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Arte rupestre en Punta del Este, Cuba. Estética y símbolo, estructura y análisis

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    "Sólo lo difícil es estimulante; sólo la resistencia que nos reta, es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento, pero en realidad ¿qué es lo difícil?, ¿lo sumergible, tan sólo, en las maternales aguas de lo oscuro?, ¿lo originario sin causalidad, antítesis o logos? Es la forma en devenir en que un paisaje va hacia un sentido, una interpretación o una sencilla hermenéutica, para ir después hacia su reconstrucción, que es en definitiva lo que marca su eficacia o desuso, su fuerza ordenacentista o su apagado eco, que es su visión histórica. Una primera dificultad es su sentido; la otra, la mayor, la adquisición de una visión histórica. He aquí pues, la dificultad del sentido y de la visión histórica. Sentido o el encuentro de una causalidad regalada por las valoraciones historicistas. Visión histórica que es ese contrapunto o tejido entregado por la imago, por la imagen participando en la historia" (José Lezama Lima y La expresión americana ).

    A finales de los años treinta, la recién descubierta (o nuevamente descubierta) Cueva de Isla o Cueva del Humo, posteriormente llamada Cueva Número Uno de Punta del Este, en la antigua Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, Cuba, ya se encontraba considerablemente mutilada. Tres décadas después se ejecutaron los trabajos de restauración en este enigmático recinto pictográfico de la "prehistoria" antillana.

    Según los autores de dicha restauración, estos trabajos se realizaron en dos etapas: la primera, a mediados de 1967 por espacio de 30 días y la segunda, a principios de 1969, por un espacio también de 30 días. Es decir, sobre la casi totalidad de las más de 200 pictografías, en un espacio cavernario de veintitantos metros de ancho por otros tantos similares de profundidad, se trabajó, tan sólo, en 60 días. Y ello sumado a las tareas de excavación, lavados de paredes y techos, tomas fotográficas de todo el proceso, calco de las pictografías, restauración del piso de las cuevas -con acarreos de piedras, arena y tierra-, saneamiento de paredes y techos, limpieza de los mismos de letreros y hollín, rectificación de los calcos y restauración de las pictografías. Con razón el crítico de arte Gerardo Mosquera -a raíz de una visita que realizara a la cueva- aseguraba lo que molesta el aspecto falso, como de "acabados de salir del horno" que presentan los repintados en 1969, "hubiera sido preferible protegerlos y respetar su apariencia original".

    Por ello, cuando inicié el examen de estas pinturas parietales anotaba, en primera instancia, que trabajaría con toda la documentación existente sobre el mural de Punta del Este que fuese anterior a las labores de restauración. Por lógica, algo se hace muy evidente: soy enemigo, irrestricto, de todo tipo de restauración directa sobre pinturas parietales aborígenes. Y más, cuando no se cuenta con las técnicas suficientes para lograr un resultado adecuado. De modo que esta metodología de estudio la extendí también al análisis de las otras cuatro grutas, renombradas por los estudiosos -desdeñando la riqueza de la toponimia tradicional- como Cueva Número Dos, Cueva Número Tres, Cueva Número Cuatro y Cueva de Lázaro, y que integran esta excepcional área de la arqueología caribeña. Área arqueológica costera que, por el carácter de su arte rupestre, presenta algunas analogías con otras zonas arqueológicas, también costeras, del archipiélago cubano; siendo esta área la de mayor concentración de este arte.

    Más de 230 pictogramas dibujados en las cinco cuevas de Punta del Este ofrecen un saldo cuantitativo de envergadura con respecto a la actividad muralística intensamente desarrollada en la zona. Murales que constituyen, por la prodigalidad en paredes y techos de un particular modo de hacer, expresión sui-generis del arte rupestre en el Caribe, en América y presumiblemente en el mundo. Arte que, estrictamente hablando, es el resultado de una actividad simbólica-práctica que es consubstancial al mito y no a la expresión de contenidos estéticos. Sobre este polémico tema -arte y "prehistoria"- podríamos ampliar en otro momento.

    Los dibujos de Punta del Este, por su forma, resultan lineales, abstractos y geométricos, donde los trazos curvilíneos dominan; articulados por relación de cercanía unos, muchas veces de forma tangencial otros, y en menor medida superpuestos. Todo lo cual hace complejo determinar dónde termina un dibujo y dónde comienza otro. Por otro lado, debido a que la mayoría de ellos están pintados en los techos de las grutas, es difícil determinar cuándo un trazo es vertical y cuándo horizontal. Su posición sólo depende de la mayor eficacia simbólica que pueda experimentar el observador. Arte en el que, lógicamente, resulta imposible la determinación de referentes identificables. En estos murales se utiliza el color negro (carbón vegetal) para unos, rojo (hematita) para otros y la alternancia regular e irregular de ambos colores en terceros. Indudablemente que resultan imágenes que responden, al atender a sus morfologías, a un tipo particular de expresión simbólica que ha acuñado la terminología del arte, al estilo lineal de la abstracción geométrica. En los dibujos se hace evidente el aprovechamiento de la proporción, las formas equilibradas, la progresión regular de las partes componentes y el énfasis en la elaboración de determinados elementos que conforman un conjunto. De la misma manera, el regodeo por el acabado de las formas gráficas lineales.

    Un exhaustivo estudio que atiende al criterio de morfología de estos dibujos y con el fin de descubrir el sistema que los organiza, me permitió la reconstrucción de tres bloques fundamentales de organización plástica: Bloque Uno (Conjuntos de líneas concéntricas circulares); Bloque Dos (Conjuntos combinados no concéntricos); y Bloque Tres (Conjuntos simétrico-axiales de líneas acodadas o angulares en composición).

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