Cuando los seres humanos nos enfrascamos en discusiones que no se pueden soportar con argumentos verificables, sino, más bien, en pensamientos metafísicos, o anclados en la tradición, nos metemos en un callejón sin salida. A veces, nos exacerbamos con el contrincante, porque pensamos que nuestros razonamientos son los portadores de la verdad, y los del otro los descalificamos por equivocados, o falsos. Eso ocurre, en la mayoría de las veces, cuando queremos demostrar la existencia de Dios, pues con argumentos racionales podemos probar su existencia, y también, con premisas contrarias, pero igualmente verdaderas, llegamos a resultados totalmente opuestos. El filósofo alemán Emmanuel Kant, llamaba a esta clase de argumentos, las antinomias de la razón, lo cual significa que es nada menos que la contradicción entre dos principios racionales, porque con ellos podemos defender cualquier causa, por absurda que esta parezca. Con una mezcla de argumentos racionales y con supuestas revelaciones sagradas, los hombres han construido divinidades antropomórficas, para responder a sus cuestionamientos de ansiedad, originados, especialmente, en su angustia existencial. En estos casos, los mitos religiosos son una tabla de salvación porque permiten responder a la necesidad del ser humano de concebir un orden físico y metafísico que ofrezca conjurar el caos y la incertidumbre de la vida.Todas las religiones del mundo a través de su historia, tienen el mismo componente: la construcción de divinidades antropomórficas, inspiradas en la revelación, con cualidades, virtudes y defectos humanos; atributos estos originados en la proyección de la mente del ser humano. Por eso, el que afirme que vio a Dios, puede que lo haga de buena fe, y tal vez no quiere engañas a nadie. Pero le puedo afirmar que esa es la proyección de una mente exaltada por un misticismo delirante. Por ejemplo: las voces que escuchaba Juana de Arco, siendo una iletrada campesina con apenas 15 años de edad, para que organizara un ejército con el propósito de arrebatar el trono a los ingleses y se lo entregara al delfín sucesor; esto, tan desproporcionado, para el sentido común, lo entendemos, si sabemos que ocurría en un escenario colectivo de unas mentes alimentadas por un nacionalismo, frustradas y atropelladas por el invasor en la Francia del siglo XIV. Igualmente ocurría con las visiones marianas de Lucía, en Coba de Iría; están enmarcadas en una comunidad católica campesina sufriendo los coletazos de la primera guerra mundial suplicante de milagros; ésta y tantas otras apariciones divinas narradas, también, por los seguidores de otras religiones, son proyecciones de mentes religiosas exaltadas por sus creencias místicas.
Por un principio elemental de la psiquis humana, sabemos que en ciertos estados de excitación y delirio de la mente, se ve en el mundo exterior, lo que se quiere ver. Porque se distorsiona el marco de referencia interno, (entiéndase la mente del observador), con la cual se ve el mundo. La ley de la percepción es coherente: La proyección, origina la percepción. Lo que el hombre ve, refleja lo que siente y piensa, y lo que piensa no es sino un reflejo de lo que quiere ver. El mundo objetivo es solamente un cuadro, o el espejo, sobre el cual nosotros proyectamos, o colgamos lo que hemos archivado en nuestras mentes, en consecuencia, hay una percepción muy personal de la divinidad, que también se extiende al colectivo humano. En el pasado, más que el siglo XXI, hubo culturas pre-racionales, con unas cosmogonías fantasiosas e irracionales. Es decir, tal como es el grado de evolución cultural de las sociedades, así mismo, son sus dioses, pues estos son el reflejo de su momento histórico. Por tal razón, es imposible la formulación de una teología universal, ya que ésta se soporta con argumentos racionales sofistas que obedecen a los intereses de quien las argumenta y escribe. Por tal motivo, un discurso racionalmente coherente, no garantiza que sea, necesariamente, verdadero. Lo que nos indica que se confunde, en la práctica cotidiana, la razón con la verdad, pues en la mayoría de los casos, se puede falsificar la verdad con muy buenos razonamientos. Esta era la fortaleza de los sofistas presocráticos en la antigua Grecia. También la de los políticos del siglo XXI.
Página siguiente |