Lisandro De La Torre, El Tango y el acero afiliado (Primera Parte) (página 3)
Enviado por Lelio Merli
Aceptó la idea el frustrado depositante, pensado en lo correcto que era ese gerente, de quien injustamente había desconfiado.
— Qué lástima – masculló – tendré que volver mañana con el paquete. Espero que por lo menos esté el coche arreglado.
Se dirigió al taller y encontró el auto afuera. Señal que estaba solucionada la falla.
— Eran los platinos – le comunicó el mecánico — Hay mucha humedad en su galpón y se habían sulfatado, Le puse unos nuevos. Su "Forsito" anda muy bien, avíseme, si un día lo vende.
El cliente abonó, saludó y ascendió a la "máquina" que lo llevaría de regreso. Probó de arrancarla con el pie y arrancó. Es que el mecánico también le había dado una carga rápida a la batería. Colocó nuevamente el paquete andariego debajo del asiento y partió rumbo a su chacra. Llegó casi de noche.
Le contó a su mujer con lujo de detalles todo lo acontecido y le advirtió:
— No enciendas el sol de noche … por si justo viene el ciruja. No es por nada, pero nos iremos a dormir temprano. Además mañana me levantaré al alba, no quiero que me pase lo de hoy.
Cenaron rápidamente, apagaron todos los faroles y se acostaron. Ladrillo, como siempre, se fue a dormir al galpón, en el catre en que pernoctaba el linyera en sus visitas, para "vigilar" mejor.
No se habían juntado aún las agujas del reloj de pared del comedor en el número 12, cuando llegó el ciruja, tal como lo presintió el dueño de casa. Viendo el sol de noche apagado, el croto optó por irse a dormir sin comer.
Corrió a Ladrillo hacia los pies, en el catre comunitario, se acostó vestido y de inmediato comenzó a roncar, cosa que mantuvo desvelado al perro.
Las agujas del reloj continuaron, inmutable su giro hasta que indicaron las dos y media de la noche.
EL RELOJ
Ese mágico controlador del tiempo, había sido comprado por el abuelo de la dueña de casa hacía más de un siglo a un mercanchifle (28) montenegrino que vendía toda clase de aparatos de extraordinaria calidad, pero sin lujo. Transitaba por esos mismos caminos por los que ahora pasaba el caminante y rodaba el Ford del dueño de casa.
Tiempos idos en que los Bancos no se quedaban con los ahorros del pueblo ni a sus gerentes los tentaba la codicia.
Tiempos viejos que el reloj vivió segundo a segundo, con su máquina suiza de bronce y su caja de roble de Eslabonia. Más de un siglo de trabajo, en los que su péndulo no descansó un solo día. Tiempo en el que vio todo aquello que uno pudiera imaginar.
¿Todo?. No. Todavía faltaba lo peor.
———————–
Ladrillo sintió venir un automóvil por el camino, quizás una Estanciera (29), salió a mirar, pero nada vio, porque el coche marchaba con la luz apagada, aprovechando la de la luna que era llena. Se detuvieron los del auto y abrieron la tranquera.
De no ser perro, Ladrillo habría dicho: mala tos le siento al gato (30), porque sintió hervir su sangre canina y tuvo deseos de dar un aullido de aviso, como un lobo encargado de vigilar de noche a la manada, pero se contuvo, como perro inteligente. Fue agazapado como el mejor de sus ancestros hasta la ventana del dormitorio de sus amos y comenzó a arañarla al tiempo que exhalaba dos débiles ladridos. Después, en silencio, entró al galpón donde el ciruja roncaba profundamente y tiró de la frazada, despertándolo.
También se habían despertado los dueños, extrañados de haber oído ladrar a su perro y se calzaron algo de abrigo. Fueron hacia la puerta de entrada y espiaron por la mirilla.
Cuánto sería su asombro: en la entrada estaba detenido un automóvil, con su luz apagada y varias personas descendían de él. Estos se acercaron a la puerta y llamaron:
— No teman. – dijeron –. Somos el gerente y el contador del banco. Nos acompaña el comisario. Fuimos a comer un asado a una chacra vecina y de paso les venimos a comunicar que con la cuenta de Uds. se ha cometido una estafa en Bs. As. … Pero abran, por favor.
