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Relatos X (página 2)

Enviado por Andy Storm


Partes: 1, 2

No sospechaba, en ese momento, hasta qué punto nos llevaríamos bien, y que yo la marcaría para siempre, en cierto sentido.

Ahora sé que, de algún modo, también ingresé a su espacio. No ese espacio de relaciones que ella manipula como marionetas, sino en su agujero de conejo, el centro de la creación.

Al instante, estuvimos conectados en la frecuencia seductora que sólo nosotros dos percibimos claramente. Nadie se extrañe que hayamos explorado juntos todos los abismos del alma humana y sus miserias, así como el punto de luz e información suprema, donde somos dioses y diosas.

Como dije más arriba, Jolie se desliza entre la gente como una brisa fresca que todos agradecen, y así teje sus relaciones sin esfuerzo. La telaraña de Jolie es sutil al principio, abrumadora y trágica, al final.

En el polo opuesto estoy yo, un cuerpo extraño entre la gente, un impacto, positivo o negativo, que nunca pasa desapercibido y del que todos recelan. Sé que soy diferente a mi época y que debería mitigar mi soledad integrándome al entorno. Pero mis contemporáneos y yo, no damos mucha importancia al asunto.

Esa es, creo, la explicación dramática de mis interacciones. En algún momento las cartas verdaderas salen a relucir y el desenlace es trágico o desagradable. En lo que se refiere a mis relaciones con los demás, todo parece terminar abruptamente. El daño es irreversible y el desastre es total.

Pero el tema principal aquí, no soy yo, sino Jolie. Baste lo que dije para entender lo que sigue.

…..

Éramos amigos de toda la vida, desde el principio, a pesar de ser tan distintos. Lo seríamos siempre. Pero el destino no está marcado y, a veces, introducimos temerariamente algún ingrediente fatal en nuestras circunstancias, haciendo que se corte el hilo de la continuidad, y lanzamos a la deriva nuestras naves, para naufragar en medio de la tempestad de las pasiones.

La destreza de Jolie para construir relaciones y manejarlas, funcionó a la perfección conmigo. La dejé hacer. Al fin y al cabo, era un momento en mi vida que yo podía darme ese lujo de parecer tonto, para involucrarme con una chica veinte años menor.

Este nuevo papel me gustó, porque me liberaba de la solemnidad y aparato que habían rodeado mi vida hasta entonces. Retrocedí en el tiempo, hasta aquél en que era un pavo inocente, inexperto, y olvidé todo lo demás.

Jolie me guió, entonces, complacida en su rol; y de su mano, a su lado, caminé por la vida con otros ojos. Nunca he visto un mundo tan divertido e inocente. La risa fresca de mi compañera creaba el ambiente propicio, la atmósfera perfecta, impenetrable para las cosas pesadas y malignas y negativas que antes había padecido.

Cada día, entre nosotros, era necesitarnos y acudir con gusto para lo que sea. Nuestros logros y fracasos, eran enteramente algo nuestro, que compartíamos y atesorábamos en el corazón. El capital de sentimientos crecía y crecía hasta el cielo.

Éramos felices y todos lo notaban, menos Jolie y yo. Nos volvimos tan inocentes que habíamos olvidado la envidia que generaba nuestra relación. Hasta cierto punto, éramos invulnerables. Hasta cierto punto… porque un día… pero esa es otra historia.

No recuerdo exactamente cómo terminó, pero éste fue el final. Un posible, probable, inevitable final.

Éste fue el final. Nos citábamos a cualquier hora para el sexo. La osadía de hacerlo sin calendario ni compromiso, en cualquier sitio, era lo que la excitaba. A mí, en cambio, me daba lo mismo, con tal de estar con ella, asimilar toda su fresca entrega, su apasionada afición a mi estilo y a mis juegos para divertirla. Me esmeraba en sorprenderla con una caricia nueva, ejercitando una intensidad y maestría de la técnica que siempre la llenaba por completo. Luego, ella se quedaba feliz, semidormida, mientras yo caía exhausto, resoplando como una bestia en sus cabellos, que habían quedado enredados a mi barba sobre la almohada.

