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Derecho Natural a La Familia


Partes: 1, 2, 3, 4
Monografía destacada

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    SINOPSIS

    La razón determinante que me lleva a hacer pública esta experiencia, es por defender los derechos de mis hijos a tener una familia mínimamente constituida y con un mismo principio de autoridad. Cuando las leyes de nuestro país están actuando favoreciendo resultados contrarios.

    A mis 50 años, cuando ya creía saber lo que iba a ser de mis últimos años de vida, dedicados íntegramente a mi familia con unos hijos todavía con 7 y 9 años, con mi oficio de camionero, sin nada mejor que hacer y pensar qué como llegar a la jubilación y sobrevivir en ella, sabiendo qué una vez jubilado, el problema de los hijos y la hipoteca lo iba a tener todavía en casa, y sin saber aún como iba a resolver esa situación económica, me encuentro de la noche a la mañana en la calle, viviendo prácticamente de caridad y alejado de mis hijos.

    Este tipo de sucesos que están a la orden del día, con las separaciones matrimoniales cuando se tienen hijos menores, no era un problema que fuera conmigo. De hecho ya tuve un problema similar con mi matrimonio anterior, y se pudo resolver sin gran complicación, de forma sencilla: En sus primeros compases descubrimos que las razones sentimentales de pareja para estar juntos ya no existían, y que habían muchas más razones contrarias para separarnos. Pero teníamos ya dos hijos. Eso nos hizo reflexionar sobre la conveniencia de separarnos y decidimos por tanto continuar juntos, con el propósito de mantener esta unidad familiar por el bien de nuestros hijos. Así durante 19 años hasta que se hicieron mayores de edad. Relación que entonces decidimos disolver una vez concluida esa tarea en común, y de la que se ha quedado una estupenda amistad y unos hijos estupendos.

    Me vuelve a ocurrir exactamente lo mismo con esta nueva relación, forzada también en parte porque se presenta un primer hijo no deseado. Convenimos que lo correcto es permitir que venga a este mundo, y por tanto casarnos. Y he aquí que cuando creía definitivamente planeada la otra mitad de mi vida me veo expulsado de mi casa, sin medios suficientes para sobrevivir y sin potestad práctica sobre mis hijos.

    Ante la total intransigencia de mi compañera a plantearnos nuevas formas de convivencia familiar y mantener constituida una familia que respetara los derechos de todos y fuera viable, recurro a sus padres. A mí me parecía cosa sencilla; tratar el tema con ellos para que mediaran e hicieran reconvenir a su hija en aquellas cosas que fuesen objetivamente razonables y necesarias, y aún sabiendo que se inclinarían por apoyar y dar la razón en muchas cosas a ella, cosa que aceptaba de antemano, sin embargo, supongo qué en las cosas fundamentales se haría un ejercicio elemental de justicia y sentido común, y se atenderían las cuestiones mas elementales en cuanto al derecho de todos (también el de ellos), preservando especialmente el derecho de nuestros hijos a tener una familia normal. Pero cual es mi sorpresa que no quieren hablar conmigo, ni siquiera una primera vez, al menos para saber la otra versión de los hechos, ante las acusaciones infundadas y graves que está haciendo su hija de mí (por los rumores que llegan a mis oídos) y también saber de mí propuesta.

    Han sido dos años intentando por todos los medios, con todo tipo de argumento y tretas para poder hablar con mis suegros. Ha sido imposible. Una cosa que veía tan sencilla; hablar, ha sido definitivamente imposible. Que se nieguen a hablar de un problema familiar que tanto les afecta y de una forma tan intransigente: No me lo puedo creer. Ni siquiera el rencor o la antipatía que pudiesen tener hacia mí, pueden justificar esa actitud. ¿Quién no deja oír por lo menos una primera vez la versión de los hechos, incluso a su peor enemigo? No se que puede ocurrir, me parece todo muy extraño.

    Así qué como quiera que no tengo alternativa y el problema esta por solucionar, no se ha permitido esa primera opción lógica y natural del diálogo, ese primer paso que siempre se da antes de tomar medidas de fuerza si no hay acuerdo, y como no se le da esa primera oportunidad a la reconciliación, y la Ley no la contempla como prerrequisito fundamental antes de actuar con sus medidas de fuerza, alineándose en este caso, incondicional y ciegamente con una de las partes. Y precisamente por que esa alineación incondicional y ciega por parte de la Justicia, es la causa única, en mi caso, por la que se ha desestimado, negado ese primer dialogo necesario para preservar el derecho de todos dentro del seno familiar y a preservar la familia como derecho único de todos, se me hace necesario cuando ya toda invitación al diálogo ha sido inútil, dirigirme a donde se ha generado o amparado el problema: A estas nuestras leyes de convivencia. En el amparo y aliento que dan a actitudes, en casos, sumamente egoístas y de liquidación de derechos fundamentales. Unas leyes, que válgame, a veces a que extremos de incongruencia e insensatez pueden llegar, cuando son empujadas por los problemas en sus efectos. Pretender solucionarlos a ultranza en la superficie, sin saber cuales son sus causas en el fondo, sin preocuparse de ellas, sin querer resolverlas y cuando en el peor de los casos querer solucionar los efectos superficiales de un problema a toda costa, los agrava profundamente en sus causas.

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