— A la timba (26) le llaman asado ahora. Seguro que quedaron secos y me van a pedir plata prestada. – pensó el anciano, al tiempo que encendía una lámpara a kerosén –. Ya va … ya va. –decía, mientras le sacaba la traba a la puerta
La abrió y preguntó:
— ¿Cómo es eso de la estafa?.
— Resulta que de la cuenta suya, que no tenía más que 17 pesos extrajeron la misma cantidad que Ud. mencionó que había en el paquete que iba a depositar.
— ¿Cómo es eso que era robada y volvía a depositarla en la misma cuenta?. Eso es un cuento chino.
UN CUENTO CHINO EN MEDIO DE LA PAMPA, A LAS DOS Y MEDIA DE LA NOCHE
El cuento chino lo habían inventado los tres jugadores, esa noche, en la chacra donde se había jugado al póker y donde ellos habían perdido todo, hasta el dinero ajeno, porque era propiedad de las instituciones a las que pertenecían.
— Estamos fritos – dijo el contador — perderemos hasta nuestras casas.
— Debemos inventar algo – recalcó el gerente.
— Un cuento chino – opinó el comisario.
— Cómo sería – preguntaron a coro los bancarios.
— Le quitaremos esa plata que Uds. me dijeron iba a depositar ayer, al chacarero del paquete. — les Informó el policía. — Le diré que ha sido robada con una estafa al Banco.
— ¿Y si no se traga el anzuelo? – preguntó el contador.
— Debemos estar preparado para lo peor. – afirmó la autoridad – pero la plata se la quitaremos de cualquier modo. No nos queda otra.
— Aceptado. – respondió el gerente.
— Convenido. — aseguró el contador.
———————
¿Pero el viejo chacarero, se tragaría el anzuelo?. Veremos:
— Sí. Lo que Ud. me cuenta. es un cuento chino – les dijo nuevamente el viejo.
— Ningún cuento chino – reafirmó el comisario – Recibí un radiograma que me manda retener ese dinero hasta que se aclare la situación.
— Pues hizo el viaje en balde (31), porque lo dejé en el pueblo, a una familia amiga de mucha confianza, mañana lo consultaré con el Juez de Paz y si debo depositarlo, será judicialmente, con todas las garantías y con testigos.
— Son mentiras, Ud. se vino directamente al campo, después que el mecánico le entregó el auto y le aclaro que tengo orden de retener ese dinero porque es robado. – dijo el policía.
— No es robado porque anteayer mi vecino me pagó el arriendo de dos años y le repito que acá no está esa plata – recalcó su dueño – puede revolver toda la casa que no encontrará nada.
— Seguramente lo tiene en un escondite secreto. No me obligue a usar la fuerza. – amenazó el comisario, al tiempo que abría el saco, mostrando el revólver colocado en la funda sobaquera.
— Y Ud. no me obligue a decirle lo que pienso: que me quiere robar. ¿Qué pasó, perdieron mucho en el juego, que están desesperados?
— Piense lo que quiera, pero al dinero lo llevamos. Vamos a empezar de una vez: Aten a la vieja, que la voy a golpear con el cinto. Vamos a ver si el viejo la quiere de verdad y canta de una vez.
La mujer que hasta ahora no había abierto la boca, le gritó a su marido, mientras los bancarios la amarraban a la silla:
— No le digas donde está la plata, porque apenas la tengan nos matarán. Después inventarán alguna historia.
El marido, que no podía creer lo que veía, quedó inmóvil.
Fue ese el instante justo en que los tres viciosos estaban en hilera dando la espalda a la puerta.
Fue ese el instante justo en que el sospechoso ciruja, que había oído todo, agazapado afuera, entró como un rayo y de tres certeras puñaladas traspasó los hígados de los tres maulas (32), matándolos por la espalda, como se hace con los cobardes que golpean a las mujeres.
Ladrillo, el que nunca ladraba, ahora aullaba a la luna, loco de contento, como un buen descendiente de lobo.
El centenario reloj suizo dejó de funcionar, para siempre, como los grandes relojes que marcaron hitos de la historia, a la hora exacta en que, al mejor estilo tanguero, un ciruja encontró juntas tres vainas para su facón.