Así transcurrió entre nosotros el tiempo, con una familiaridad y complicidad que parecía venir de muy lejos, de muy antiguo, de siempre.

Pero todo tiene un final.

Habían pasado meses desde nuestro último encuentro. Lo reconozco, yo estaba ansioso, impaciente; ella, nerviosa, algo culpable, tal vez -lo percibí en el olor a cigarrillo de sus manos trémulas y en su boca. Aquella cita no sería una de tantas. Había cierto luto en el aire, una agonía feroz que nos impulsaba salvajemente a fusionarnos y caer sin retorno en el agujero de conejo.

Todo sucedió espontáneamente. Yo dentro de ella sin quitarnos la ropa. Ella encima mío. Yo encima de ella. Cambiábamos de posición, buscando el éxtasis, hasta que, su grito corto y angustioso, me detuvo. La sensación era distinta. No eran las manitas pequeñas que estimulaban deliciosamente mi miembro dentro de ella. La estaba sodomizando sin darme cuenta, y ella estaba en problemas. Me suplicaba que me detuviera. Pero yo estaba al mando. Exacerbado por esa nueva sensación de llevarla al borde del sadomasoquismo, continué unos instantes haciéndola gritar y suplicar. Ella no se movió. Le dije, con voz entrecortada, que esto era lo que sentían sus víctimas impotentes, cuando ella se salía con la suya. Luego me retiré.

Nos quedamos así por horas. Acostado a su lado, no sabía si hablarle o tocarla como antes, cuando todo era complicidad y acuerdo. Pero ya no era el "antes". Era el "después" y todo estaba frío, muerto, concluido.

Los días siguientes fueron de hielo y hastío. Éramos dos espectros que se cruzaban sin verse. La nueva situación, sin embargo, me gustó por un tiempo. Me atraen los cambios bruscos. Del trópico al polo, en un segundo. Una tormenta alucinante, y después la calma.

Ella asimiló, a su manera, toda mi frialdad como un reproche. Se sobrepuso; habrá llorado mucho, pero se sobrepuso. La admiro por eso.

En poco tiempo, desapareció de mi vida.

Cuando al fin me di cuenta que no la olvidaría y que la buscaría siempre, era tarde. Ya la había perdido.

Durante meses le envié mensajes, la llamé sin descanso. Pero todo fue inútil.

Un día en que estaba particularmente desesperado, le envié mensajes de amor a cada rato, casi a cada hora. Quería saber algo de ella, le pedía perdón y quería volver con ella.

Entonces, mi teléfono sonó. Era ella, el número de ella, pero no era Jolie la que habló. Era una voz forzada, un poco rara, de alguien que se quejaba y me mandaba al diablo. Pensé, al principio, que le dio el teléfono a su sobrinita para que finja una voz y me dijera las cosas que me dijo. En fin, no estaba claro, pero le seguí la corriente. Tal vez Jolie después me llamaría y lo aclararía todo. Pero no lo hizo. Entonces, caí en su juego, y sentí el furor de la indignación.

El hecho de dar su teléfono a otro, que me llamó para amenazarme de muerte, fue lo que me encolerizó ("-¡hidep… dejá de molestar a mi novia o te meto un tiro!-").

Jolie me conoce de una manera que nunca había imaginado. Sólo ella sabe cómo herirme tan profundamente, que la herida nunca sanará y no dejará de sangrar y doler en mi pecho. Tantas cosas se hicieron claras en ese momento increíble. Finalmente, descubrí lo importante que yo había sido en su vida. Cómo, cada palabra que hemos compartido la hicieron madurar y cambiar completamente. Y cómo, ahora, con cada mensaje, la estaba afectando tan profundamente desde la distancia, que ella no podría sostener ninguna nueva relación si seguía pensando en mí.

Pero también esa noche, con esa llamada, me inoculó en las venas esa furia de fatalidad incontenible. Sentí todo el planeta Marte hirviendo en mi sangre. Toda la crueldad y sed de muerte se agolparon en mi pecho que gritaba venganza.

