de la bailaora también se mueve la sonrisa del alma y se renueva el gozo del corazón.

 

 

Autor:

José Cenizo Jiménez

Universidad de Sevilla

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