Cuando callar no es otorgar: El 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México (página 2)
Enviado por marcos cueva
Los francotiradores de algunos edificios ni siquiera estaban apostados cerca de la plaza, aunque sí de posiciones del ejército, en edificios como Molino del Rey, ISSSTE y Revolución de 1910. "Una emboscada al ejército -así la llama Montemayor- de esta dimensión no la efectuó un pequeño grupo de francotiradores"[40]. Barragán habló ni más ni menos que de "cinco columnas de seguridad" al mando de "XXX" (sic). El 1º de agosto de 1968 (por lo tanto antes de lo sucedido en la Vocacional 7), la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales hablaba ya de grupos de Choque del Departamento del Distrito Federal y de la infiltración del movimiento por parte de Manuel Díaz Escobar, que a juicio de la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales había tomado parte en ataques a escuelas del Politécnico[41]El regente de la capital mexicana era Alfonso Corona del Rosal. Montemayor hace notar que la cifra se asemeja a la del parte sobre francotiradores el 2 de octubre, y habría que agregar que al número de atacantes de la Vocacional 7. "No hay que descartar -argumenta Montemayor- la posible aportación de los contingentes encubiertos de la regencia del Distrito Federal, , pues hay suficiente documentación que sustenta la existencia de tales cuadros; ahí figura ya Manuel Díaz Escobar desde 1966 como Subdirector de Servicios Generales, y a esos cuadros se habían incorporado jóvenes militares"[42]. En 1973, ya bajo el gobierno de Luis Echeverría y desde la Dirección Federal de Seguridad, el capitán Luis de la Barreda dio a conocer que hubo francotiradores del Departamento del Distrito Federal (en particular, cubiertos en la nómina de Limpia, Parques y Jardines y otras actividades) el 2 de octubre en Tlatelolco.[43] Así las cosas, si bien el general Francisco Hernández Toledo pudo haber sido herido desde la iglesia de Santiago por francotiradores del Estado Mayor Presidencial, otros francotiradores distintos habrían atacado al ejército el 2 de octubre de 1968. No eran pocos y hostigaron por un buen rato al ejército mexicano en la plaza. Por lo demás, de acuerdo con la prensa mexicana mucho tiempo después, las autoridades civiles soltaron a los centenares de francotiradores capturados en los edificios circundantes de la plaza.
Un testimonio recogido por Elena Poniatowska decía: "! Le dije a todos que la Plaza era una trampa, se los dije!!No hay salida!!Más claro lo querían ver! Les dije que no había ni por donde escapar, que nos quedaríamos todos encajonados allí, cercados en un corral. ¡Se los dije tantas veces, pero no!" (Mercedes Olivera de Vázquez)[44]. Tal pareciera que incluso la narración de lo ocurrido cayó en una ratonera, por el número de años que transcurrieron hasta que pudieran establecerse algunos hechos con mayor claridad. Nidia Marín, quien se encontraba la tarde del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, llegó a declarar: "la verdad de lo ocurrido en Tlatelolco fue modificada; en los periódicos nunca encontraremos la verdad", a lo que agregó: que después del tiempo "aparecen los testimonios, no los hechos", y concluye: lo que se puede saber es "deformado, según quien lo cuente"[45]. García Barragán, Díaz Ordaz y Gutiérrez Oropeza algo "contaron", como lo hicieron numerosos estudiantes y líderes estudiantiles, mientras otros optaron por no contar prácticamente nada o nada (por lo demás, Estados Unidos dio su versión de los hechos).
Para Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, sería injusto acusar al ejército por lo ocurrido, pero la lista de los implicados en un necesario deslinde de responsabilidades es sorprendentemente larga: "directamente responsables con nombres y apellidos, escribió el hijo del general Lázaro Cárdenas-, además del presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, son quienes dieron y quienes ejecutaron las órdenes de reprimir por encima de la ley, quienes comandaron fuerzas militares y policíacas que allanaron la universidad, y los individuos que integraron esas mismas fuerzas y dispararon contra los manifestantes en Tlatelolco, asesinaron y desaparecieron a detenidos, aplicaron torcidamente las leyes; y esos nombres, que las investigaciones llevadas a cabo sobre aquellos hechos empiezan a hacerlos públicos, corresponden a funcionarios del Estado Mayor Presidencial, de las Secretarías de Gobernación y de la Defensa Nacional, de la Dirección Federal de Seguridad, del Departamento del Distrito Federal, de las Procuradurías de la República y del Distrito, del Poder Judicial"[46].
