En los textos evangélicos en múltiples oportunidades N.S. Jesucristo hizo referencia a los oficios del hombre: pescadores, recaudadores de impuestos, teólogos, viñateros, comerciantes, sacerdotes, etc., pero nunca se refirió a los soldados o a los militares en conjunto. Ciertamente que alabó al Centurión romano de Cafarnaúm con uno de los elogios más bello salidos de Su boca: "Tanta fe no he visto en Israel", pero ni siquiera rozaba la condición militar del Centurión, si no la certeza en el poder de Jesucristo.
Hasta se puede argumentar que N.S. Jesucristo tuvo un rechazo directo y profundo hacia las armas: "Guarda esa espada Pedro. ¿No sabes que quién a hierro mata, a hierro muere?", le dijo en el Monte de los Olivos la noche que lo prendieron. Insisto, no existe en la predicación de Cristo ninguna referencia positiva hacia lo militar, y la hay negativa al uso de las armas para dirimir cuestiones, que es el oficio del soldado.
Sin embargo, curiosamente, desde muy temprano, en el cristianismo, se intenta señalar un paralelo o una simetría entre lo militar y la vida del cristiano. Se puede comprobar en la segunda carta de San Pablo a Timoteo que la crítica data alrededor del año 65 de nuestra era, y en la que efectúa una comparación entre la vida de perfección y el soldado: "Ninguno que milita como soldado se deja enredar en las cosas de la vida".
Convengamos que de Pablo es el primer intento documentado en el Nuevo Testamento, de aliar milicia y santidad. Hay motivos para ello. La historia personal de Pablo es una historia de milicia severa, y así lo reconoce el propio Apóstol: "porque antes fui blasfemo, perseguidor y violento", y tenía razón, eso fue. Joven judío fanático, testigo del martirio de Esteban, participando, indirectamente en él. Quienes lo ejecutaron dejaron al cuidado de Pablo las ropas que se quitaron para apedrear mejor a Esteban. Mas tarde, Pablo, a caballo, con otros jóvenes buscaban cristianos en sus casas y escondrijos, para sacarlos con violencia de ellas y entregarlos a Sanedrín. Un hombre violento, de formación teológica farisea, con mentalidad zelote, integrista, que no ve contradicciones entre violencia y religión. Y desde ese origen San Pablo evoluciona hasta componer el himno a la caridad (1 Corintios 13), acaso la oración más pacifista compuesta por hombre alguno.
Digamos entonces que en tal hombre puede darse en forma natural el imaginar al santo como soldado, o como un atleta que ha corrido la "buena carrera", como lo dice en otra de sus epístolas. Pero esa línea interpretativa paulista se multiplicó, en la historia de la religiosidad, por decenas de miles, por otros autores, sin conexión entre sí, en apologías, escritos, historias, sermones, cartas, etc., hasta llegar a nuestros días con vigor la argumentación teológica que no ve oposición entre la violencia esencial del soldado y la vida de perfección de la santidad.
Sin embargo… no han sido pocos los que, también desde el inicio, se ha opuesto a estas líneas convergentes, y Tertuliano en el siglo III es uno de ellos. Pero en la historia, la convergencia de religión y violencia a partir de Constantino (Año 300 de N.E.) fue superposición, y se consolidó en doctrina marcando un amplio triunfo, de modo que violencia, soldados, milicia, guerras y guerras santas constituyeron el basamento histórico en el que se apoya, aún hoy, en muchos casos, la religiosidad católica.
No es de extrañar que así como algunos defensores de la fe, remontan la legitimidad de la inquisición a los diálogos de Yave con Adán, en el Génesis, haya desde temprano, quienes tratan de justificar la alianza de la violencia y el cristianismo en el propio corazón de Yave, si fuera posible.
En el Antiguo Testamento (AT) se citan dos arcángeles luchadores, Miguel y Gabriel. Ambos pertenecen a la corte celestial, y son dos de los cuatro, seis, o setenta, según el autor que interprete la numerología mística, de los ángeles principales, o príncipes. La organización del cielo y la corte celestial que se entrevé en las escrituras, en los catecismos y se profundiza en libros del medievo es algo que debe ser considerado con mucha benevolencia por el espíritu crítico. Se trata, en todo caso de esquemas figurados a partir de interpretaciones sobre determinados textos, y producto, también, de una cultura y una historia precisa. Este es el caso de las devociones que despierta el Arcángel San Miguel blandiendo la espada con la que derrotó a los demonios.
El Arcángel San Miguel es jefe del ejército celestial según el Apocalipsis, el libro más hermético de la Biblia, escrito por San Juan entre los años 70 y el 95 de nuestra era. Y la forma más corriente de su imagen es la de un ángel con amplias alas, buen cinturón, y colgando a un lado su famosa espada. La fama, prestigio espiritual y devoción popular por San Miguel ha sido grande y su devoción muy extendida hasta entrado el siglo XVII. Cómo fue su batalla particular con los demonios lo cuenta sintéticamente el Apocalipsis, y tal relato merece el respeto de las antiguas tradiciones, pero podemos dejar abierta la puerta para imaginarnos tal combate en un campo más espiritualizado que un torneo medieval, a espada, contra la Serpiente que derrotada cayó a la tierra.
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