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La avataridad en la evolución humana (página 2)


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Sri Aurobindo enseña que el avatar es un elemento necesario e inevitable en el proceso evolutivo terrestre. Más aún, para él la avataridad no tendría sentido si no estuviera conectada con el proceso evolutivo. En sus Cartas sobre el Yoga, afirma: "El avatar es necesario cuando una labor específica debe ser realizada y existe una crisis evolutiva.

El avatar es una manifestación especial, porque durante el resto del tiempo el Ser Divino actúa dentro de los límites humanos como un poder parcial de la Divinidad o vibhuti".

Sri Aurobindo ve también en la procesión hindú de los diez avatares una parábola de la evolución: Primero apareció el avatar-pez, más tarde, el avatar anfibio, luego, el avatar terrestre, después el avatar hombre-león, puente entre el hombre y el animal, a continuación, el avatar enano, pequeño en lo físico, pero con mayor dominio sobre la existencia, seguidamente los avatares que guían el desarrollo humano desde el plano vital al plano mental. Finalmente, están los avatares que conducen al desarrollo propiamente espiritual: Krishna, Buda y Kalki. La progresión evolutiva que aquí se advierte es, según Sri Aurobindo, sorprendente e inequívoca. Esto también demuestra, según él, que en la teoría hindú de la avataridad está implícita la idea de la evolución.

Desde la perspectiva de la metafísica de la evolución espiritual, el avatar Krishna abrió para el hombre la posibilidad de la realización del principio supramental de la existencia. Esto significa que el hombre Krishna ancló tal principio en todo los niveles de su personalidad: desde lo mental hasta lo físico, y , por resonancia o transmisión espiritual, tras la inserción del supermental en el campo morfogenético de la especie humana, pudo comunicar su realización en su circunstancia histórica, constituyéndose así en uno de los pasos más decisivos en la evolución de la humanidad.En esta misma perspectiva, el avatar Kalki podrá reconocerse en que encarnará y mostrará un camino hacia la realización de un principio superior: el supramental, determinando con ello una transformación espiritual sin precedentes en la historia humana e instaurando una nueva edad. Porque la revelación divina es progresiva y, por tanto, cada avatar representa un peldaño más alto que el anterior en el horizonte de realización espiritual del hombre. Asimismo, cada avatar ejemplifica la realización espiritual más alta posible para el período evolutivo en que se ha manifestado. Todos los avatares son uno en esencia, pero con grados de expresión divina diferente.

Ahora bien, el hecho de que casi todos los fundadores de las sectas contemporáneas se hayan autoproclamados los avatares de la nueva edad, no desmiente la realidad espiritual de la avataridad, sino que simplemente demuestra que los supuestos avatares no fueron lo suficientemente modestos, equilibrados ni veraces para reconocer que sólo habían visto la presencia divina ,pero que no eran ella. Sri Aurobindo define a un avatar como alguien que es consciente de la presencia y el poder de la Divinidad nacida en él o que descendió a él y que gobierna desde el interior su voluntad, su vida y su acción.

En el fenómeno místico del avatar hay dos aspectos: la conciencia divina y la personalidad instrumental. La conciencia divina es omnipotente, pero ella emplea la personalidad instrumental en la naturaleza y bajo las condiciones de ésta.

Si el avatar fuese un milagro deslumbrante y nada más, sería algo inútil en la economía del mundo. Así, en la perspectiva de la evolución espiritual el fenómeno del avatar es aceptable sólo como una parte coherente del orden divino de la naturaleza.

El avatar asume la acción humana y utiliza los métodos humanos con la conciencia humana al frente y la conciencia divina detrás. Si él no tomara un cuerpo humano su acción no tendría sentido, pues no sería beneficiosa para el ser humano encarnado.

A la luz de Sri Aurobindo, además, cuando Dios desciende como avatar asume sobre sí el peso de lo humano en orden a superarlo. Es decir, se transforma en humano con la misión de mostrar a la humanidad como alcanzar el estado divino. Sin embargo, no por el hecho de que la Divinidad elija limitar o determinar su acción bajo algunas condiciones es menos omnipotente. Por el contrario, su auto limitación es en sí misma un acto de omnipotencia.

Si los sufrimientos y luchas del avatar fueran sólo fingidos, la avataridad sería completamente absurda, quimérica y sin sentido.

La Divinidad, claro está, no necesita luchar, sufrir por ella misma, sino en orden a elevar la naturaleza humana. Porque si tales sufrimientos y luchas han de tener algún beneficio espiritual debe ser reales, pues de otro modo la apropiación de la naturaleza humana, por parte del avatar, no tendría significado ni verdadera utilidad en la evolución espiritual.

