Según la concepción budista, la vida es eterna. Se cree que se atraviesa por sucesivas encarnaciones, de manera tal que la muerte es considerada no tanto como la cesación de una existencia sino como el comienzo de otra diferente. Para el budismo el fenómeno de transmigración es evidente y se le da el nombre sánscrito de samsara.
En un breve ensayo denominado "Filosofía de la vida", Josei Toda enuncia sus ideas acerca de este tema, mientras estaba en prisión durante la Segunda Guerra:
"Mientras estaba detenido en una fría prisión a causa de acusaciones infundadas, viviendo una vida de soledad y aislamiento, meditaba día tras día y mes tras mes acerca de la naturaleza última de la vida. ¿Qué es la vida? ¿Es eterna? ¿Existe solamente en este planeta? A lo largo de la historia, los hombres sabios han tratado de abordar estos acertijos, cada uno tratando de resolverlo a su propia manera. En la suciedad de la prisión, los piojos se reproducían libremente. Un día, como si se sintieran invitados por el tibio sol primaveral, varios piojos aparecieron alegremente… Aplasté uno con mi uña, pero los demás seguían saltando llenos de vida. ¿Adónde se había ido la vida que había animado a ese ser viviente? ¿Había desaparecido para siempre de este mundo?"
La Dra. Elisabeth Kübler-Ross es una renombrada pionera en el campo del estudio clínico de la muerte. Ella sostiene que los pacientes terminales generalmente atraviesan por cinco etapas a medida que se aproximan a la muerte:
1) Incredulidad
2) Ira, furia
3) Autoengaño
4) Depresión o duelo preparatorio
5) Aceptación
Los pacientes que tienen una fe religiosa fuerte, tienden a morir más calmamente que aquéllos que carecen de ella.
Muchas personas se acercan a la muerte con sentimientos de ira o depresión. Las personas que se resisten a morir hasta el último momento pueden llegar a crearse a sí mismas algo así como una agonía adicional, mientras que aquéllos que han aceptado el hecho de que están muriendo sólo a nivel superficial, meramente resignándose a su suerte, suelen morir mucho menos pacíficamente que aquéllos que auténticamente aceptan que el fin se aproxima.
Enfrentar la muerte cara a cara puede incluso hacer surgir sentimientos positivos de misericordia y benevolencia. En el fin de nuestras vidas, tanto las energías positivas como las negativas emergen de nuestro inconsciente (la conciencia alaya) y, frecuentemente los sentimientos negativos superan a los positivos; con el objeto de controlar esta negatividad, debemos transformarla, vale decir, fortalecer nuestra energía positiva: es aquí donde es esencial que comprendamos cabalmente las enseñanzas del budismo si queremos prepararnos correctamente para la muerte. Nichiren Daishonin dice:
"Nagarjuna explica el carácter myo de myoho o Ley Mística, diciendo que "es como un excelente médico que puede cambiar veneno en medicina". Veneno significa los tres caminos de los deseos mundanos, karma y sufrimientos de la vida. Medicina significa las tres virtudes de la Ley: la naturaleza del dharma, sabiduría y emancipación o libertad. Cambiar veneno en medicina significa transformar los Tres Caminos en las Tres Virtudes."
Este pasaje implica que la última Ley del Universo puede cambiar los aspectos negativos de la vida -representados por los Tres Caminos- en aspectos positivos, representados por las Tres Virtudes. La Ley Mística puede transformar la esfera de la conciencia alaya (almacén del karma) identificándola con la esfera de la Novena Conciencia o amala que trasciende la octava, más pequeña y está libre de impurezas kármicas. A través de la aceptación y fe en la Ley última, la energía vital de la budeidad latente en nuestra Novena Conciencia es activada de manera que los otros niveles de conciencia son bañados por el poderoso torrente de esta fuerza vital. Cuando atravesamos el portal de la muerte, tanto nuestras condiciones físicas como psicológicas se ven profundamente afectadas. La manera en que nos afecta impacta de forma crucial en cómo renacerá nuestra vida. Muchos textos budistas consideran que existen cuatro etapas o niveles a las que toda vida se halla sujeta:
1) Existencia durante el nacimiento
2) Existencia durante la vida
3) Existencia durante la muerte
4) Existencia entre la muerte y el nacimiento (también llamada "existencia intermedia").
