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Educación contra el mercado: La filosofía y la formación política de la ciudadanía (3ra. Parte)

Partes: 1, 2, 3

    1. El prejuicio sociológico: ensayo sobre el resentimiento o de la pasión contra la razón
    2. Ingeniería social vs ingeniería genética
    3. La izquierda y la idea de España
    4. ¿Cuándo el humanismo renacentista e ilustrado se volvió humanismo metafísico e ideológico?

    Educación contra mercado: La filosofía y la formación política de la ciudadanía – 3ª PARTE

    1) EL PREJUICIO SOCIOLÓGICO: ENSAYO SOBRE EL RESENTIMIENTO O DE LA PASIÓN CONTRA LA RAZÓN.

    Muchas personas cometen un prejuicio sociológico: sus situaciones particulares son extrapoladas a consideraciones generales, es decir, se cuenta la película conforme a ellos les va en ella, por eso se puede acusar del redactor de este escrito de visceralidad, lo que equivale a negarle el más mínimo estatuto cognoscitivo. Pero quien está habituado al razonamiento realiza precisamente el movimiento inverso: cada cosa particular tan sólo es tratada en general, sin atender a las emociones particulares que se tengan de ella, sino tan sólo a los argumentos racionales que se puedan generar entorno del problema o la cuestión, sea cual sea el problema o la cuestión tratados y los sentimientos y emociones que suscite.

    Ahora bien, quienes no están habituados a razonar, sino que son presa crónica del prejuicio sociológico, creen que los demás llaman pensar a realizar la misma operación que ellos hacen, esto es, considerar su ombligo como el ombligo del mundo. Quien no es capaz de un tratamiento abstracto y general de los problemas cree que nadie es capaz de semejante cosa y adjudica al oponente dialéctico la misma enfermedad que padece. Confundir las sensaciones subjetivas con teorías generales, esto es, carecer de la posibilidad de elevarse a un plano racional y objetivo. Tal plano incluirá tanto al mundo interno objetivo (M2) como al sujeto operatorio, también objetivable.

    De la manera como se lleva a cabo la presente e ilegítima forma de descalificación fueron un ejemplo las acusaciones hacia el juez Baltasar Garzón de actuar por resentimiento al encausar al ministro Barrionuevo en el sumario de los GAL. Tal aseveración sobre las motivaciones, no estrictamente jurídicas, sino supuestamente envueltas en la animadversión personal, resultaban irrelevantes para la razón jurídica y la evaluación de las pruebas por si constituyeran delito.

    No importa tampoco que los jueces que han de juzgar a criminales de guerra o dictadores, como Pinochet, sientan aprecio o desprecio por los encausados, caso en el que resultó ridicula la recusación de uno de los letrados por pertenecer a una organización humanitaria, como si su condición de miembro de una ONG fuese a turbar y volver parcial su razonamiento jurídico. Las emociones de los jueces no se involucran en la evaluación de las pruebas policiales y periciales, ni en la aplicación de las penas que otorgan a los criminales, si así fuera todo proceso judicial sería arbitrario y los jueces los dictadores más terribles de la tierra, capaces de dar rienda suelta a su odio, compasión, amor, enemistad, crueldad, resentimiento, culpa o venganza, que se traducirían en penas mayores o menores y en la irrelevancia de las pruebas, testimonios y argumentaciones.

    Nadie que piense un poquito puede creer que cuando el juez Garzón odia a un fulano lo mete sin más en la cárcel. La motivación de perseguir la causa criminal, si bien debe proceder de la racional profesionalidad del letrado, no importa que se encuentre entremezclada de sentimientos y emociones, de agrado o desagrado, ya que un conductor de autobus puede conducir contento o descontento sin que su estado de ánimo altere su conducción; pues de no atenerse a ella le multarán y le impedirán proseguir una peligrosa conducción temeraria. El juez procede si hay caso, de acuerdo con la razón jurídica, y si no lo hay, por más que su odio y su resentimiento se lo indique, no podrá proceder contra nadie, a riesgo de que otras instancias le corrijan e inhabiliten, como en el caso de Gomez de Liaño al excederse con Jesús Polanco.

     

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