- Luis y Susana
- El fin de la soledad de personas
- El origono
- La Hipnohistoria
- La regresión hipnótica
- Historia y psicoanálisis
- El pasado
- Objetivos
- Justificación
- El Camino
- En el camino
- En la plaza mayor
- El Oasis
- Clara Lucia
- La Despedida
- La Noche
- Susana y Otro Luis
- El encuentro y el adiós
- La Ciudad
- El Reencuentro
- El Ocaso
- La Soledad
- Bibliografía
En la infancia nuestro padre nos llevaba al mismo médico a todos nuestros hermanos y a mi, recuerdo que el apellido del médico era Botero y el consultorio quedaba en el Barrio Prado Centro de la ciudad de Medellín. Cuando salíamos nos llevaba siempre a la misma cafetería que quedaba en una de esas casas viejas y grandes, características del barrio Prado, esas casas construidas por hombres como Ricardo Olano y otros urbanizadores paisas de los años 20 y 30. Mi padre sentía una gran admiración por don Luciano Echeverri, el señor que atendía la tienda, era un hombre muy educado y nos trataba muy bien. Uno de esos días precisamente cuando cumplí 10 años estaba en esta con mi padre y fue la última ves que la visité hasta los 24 años cuando un día pase por allí con mi actual esposa y nos tomamos de a tinto; por supuesto don Luciano ya había muerto.
Ese día mi padre le hizo una pregunta definitiva a don Luciano, yo no comprendí en ese momento la reacción de mi padre pero hoy si la entiendo perfectamente.
–Don Luciano—le preguntó—Qué es lo que más perturba su vida o lo que más le ha creado fijaciones en la tierra, si usted fuera a morir hoy cual sería la imagen que se llevaría a la tumba?
Don Luciano tenía más o menos 75 años y aparentemente toda su vida la había pasado en Medellín, todos los días abría su negocio a las 6 de la mañana y lo cerraba a las 8 de la noche con una exactitud casi alarmante.
–¡Hojas secas!—le contestó—desde hace más de 40 años dos veces al día barro el frente y jardín de la cafetería y siempre recojo hojas secas, miles de hojas secas de esa Ceiba y ese Eucalipto.
–Cuanto le pago—dijo mi padre
–No es nada hombre—le contestó don Luciano con un par de lágrimas en los ojos
Mi padre me agarró suavemente del brazo y salimos de ese sitio y hasta que murió no supe que haya regresado allí. Desde ese día nos empezó a enseñar que la vida así sea realizada en un mismo sitio; como en el Feudalismo, hay que llenarla de elementos imaginativos y creativos que nos permitan ver más allá de las esferas humanas y terrícolas, tratar de hallar una forma interior de libertad, o como dice el quinto evangelio cuando Jesús dijo a sus apóstoles en la Ultima Cena "El reino de Dios está dentro de cada uno de ustedes no en la madera ni en las piedras, levanta la madera, levanta la piedra y lo encontrarás"
Mi padre ya murió y por esto cuando me imagino el Medellín del siglo pasado y me imagino caminando por el Parque de Berrío, Prado o el barrio Belén Las Playas siento una gran melancolía (desde mi sitio o espacio) y dolor plácido por no poder saber, desde mi realidad, como fue; o es, ese Medellín del siglo XIX donde habitaron entre otros grandes hombres los ancestros de mis padres.
Hace algunos años realizando una investigación sobre una habitante de esta ciudad, nacida en los finales del siglo XVIII y cuyo nombre fue Francisca Fonnegra Barrientos quien vivió casi toda su vida en el Parque de Berrío en una casa que quedaba donde hoy está la Gorda de Botero en la esquina suroccidental de este y que fue la primera casa de "Balcón Alto" de Medellín, he tenido estas afortunadas pesadillas:
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