La existencia durante la muerte es así considerada en budismo como muy distinta de la existencia durante la vida, implicando que la fase de la muerte es completamente distinta de la de la vida. En el proceso de atravesar al morir a la existencia intermedia experimentamos una transformación de nuestro ser. Durante esta etapa, las numerosas funciones vitales se convierten en latentes y son almacenadas en la conciencia alaya. Estas funciones incluyen las primeras cinco conciencias de los sentidos, la conciencia de la mente y la conciencia manas que constituye el centro de la autoconciencia. Cuando la sexta y séptima conciencia pasan al estado de latencia, todas las actividades psicológicas, incluyendo las funciones mentales y los deseos emocionales, se ven convertidos en semillas inactivas y depositadas en el almacén kármico de la conciencia octava o alaya. Al mismo tiempo, nuestro ser físico comienza a ser desintegrado y su energía también es absorbida por la conciencia alaya.
En medio del torbellino de este proceso, es natural que nuestra manera de experimentar sea muy distinta de aquélla que teníamos en vida. Si nos sentimos atemorizados y confusos a causa de todas estas sensaciones desconocidas, permitiendo a los deseos mundanos e ilusiones que penetren en nuestras vidas en una frenética batalla en el momento de morir, todos los esfuerzos que podamos haber realizado para elevarnos, si no fueron basados en la Ley Mística, pueden ser anulados en un simple instante. La manera en que enfrentamos el momento de la muerte determina si coronamos o no nuestra vida de completa realización.
Desde el punto de vista budista, nuestra capacidad para atravesar exitosamente el proceso de morir depende de nuestros firmes esfuerzos durante la vida en acumular buenas causas y fortalecer la base de bondad en las profundidades de nuestras vidas. La acumulación de buenas causas durante la propia vida equivale a una muerte tranquila. Dañar de palabra o acción a otros nos conduce a los Tres Malos Caminos. Pero si bien es importante el balance del karma al momento de la muerte, mucho más importante es nuestra capacidad para mantener inamovible nuestra fe en la Ley Mística: esto es lo que transforma fundamentalmente los sufrimientos de la muerte de los Tres Malos Caminos en la maravillosa experiencia de atravesar ese umbral con un estado de vida elevado. Por eso Nichiren Daishonin recomienda que adquiramos de por vida el hábito de invocar Nam-myoho-renge-kyo con la profunda convicción de que nuestra vida es, en esencia, idéntica a la del Buda. El Daishonin dice:
"Si una persona despierta plenamente a la verdad de que la mente de los mortales comunes y la mente del Buda son una sola, ni siquiera su mal karma impedirá que muera en paz ni los pensamientos erráticos lo atarán al ciclo de nacimiento y muerte."
Este estado iluminado, pleno de bondad y misericordia, se refleja en el cuerpo, en el aspecto físico del individuo fallecido. Los efectos acumulados a través de invocar daimoku trascienden la dimensión del mal karma. De este modo, no importa los sufrimientos o calamidades que uno pueda haber encontrado en vida, si una persona cree en la Ley Mística e invoca Nam-myoho-renge-kyo, inevitablemente disfrutará de paz mental en el momento de la muerte y su vida se fusionará con la vida de la budeidad del Universo. Más aún, si los miembros de una familia practican el budismo juntos y manifiestan la budeidad, serán capaces -más allá de sus momentos individuales de la muerte- de estar nuevamente juntos en la existencia siguiente. Nichiren Daishonin dice:
"Aquéllos que practican este sutra se dirigirán al mismo lugar: el Pico del Águila. Más aún, debido a que su difunto padre creía en el Sutra del Loto al igual que usted, definitivamente él renacerá junto a usted en la próxima existencia."
A lo largo de la eternidad de la vida continuamente atravesamos el ciclo natural de nacimiento y muerte. Al morir, nuestra vida retorna a la vida del Universo, de manera muy parecida a la que la espuma del mar vuelve a las aguas del océano. El budismo nos permite conocer la Ley eterna que penetra todo ser viviente y todo fenómeno de universo entero. El nacimiento y la muerte de los seres vivientes, el surgimiento y cesación de los fenómenos inanimados y el constante flujo de todo el cosmos constituyen todas manifestaciones de esa Ley. Es el funcionamiento de esta Ley el que nos capacita para continuar eternamente de una existencia a otra.
