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Cuando el fin existencial acontece antes del final biológico

Enviado por Ricardo Peter


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    "Estamos vivos y la vida es lo único

    que necesitamos para empezar".

    (J. Leeds)

    ¿Recuerdan la frase con que Albert Camus abre su ensayo El Mito de Sísifo?

    En 1942, reflexionando sobre el problema fundamental de la existencia, Camus escribe: "Sólo existe un problema verdaderamente filosófico: el suicidio". Y todavía en 1947, en su novela La peste, Camus repetirá: "Cada uno lleva dentro de sí la peste".

    Con la metáfora de la peste, Camus propone que el suicidio en sí no es un asunto meramente psiquiátrico. En última instancia, el suicidio destapa una problemática filosófica.

    Si cualquier ser humano, según Camus, es portador de una grave infección, el candidato suicida se mide, de modo particular, con esa especie de virus o morbo interior que se vuelve su dificultad distintiva y su rompecabezas privilegiado.

    Ahora bien, ¿cuál puede ser la naturaleza de esa "peste" o "contaminación" en el caso de quien proyecta suicidarse? ¿Qué origina su deseo de matarse? ¿Cuál es, en términos filosóficos, el fondo o la esencia de su deseo de muerte? Y sobre todo, ¿qué tipo de saneamiento o higiene se le puede plantear concretamente al candidato suicida?

    La "peste" que insinúa Camus, es lo que ya Sören Kierkegaard, en 1844, en su obra, El concepto de la angustia, designa como un "sentimiento de angustia" y que posteriormente la corriente humanista-existencial calificará como "angustia existencial". Una "enfermedad mortal", diría Kierkegaard, de carácter universal que consiste en el temor a la muerte. Resulta extraño entonces que el candidato suicida llegue a abrazar aquello que más se teme. ¿Qué espantoso dolor experimenta el futuro suicida al punto de percibir la muerte como una ganancia? En resumidas cuentas: ¿qué tipo de crisis esconde quien concibe y programa el suicidio?

    El suicidio es una conducta compleja, de aquí que la pregunta que nos hacemos por el fondo o la esencia del deseo de muerte de quien aspira a matarse plantea, a su vez, muchas preguntas que sólo pueden recibir respuestas incompletas. Pero, independientemente de los diversos puntos de vista acerca del suicidio y descontando los casos en que el suicidio es un acto directamente psicótico como en las enfermedades mentales graves tales como la esquizofrenia con delirio de persecución y en los estados de depresión mayor, el suicidio es un acto psicótico como desenlace de un acto inicialmente neurótico.

    De este modo, el arranque del suicidio, más que buscarlo en causas contingentes y externas, que son factores desencadenantes, pero no determinantes, hay que buscarlo en el sujeto mismo. En ese producto de su propia historia que es su específica personalidad. Concretamente, el origen del suicidio hay que buscarlo en la actitud neurótica que el suicida esgrime frente a sí mismo y frente a la vida, dos áreas o dimensiones estrechamente vinculadas que son las columnas del sistema humano. La actitud del suicida es la de quien trama y se subleva contra estas dos dimensiones.

    En primer lugar, contra la carga de existir, que es la primera y fundamental dimensión de lo humano, contra el hecho de ser limitado y defectuoso, y contra la segunda dimensión que es la inevitable coyuntura de sobrellevar una existencia defectuosa y limitada. En otras palabras, el suicida se revuelve contra el peso deprimente de la finitud, que es fuente de la angustia existencial que referíamos.

    Desde este punto de vista, el suicidio es una forma de desenredarse permanentemente de los enredos que se engendran en las dos dimensiones del sistema humano. Quien se quita la vida no puede ni con los tremendos enredos del hecho mismo de existir (no soporta su ser), ni con los enredos de la propia vida (no soporta su existencia). Por supuesto, tampoco puede con los dolores y sufrimientos que derivan de la combinación de esos enredos, que aquejan ambas dimensiones y que siempre demandan cambios profundos.

    El suicida elimina de manera concluyente el instinto de conservación y aquí está el rasgo psicótico a que aludíamos. Golpea la dimensión del ser, el cimiento o fundamento mismo del sistema humano. Sin embargo, quien se mata llega apenas con aquel tanto de energía que necesita para terminar de eliminarse a nivel biológico. Porque, en realidad, el suicida está muerto a nivel existencial y personal antes de matarse biológicamente. En esta muerte existencial y personal denunciamos el perfil neurótico del suicidio, que está a la base del entero proceso patológico. De aquí que describamos el suicidio como un acto psicótico consecuencia o secuela de un acto inicialmente neurótico.

    Decíamos que los factores exógenos, las dificultades que el candidato suicida atraviesa en un determinado momento no son determinantes, aunque pueden ser un factor desencadenante. Las crisis, en sí mismas, no son las responsables del desarrollo psicótico que desemboca en el suicidio, sino que lo verdaderamente patológico es la manera neurótica como la personalidad del candidato suicida enfrenta sus crisis.

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