Sigo copiando del mismo libro que en la entrada anterior (Bernard, C. 1865. Introducción al Estudio de la Medicina Experimental. Ed Fontanella. Barcelona. 1976), un ejemplo que nos demuestra en primer lugar que, no por envejecer un libro se hace obsoleto y, en segundo lugar que entre los contemporáneos de Darwin, no todo tiene que ser especulación sin fundamento o transnochada sino que hay textos que son todavía de una enorme utilidad porque se escribieron partiendo de experiencias fundamentales.
Segundo ejemplo (continuación del anterior).
Al sacrificar los conejos a los que había hecho comer carne, noté que los quilíferos, blancos y lechosos, comenzaban a ser visibles en el intestino delgado, en la parte inferior del duodeno, a partir de unos treinta centímetros por debajo del píloro. Este hecho atrajo mi atención, porque en los perros los quilíferos comienzan a ser visibles mucho más arriba del duodeno, e inmediatamente después del píloro.
Examinando las cosas más de cerca, comprobé que esta particularidad en el conejo coincidía con la inserción del canal pancreático, situado en un punto muy bajo y precisamente cerca del lugar en donde los quilíferos comenzaban a tener quilo vuelto blanco y lechoso por la emulsión de las materias grasas alimenticias.
La observación fortuita de este hecho despertó en mí una idea, e hizo nacer en mi espíritu el pensamiento de que el jugo pancreático bien podía ser la causa de la emulsión de las materias grasas, y, por consiguiente, la de su absorción por los vasos quilíferos. Hice entonces instintivamente el siguiente silogismo: El quilo blanco es debido a la emulsión de la grasa; es así que en el conejo el quilo blanco se forma a partir de la entrada del jugo pancreático en el intestino; luego es el jugo pancreático el que emulsiona la grasa y forma el quilo blanco. Esto era lo que debía juzgarse por la experiencia.
En vista de esta idea preconcebida, imaginé y realicé al punto una experiencia propia para comprobar la verdad o falsedad de mi suposición. Esta experiencia consistía en ensayar directamente la propiedad del jugo pancreático sobre las materias grasas neutras o alimenticias. Pero este jugo no escurre naturalmente hacia fuera como la saliva o la orina, por ejemplo; por el contrario, su órgano secretor está profundamente situado en la cavidad abdominal. Me vi, por tanto obligado a poner en uso procedimientos de experimentación, para procurarme en el animal vivo este líquido pancreático, en condiciones fisiológicas convenientes y en cantidad suficiente.
Entonces fue cuando pude realizar mi experiencia, es decir, comprobar mi idea preconcebida, y la experiencia me probó que la idea era justa. En efecto, el jugo pancreático obtenido en condiciones convenientes de perros, conejos y otros animales, mezclado con aceite o grasa derretida, se emulsionaba instantáneamente de un modo persistente , y más tarde acidificaba a estos cuerpos grasos, descomponiéndolos, por medio de un fermento particular, en ácido graso y glicerina, etc.
No seguiré hasta más lejos estas experiencias que he desarrollado ampliamente en un trabajo especial (Mémoire sur le páncreas et sur le rôle du suc pancréatique dans les phénomènes digestifs. Paris, 1856.). Sólo he querido demostrar aquí como una primera observación, hecha por casualidad, sobre la acidez de la orina en los conejos, me sugirió la idea de hacer experiencias sobre la alimentación por carne, y como en seguida, con proseguir estas experiencias, hice nacer, sin buscarla, otra observación relativa a la disposición especial de la inserción del canal pancreático en el conejo. Esta segunda observación, sobrevenida en el curso de la experiencia y engendrada por ella, me dio a su vez la idea de hacer experiencias sobre la acción del jugo pancreático.
Se ve por los ejemplos anteriores como la observación casual de un hecho o fenómeno hace nacer por anticipación una idea preconcebida o una hipótesis sobre la causa probable del fenómeno observado; como la idea preconcebida engendra un razonamiento que deduce la experiencia propia para verificarlo; como en un caso ha sido preciso, para operar esta verificación, recurrir a la experimentación, es decir al empleo de procedimientos operatorios más o menos complicados, etc. En el último ejemplo, la experiencia ha tenido un doble papel, desde luego juzgó y confirmó las previsiones del raciocinio que la había ocasionado; pero además provocó una nueva observación. Puede, pues, llamarse a esta observación provocada o engendrada por la experiencia. Esto prueba que es necesario, como lo hemos dicho, observar todos los resultados de una experiencia, los que son relativos a la idea preconcebida y aun los que no tienen ninguna relación con ella. Si no se vieran más que los primeros, frecuentemente se vería un privado de hacer descubrimientos, porque a menudo sucede que una mala experiencia puede provocar una muy buena observación, como lo prueba el ejemplo siguiente.