Shakyamuni consideró su propia muerte más como un medio que como un fin: explicó a sus seguidores que, si él permaneciera para siempre en este mundo, las gentes terminarían confiando más en él que en sus propias percepciones mentales de su budeidad. Por lo tanto, enseñó que el Buda no debía permanecer en este mundo para siempre sino venir de a intervalos. Por eso instó a la gente a que, en lugar de buscar la misericordia, compasión y sabiduría del Buda, buscara su propia iluminación a través de sus enseñanzas y el propio esfuerzo individual.
La vida de cada ser humano es, de este modo, un medio hacia un propósito: poder renacer. A medida que envejecemos, nos debilitamos, enfermamos y, a su tiempo, morimos. Pero no morimos por nada: morimos con el propósito de comenzar una nueva vida. El propósito fundamental de la muerte es permitirnos renacer en la próxima fase de nuestra vida eterna. El capítulo 16 del Sutra del Loto dice: "No existe flujo o reflujo de nacimiento y muerte". En el Ongi Kuden, Nichiren Daishonin interpreta esta frase así:
"Si el nacimiento y muerte son percibidos como inmanentes a la eternidad de la vida, no existe nacimiento ni muerte. Si no existe nacimiento ni muerte, tampoco existe aparición ni desaparición. Esto no quiere decir simplemente que no hay ni nacimiento ni muerte. Contemplar el nacimiento y muerte con rechazo y tratar de separarse uno mismo de ellos constituye una ilusión y es reflejo de la creencia de que la iluminación se adquiere en algún momento determinado. Pero percibir claramente nacimiento y muerte como fenómenos alternos de la eternidad de la vida es verdadero despertar, la toma de conciencia de que la iluminación es inherente eternamente. Nichiren y sus discípulos que invocan Nam-myoho-renge-kyo toman conciencia de que nacimiento y muerte o surgimiento y desaparición son solamente expresiones de la acción intrínseca de la eternidad de la vida."
Este pasaje expande la visión de que nacimiento y muerte son inmanentes a la eternidad de la vida, una de las doctrinas budistas más profundas. La palabra "inmanente" significa que la vida de uno no fue creada por ningún ser superior o trascendente ni por las acciones de los padres, sino que siempre existió dentro del universo. El término "eternidad de la vida" significa que la propia vida ha venido existiendo y existirá eternamente en el universo: nunca comenzó y nunca terminará, y su existencia no es intermitente sino continua. Fuera del nacimiento y la muerte no puede haber eternidad de la vida. Nacimiento y muerte existen a lo largo de la eternidad como dos aspectos de la vida.
Si percibimos correctamente que el nacimiento y la muerte son aspectos de la eternidad de la vida, tal como Nichiren Daishonin lo explica, transitaremos de la ilusión al despertar o, en otras palabras, de la visión superficial de que la iluminación se producirá cuando nos liberemos del nacimiento y la muerte a la profunda comprensión de que la iluminación es por siempre inherente a nosotros. Entonces no temeremos más los sufrimientos de nacimiento y muerte y, por el contrario, acumularemos tesoros de incalculable valor dentro de nuestras vidas, basados en nuestra budeidad eterna e indestructible, de manera tal que podamos eternamente disfrutar de la incesante repetición del ciclo de nacimientoèmuerteènacimiento… etc.
Si tenemos fe y practicamos la Ley Mística, naturalmente nos daremos cuenta de que nuestras vidas son eternas. Al mismo tiempo, ya sea que lo reconozcamos o no, seremos capaces naturalmente de desarrollar todos los tesoros de la vida eterna.
