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Historia de trenes


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    Nunca me entro en gracia la asignatura del "boom" literario en América Latina, jamás entendí para que pudiera servir tan noble estudio en el fascinante mundo de la economía y ciencias sociales, carrera universitaria muy a fin a mi personalidad; que todos los benditos días luchaba por sacar adelante. Sin embargo el eminente catedrático, escritor y periodista Efraín Laguna en uno de sus pocos arrebatos de mal – sana lucidez, embarco a todos los graduandos en una compleja aventura.

    • El 38% de la nota final de este cuarto semestre – dijo – va a estar dictada por la creación, inspiración, costumbrismo y lógica social que cada uno de ustedes le puedan imprimir a una historia inédita, tendré en cuenta el desarrollo, la originalidad y el estilo de las obras presentadas.

    Mucho cuidado con los plagios, debo recordarles que en esos delicados asuntos soy muy sensible, la sustentación de dicha historia tendrá un aumento en la evaluación final del 12%

    Las obras se deben presentar acorde a normas Icontec y anexando dos copias –

    Así había sentenciado su infame condena el profesor Laguna quien se retiro del salón con un sabor a satisfacción en su boca y convencido que había tirado un palo a la rueda, pues todos los allí presentes, éramos hábiles en números, finanzas, formulas y economía global; pero muy poco versados en letras, sin embargo la noble tarea se convirtió en un estimulante reto que involucraba aquello que venia gestando el distrito años atrás – "Educación Integral" debíamos ser buenos en todo; no solo en algo especifico, por eso es que no era de extrañar que en la facultad de Economía y ciencias sociales se incrementaran de un modo espantoso las aéreas de "Caminatas Ecológicas, Psicología, Primeros Auxilios y Convivencia Ciudadana" al mismo nivel de "Ventas, Mercadeo, Banca y Matemáticas IV.

    • ¿Como va el cuento? – pregunto mi padre cuando me vio envuelto en mil papeles desordenados, tirados por ahí sin ninguna forma de expresión – No va – dije contrariado y algo avergonzado – no se me ocurre nada…

    Camino cojeando a la cocina sin decir nada, hacia días tenía un fuerte dolor en la pierna; la molesta lesión de juventud que despertaba como un perezoso engendro a moverse indecentemente por los caminos del dolor, acompañante eterno por épocas periódicas y sin falla; sirvió dos helados de Macadamia, helados que se encontraban perdidos en el congelador de la nevera desde hacia mas de dos meses, se sentó junto a mí y después de saborear una enorme cucharada y deleitarse como un niño goloso dijo:

    – Le voy a contar una historia – Limpio su boca con los dedos mientras dibujaba una picara pero nostálgica sonrisa en su cara.

    El tren lo abordábamos en Cachipay – continuo – después de caminar más de veinte minutos por entre senderos húmedos enmarcados en inmensos Eucaliptos de aquel maravilloso lugar que hoy recuerdo y con nostalgia admito jamás debimos abandonar.

    La ronda desde la hacienda "San José" donde vivía con mi abuela, a la estación Nuevo Colon era sencillamente hermosa, olía a higos, sombreritos de Eucalipto que recogía hasta romper los bolsillos, olía a frió, a verde y gris, olía a cielo.

    En la vieja estación de madera penetrada por el tiempo y el olvido, don Ernesto "el siete vidas Camachito" compadre de mi abuela nos esperaba con dos rebosantes pocillos de aguapanela caliente y unos deliciosos bollitos frescos de maíz y queso, me desordenaba el cabello y con disimulo guardada dos mantecados en mi mochila, diciendo – pa´l camino.

    La gente del pueblo decía entre murmullos misteriosos y llenos de temor que don Ernesto no moría, mas de tres veces lo habían enterrado, pero siempre se daba sus mañas pa´salir, realmente aunque era un mozuelo jamás creí tan loca historia, cosa de la cual me arrepiento, hace poco vi al "siete vidas" en el Capablanca sirviendo café, maldito viejo debe tener como mil años.

    El aire puro de la mañana al correrse lentamente la neblina se empezaba a enrarecer, impregnando los rincones de la estación Nuevo Colon de olores melancólicos; olía a guarda´o en los corredores que desembocaban a las bodegas, olía a leña seca, carbón y anís; los estrechos y oscuros recovecos de piedra lisa cubiertos de moho guardaban celosamente en sus frías y lastimadas paredes murmullos de amores prohibidos que nunca pudieron ser; como en aquella ocasión cuando el alcalde enfurecido encontró a su esposa la distinguida señora Beatriz Bueno revolviéndose en los placeres de la carne con el maquinista del tren de las once… por ahí pasaba todos los días el bobo Martin Tapias que cubría con celo su canasto lleno de jalea y hostias esperando con paciencia su turno pa´colarse en el próximo tren, según el se iría para siempre de este maldito pueblo tan frio y jarto a algún lugar que tuviera mar… ha pobre Martin Tapias, jamás lo logro, la ultima vez que supe algo del bobo fue cuando lo encontraron por el lado de los talleres de la estación en agonía… el muy tonto se había comido toda la jalea de su canasto, represada allí por siglos… por supuesto casi se envenena; mantuvo con suero nueve días, antes de hacerle un lavado.

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