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Mato Grosso: el frente olvidado de la Guerra del Paraguay


Partes: 1, 2

    1. Guerra civil, guerra regional, guerra internacional
    2. El imaginario de una guerra
    3. Una lejana provincia bandeirante
    4. Captura del Marqués de Olinda e inteligencia previa
    5. La blitzkrieg guaraní: un despreocupado paseo militar por agua y tierra
    6. La ley del saqueo
    7. José María Leite Pereyra, un Raoul Wallenberg del siglo XIX
    8. Reacción brasileña: las dificultades de la movilización
    9. La lucha contra los paraguayos… y contra la geografía
    10. La recuperación del honor perdido de un coronel
    11. Reconquista y nuevo abandono de Corumbá
    12. Bibliografía

    En nuestro imaginario colectivo la Guerra del Paraguay "es" determinados escenarios, canonizados a lo largo del tiempo como los únicos lugares de ocurrencia de la misma. Hubo sin embargo otro escenario hoy casi olvidado, menor y periférico sin dudas, que tuvo su propia dinámica por casi cuatro años. Ese escenario fue el frente del Mato Grosso.

    Guerra civil, guerra regional, guerra internacional

    Con acertado poder de síntesis el historiador brasileño Francisco Doratioto afirma que la Guerra del Paraguay fue el resultado de las contradicciones imperantes en la región del Plata a mediados del siglo XIX, teniendo como última razón de ser, la consolidación de los emergentes Estados nacionales de esa parte de América Latina. Estas contradicciones se cristalizaron en torno de los episodios ocurridos en la débil República Oriental del Uruguay, cuando en los primeros años de la década de 1860 el gobierno argentino apoyó desembozadamente a la facción colorada sublevada contra el gobierno de Montevideo detentado entonces por la facción blanca. A esa intromisión en la cuestión oriental por parte del mitrismo porteño devenido tras la farsa bélica de Pavón en gobierno de todo el hinterland argentino, se sumó también la intervención de Brasil y Paraguay, a favor de los colorados el primero y de los blancos el segundo. Sin embargo esa múltiple intervención no debía desembocar forzosamente en un conflicto bélico. Si la guerra terminó por concretarse, ello se debió a que esta era la salida que más convenía a todos los Estados involucrados.

    Los gobernantes de los mismos previeron una guerra de corta duración en el cual se alcanzarían los objetivos con el menor costo posible. Mala información, tanto del contexto regional como de los potenciales enemigos, sumado (en especial en el caso paraguayo) a un voluntarismo optimista e irreal, alimentaron esta idea del conflicto rápido en beneficio propio.

    En ese estadio de escalada de tensiones que se van sumando desde 1863 a 1865 no existen "buenos" y "malos" como pretende con falsa ingenuidad el revisionismo histórico, sino simplemente intereses en pugna.

    Así, para el dictador paraguayo Francisco Solano López la guerra era vista como la herramienta con la que podría ubicar a su país como una potencia regional al lograr el acceso al mar por el puerto de Montevideo gracias a su alianza con los blancos orientales y eventualmente con los federales argentinos aglutinados en torno a la figura de Urquiza.

    Para el gobierno presidido por Bartolomé Mitre la guerra era la forma adecuada de consolidar el Estado centralizado en base a la hegemonía de la provincia de Buenos Aires, al eliminar los apoyos externos que recibían los federales argentinos tanto de parte de Paraguay como de los blancos orientales.

    Para el gobierno blanco oriental la guerra significaba el definitivo apoyo militar paraguayo, forzosamente necesario para terminar con la recurrente injerencia de argentinos y brasileños en el Uruguay. Vencida esta facción, para los triunfantes colorados acaudillados por Venancio Flores, la guerra era a la vez el pago al Imperio por la imprescindible ayuda brindada por este para el acceso al poder como así también una forma de continuar en terreno internacional la vieja disputa con el enemigo interno, toda vez que las huestes blancas tras su inicial dispersión no tardaron en reagruparse en el exilio, procediendo a incorporarse a las filas paraguayas.

    Para el Imperio del Brasil, aunque la guerra no era esperada de la manera en que estalló, una vez producido el ataque paraguayo se la instituyó como un escenario ideal para terminar con los problemas limítrofes y las amenazas a la libre navegación que tanto afectaban a su provincia de Mato Grosso, y también como un vehículo ideal para consolidar el poder político de la facción liberal en el gobierno desde 1862. Esta facción dentro de la vasta geografía del Imperio se expresaba por medio de los dirigentes de Río Grande do Sul, demasiado receptivos a los supuestos ultrajes sufridos en la Banda Oriental por sus "comprovincianos" los hacendados gauchos, y por ende mucho más agresivos en política exterior que la facción conservadora compuesta en su gran mayoría por la élite burocrática carioca.

    Son entonces estos intereses divergentes de los flamantes Estados nacionales los que tornan a la guerra como una expectativa deseable en pos de la rápida concreción de tales intereses.

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