Cuando observamos la naturaleza, la sociedad y nuestros propios asuntos cotidianos no podemos dejar de darnos cuenta de que los tres se encuentran en un constante estado de fluctuación, nunca permaneciendo en el mismo estado y constantemente repitiendo el ciclo de nacimiento y muerte. Y, en cuanto percibimos que la vida coexiste con el universo y que el nacimiento y la muerte son aspectos alternados de la eternidad de la vida, podemos entender nuestras propias vidas y las vidas de todos aquéllos que nos rodean -sin mencionar el mundo como un todo- con una profunda interiorización y simpatía… dejamos de experimentar miedo a la muerte. A través de descubrir nuestro ser inmutable -el Yo no afectado por los asuntos mundanos de la sociedad o de los hombres- somos capaces de vencer nuestro miedo a la muerte. Es mi convicción que no hay nada más hermoso para un ser humano que alcanzar este estado de vida. Los pacientes que tienen una fe religiosa fuerte, tienden a morir más calmamente que aquéllos que carecen de ella.
Muchas personas se acercan a la muerte con sentimientos de ira o depresión. Las personas que se resisten a morir hasta el último momento pueden llegar a crearse a sí mismas algo así como una agonía adicional, mientras que aquéllos que han aceptado el hecho de que están muriendo sólo a nivel superficial, meramente resignándose a su suerte, suelen morir mucho menos pacíficamente que aquéllos que auténticamente aceptan que el fin se aproxima.
Enfrentar la muerte cara a cara puede incluso hacer surgir sentimientos positivos de misericordia y benevolencia. En el fin de nuestras vidas, tanto las energías positivas como las negativas emergen de nuestro inconsciente (la conciencia alaya) y, frecuentemente los sentimientos negativos superan a los positivos; con el objeto de controlar esta negatividad, debemos transformarla, vale decir, fortalecer nuestra energía positiva: es aquí donde es esencial que comprendamos cabalmente las enseñanzas del budismo si queremos prepararnos correctamente para la muerte. Nichiren Daishonin dice:
"Nagarjuna explica el carácter myo de myoho o Ley Mística, diciendo que "es como un excelente médico que puede cambiar veneno en medicina". Veneno significa los tres caminos de los deseos mundanos, karma y sufrimientos de la vida. Medicina significa las tres virtudes de la Ley: la naturaleza del dharma, sabiduría y emancipación o libertad. Cambiar veneno en medicina significa transformar los Tres Caminos en las Tres Virtudes."
Este pasaje implica que la última Ley del Universo puede cambiar los aspectos negativos de la vida -representados por los Tres Caminos- en aspectos positivos, representados por las Tres Virtudes. La Ley Mística puede transformar la esfera de la conciencia alaya (almacén del karma) identificándola con la esfera de la Novena Conciencia o amala que trasciende la octava, más pequeña y está libre de impurezas kármicas. A través de la aceptación y fe en la Ley última, la energía vital de la budeidad latente en nuestra Novena Conciencia es activada de manera que los otros niveles de conciencia son bañados por el poderoso torrente de esta fuerza vital.
Cuando atravesamos el portal de la muerte, tanto nuestras condiciones físicas como psicológicas se ven profundamente afectadas. La manera en que nos afecta impacta de forma crucial en cómo renacerá nuestra vida. Muchos textos budistas consideran que existen cuatro etapas o niveles a las que toda vida se halla sujeta:
1) Existencia durante el nacimiento
2) Existencia durante la vida
3) Existencia durante la muerte
4) Existencia entre la muerte y el nacimiento (también llamada "existencia intermedia").
La existencia durante la muerte es así considerada en budismo como muy distinta de la existencia durante la vida, implicando que la fase de la muerte es completamente distinta de la de la vida. En el proceso de atravesar al morir a la existencia intermedia experimentamos una transformación de nuestro ser. Durante esta etapa, las numerosas funciones vitales se convierten en latentes y son almacenadas en la conciencia alaya. Estas funciones incluyen las primeras cinco conciencias de los sentidos, la conciencia de la mente y la conciencia manas que constituye el centro de la autoconciencia. Cuando la sexta y séptima conciencia pasan al estado de latencia, todas las actividades psicológicas, incluyendo las funciones mentales y los deseos emocionales, se ven convertidos en semillas inactivas y depositadas en el almacén kármico de la conciencia octava o alaya. Al mismo tiempo, nuestro ser físico comienza a ser desintegrado y su energía también es absorbida por la conciencia alaya.
