- Que ser gordo es estado benéfico para nuestra especie. Así dicen algunos, que pronto detractan, lo dicho, en secreto.
No lo es ni lo puede ser. Aquí dejo que la abundancia de los hechos que corroboran esta aserción sean mis testigos.
- Que habiendo aprendido el idioma simple y natural de nuestra especie para comer y habiendo logrado mantener un peso realista y saludable.
- Que, caprichosamente, entonces, podemos abandonarlo todo a favor de los excesos recurrentes de las festividades. Haciéndolo sin tener que pagar el gravamen penoso de no poder remover las libras ganadas y retornar al peso que antes tuviéramos.
No es muy fácil lograr este sueño, como tantos, por la experiencia, bien sabemos.
Hay más, mucho más…
Para complicar estos conceptos debemos recordar que nuestras actividades de comer no son nada banal para los sistemas que las controlan y las regulan y que todo lo que hacemos viaja a través de nuestro cerebro despertando respuestas de índoles diversas en su lugar.
Para las anoréxicas, las festividades significan períodos de mayor vigilancia y mayor restricción en el consumo de la comida, no sea que se les escape el control, se desboque y ganen de peso. Se ven consumidas por la tensión, el miedo y el estrés.
Resienten las festividades, porque durante las mismas se les insta a que "coman más" — cuando sus deseos son comer menos.
Las bulímicas que han logrado interrumpir el círculo vicioso de sus harturas y purgas, con frecuencia se descontrolan y caen de nuevo en el infierno artificial de una tortura de la que no logran escapar.
Las que sufren de las llamadas "vigorexias", o adicciones al ejercicio. Visitan el gimnasio o corren distancias extremas, debilitando sus cuerpos, más aún, en este penoso proceso.
Las que sufren de sobrepeso, "aprovechan" la oportunidad ofrecida por el espectáculo de tantos que se desbocan en comilonas exageradas, pretendiendo ignorar las consecuencias finales.
¿Y las que dietan? Las que dietan, terminan abandonando, con abandono, sus resoluciones costosas.
Sigamos adelante
La mayoría de las personas, aquellas que caen dentro del 60% de la población que son corpulentas, gozan, con la desidia de los inocentes, ese privilegio especial de celebrar las fiestas con la lujuria extática que de la comida en abundancia o en exceso derivan.
La razón por la que así se comportan no es una, son muchas
La primera y más importante es la del efecto adictivo de ciertas comidas que se relacionan con la liberación en el cerebro de neurotransmisores que se asocian con el placer. (Véase mi ponencia Los efectos de las Endorfinas).
Sí Mr. Santa Claus, la comida puede ser adictiva. Usted constituye ejemplo ostensible.
Y… ¿cómo llega este señor al Caribe? — Se preguntan los niños dominicanos perspicaces…
Entre las comidas culpables. Ponemos, primero, el azúcar, las comidas sabrosas y las grasas de todo tipo; que, con la desinhibición que el alcohol consumido provee, resulta en serios excesos epicúreos.
La segunda es el efecto de las actividades de las neuronas de espejo, que nos obligan a imitar el comportamiento de otros. A ello se debe que sea cierta la creencia de que los simios (a cuyas familias pertenecemos) imitan lo que los demás hacen — especialmente cuando existe la recompensa del placer.
La tercera es el efecto secundario de la presión social a que festejemos comiendo. Hay que hartarse porque el hartazgo es lo esperado y nada más.
Esa misma es la presión que resulta en la cesación de las actividades de nuestros lóbulos pre frontales los que entonces se abandonan a las demandas de los centros cerebrales del placer.
Existen, además, los problemas ético/morales — ¿qué son esos?
¿Cómo es posible que un pedazo de bizcocho signifique más que vivir una vida sin ser gordo y sin achaques?
¿Cómo es posible que pretendamos adorar al Cristo de la tradición, que se presenta en la natividad como habiendo seleccionado la humildad de un pesebre para entrar en este mundo, comiendo como si la comida fuera lo único importante en nuestras vidas de seres inteligentes?
