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En el Nombre del Padre. Poesía

Enviado por jose gonzales


  1. El Aprendiz
  2. Parábola de los dos Padres
  3. Padre, Avatar
  4. En el nombre del Padre
  5. Padre de los Anónimos
  6. Padre Nuestro

El Aprendiz

El Padre tuyo, el de los Miserables.

Padre invisible que estás en el cielo

que no vemos,

el cielo de nuestros intereses

y no los tuyos.

Santificado sea tú nombre

cuando nos acordamos (si truena)

con el que justificamos toda la sangre

derramada

por nuestra injusticia.

Venga a nosotros tu reino,

aquel que destruimos después de cada Misa,

porque solo creemos en el nuestro,

y de nadie más.

Danos hoy el pan del precio y no del valor,

ese pan infecundo amasado por la mentira

y la impiedad de nuestros actos,

cuando enterramos tus sueños y

en vida a tus hijos.

Perdona nuestras bondades

no las intenciones mediocres que nos creen salvos,

como también perdonamos con la calumnia

a los buenos que día tras día odiamos.

No nos dejes caer en la tentación que no sentimos,

ni siquiera de procurar el amor a los demás.

Líbranos del sacrificio humilde,

llenos de la prostituta resignación

olvidando por siempre lo bueno

que un día pudimos ser,

sobre todo

no nos libres del mal,

porque es lo que nos gusta hacer,

si existes, amén.

Parábola de los dos Padres

María del cielo sé que tengo dos padres,

no uno como narran los textos,

uno vive y el otro está muerto,

uno en labios

y otro en el pensamiento,

uno en mis instintos

otro en mis efectos.

¿Cuantos Padres tengo yo?

uno de día y otro de noche,

uno cuando sonrió,

otro cuando mato y remato

la esperanza de un mundo nuevo.

Uno que me libera y

otro que me aplasta,

uno que me ama

y otro que me hace odiar.

¿Cuantos Padres tengo yo?

Uno tiene una rosa

el otro tiene un fusil,

uno tiene alas

y el otro tira bombas,

uno construye y

el otro deshace,

uno perdona

otro envilece,

uno predica

mientras el otro abandona,

uno se sienta y el otro trabaja,

uno me escupe

y el otro me acaricia.

Sí María, dos Padres tengo yo,

uno verdadero que no conozco

y el otro que yo he creado,

¡Ese soy yo!

Padre, Avatar

Yo Soy el que Soy

dile a mi pueblo,

que me alabe,

no con violines,

sino con la sinfonía

del universo.

Yo soy el Dios,

de los pasados antepasados,

de los ejércitos

mendigos y pendencieros,

quien alborota esencias

en un ángel dormido.

Yo Soy el alma de la tierra,

a todos di la vida

y la muerte

un plano misterioso

que al abrirse queda sin respuesta.

Yo Soy el camino,

la expectación de un simulador

no para creer sino saber

que pueden existir

al atardecer de la edad,

los amaneceres,

adorables crepúsculos

versiones anhídridas

del círculo solar.

Yo Soy la verdad,

patrimonio de nadie

que se agencie un poder

soy por el que todo héroe muere

y vuelve a mí.

Yo Soy,

sin nota al margen,

delfines que de azul retornan al hombre

con el sueño de un unicornio,

Soy la vida,

unidad perfecta de una extremidad pensante

causa primera,

un jardín de plasma

encanecido por el retoñar del tiempo.

Yo Soy un viejo joven

que se esparce en el tiempo,

la eternidad irracional

de quien no me conoce.

He vencido al mundo

Soy la suma de lo que ustedes no esperan,

una palabra,

una cruz,

la multiplicación subestimada

de mis genes,

el término,

panes y peces.

Creación inusual

en los confines de un manantial

de ideas caladas por matices de color

en las raíces de los árboles.

Yo Soy el que Soy,

y nada más

que silencio.

En el nombre del Padre

Me miro en el río

digo adiós a mi juventud,

lleno de gloria,

de preguntas sin respuesta,

en el nombre del Padre.

Altar es mi cuerpo,

el olvido de los amigos,

la casa vacía

y el tiempo

en que no volveré.

En el nombre del Padre

me acosaron la inocencia,

dando muerte a mi muerte

un ángel que habitó en mi sagrario.

En el nombre del Padre

me vendieron,

trastocaron mi reino

con la barbarie de su dominio,

en la cualidad de la materia.

En el nombre del Padre

mi silencio,

el llanto de la noche

como el llanto de un perro

con hambre y frío.

En el nombre del Padre

esposado en el olvido,

saturado de riqueza

en la mendicidad

de sus almas,

que traen

una vez dormido.

En el nombre del Padre

he sido consagrado,

apuntando la linterna

para alumbrar el camino

de los que descansan,

guardados o escondidos.