Así, el rendimiento evolutivo del avatar reside tanto en la ayuda brindada al hombre para descubrir su propia divinidad como en el mostrar el camino a éste para realizar tal divinidad.

En suma, un avatar es un realizador, un instaurador de un elemento esencial requerido por la evolución del espíritu encarnado en pos de su meta última.

La manifestación del avatar es necesaria cuando existen obstáculos, en la evolución terrestre, imposibles de ser superados por las solas fuerzas humanas. Así, el avatar es, a fin de cuentas, otra vía por medio de la cual la evolución se ejecuta.

El rendimiento evolutivo del avatar, sin embargo, es limitado y temporario, pues una vez cumplida su misión, se retira, dejando al mundo transitar por el camino evolutivo ordinario.

Avatares como Rama, Krishna, Jesucristo no tuvieron por misión efectuar una transmutación radical del mundo, sino sólo una mejora parcial. En cambio, el descenso supramental significará una transformación absoluta y permanente de la evolución terrestre.

El avatar es sólo un ser divino aislado. Su manifestación en la evolución no implica la divinización de los otros seres. Mas, el descenso supramental tiene como efecto necesario el surgimiento del divino ser supramental. Tal descenso, asimismo, alcanzará, con su poder transmutador, incluso el universo material.

Y esto se deriva, necesariamente, del hecho de que no puede existir ninguna mejora en algún principio más alto sin una mejora simultánea de todos los principios que están bajo él. Es lo que Sri Aurobindo y otros maestros denominan principio evolutivo de solidaridad.

El avatar, claro está, sólo puede manifestarse en un mundo de ignorancia y de imperfección que lo reclama. El divino ser supramental, en cambio, sólo podrá emerger cuando la naturaleza haya sido hasta cierto punto supramentalizada.

Si bien tanto el avatar como el ser supramental son expresiones de Dios, hay entre ellos, sin embargo, sustantivas diferencias, pues mientras el avatar es el descenso directo de Dios en la humanidad, el ser supramental es un hombre plenariamente divinizado. Asimismo, mientras el avatar adviene al mundo para reconducir la evolución, el ser supramental es esencialmente un producto de la evolución.

Sería un gran error, desde esta perspectiva, ver en el cambio supramental una suerte de cambio milagroso que de la mañana a la noche transformara todo. No, en verdad, tal transmutación -que es el significado profundo de la Nueva Edad de que tanto se habla, pero que poco se comprende- debe ser entendida como un proceso evolutivo rápido, concentrado y con todos los intervalos necesarios.

Y esta transmutación no es otra cosa que la manifestación de la divinidad inmanente en el hombre, la cual nos impulsa hacia la creación de un calidad de vida más alta, de una vida divina.Porque para la espiritualidad de la Nueva Era no es necesario huir de la vida para encontrar lo divino. Y si ello es lo que han enseñado las espiritualidades de antaño es porque no habían alcanzado el principio supramental, pues sólo en éste la contradicción de la verdad del espíritu y de la verdad de la vida, se supera.

Tal comprensión de la realidad nos permite sostener que la Nueva Edad decretará el fin de la avataridad, porque todo lo que es innecesario para la evolución terrestre, deja de existir indefectiblemente.

El principio supermental es el plano más alto de la mente espiritual, pero aún es una conciencia mental y, por tanto, una conciencia no integral y divisora de la realidad.

El principio supramental, en cambio, es el ámbito que está más allá de la mente y más allá de toda inconciencia. Es la facultad perfecta del espíritu que posibilitará una transformación radical de la existencia

Todos somos Hijos del Creador, nosotros estamos en Él y Él en nosotros, es decir llevamos una Chispa Divina en nuestro Ser la cual debemos desarrollar de tal forma hasta que podamos realizar en nosotros al Ser Supramental.

Para lograrlo debemos meditar mucho sobre nuestra Chispa Divina lo cual hacemos visualizándola en medio de nuestro corazón como un punto de luz blanca muy brillante mientras elevamos nuestro pensamiento al Creador. Una aclaración: lo que debe evolucionar en cada encarnación es nuestra mente inferior; lo hace por medio del cuerpo físico bajo las radiaciones que le llegan de nuestro propio Espíritu; quien nos envía energía neutra; es decir ni buena ni mala, somos nosotros quienes la calificamos por medio de nuestro pensamiento.

 

 

Autor:

María Gema Atel Delbono

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