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Consideramos que una vez que se es padre debe asumirse el rol de padre, con todas sus consecuencias y en toda su extensión y eso implica que se sigue siendo padre una vez que se produce una separación o un divorcio, y que ejercer de padre no debería depender de la situación personal, ni económica, ni de la social, ni siquiera de una resolución judicial.

La mediación en ruptura de parejas

Uno de los grandes aciertos de la mediación como procedimiento para gestionar la ruptura de parejas es la oportunidad para manejar y preparar el futuro con el concurso de los actores, directamente, moderados por un árbitro -el mediador- que no ejerce de psicólogo ni de abogado de nadie.

Los actores participan del juego de su vida, y deciden si quieren ponerse de acuerdo o no. No existen las coacciones, sino los compromisos. Los mediadores facilitan el llegar a acuerdos sobre la custodia de los hijos, las horas que pasarán con cada padre, el lugar de residencia, el régimen económico, …

En la mediación el menor es lo más importante, y aunque los juzgados pretenden lo mismo, no debe olvidarse el componente de enfrentamiento indirecto que conlleva, donde los abogados de uno y otro dicen representar los intereses de sus patrocinados, intentando sacar la mejor de las ventajas para cada uno, lo que no siempre coincide con sus intereses reales.

La mediación permite, después de mucho esfuerzo, tener la sensación de que se controla algo de la vida de uno, de que no se es el portador pasivo de un rol y que se puede ajustar, en buena medida, un horario de trabajo con la posibilidad de poder educar a los hijos, y eso ya es mucho.

Educar es dar el almuerzo, vestir, regañar, reír, asear, compartir, … y estar con un hijo cuatro días al mes -como resuelven muchos juzgados para alguno de los progenitores- no nos parece educar, máxime cuando se acaba llevando al niño con los abuelos los fines de semana porque no se sabe ni cómo actuar con ellos, bien por no haber dedicado tiempo anteriormente a esas actividades o porque lo restrictivo de los horarios impuestos impiden cualquier rutina doméstica.

Tampoco es educar ir con un hijo a una cafetería por las tardes mientras se lleva aún el traje o el mono de trabajo mientras se espera que pasen las horas para su "devolución", a la vez que se observa extrañado que está peinado y aseado y quién y cómo le atiende, ni convertirse en mero proveedor económico para ganarse su favor y sentirse en paz consigo mismo.

Las necesidades económicas insatisfechas de una de las partes y las emocionales, por parte de la otra (que cada cuál inserte aquí su propia experiencia), crean un clima emocional interno que los padres a menudo utilizan para enfrentar al niño con el rencor que uno de sus padres tiene contra el otro.

Si cada uno de nosotros se pusiera en el papel de hijo, se preguntaría: "qué hicieron mi padre o mi madre por mí cuando pudieron hacerlo, si buscaron otras opciones, si lucharon por mí, si se empeñaron en ejercer de padre o madre o si se limitaron a pagar mi educación y mi casa mientras él o ella rehacían su vida", porque esta parte es la que no entenderá.

Cada familia o pareja funciona con un sistema determinado de valores y obligaciones, fruto de las interacciones de sus miembros y de sus propias características socioeconómicas y psicológicas. Y las separaciones se producen por causas que son diferentes en cada familia o pareja y que tienen que ver con todo ésto. Frente a un juez se exponen los hechos y se pueden acompañar informes psicológicos y económicos, dictando sentencia en virtud de los prejuicios del propio juez y las normas sociales imperantes en ese momento, pero muy pocas veces atendiendo a las características de cada familia rota.

El resultado, querámoslo o no admitir, es que es la mayoría de los casos la madre se queda con la custodia de los hijos y el padre se convierte en un visitante, una figura difusa y a veces incómoda, ocasional, que provee de medios económicos, cuando los tiene.

La cuestión, llegados a este punto, es decidir si queremos que esta situación se mantenga, porque satisface por igual a padres y madres, o deseamos que cambie, en la medida de que los roles predefinidos no arruinen la vida de los afectados.

La proposición de la mediación frente a la resolución en un juzgado es una apuesta por la implicación, por el consenso y por la equidad, en la que el proceso es tan importante como el resultado final.

Y las leyes deberán cambiar para establecer sentencias más justas en los asuntos de familia, con objeto de proteger a los menores, sí, pero también a todas las partes implicadas en uno de los grandes problemas de la sociedad española: la desestructuración de las personas después de un divorcio.

 

 

 

 

 

Autor:

José Luis Muñoz Mora

Psicólogo

1 de junio de 2008

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