Jacinto Rodríguez concluyó sobre los hechos en las altas esferas gubernamentales de México: "( ) Luis Echeverría engañó a Díaz Ordaz. Díaz Ordaz engañó a su secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, y se alió con su jefe del Estado Mayor Presidencial, Luis Gutiérrez Oropeza; Luis Gutiérrez Oropeza y Mario Ballesteros Prieto, de la Sedena , engañaron a Marcelino García Barragán, y Marcelino García Barragán terminó odiando a Luis Echeverría, a quien acusaba de haberlo traicionado ( ) En consecuencia, si todos engañaban a todos, quien gobernaba el país, especialmente la noche de Tlatelolco, quién tenía la información correcta y precisa, si todos se engañaban, se mentían, se traicionaban en las horas más tensas del movimiento estudiantil, ¿quién tenía el control del poder y el país?"[47]. Lo que se desprende de estas observaciones es que algo tuvo que haber ocurrido a espaldas de muchas autoridades.
Prosigue Rodríguez: "( .) todos los personajes, políticos y militares, siguieron su guión personal. Todos dejaron que las cosas ocurrieran por inercia y se sentaron a esperar. A esperar a la historia. ( ) Durante muchos años se ha sostenido que Tlatelolco fue un escenario donde se enfrentaron los poderes civiles por medio del aparato militar. Ellos fueron los protagonistas y los miles de estudiantes su público y sus víctimas. Una puesta en escena al más alto nivel de la perversión del poder. Un gran escenario para una gran masacre"[48]. Jacinto Rodríguez describe, irónicamente sin duda, a Luis Echeverría como "el hombre que no sabía nada", aunque mandó a filmar lo acontecido y uno de los que cumplió tal misión, Servando González, asegura que Díaz Ordaz evitó una grave injerencia estadounidense.
A partir de datos obtenidos en el Archivo General de la Nación, la historiadora Angeles Magdaleno Cárdenas logró a fin de cuentas establecer que el 2 de octubre de 1968 actuaron como francotiradores miembros de un grupo de choque llamado De la Lux, creado desde 1960 y cuyos líderes eran Alfonso Corona del Rosal (militar de formación, no abogado a diferencia de Echeverría), Alfonso Martínez Domínguez (regente de la Ciudad de México en 1971, cuando actuó un grupo de choque), Manuel Díaz Escobar (también militar, ex miembro del Estado Mayor Presidencial, coronel con licencia) y Humberto Bermúdez Dávila (militar); los dos primeros fueron cobijados en los años sesenta por una "sección" corporativa del oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI), la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP)[49]. En el documental en DVD 1968. La conexión americana[50]Angeles Magdaleno reconstituye (parte 4, minutos 3.52 a 7, aproximadamente) lo que tienen en común -el anticomunismo, entre otras cosas, aunque no hay ningún comunismo influyente en el movimiento estudiantil mexicano de 1968- las trayectorias de Díaz Escobar, Gutiérrez Oropeza y Mario Ballesteros (jefe del Estado Mayor de la Sedena, distinto del Estado Mayor Presidencial), a lo que podría agregarse Bermúdez. Argumenta Magdaleno que desde septiembre de 1968 la Secretaría de Gobernación -a cargo de Echeverría, recordemos- alertó sobre la preparación de grupos de choque en el DDF, integrados por 260 personas. La cifra se asemeja a la del número de agresores en la Vocacional 7 y se aproxima a la de francotiradores detenidos en Tlatelolco luego de los sucesos del 2 de octubre (pasadas las dos balaceras). La investigadora estableció que fue este grupo de choque el que abrió fuego el 2 de octubre de 1968.