Salí a buscar al idiota con voz de flauta.

Después de horas de rondar por ahí, finalmente, me compuse, y volví a casa. Ya no caería en su juego. Si ella estaba asociada con alguien tan primitivo y violento así, ya era su problema. Que se lo banque ella, si el día de mañana encuentra alguien que la tenga cortita y amenazada. Las mujeres hay que tenerlas orinándose de miedo para que no hagan macanas a nuestras espaldas -pensé complacido-, viéndola ya cómo terminaba colgada de un boludo que la usaba como tapete.

Pasó el tiempo, meses, años… Entre nosotros sólo existía el abismo. Nada de nada. No esperaba volverla a ver… O quizás, sí…

Cierto día la encontré a la salida del shopping. Jolie se dirigía al estacionamiento con varias bolsas. Su cuerpo diminuto y blanco desaparecía graciosamente entre las cosas que llevaba.

-La ayudo señora-dije, tomando de sus manos una bolsa.

-Gracias, señor,-contestó ella con naturalidad. Sus ojos, detrás de las gafas oscuras, debían estar moviéndose frenéticamente, asimilando mi presencia, mis intenciones, rebobinando inmensos bancos de memoria archivada para adaptarse a la nueva e imprevista situación y reaccionar en consecuencia.

-Aquí es,-dijo, señalando el coche. Esperé a que ella abriera la cajuela para introducir las cosas. Luego me incorporé, la miré un instante, y cuando atiné a decirle algo, apareció el marido preguntando:

-¿Todo bien, querida? -dijo, mientras arrastraba los pies como un gusano sin gracia y sin arte.

-Todo bien, mi amor ¿nos vamos? -le contestó ella, disimulando su tedio.

-Si ya hiciste todas tus compras, -dijo una vez más, torpemente, el marido.

Entonces ella, ya sin mirarme, dijo de nuevo, en tono impersonal: -Gracias, señor- y abrió la portezuela del auto.

Me quedé mirando el auto que se alejaba. Parecía un coche fúnebre partiendo tristemente hacia un destino aciago. No me equivocaba. Mis presentimientos me llenaron de angustia por ella. La volví a querer de nuevo, compadeciéndola quizás, y pensando que la hubiera hecho tan feliz desviviéndome por ella, sorprendiéndola con un detalle nuevo cada día, conquistándola como la primera vez…

La llamé un tiempo después, anunciándole que escribía sobre nosotros y preguntándole su parecer. A ella no pareció importarle en absoluto. Yo podía hacer lo que me plazca, con tal de no molestarla más. Le pregunté si podía enviarle el proyecto para que ella lo completara en aquellas partes donde faltaban detalles importantes sobre su vida. Ella me dijo que no pensaba involucrarse en nada más conmigo. Que le podía enviar el texto si era mi deseo, pero que no esperase su opinión ni su apoyo.

Entonces desistí de la idea. El manuscrito quedó olvidado e incompleto. Además, yo no tenía derecho a publicarlo contra su voluntad.

Pasó otro tiempo, hasta que, revisando papeles viejos, volví a encontrar el proyecto abandonado. Después de leerlo, sentí de nuevo toda esa inquietud y necesidad de Jolie. En cierto modo, Jolie estaba en esas páginas. Decidí completarlo y llevarlo al editor.

Publiqué el libro. Escrito para la gente. Simple y directo, como a mí me gusta. Tal vez por eso, tuvo un ligero éxito.

Por una de sus amigas me enteré de las opiniones de Jolie, que dijo:

-"Imagínate, meterte con un tipo que después publica todo lo que pasó ahí. Cuídate de esta clase"-, le advirtió a la amiga.

Paula opinaba distinto, y le dijo:

-A mí, sin embargo, me encantaría si alguien así, que escribe con tanto realismo, introduce algo mío en sus relatos. Mi vida habrá valido la pena, porque la mano de un artista la transfiguró por completo.