Cuando los viejos volvieron de la casa del vecino arrendatario, que los acompañaba y prometió que junto a sus hijos iría a declarar, el ciruja ya se había ido llevándose a Ladrillo, el único testigo de todo lo ocurrido. Porque como todos sabemos, cuando éste es uno solo, corre peligro su vida.
El justiciero había dejado una nota sobre la mesa, dirigida al Juez, donde contaba todo y explicaba que había obrado en salvaguarda de la vida de terceros.
La letra era de imprenta, perfecta, como de ingeniero y la firma decía:
EL CIRUJA DEL GALPÓN
LÉXICO:
24). Aparecido: Fantasma.
25). Sol de Noche: Farol importante a kerosén, de muchas "bujías", a presión, con bomba y con una "camisa incandescente" de amianto.
26). Timba – Timbeando: Juego – jugando.
27). Provista: Las provisiones.
28). Mercanchifle: Vendedor ambulante de objetos varios. En el campo circulaban en carromatos cerrados. Generalmente eran árabes o gitanos.
29). Estanciera: Vehículo familiar Jeep IKA. De fines dela década del 50 y principios del 60.
30). Mala tos le Mal presentimiento.
siento al gato:
31). En balde: Inútilmente.
32). Maulas: Cobardes.
3º. RELATO
EL PAISANO DÍAZ EL PAISANO DIAZ
(Coloquio Continuo – Lelio Merli – 2000 — D. N. D. A.— Nº 107500)
Hemos visto en los relatos anteriores cómo en los finales de estas historias existe una constante en la cual el bien siempre supera al mal. Ésta es en general, también parte esencial de la temática tanguera. Generalmente es asimismo parte de la vida. Siempre y cuando la política no tergiverse todo, incluso los finales lógicos a los que estamos acostumbrados por nuestra cultura occidental y cristiana.
A toda la gama de históricos "Piringundines" (15) (bares con números vivos) del "Pichincha Residual" de aquel Rosario de los años 40, concurrían personajes de gran renombre de un tiempo ya ido.
Entre ellos se encontraba " El Paisano Diaz ", otrora gran cuchillero y asesino a sueldo. Pertenecía al clan radical. Violador de muchachas y dueño o socio de prostíbulos, había tenido un séquito de malevos que, apañados por la policía, se convirtieron en el terror de aquellas épocas del fraude.
Personas que vivían en Monje me contaron que cuando la banda volvía de noche de Santa Fe, en esos autos que hoy llamamos "cuadrados", se detenían en los pueblos de la ruta para que se enfriaran los metales.
Entonces ingresaban en los bares o prostíbulos de esas localidades donde la ausencia de varones era total. Nadie quería tropezar con ellos, por ser pendencieros de mala bebida y obrar con la insensatez que brinda la impunidad.
Las comisarías de los pueblos por donde ya habían pasado alertaban a las siguientes y las rondas ponían sobre-aviso a los parroquianos nocturnos.
¡Cuántas muertes habrán evitado!.
En aquellos tiempos, nadie enfrentaba al caudillo, precisamente porque nunca estaba solo.
Hasta que un día…
Un día, un muchacho enamorado de una de las chicas de un prostíbulo, en vista de que nunca podría sacarla de allí, le disparó al Paisano un tiro desde la puerta (sin apuntar) y huyó. Esa pequeña bala calibre 32 fue suficiente para "liquidar" a Díaz: le vació un ojo. Perdió la exactitud visual de la distancia y se terminó el cuchillero.
Abandonado por sus amos y sus amigos, sin oficio alguno, empezó a rondar por los lugares que antes había frecuentado, mendigando.
Cuando lo conocí, él pedía por las mesas del bar al que yo concurría.
En esa ocasión, los parroquianos mayores me alertaron:
— "Ojo" con darle plata.
— Es el Paisano Díaz.
— Tiene que cumplir el castigo que Dios le mandó.
Con la ropa deshilachada, sucio y maloliente, se fue del bar sin recibir ayuda.
Al verlo salir observé el color de sus alpargatas raídas: eran blancas.
Quizás un resto de su orgullo: ¿Escarnio o testimonio viviente de un pasado radical?.
LA INJUSTICIA
Unos años después me contaron amigos peronistas que el régimen impuesto por su partido había jubilado a aquel que nunca trabajó y que, en cambio, fue el terror de muchos trabajadores.
