- Introito
- Origen
- Religión tribal: hechicería y pensamiento mitológico
- Desarrollo
- La cultura "occidental y cristiana"
- Cristianismo como base revolucionaria
- ¿Fin de las religiones?
Introito
A riesgo de caer muy mal a los creyentes de dogmas religiosos, debo empezar diciendo que la fe teológica es producto de la ignorancia. La fe apareció en todas las latitudes como respuesta a la necesidad elemental en el ser humano de creer en la existencia de algo más poderoso que él y la naturaleza misma. En la Antigüedad grecorromana, los filósofos ya intentaban explicar el origen de las creencias. Lucrecio en De natura rerum, sostiene la idea que los hombres, pretendiendo explicar lo inexplicable, inventaron a los dioses para explicar las maravillas y los misterios de la naturaleza. Critias pensaba que la religión (y el temor a los dioses) se había inventado para imponer a cada uno el respeto a la sociedad: disciplina, moral, sentido del bien y del mal. Sobre esta base, se constituyeron las religiones con el conjunto de dogmas y rituales que, de otra parte, da cobertura perfecta a la necesidad humana hacia lo imperecedero, lo trascendental.
Las religiones surgieron entrelazadas con lo político, lo militar y lo económico, en permanente retroalimentación durante el ejercicio del poder. Usualmente, los jefes de cada tribu fueron considerados descendientes divinos. El mismo origen se mantuvo para los reyes; y algo parecido se estableció para los Papas, hasta la Edad media (todavía hay cándidos que hablan del sumo pontífice como el "santo padre").
Hoy, en plena era de los adelantos tecnológicos tan increíbles, que reproducen virtualmente la misma realidad, es un despropósito anacrónico el sostenimiento de deidad alguna. Pero, sin embargo, la creencia en un Dios persiste. Y no importa si el creyente es profesional o no; si es científico o no ¿Qué sucede, entonces? Simple, la fe no tiene nada que ver con el nivel de ilustración de las personas, ni con la ciencia. La fe, en última instancia, no tiene nada que ver con el raciocinio. La fe es el soporte de la sin razón que nos mueve espiritualmente a creer en un Dios. La fe es creencia, no es razón.
No existe argumento alguno que niegue la existencia de Dios, pero sí existen argumentos para no creer en Él. Por el contrario, ningún argumento de los creyentes sostiene seriamente la existencia de Dios. El decir cómo no creer en Dios si a nuestro alrededor pululan las maravillas de la naturaleza, no es ningún argumento, es sólo la simple y llana constatación de lo extraordinario que resulta la transformación de la materia en constante movimiento. El aceptar la existencia de Dios por este tipo de "reflexiones" es sólo atavismo espiritual por rendir culto a un ser supremo, para agradecerle la vida, y los beneficios personales cuando se ha caído en desgracia.
Cuando se tiene fe, Dios existe; cuando se carece de ella, no. Dios existe en la mente y corazón de quien cree en Él; no existe en quien no cree. Dios es una invención humana, a imagen y semejanza del hombre, pero con poderes omnímodos.
En un principio, todo era muy confuso y asombroso. El hombre deambulaba en hordas, con el único rumbo que marcaba su instinto. Su entorno era un paisaje selvático, actividad volcánica por doquier, tempestades e inclemente enfriamiento de la tierra. El natural devenir cíclico hacía que se tomaran las cosas lo más admirablemente naturales posibles. El sol, la tierra y sus frutos, el agua y el fuego, las tormentas y las lluvias, todo era natural hasta que en la mente humana se hizo insostenible asumir que esto fuera así porque sí. En un instante de su desarrollo, el hombre empezó a cuestionar todo, cual niño que descubre su entorno; entonces, hubo de hallar de cualquier modo, respuestas a las causales de muchas cosas y de los fenómenos naturales. Aparecía larvariamente los cimientos de la futura civilización en el seno de los primeros grupos humanos, probablemente hacia unos cien mil años atrás.
¿Quién mueve al sol? ¿De dónde proviene el fuego? ¿Por qué los árboles dan fruto durante un tiempo, y en otro se le caen las hojas? ¿Por qué cae agua del cielo? ¿Quién emite los estruendos en las nubes? ¿Por qué tiembla la tierra? ¿Por qué mueren los peces al sacarlos del agua? ¿De dónde proviene el hombre? Estas y otras interrogantes merodearon la cabeza del hombre desde que es hombre. Y el hombre es el animal que no posee colmillos, ni garras, ni alas, ni olfato desarrollado, ni emite veneno, ni teje telaraña, ni cambia de colores para mimetizarse con la naturaleza como mecanismo de defensa. El hombre, al lado de las fieras salvajes, de los insectos, y ante las inclemencias naturales, resultaba el más inerme de los seres. De otra parte, aún no tenía capacidad de discernimiento para poder encontrar explicación certera o aproximada de la realidad. Impotencia e ignorancia extrema pusieron al bípedo desnudo a expensas de lo que sí desarrolló, obligado para sobrevivir: el cerebro; y con él, su imaginación.
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