- El Aprendiz
- Parábola de los dos Padres
- Padre, Avatar
- En el nombre del Padre
- Padre de los Anónimos
- Padre Nuestro
El Aprendiz
El Padre tuyo, el de los Miserables.
Padre invisible que estás en el cielo
que no vemos,
el cielo de nuestros intereses
y no los tuyos.
Santificado sea tú nombre
cuando nos acordamos (si truena)
con el que justificamos toda la sangre
derramada
por nuestra injusticia.
Venga a nosotros tu reino,
aquel que destruimos después de cada Misa,
porque solo creemos en el nuestro,
y de nadie más.
Danos hoy el pan del precio y no del valor,
ese pan infecundo amasado por la mentira
y la impiedad de nuestros actos,
cuando enterramos tus sueños y
en vida a tus hijos.
Perdona nuestras bondades
no las intenciones mediocres que nos creen salvos,
como también perdonamos con la calumnia
a los buenos que día tras día odiamos.
No nos dejes caer en la tentación que no sentimos,
ni siquiera de procurar el amor a los demás.
Líbranos del sacrificio humilde,
llenos de la prostituta resignación
olvidando por siempre lo bueno
que un día pudimos ser,
sobre todo
no nos libres del mal,
porque es lo que nos gusta hacer,
si existes, amén.
María del cielo sé que tengo dos padres,
no uno como narran los textos,
uno vive y el otro está muerto,
uno en labios
y otro en el pensamiento,
uno en mis instintos
otro en mis efectos.
¿Cuantos Padres tengo yo?
uno de día y otro de noche,
uno cuando sonrió,
otro cuando mato y remato
la esperanza de un mundo nuevo.
Uno que me libera y
otro que me aplasta,
uno que me ama
y otro que me hace odiar.
¿Cuantos Padres tengo yo?
Uno tiene una rosa
el otro tiene un fusil,
uno tiene alas
y el otro tira bombas,
uno construye y
el otro deshace,
uno perdona
otro envilece,
uno predica
mientras el otro abandona,
uno se sienta y el otro trabaja,
uno me escupe
y el otro me acaricia.
Sí María, dos Padres tengo yo,
uno verdadero que no conozco
y el otro que yo he creado,
¡Ese soy yo!
Yo Soy el que Soy
dile a mi pueblo,
que me alabe,
no con violines,
sino con la sinfonía
del universo.
Yo soy el Dios,
de los pasados antepasados,
de los ejércitos
mendigos y pendencieros,
quien alborota esencias
en un ángel dormido.
a todos di la vida
un plano misterioso
que al abrirse queda sin respuesta.
Yo Soy el camino,
la expectación de un simulador
no para creer sino saber
que pueden existir
al atardecer de la edad,
los amaneceres,
adorables crepúsculos
versiones anhídridas
del círculo solar.
Yo Soy la verdad,
patrimonio de nadie
que se agencie un poder
soy por el que todo héroe muere
y vuelve a mí.
Yo Soy,
sin nota al margen,
delfines que de azul retornan al hombre
con el sueño de un unicornio,
Soy la vida,
unidad perfecta de una extremidad pensante
causa primera,
un jardín de plasma
encanecido por el retoñar del tiempo.
Yo Soy un viejo joven
que se esparce en el tiempo,
la eternidad irracional
de quien no me conoce.
He vencido al mundo
Soy la suma de lo que ustedes no esperan,
una palabra,
una cruz,
la multiplicación subestimada
de mis genes,
el término,
panes y peces.
Creación inusual
en los confines de un manantial
de ideas caladas por matices de color
en las raíces de los árboles.
Yo Soy el que Soy,
y nada más
que silencio.
Me miro en el río
digo adiós a mi juventud,
lleno de gloria,
de preguntas sin respuesta,
en el nombre del Padre.
Altar es mi cuerpo,
el olvido de los amigos,
la casa vacía
y el tiempo
en que no volveré.
En el nombre del Padre
me acosaron la inocencia,
dando muerte a mi muerte
un ángel que habitó en mi sagrario.
En el nombre del Padre
me vendieron,
trastocaron mi reino
con la barbarie de su dominio,
en la cualidad de la materia.
En el nombre del Padre
mi silencio,
el llanto de la noche
como el llanto de un perro
con hambre y frío.
En el nombre del Padre
esposado en el olvido,
saturado de riqueza
en la mendicidad
de sus almas,
que traen
una vez dormido.
En el nombre del Padre
he sido consagrado,
apuntando la linterna
para alumbrar el camino
de los que descansan,
guardados o escondidos.
En el nombre del Padre
presión recibo,
Amor devuelvo,
mi pecho se desangra
y a mis venas vuelvo.