III. Aprender del error es una cualidad fundamental del científico
Sigo copiando del mismo libro de Claude Bernard que en las entradas anteriores (Bernard, C. 1865. Introducción al Estudio de la Medicina Experimental. Ed Fontanella. Barcelona. 1976), un texto fundamental para comprender como opera el Método Científico en biología y medicina y que nunca perderá su interés por el paso del tiempo:
Tercer ejemplo
En 1857 emprendí una serie de experiencias sobre la eliminación de substancias por la orina, y esta vez los resultados de la experiencia no confirmaron, como en los ejemplos precedentes mis previsiones o mis ideas sobre el mecanismo de dicha eliminación. Hice, pues, lo que se acostumbra a llamar una mala, o malas experiencias. Pero hemos sentado anteriormente como principio, que no hay malas experiencias, porque cuando estas no han correspondido a la investigación para la cual habían sido realizadas, aun así, conviene aprovechar las observaciones que puedan proporcionar, para dar lugar a otras.
Investigando como se eliminaban por la sangre que sale del riñón, las substancias que había inyectado, observé por casualidad, que la sangre de la vena renal era rutilante mientras que la de las venas vecinas era negra, como si fuese sangre venosa ordinaria. Esta particularidad imprevista me llamó la atención, e hice así la observación de un hecho nuevo que había engendrado la experiencia y que era extraño al objeto experimental que perseguía en esa misma experiencia. Renuncié, pues, a mi idea primitiva que no había sido verificada, y puse toda mi atención en esta singular coloración de la sangre venosa renal, y cuando la hube comprobado bien y me hube asegurado de que no había causa de error en la observación del hecho, me pregunté naturalmente cuál podía ser la causa de ello.
En seguida, examinando la orina que escurría por el uréter y reflexionando, me vino la idea de que esta coloración roja bien podía estar en relación con el estado secretorio o funcional del riñón. Según esta hipótesis, con hacer que cesara la secreción renal, la sangre venosa debería ponerse negra. Esto es lo que sucedió, restableciendo la secreción venal, la sangre venosa debería volver a ser rutilante, y esto es lo que pude verificar cada vez que excitaba la secreción de la orina. Obtuve así la prueba experimental de que hay una relación entre la secreción de orina y la coloración de la sangre de la vena renal.
Pero esto no es todavía todo. En estado normal, la sangre venosa del riñón es casi constantemente rutilante, porque el órgano urinario secreta de una manera casi continua, aunque alternativamente para cada riñón. Ahora bien, quise saber si el color rutilante de la sangre venosa constituía un hecho general propio de las otras glándulas y obtener de esta manera una contraprueba bien neta que me demostrase que el fenómeno secretorio era el que por sí mismo producía esta modificación de la coloración. He aquí como discurrí: si es la secreción lo que produce, como parece, la rutilancia de la sangre venosa glandular, sucederá que en órganos glandulares que como las glándulas salivares secretan de una manera intermitente, la sangre venosa cambiará de color de manera intermitente, siendo negra en el reposo de la glándula y roja durante la secreción.
Puse, pues al descubierto la glándula submaxilar de un perro, sus conductos, sus nervios y sus vasos. Esta glándula suministra en el estado normal una secreción intermitente, que se puede excitar o detener a voluntad. Ahora bien, comprobé claramente que durante el reposo de la glándula, cuando nada escurría por el conducto salival, la sangre venosa presentaba, en efecto, una coloración negra, mientras que al punto que aparecía la secreción, la sangre se volvía rutilante, para readquirir el color negro cuando la secreción se detenía; seguía luego negra durante todo el tiempo que duraba la intermitencia, etc..
…..Me bastará haber probado que las investigaciones científicas o las ideas experimentales pueden nacer con ocasión de observaciones fortuitas y en cierto modo involuntarias, que se nos presentan espontáneamente, u ocasionadas durante una experiencia hecha con otro objeto.
Pero sucede todavía otro caso, y es aquel en que el experimentador provoca y hace nacer voluntariamente una observación. Este caso entra, por así decirlo, en el precedente; sólo difiere en que en lugar de esperar a que la observación se presente por casualidad en una circunstancia fortuita, se la provoca por una experiencia. Volviendo a la comparación de Bacon, podemos decir que el experimentador se parece en este caso a un cazador, que en lugar de aguardar tranquilamente a la caza, trata de levantarla haciendo una batida en los lugares en que supone su existencia.
Esto es lo que hemos llamado la experiencia para ver. Se pone en juego este procedimiento siempre que no se tiene idea preconcebida para emprender investigaciones sobre un asunto respecto del cual no hay observaciones anteriores. Entonces se experimenta para provocar observaciones, que a su vez, hagan nacer nuevas ideas. Esto es lo que sucede habitualmente en Medicina, cuando se quiere averiguar la acción de un veneno o de una sustancia medicamentosa sobre la economía animal; se hacen experiencias para ver y en seguida se guía uno según lo que se ha visto.
Autor:
Emilio Cervantes
Científico Titular del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) en el Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca.
Sitio web: http://weblogs.madrimasd.org/biologia_pensamiento/
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