En medio del torbellino de este proceso, es natural que nuestra manera de experimentar sea muy distinta de aquélla que teníamos en vida. Si nos sentimos atemorizados y confusos a causa de todas estas sensaciones desconocidas, permitiendo a los deseos mundanos e ilusiones que penetren en nuestras vidas en una frenética batalla en el momento de morir, todos los esfuerzos que podamos haber realizado para elevarnos, si no fueron basados en la Ley Mística, pueden ser anulados en un simple instante. La manera en que enfrentamos el momento de la muerte determina si coronamos o no nuestra vida de completa realización.
Desde el punto de vista budista, nuestra capacidad para atravesar exitosamente el proceso de morir depende de nuestros firmes esfuerzos durante la vida en acumular buenas causas y fortalecer la base de bondad en las profundidades de nuestras vidas.
La acumulación de buenas causas durante la propia vida equivale a una muerte tranquila. Dañar de palabra o acción a otros nos conduce a los Tres Malos Caminos. Pero si bien es importante el balance del karma al momento de la muerte, mucho más importante es nuestra capacidad para mantener inamovible nuestra fe en la Ley Mística: esto es lo que transforma fundamentalmente los sufrimientos de la muerte de los Tres Malos Caminos en la maravillosa experiencia de atravesar ese umbral con un estado de vida elevado. Por eso Nichiren Daishonin recomienda que adquiramos de por vida el hábito de invocar Nam-myoho-renge-kyo con la profunda convicción de que nuestra vida es, en esencia, idéntica a la del Buda. El Daishonin dice:
"Si una persona despierta plenamente a la verdad de que la mente de los mortales comunes y la mente del Buda son una sola, ni siquiera su mal karma impedirá que muera en paz ni los pensamientos erráticos lo atarán al ciclo de nacimiento y muerte."
Este estado iluminado, pleno de bondad y misericordia, se refleja en el cuerpo, en el aspecto físico del individuo fallecido. Los efectos acumulados a través de invocar daimoku trascienden la dimensión del mal karma. De este modo, no importa los sufrimientos o calamidades que uno pueda haber encontrado en vida, si una persona cree en la Ley Mística e invoca Nam-myoho-renge-kyo, inevitablemente disfrutará de paz mental en el momento de la muerte y su vida se fusionará con la vida de la budeidad del Universo. Más aún, si los miembros de una familia practican el budismo juntos y manifiestan la budeidad, serán capaces -más allá de sus momentos individuales de la muerte- de estar nuevamente juntos en la existencia siguiente. Nichiren Daishonin dice:
"Aquéllos que practican este sutra se dirigirán al mismo lugar: el Pico del Águila. Más aún, debido a que su difunto padre creía en el Sutra del Loto al igual que usted, definitivamente él renacerá junto a usted en la próxima existencia."
Hacia una perspectiva más amplia
A lo largo de la eternidad de la vida continuamente atravesamos el ciclo natural de nacimiento y muerte. Al morir, nuestra vida retorna a la vida del Universo, de manera muy parecida a la que la espuma del mar vuelve a las aguas del océano. El budismo nos permite conocer la Ley eterna que penetra todo ser viviente y todo fenómeno de universo entero. El nacimiento y la muerte de los seres vivientes, el surgimiento y cesación de los fenómenos inanimados y el constante flujo de todo el cosmos constituyen todas manifestaciones de esa Ley. Es el funcionamiento de esta Ley el que nos capacita para continuar eternamente de una existencia a otra.
Shakyamuni consideró su propia muerte más como un medio que como un fin: explicó a sus seguidores que, si él permaneciera para siempre en este mundo, las gentes terminarían confiando más en él que en sus propias percepciones mentales de su budeidad. Por lo tanto, enseñó que el Buda no debía permanecer en este mundo para siempre sino venir de a intervalos. Por eso instó a la gente a que, en lugar de buscar la misericordia, compasión y sabiduría del Buda, buscara su propia iluminación a través de sus enseñanzas y el propio esfuerzo individual.