En el nombre del Padre
un tiempo ganado,
en la inmadurez
que me atrapa el cuerpo,
loada sea la muerte.
En el nombre del Padre
soy tu hijo,
reloj que se torna
en calor y frío,
a quien mal me asecha
estatua de piedra
en un soplido.
En el nombre del Padre
venceré enemigos,
rezaré por ellos
y resucitaré.
Sostienen el telón del teatro,
héroes sintácticos
venidos a la misión,
un cuerpo diferido
pero el propósito es el mismo,
la unidad indivisible
de los heterónimos,
caídos bajo la defensa
en una palabra de combate
reunidos con el padre.
Los hipocampos
se conectan en la red,
hemisferios que abarcan,
nacidos para matar,
para salvar
o para temblar
mientras se acerca
el fin de los tiempos.
Faltará mucho
antes que el soldado –profeta
clérigo y Marqués de obra tan difícil
pase inquebrantable.
Una voz que
los animales entienden y
que los replicantes niegan
intentando hundir el Arca,
son los anónimos,
no desapercibidos,
estructuras pensantes,
se expanden y contraen
bajo el carisma
de una sola identidad,
en el triángulo equilátero
de un aprendiz de leñador.
Este es el día
en que la muerte
no es en vano,
porque esos muertos han justificado
el principio de una libertad incólume.
Han paseado sus caballos,
han tirado la cuerda,
la trampa del árbol
en que una vez casamos un ángel,
y el jaque adelanta el mate
con un tiro en la cabeza.
Un sueño esperado,
ejército de odio que hoy rinde tributo,
sobre el éxtasis despectivo
acercados a la viuda.
Allá van los rompedores de cerca,
del ocaso hacia la noche
bajo una aureola que nace para todos.
Son los destellos
una imagen al propósito
conectado a una misma red.
La tensión de los pueblos,
que iracundos nacen,
bajo el fuego graneado
de la operación triunfo.
Una carta
y el padre habrá ganado
otra alma
mientras el azul hostil,
vuelve a oscurecer
menguando al valle
de los infiernos,
siempre hipócrita,
siempre vencido,
bajo el irreparable sonido
del silencio.
Padre nuestro que estás en el cielo,
en el llanto de la madre,
en las muletas del anciano,
en el estómago del pobre,
en el espacio oculto donde la reja
hace al preso,
en la pequeñez de la victoria.
Santificado sea tu nombre,
no la etiqueta que te han puesto,
de culpable
y teléfono público,
ni tu número de identidad
o huellas dactilares.
No importa si Dios, Alá
Arquitecto,
Elohim,
Providencia o Creador,
lo importante es que existes.
Venga a nosotros tu reino,
el de la dicha,
esa del buen samaritano,
del corazón hacia la noche
en que un inocente puede morir.
El Universo pequeño,
reino de rosas blancas
que en tu nombre hacemos
sin mirar a quién,
tiempo, espacio o pobreza.
Hágase tu voluntad,
la que no se impone
sino que fluye al andar
por los caminos,
arterias que llevan una vida por sentir
y una esperanza por nacer
en cada minuto,
un día más,
la intención inesperada
por el enemigo.
En la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan,
la palabra justa,
el sentir puro
de los que profesamos
ante ti,
los que están cerca o lejos
que también son tus hijos
de cada día,
en cada hora que imploramos
por sed de justicia.
Perdona nuestras ofensas,
la justificación,
la falsas ofrendas,
el robo y uso maligno
de un sentimiento
contra el hermano,
a espaldas de fulano,
a favor de mengano,
en nuestros deseos oscuros,
afilados.
Como también perdonamos
a los que nos ofenden,
sin dejarnos dar un paso
por pensar diferente,
con la más usual
e inmerecida
de las traiciones.
No nos dejes caer
en el barranco de los monopolios,
de la cultura del homicida,
porque si el oprimido
ataca al opresor
es reo de muerte
inevitable de la madurez.
Es la muerte de tu palabra,
que solo el espíritu vivifica,
en la tentación de cada día
inclinados sobre el mar corrupto
de nuestras manías.
Y líbranos del mal,
del exilio,
no solo del de la patria,
sino el del alma que late inversa
a las manecillas del reloj.
De los políticos
que en tu nombre
matan y roban,
llamando democracia a un corazón
frío e inerte
que se repite
en las ondas expansivas de la guerra
o en los 139 canales de televisión,
esa indiferencia mortal
que nos aleja de ti,
creyéndonos ser Dios,
y no más que un soplo en el viento.
Habita en nosotros Padre,
que tu hijo redime
y el espíritu santifica
las horas
que nos quedan
por vivir. Amén.
Autor:
José Gonzales