El espíritu de resistencia era tanto más fuerte cuanto que un sentimiento de hostilidad en contra de Chile estaba expandiéndose por América Latina. Paralelamente, Washington había adoptado una actitud más favorable hacia Perú y había reconocido al gobierno títere de Francisco Calderón. Es cierto que los estadounidenses, Después de mucho tiempo, buscaban tomar el control de las minas de nitrato peruanas. El 2 de agosto de 1881, Stephen Hurlbut, un ministro estadounidense plenipotenciario, llegó a Lima para comunicar a las autoridades de la ocupación que "Estados Unidos no podía aprobar el recurso de la guerra como medio de expansión territorial en detrimento de otra nación, excepto como último recurso y en caso de extrema urgencia". La conclusión que sacó Francisco Calderón era que Estados Unidos lo apoyaba y que podía oponerse firmemente a las maniobras de Santiago, que pretendían imponerle un tratado injusto. Entonces, rechazó sin miramientos varias proposiciones chilenas. Las autoridades chilenas se lo tomaron a mal, lo detuvieron y lo mantuvieron bajo arresto domiciliario. Desde entonces, los chilenos se vieron obligados a administrar directamente el país. El efecto de este torpe golpe de fuerza fue que se intensificó la resistencia. El sur del país, hasta aquí relativamente en calma, se sublevó contra el invasor chileno.
El almirante Montero se dirigió hacia allá para tomar a su cargo la guerrilla naciente.
Sin embargo, aparecieron disensiones cada vez más fuertes entre los tres Jefes de la resistencia, quienes pretendían el cargo de "presidente". En Chile, la elección de Domingo Santa María para la presidencia del país, en septiembre de 1881, calmó los ánimos durante algunos meses. Este liberal auténtico había vivido en Perú mucho tiempo, donde había entablado sólidas amistades, muy útiles en un contexto semejante.
Las autoridades chilenas sacaron provecho del año 1882 para intensificar los contactos con la clase política peruana, pero también para reorganizar su dispositivo Militar en vista de eventuales operaciones contra la guerrilla. Medida juiciosa, Dado que las negociaciones decayeron. En julio de 1883, una división chilena Hizo huir a los montoneros del general Cáceres. Algunas semanas más tarde, otras tropas chilenas acorralaron a los guerrilleros del almirante Montero. Estas dos personalidades se encontraron fuera de combate, y por esta razón el general Iglesias se impuso rápidamente como el único interlocutor con credibilidad. Los chilenos pusieron sus esperanzas en él y le ofrecieron el puesto de presidente, a cambio de un arreglo definitivo del conflicto. Cada quien sacó ventaja de esto y el nuevo hombre fuerte de Perú aceptó los términos de un tratado de paz que fue rubricado el 20 de octubre de 1883 en Ancón, una pequeña ciudad costera situada no lejos de Lima. La nueva Asamblea Constitucional de Perú ratificó el tratado de Ancón el 4 de marzo siguiente. Este tratado ponía fin a tres años de ocupación militar y avalaba la cesión definitiva de las provincias de Tarapacá y de Arica a Chile.
Un mes más tarde, el 4 de abril de 1884, Bolivia firmó un pacto de armisticio con Chile, al término del cual aquélla le cedía el puerto de Antofagasta y los territorios comprendidos entre los paralelos 23 y 24. La guerra del Pacífico había terminado.
Le había permitido a Chile incrementar su territorio en más de una tercera parte, abriendo así la vía a una nueva conformación política regional. Había puesto en evidencia las rivalidades coloniales de las grandes potencias, ilustrando la voluntad de Washington de mantener a los europeos al margen del continente
Americano. Los franceses lo habían entendido algunos años antes, en el momento de su desastrosa campaña en México. Los españoles sufrirían la amarga experiencia Quince años más tarde, en Cuba.
Para saber más sobre este acontecimiento
Señalemos la obra de Clementes Markham, The War between Peru and Chile (Sampson Low, Londres, 1883, 306 p.), el primer relato detallado que permite comprender el desarrollo de las operaciones, con un marcado a priori a favor del bando peruano. Robert Burr pergeñó una excelente síntesis de los aspectos diplomáticos del conflicto en su obra titulada By Reason on Force, Chile and the Balancín of Power in South America/1830-1905 (University of California Press, Los Ángeles, 1965, 321 p.). Frederick Pike analiza en su libro The Modern History of Peru (Weidenfeld & Nicol son, Londres, 1967, 386 p.) la visión peruana de esta
guerra. Para un relato detallado de las operaciones, visto a través del prisma chileno, conviene remitirse al libro de William Sater, Chile and the War of the Pacific (University of Nebraska Press, Lincoln, 1986, 343 p.), y también al artículo de Sergio Jarpa Gerhard, "La campaña marítima de 1879", publicado en el número 744 de la Revista de Marina (Publicaciones de la Armada de Chile, Valparaíso, Vol. 98, sept.-oct. 1981, pp. 553-562). La obra de Carlos López Urrutia, Historia de la Marina de Chile (Andrés Bello, Santiago, 1969, 448 p.), sigue siendo, sin embargo, la mejor referencia para captar el papel fundamental de la marina chilena durante el conflicto.
Autor:
Luis Ángel Rojas López
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