La vida de cada ser humano es, de este modo, un medio hacia un propósito: poder renacer. A medida que envejecemos, nos debilitamos, enfermamos y, a su tiempo, morimos. Pero no morimos por nada: morimos con el propósito de comenzar una nueva vida. El propósito fundamental de la muerte es permitirnos renacer en la próxima fase de nuestra vida eterna. El capítulo 16 del Sutra del Loto dice: "No existe flujo o reflujo de nacimiento y muerte". En el Ongi Kuden, Nichiren Daishonin interpreta esta frase así:
"Si el nacimiento y muerte son percibidos como inmanentes a la eternidad de la vida, no existe nacimiento ni muerte. Si no existe nacimiento ni muerte, tampoco existe aparición ni desaparición. Esto no quiere decir simplemente que no hay ni nacimiento ni muerte. Contemplar el nacimiento y muerte con rechazo y tratar de separarse uno mismo de ellos constituye una ilusión y es reflejo de la creencia de que la iluminación se adquiere en algún momento determinado. Pero percibir claramente nacimiento y muerte como fenómenos alternos de la eternidad de la vida es verdadero despertar, la toma de conciencia de que la iluminación es inherente eternamente. Nichiren y sus discípulos que invocan Nam-myoho-renge-kyo toman conciencia de que nacimiento y muerte o surgimiento y desaparición son solamente expresiones de la acción intrínseca de la eternidad de la vida."
Este pasaje expande la visión de que nacimiento y muerte son inmanentes a la eternidad de la vida, una de las doctrinas budistas más profundas. La palabra "inmanente" significa que la vida de uno no fue creada por ningún ser superior o trascendente ni por las acciones de los padres, sino que siempre existió dentro del universo. El término "eternidad de la vida" significa que la propia vida ha venido existiendo y existirá eternamente en el universo: nunca comenzó y nunca terminará, y su existencia no es intermitente sino continua. Fuera del nacimiento y la muerte no puede haber eternidad de la vida. Nacimiento y muerte existen a lo largo de la eternidad como dos aspectos de la vida.
Si percibimos correctamente que el nacimiento y la muerte son aspectos de la eternidad de la vida, tal como Nichiren Daishonin lo explica, transitaremos de la ilusión al despertar o, en otras palabras, de la visión superficial de que la iluminación se producirá cuando nos liberemos del nacimiento y la muerte a la profunda comprensión de que la iluminación es por siempre inherente a nosotros. Entonces no temeremos más los sufrimientos de nacimiento y muerte y, por el contrario, acumularemos tesoros de incalculable valor dentro de nuestras vidas, basados en nuestra budeidad eterna e indestructible, de manera tal que podamos eternamente disfrutar de la incesante repetición del ciclo de nacimientoèmuerteènacimiento… etc. Si tenemos fe y practicamos la Ley Mística, naturalmente nos daremos cuenta de que nuestras vidas son eternas. Al mismo tiempo, ya sea que lo reconozcamos o no, seremos capaces naturalmente de desarrollar todos los tesoros de la vida eterna.
Cuando observamos la naturaleza, la sociedad y nuestros propios asuntos cotidianos no podemos dejar de darnos cuenta de que los tres se encuentran en un constante estado de fluctuación, nunca permaneciendo en el mismo estado y constantemente repitiendo el ciclo de nacimiento y muerte. Y, en cuanto percibimos que la vida coexiste con el universo y que el nacimiento y la muerte son aspectos alternados de la eternidad de la vida, podemos entender nuestras propias vidas y las vidas de todos aquéllos que nos rodean -sin mencionar el mundo como un todo- con una profunda interiorización y simpatía… dejamos de experimentar miedo a la muerte. A través de descubrir nuestro ser inmutable -el Yo no afectado por los asuntos mundanos de la sociedad o de los hombres- somos capaces de vencer nuestro miedo a la muerte. Es mi convicción que no hay nada más hermoso para un ser humano que alcanzar este estado de vida. Creo que una forma completamente nueva de sociedad, basada en el concepto de eternidad de la vida, dará paso a un amanecer más brillante que cualquier otro en los miles de años de historia de la humanidad. Y creo que este amanecer representará el florecimiento de la felicidad eterna. Este será el tiempo en el cual la humanidad pondrá término a su historia de miseria e iniciará su avance a lo largo del gran camino de la felicidad eterna. De todos los logros humanos, éste será el más grande.
Enviado por:
Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.
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Santiago de los Caballeros,
República Dominicana,
2015.
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