¿Quién tenía el control del poder y el país, antes de las Olimpíadas, pero también un año antes de que comenzara la carrera por la sucesión presidencial mexicana y el péndulo se moviera entre izquierda y derecha, como solía ocurrir en los populismos? Agregaríamos sobre el poder: ¿lo había en el país? Gustavo Díaz Ordaz asumió la responsabilidad y formalmente al menos "llenó el vacío", pero los hechos que hemos mencionado indican que los culpables de la balacera del 2 de octubre de 1968 pudieron actuar en la sombra y salir al amparo de ésta con toda impunidad. El retrato de Luis Echeverría -quien según Philip Agee no era en realidad informante de Estados Unidos (1968. La conexión americana), mucho menos con salario, contra lo que se ha llegado a querer señalar- que hiciera el general Luis Gutiérrez Oropeza -cercano a Estados Unidos- coincide con el de algunos opositores, de otro signo ideológico (a la extrema izquierda o en el anarquismo), que consideraron al mismo Echeverría como el principal culpable de la matanza del 2 de octubre de 168. Gutiérrez Oropeza, en cuyo texto hay un curioso lapsus (puesto que según aquél el 2 de octubre hubo una premeditada agresión al Ejército Mexicano "por parte de los "subversivos" (sic) cuya manifiesta intención era de que ese días hubiera muertos, hecho que les daría una "bandera" para justificar sus actos y dar su golpe final"[51] nunca ocultó su animadversión por Echeverría quien, "aparentemente leal", supuestamente, "( ) engañó al hombre, al político ( ), a la Patria, a las instituciones, al pueblo que le dio su confianza"[52]. ¿Hubo realmente engaño por parte de Echeverría? A reserva del problema que plantea el material filmado por Servando González y que no es de dominio público, habría engaño si Echeverría ocultara alguna acción clave de la Secretaría de Gobernación el 2 de octubre de 1968 y que tuviera que ver con las balaceras y las muertes. No parece ser el caso y el silencio de Echeverría bien pudo haber sido parte de un modo particular -ajeno a otros partícipes- de entender la lealtad a las instituciones y a la nación mexicanas, considerando que ni en las dificultades de 1968 fueron suspendidas las garantías constitucionales ni se vio interrumpido el sistema formalmente democrático de décadas.
Díaz Ordaz guardó un silencio a medias, aunque el ex presidente declaró:" se necesita ser muy hombre para hablar pero más hombre se necesita para quedarse callado"[53]. Como embajador en España, Díaz Ordaz finalmente optó con todo por hablar en los años "70 y culpar a los "alborotadores". Echeverría permaneció -él sí- en el silencio y no habló nunca más, mucho menos con detalles, de lo acontecido en la matanza de Tlatelolco. No pudo ser incriminado, no fue un actor principal de los sucesos, y por curioso que parezca, es quien más se ajustó al valor que Díaz Ordaz le atribuía al silencio. Hay por lo demás otros actores que permanecieron callados: los mismos que actuaron en sigilo o en la sombra, como se quiera, en el anonimato y con una visión del Estado mexicano probablemente muy distinta de la del ex secretario de Gobernación, partidario de un Estado interventor relativamente fuerte.
Cárdenas Solórzano, Cuauhtémoc (2012), Sobre mis pasos, México: Aguilar
González de Alba, Luis (1971), Los días y los años, México: ERA
Gutiérrez Oropeza, Luis. Gustavo Díaz Ordaz. El hombre,el político, el gobernante. México, 1986
Montemayor, Carlos. Rehacer la Historia Análisis de los nuevos documentos del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, Planeta, México, 2000
Montemayor, Carlos (2007), La guerrilla recurrente, México: Debate/Random House Mondadori
Montemayor, Carlos (2009), La violencia de Estado en México, México: Debate
Poniatowska, Elena (1971) La noche de Tlatelolco, México: ERA
Rodríguez Munguía, Jacinto, 1968, Todos los culpables. Debate, Mexico, 2008
Scherer, Julio y Monsivaís, Carlos (1999), Parte de guerra, México: Nuevo Siglo
Taibo II, Paco ignacio (1991), 68, México: Traficantes de sueños
Autor
Dr. Marcos Cueva Perus
México, junio de 2015
Instituto de Investigaciones Sociales
Universidad Nacional Autónoma de México -UNAM
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