Agradecí a Paula su confidencia. Ella era distinta; leía y admiraba los libros, les rendía culto. Paula sabía que ella no pertenecía a ese mundo sórdido donde se tejen y se maduran las creaciones literarias. Tal vez por eso, con tanta candidez, se ofrecía a ser parte de alguna obra. Como toda mujer siente envidia por la amiga, Paula quería, alguna vez, ser como Jolie.

Paula no sabía nada de nada. No entendía.

Esa noche, soñé nuestro origen divino. Miles de años son necesarios para generar en la especie humana, una mujer como Jolie. Otros tantos miles para hacerla coincidir conmigo, en una relación que moldeará el sentir y el pensar de una manera distinta, poderosa y terrible, para siempre. Tal como hubo un antes y un después de Magdalena y cierto salvador, es ahora, después de Jolie y yo. Aunque no soy el que deba decir esto, sino otros, debo darle un tono profético para escandalizar y remover las aguas impuras donde pululan los tibios y devotos de toda clase.

Lo sé. Siempre es una mujer la que introduce el cambio de época, la que parte la historia de la humanidad en dos, cuando se da a sí misma como el cáliz. Luego, los hombres escribimos la historia desde nuestro propio punto de vista machista, y la mujer queda en la sombra. Será distinto ahora, después de Jolie y yo. El culto de la diosa vuelve. La Tierra es femenina. Ella lo quiere así. Ella es nuestra madre, al fin de cuentas. Nos habla siempre con tanto amor desde el principio. Su paciencia es amplia, sin resentimientos. Pero ha llegado la hora de sacudirse a los que atentan contra ella, a los que la contaminan y enferman sin piedad.

Cuando me enteré que Jolie estaba enferma, primero me alegré. Después me sentí mal conmigo mismo. Como un loco, salí corriendo al sanatorio.

Entré a la habitación donde agonizaba. A los treinta años, Jolie estaba muriendo de cáncer. Me miró a los ojos desde su lecho. No era la mirada de una moribunda. Era la mirada franca y certera de antes, como cuando la conocí hace tiempo. Me dijo:

-Te volviste un escritor, Adam. Mentiste todo sobre nosotros, pero ya eres famoso.

-Duermo sobre laureles-le dije.

-Yo ni siquiera puedo dormir,-me contestó con dificultad.

-Me quedo contigo, Jolie.-le dije.

-No necesito tu piedad. Vete de aquí, desgraciado.-Me dijo, con todo el odio que podía demostrar. Y cerró los ojos. El pecho le subía y bajaba conmocionado. Ella lloraba, sufría por dentro. Seguía siendo orgullosa hasta el final, sin derramar frente a mí una sola lágrima. La enfermera me invitó a salir de inmediato.

No sé lo que hice después. Sin rumbo, habré vagado de aquí para allá. Incapaz de encontrarla a Jolie, en esa realidad que ya me había desterrado definitivamente de su presencia, de su gracia.

Jolie ya no existe. Ese cuerpo lleno de dolor en esa cama no merecía ser ella. Yo he visto a mi alma allí, por primera vez. Era mi alma la que estaba pudriéndose en vida, allí, sin esperanza. Era mi alma la que me rechazaba por haberla destruido así. Porque ese cuerpo que yo tanto amaba, que antes fue Jolie en toda plenitud y femineidad, en toda imagen de la diosa, yo la destruí cuando me introduje en ella para dejarle mi alma. Mi alma llena de pecado y lujuria, que contaminó su inocencia.

Andando el tiempo, me consuelo pensando así:

Jolie es todas las cosas, ahora, que yo jamás seré.

Es el mar en calma; es la paz de un cielo estrellado, indiferente y eterno.

Ella está en toda sonrisa sin malicia, en la esperanza del mundo por un mañana, por un despertar entre rosas, en un jardín interminable, que sus manitas diligentes y preciosas cuidan con esmero y paciencia.

Y sus lágrimas, como el rocío en la tenue carne de las flores… un temblor divino que maravilla un instante, y luego pasa…

Y luego pasa.

 

 

 

 

 

Autor:

Andy Storm

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