El asunto no es entonces qué factores inducen al suicidio, sino que condiciones espirituales de la persona hace que ésta, en presencia de tales factores o crisis, se suicide.
¿En qué puede consistir la manera neurótica de la personalidad del candidato suicida? Para la Terapia de la imperfección, el deseo de suicidarse del candidato suicida se relaciona, en fondo, con las dos dimensiones referidas, que aun cuando ultimadamente son filosóficas, su impacto se despliega psicológicamente en la vida cotidiana.
En efecto, la personalidad del suicida se ve perjudicada en sus dos dimensiones axiológicas que son la dimensión del sentido y la dimensión de la autovalorización. En realidad, si quisiéramos ser puntillosos, con el riesgo de ser también pesados, ambas dimensiones constituyen una sola cuestión o asunto que en otras ocasiones hemos denominado la problemática de la significatividad o del significado. El sistema humano se construye entorno a esta problemática y su quebranto o deterioro altera y trastorna el entero sistema.
Con relación a la dimensión del sentido, el suicida se mueve en un literal contrasentido a la vida. Su nuevo "sentido", entre comillas, se opone a los infortunios. Niega la posibilidad de significar los hechos, situaciones y relaciones negativas. De aquí, pues, su dificultad a encontrar un sentido a las adversidades, desgracias e infelicidades que enfrenta y sufre. Para la personalidad neurótica del suicida, la vida, para conservar su sentido, tiene que permanecer como soluble, no como problema. Quien se suicida posee una actitud que niega la problematicidad de la vida. Pero rechazar los accidentes de la vida equivale a impugnar la accidentalidad misma de la vida, su precariedad, su innata, irreversible e insuperable defectuosidad.
Quien se quita la vida deja ver una privación o inexistencia de sentido y, en consecuencia, experimenta la nada, lo que Víctor Frankl define como frustración o vacío existencial. El suicidio es un acto que expresa el fracaso de la red de valores que hasta entonces volvían vigente la vida de quien se liquida. Para cuando el candidato suicida se ejecuta, sus valores han caducado.
Si en estos momentos en algún lugar de la tierra alguien se está matando – y según datos de la OMS cada 40 segundos alguien se mata-, eso significa que esa persona no sólo no encontró un sentido a su vida, sino que, fundamentalmente, le atribuyó un no sentido: la vida no tiene que ser un problema. Por tanto, la perturbación del candidato suicida se da inicialmente a nivel de su personalidad neurotizada. A nivel de su actitud, empieza a tener vigencia la idea de acabar consigo mismo para zanjar la problematicidad o accidentalidad de la vida.
Sin embargo, desde el punto de vista que estamos examinando, en el suicidio hay algo más que el asunto de la frustración existencial o sensación de vacío existencial. Quien se quita la vida no sólo está perjudicado en el sentido de su existencia, sino que se ve dañado a un nivel más profundo: en la dimensión del sentido del ser o autovalorización.
A este punto, el suicida tiene la sensación que ya no tiene absolutamente nada que perder: ha perdido la referencia a las dos dimensiones vitales del sistema. Con su acto desesperado, el suicida, usando una expresión de Erwin Ringel, no sólo se cierra existencialmente (cierre, que en opinión de Ringel es de opciones, de alternativas, de nuevas condiciones de vida, es cierre de las dinámicas vitales, cierre de la autoestima, cierre de los intereses), sino que además y sobre todo, el suicida se cierra ontologicamente. A través de la práctica del autorechazo, conducta característica del perfeccionista, el candidato suicida se desvaloriza. En este proceso de desvalorización, se conduce de la mano a su propio fin existencial. El fin existencial acontece entonces antes del final biológico.
Podemos preguntarnos cuáles son las características de la personalidad saludable en función de estas dos dimensiones mencionadas o, si preferimos, podemos voltear la misma pregunta e interrogarnos en qué estado vive quien se ve afectado negativamente en dichas dimensiones.