¿Saben el menú de la Última Cena? ¿No lo saben?
Sabemos que fue escueto. Aquí, algunos se preocuparán más por quién pagaría la cuenta por el consumo.
De todos modos verán el menú al final de esta lección.
¿Cómo es posible que olvidemos las pobrezas externas que nos circundan y las miserias internas de quienes sufren o se recuperaron de las enfermedades del comer?
Porque quienes, como los demás no comen, son sujetos a ser criticados por ser diferentes, o disminuidos por "no querer comer".
Muchos observan: "Fulanita no come, porque, la pobrecita, es anoréxica". Mientras nadie dice: "Como así, porque es que me gusta ser gorda".
En resumen
Entre las Pascuas de Natividad y la Epifanía de enero, se encuentra el día del Año Nuevo, fecha del Dios romano Jano, a quien nos referimos al comienzo de esta ponencia. El día de Año Nuevo es en el que se hacen todas las resoluciones que serán abandonadas muy poco después.
Las mismas resoluciones que hiciéramos el año que pasara.
¡Salud, y buen provecho!
Apéndice:
Menú para la última cena de Jesús
Leonardo da Vinci
La fecha, 29 DC
El anfitrión: Un amigo, cuyo nombre Jesús compartió con sus apóstoles — y que nadie parece recordar.
El menú:
La Última Cena tuvo lugar durante la celebración de la pascua judía (o seder), por esa razón incluiría vino, pan ázimo o sin levadura, cordero horneado, ollas repletas de yerbas amargas, que se mojaban en una salsa rojiza llamada haroseth hecha de manzanas, dátiles, higos, almendras, canela y vino.
Las naranjas que se observan en pinturas de la última cena eran entonces desconocidas.
De lo que hablaría durante la ceremonia. Primero se cantaría la canción ritual Hallel. Entonces, Jesús dio pan a sus discípulos diciendo: "Este es mi cuerpo". Luego ofreció el vino, diciendo: "Esta es mi sangre".
Hoy, esta acción se repite en la celebración de la Eucaristía.
En aquel momento Jesús les recordó a todos, celebrar periódicamente esta ceremonia — en seguida, acusando públicamente a Judas Iscariote, de conspirar para traicionarlo.
Finalmente, de acuerdo a Juan, Jesús dijo a los apóstoles:
"Crean en Dios y también en mi. En casa de mi Padre hay muchas mansiones… yo iré y prepararé un sitio para ustedes…"
Menú de Pascuas tradicional dominicano
El plato central es cerdo entero asado en puya o pierna de puerco horneada, acompañada de pasteles en hojas (especie de tamales con masa de plátanos rellena de carne y envuelta en hojas de plátano atado con una pequeña soguita).
El pavo también tiene su lugar en la mesa y cuando los recursos económicos escasos justifican su ausencia, es sustituido por el pollo.
El puerco "asao en su puya" es típico del Cibao (zona Norteña de la isla), el pavo relleno de San Juan y San José de Ocoa, y los pasteles en hojas son oriundos del Este. Pero su consumo es general en todo el país.
Menos comunes en el menú moderno son los lerenes y el pan de fruta, aunque mantienen su presencia en la mesa de las fiestas.
El manicongo ha prácticamente desaparecido de la tradición culinaria navideña dominicana. Muchos no sabemos ni lo qué es… A menos que no sea el mondongo o monicongo.
Junto al cerdo y los pasteles, el plato central, o complemento principal es el locrio o moro de guandules, así como la ensalada de papas, la cual incluye típicamente trocitos de manzana y petit-pois (o guisantes), donde el presupuesto familiar lo permite.
Natividad
La cerveza, el ron los espíritus y el vino completan la colación para casi todos los dominicanos.
Los haitianos usan el clerén, en lugar de nuestro ron.
Todos cantan villancicos o aguinaldos.
No todos engordan…
Dr. Félix E. F. Larocca
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