En el nombre del Padre

presión recibo,

Amor devuelvo,

mi pecho se desangra

y a mis venas vuelvo.

En el nombre del Padre

un tiempo ganado,

en la inmadurez

que me atrapa el cuerpo,

loada sea la muerte.

En el nombre del Padre

soy tu hijo,

reloj que se torna

en calor y frío,

a quien mal me asecha

estatua de piedra

en un soplido.

En el nombre del Padre

venceré enemigos,

rezaré por ellos

y resucitaré.

Padre de los Anónimos

Sostienen el telón del teatro,

héroes sintácticos

venidos a la misión,

un cuerpo diferido

pero el propósito es el mismo,

la unidad indivisible

de los heterónimos,

caídos bajo la defensa

en una palabra de combate

reunidos con el padre.

Los hipocampos

se conectan en la red,

hemisferios que abarcan,

nacidos para matar,

para salvar

o para temblar

mientras se acerca

el fin de los tiempos.

Faltará mucho

antes que el soldado –profeta

clérigo y Marqués de obra tan difícil

pase inquebrantable.

Una voz que

los animales entienden y

que los replicantes niegan

intentando hundir el Arca,

son los anónimos,

no desapercibidos,

estructuras pensantes,

se expanden y contraen

bajo el carisma

de una sola identidad,

en el triángulo equilátero

de un aprendiz de leñador.

Este es el día

en que la muerte

no es en vano,

porque esos muertos han justificado

el principio de una libertad incólume.

Han paseado sus caballos,

han tirado la cuerda,

la trampa del árbol

en que una vez casamos un ángel,

y el jaque adelanta el mate

con un tiro en la cabeza.

Un sueño esperado,

ejército de odio que hoy rinde tributo,

sobre el éxtasis despectivo

acercados a la viuda.

Allá van los rompedores de cerca,

del ocaso hacia la noche

bajo una aureola que nace para todos.

Son los destellos

una imagen al propósito

conectado a una misma red.

La tensión de los pueblos,

que iracundos nacen,

bajo el fuego graneado

de la operación triunfo.

Una carta

y el padre habrá ganado

otra alma

mientras el azul hostil,

vuelve a oscurecer

menguando al valle

de los infiernos,

siempre hipócrita,

siempre vencido,

bajo el irreparable sonido

del silencio.

Padre Nuestro

Padre nuestro que estás en el cielo,

en el llanto de la madre,

en las muletas del anciano,

en el estómago del pobre,

en el espacio oculto donde la reja

hace al preso,

en la pequeñez de la victoria.

Santificado sea tu nombre,

no la etiqueta que te han puesto,

de culpable

y teléfono público,

ni tu número de identidad

o huellas dactilares.

No importa si Dios, Alá

Arquitecto,

Elohim,

Providencia o Creador,

lo importante es que existes.

Venga a nosotros tu reino,

el de la dicha,

esa del buen samaritano,

del corazón hacia la noche

en que un inocente puede morir.

El Universo pequeño,

reino de rosas blancas

que en tu nombre hacemos

sin mirar a quién,

tiempo, espacio o pobreza.

Hágase tu voluntad,

la que no se impone

sino que fluye al andar

por los caminos,

arterias que llevan una vida por sentir

y una esperanza por nacer

en cada minuto,

un día más,

la intención inesperada

por el enemigo.

En la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan,

la palabra justa,

el sentir puro

de los que profesamos

ante ti,

los que están cerca o lejos

que también son tus hijos

de cada día,

en cada hora que imploramos

por sed de justicia.

Perdona nuestras ofensas,

la justificación,

la falsas ofrendas,

el robo y uso maligno

de un sentimiento

contra el hermano,

a espaldas de fulano,

a favor de mengano,

en nuestros deseos oscuros,

afilados.

Como también perdonamos

a los que nos ofenden,

sin dejarnos dar un paso

por pensar diferente,

con la más usual

e inmerecida

de las traiciones.

No nos dejes caer

en el barranco de los monopolios,

de la cultura del homicida,

porque si el oprimido

ataca al opresor

es reo de muerte

inevitable de la madurez.

Es la muerte de tu palabra,

que solo el espíritu vivifica,

en la tentación de cada día

inclinados sobre el mar corrupto

de nuestras manías.

Y líbranos del mal,

del exilio,

no solo del de la patria,

sino el del alma que late inversa

a las manecillas del reloj.

De los políticos

que en tu nombre

matan y roban,

llamando democracia a un corazón

frío e inerte

que se repite

en las ondas expansivas de la guerra

o en los 139 canales de televisión,

esa indiferencia mortal

que nos aleja de ti,

creyéndonos ser Dios,

y no más que un soplo en el viento.

Habita en nosotros Padre,

que tu hijo redime

y el espíritu santifica

las horas

que nos quedan

por vivir. Amén.

 

 

 

Autor:

José Gonzales