El suicidio afecta a las dos dimensiones esenciales involucradas en nuestro "ser-en-el-mundo". La expresión "ser-en-el-mundo" saca a relucir las dimensiones que se ven afectadas en el suicidio. La primera parte de la expresión, "ser" corresponde al valor que se afirma en cada situación, evento o acontecimiento: al mero hecho de existir. La segunda parte de la expresión "en-el-mundo" se refiere a la situación como tal, al lugar que se ocupa, a lo que acontece, a lo que sucede. Ambos términos de la expresión "ser-en-el-mundo" están fusionados o fundidos por la problemática del significado. Y esto es precisamente lo que se despacha el suicida en un solo golpe. En efecto, el suicidio es la más intensa expresión de vacío existencial y la más extrema expresión de sadismo. En la dimensión de la autovalorización, el suicidio es un acto que expresa la desvalorización total del propio ser.
La dimensión del sentido da el calor de las relaciones humanas, el gozo de las situaciones y acontecimientos, el ardor y la excitación de las vivencias, el entusiasmo de la actividad, la pasión de la creatividad, los sabores de la vida. La pérdida de esta dimensión compromete los colores de la vida que se vuelve opaca, gris.
La dimensión de la autovalorización da el contenido. Es la conciencia de ser únicos y verdaderamente especiales. La dimensión de la autovalorización es la conciencia de sí mismo. El atrevimiento, el esfuerzo, la osadía y la decisión de ser a pesar de todo y contra viento y marea. De aquí que la dimensión de la autovalorización da orientación a la dimensión del sentido.
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La existencia y el ser. Cuando se niega la vida, se afirma la muerte.
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Concluyendo: para la Terapia de la imperfección, el sistema humano, lo propio y específicamente antropológico, está referido a dos dimensiones esenciales. En la base patológica del suicidio encontramos un fracaso en esas dimensiones y no sólo un descalabro en el orden de los factores biológicos, psicológicos y sociales.
El suicidio manifiesta una frustración de la dimensión del sentido y de la dimensión de la autovalorización.
Si la esperanza es la última a morir, cuando muere la esperanza no significa solamente que ha muerto la ilusión de superar todas las dificultades, hasta el punto de morir. No solo ha muerto la vana ilusión de vivir sin límites, lo cual no entra dentro de la racionabilidad de las personas y de los verdaderos intereses y posibilidades. Cuando muere la esperanza se ha hundido el sistema humano como tal. El candidato al suicidio necesita ayuda para re-significar su vida y para re-valorizar su ser.
¿Qué significado atribuyo a mi existencia y que valía concedo a mi existir? De este par de preguntas depende el curso de nuestra salud espiritual y psicológica.
Escribe el teólogo David María Turoldo, en La muerte del último teólogo una interesante reflexión bajo forma de cuento: "Se trata de aquella isla, donde los hombres no mueren nunca; hombres que vivían setecientos años, ochocientos años, continuando la vida envejeciendo, transcurriendo el tiempo, marchitándose los sentimientos, como sucede normalmente en todo el universo, y, también, enfermando, pero sin morir. Lo único que no sucedía desde hacía siglos es que alguien muriese. Podemos imaginarnos lo que era aquella isla. ¿Qué podrían decirse unos a otros después de unos siglos? ¿Qué contarse, que ya no supiesen? Pero el aspecto más grave era la desaparición de todo sentimiento de ternura y de piedad, incluso frente a los dolores más atroces y en las personas más queridas, porque todos decían: "no morirá". Hasta el punto de colocarse todos a la espera de que alguien, finalmente, comenzase de nuevo a morir. En un cierto momento, comenzaron a celebrar ritos y plegarias para que se recomenzase a morir. E invocaban a Dios suplicando: "Señor, mándanos la muerte, la gran muerte, la bella muerte; perdónanos si en algún tiempo nos hemos lamentado porque se moría, si no hemos sabido ser felices como tú querías, si no hemos comprendido; la muerte es la puerta de la salvación, la entrada a tu palacio; la vida es distancia, nos exilia a uno de otro, nos conduce al desierto; Señor, líbranos de la vida, tú eres un niño y no sabes lo que quiere decir ser un hombre de mil años".
Autor:
Ricardo Peter
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