Hoy me gustaría contarles una de las historias más tristes, y a su vez la lección de amor más grande que podemos recibir , como alguien que forjado en el dolor, pudo transformarlo en el más profundo amor por todos los seres humanos… siendo su misión descender al espacio más terrible del infierno y allí en lo más profundo del abismo encender la luz de la esperanza.
Ha sido un buen ciclo, han nacido muchos niños, las muchachas están bellísimas y en pocas lunas cortas celebraremos la unión entre los jóvenes cazadores y las púberes mujeres de nuestra tribu… tenemos mucho que agradecerle a TATA ZAMBI.
Esa mañana como todas las mañanas de mi vida me desperté al clarear el día, agradecí a Tata Zambi el estar vivo. Salí de mi choza, mi mujer descansaba en su estera y se desperezó y se estiró, verla me produjo esa sensación de placer, que me recordó que además de ser mi compañera, era la mujer que amaba, por aquella que había luchado, aquella que encendía mi piel…
El universo no había dormido, los Orixás estaban presentes y manifiestos en todo lo que me rodeaba, el río, el mar, la vegetación plena de árboles frutales, la sabana poblada de animales de los que obteníamos carne, grasa, pieles, nuestros animales domesticados, que nos proveían leches, quesos huevos, La naturaleza era profusamente generosa con nosotros.
Lentamente fueron apareciendo en el centro de la aldea el resto de los habitantes de la misma; un grupo de jóvenes cazadores fueron a relevar aquellos que nos habían cuidado la noche anterior. Las mujeres empezaron su diaria labor, unas lavando a sus hijos, otras avivando las distintas fogatas y comenzando a cocer los alimentos, otras se ocuparon de ordeñar búfalas y cabras para alimentar a niños y ancianos.
Un grupo de jóvenes cazadores saludaron el Congal[1] prometiendo ofrendas para que su cacería fuera buena. Luego de haber saludado se unen en un abrazo y salen al trote hacia la sabana buscando animales; luego de los cazadores pasaron a saludar un grupo de pescadores pidiendo por la buena pesca; ambos grupos se esforzaban a diario para proveer a la comunidad.
Yo soy el rey de este pueblo, somos pacíficos, pero todas las tribus de la región nos respetan por nuestra fuerza y ferocidad. Somos cazadores, pescadores, cultivamos la tierra, recogemos frutos, tenemos algunos animales domésticos, dedicamos nuestra vida a honrar a TATA ZAMBI, cuidamos de nuestros niños y ancianos, nuestra medicina es poderosa, ya que nuestros niños casi no mueren y nuestros hombres llegan a vivir por muchas lunadas grandes…
Salgo a la pradera en busca de hierbas curativas, llevo mi BO[2], mi morral, tengo el conocimiento de la naturaleza que me han dado los Orixás a través de la enseñanza de mis mayores y de las entidades que han dejado sus mensajes en nuestras mentes. En medio de mi periplo mis sentidos se crispan, no es solo un fuego en los campos; no solo son los pastizales, el olor al fuego, el olor a grasa al fuego esta vez me recuerda a la batalla y no a un fuego en la Sabana. Llega un cazador a la carrera, es el más fuerte y el más rápido de los jóvenes. Cuando llega a mi lado esta desfalleciente, le doy a beber de mi orde ya que para poder correr más rápido ha dejado su lanza, su cuchillo y hasta su agua….
-Rey Congo, Rey Congo, ya vienen, están matando a todos, ellos matan niños y ancianos, ellos están violando a las mujeres, Señor protéjanos.-
Luego de transmitirme el mensaje del cual era portador, cayó muerto en mis brazos. Su corazón había fallado; corrió más allá de sus fuerzas y más allá de su vida para avisar a los suyos del peligro que nos acechaba. En ese momento tuve que portarme como un rey que debía poner a su pueblo por sobre todas las cosas. Aquel que yacía muerto en mis brazos era mi hijo y no podía llevarlo a la aldea para celebrar una ceremonia por el descanso de su alma, tampoco podía ocuparme de cremarlo en este momento. Solo pude despedirme de él, acomodar su cuerpo para que quedase mirando el naciente y comencé mi carrera, el dolor desgarraba mis entrañas, pero debía aprender de su sacrificio y no permitir que fuera en vano.
Al llegar a la aldea mis gritos alertaron a las mujeres que presurosas recogieron a los niños y emprendieron la huida por la selva. Los mayores decidieron que no abandonarían la aldea, por el contrario comenzaron a caminar hacia donde llegarían los atacantes; llevaban sus arcos, sabían que solo se harían matar, pero tal como lo habían hecho los jóvenes cazadores, se sacrificarían por su pueblo, por la gente que amaban, por su sangre. (No podía quitarles el honor de decidir morir luchando por lo que amaban)
Estaban llegando las canoas de pescadores y comenzamos a preparar la última defensa de la aldea. Algunas mujeres jóvenes tomaron las armas y se formaron junto a nosotros. No sabíamos por qué pero de repente sabíamos que éste no era el ataque de otra tribu como habíamos visto hasta ahora. Quizá esas grandes canoas que avistamos a lo lejos hace más de 20 lunas quizás esos truenos que escuchamos cuando el viento soplo hacia nosotros en pleno día con el sol brillando, sabía que esta vez, todo era distinto.
Rápidamente vimos como se acercaban, parecían salidos de una pesadilla, había gente de varias naciones, había gente de piel clara, había gente con rasgos que no me resultaban conocidos, cosa que era extraña ya que había recorrido la comarca siendo muy joven, y volví a hacerlo de grande para reunirme con los jefes de las otras aldeas.
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