Esta fue su sentencia:
Será pequeña para muchos, – me dijeron – pero para nosotros, que conocimos esa época radical, esta arbitrariedad fue la peor que pudo cometer Perón ( ? ).
Es más, interfirió con la justicia divina que guió la bala que disparó un inocente enamorado.
4º RELATO
EL GATO VILCHES
(Coloquio Continuo – Lelio Merli – 2000 — D. N. D. A.— Nº 107500)
Este relato es campero. Por lo tanto no tendría relación con el tango.
Sin embargo, nos habla de sus mismos temas: la traición contra la hombría y de un mismo código: la lealtad contra la traición.
De la venganza justiciera contra la injusticia de los hombres.
Una letra digna de un tango
En algunas tribus del África los nombres propios se imponen a los hombres según su parecido con los animales.
En nuestro campo ocurre lo mismo, pero con los sobrenombres, que reflejan aptitudes físicas o morales sin tener en cuenta el nombre con el que el santoral castigó una existencia.
La ciudad, en cambio, coloca a veces alias que nada tienen que ver con las características de un político: Si le llaman tigre será un pobre gato y si le llaman gato será una abominable rata.
Cuando trabajé en Hidráulica comprobé en los linyeras que poblaban las vías del tren (seres anónimos de libretas de enrolamiento arrojadas al fuego), que los apodos eran certeros.
Allí oí de las hazañas de los Tigres: el de Salta, el de Corrientes y el del Sur. Sólo tres. No cualquiera llevaba ese mote.
Los gatos, en cambio, fueron muchos más y su sobrenombre estaba relacionado con el cuchillo: Eran resortes de acero sueco que tenían la vista del lince y el salto de la ña-cariná.
De esa clase de hombres fue el Gato Vilches.
Cuchillero famoso, nadie lo desafiaba. De frente era suicidio, aún con revólver, porque se movía como un felino y tenía siete vidas.
Y a traición? A traición podría ser.
Pero antes debían encontrar al traicionero. Ofrecieron plata y este apareció. (Por eso lo llamaremos Judas).
Un caballo sin marca y un 38 sin dueño formaron el triángulo exacto.
Un día que el Gato cabalgaba al paso hacia Puerto Víbora se le aproximó Judas al trote, desde atrás. Vilches no se inmutó por no tener cuentas con él.
Judas se le puso a la par y saludó. El Gato no llegó a contestar porque una bala 38 le entró por la espalda.
Cuando el asesino lo quiso rematar, el herido le arrancó el tambor del arma de un talerazo. Un segundo golpe con el pomo del talero dio por tierra con el cobarde.
Herido, Vilches arrojó su cuchillo entre los matorrales y rumbeó para Hernandarias en procura del hospital. No llegó, la policía que lo encontró antes, sin cuchillo, lo condujo a la comisaría (para averiguaciones, aunque estaba herido) donde la baja temperatura de ese invierno lo enfrió del todo.
LA VENGANZA DEL MUERTO
Sucede que Vilches pertenecía a una familia numerosa donde predominaban los varones, tanto en género como en coraje.
Dos de ellos, menores, fueron a trabajar a una zona lejana. Volvieron de incógnito, al cabo de dos años, para cumplir una promesa y desaparecer.
Judas había prosperado en sus finanzas después de su "trabajo". Cierto día cuando llevó temprano a sus parejeros a varear a un camino que era como un paño de billar, aparecieron aquellos hermanos frente a él.
Uno de ellos le disparó con una escopeta – cargada con cartuchos para cazar carpinchos- dos tiros que le abrieron una ventana en medio del pecho.
El traidor cayó de espaldas, con los ojos abiertos, como mirando al cielo.
El otro hermano clavó dentro de la herida un largo cuchillo que se hundió en la tierra humedecida por la sangre del Judas.
Era el cuchillo que no se había encontrado.
El cuchillo del Gato Vilches.
Autor:
Acrílico 1 m. X 0,60 m.
Proyecto de gran mural ® D.N.D.A. 107500
UNA IMAGEN VALE POR MIL PALABRAS
(VIEJO REFRÁN ÁRABE)
Interpretación del autor de "El Baile de la Vida"
Para dar una visión gráfica de la sociedad urbana de principio de siglo, presento esta pintura mía del año 1996.
Es el proyecto de un gran mural, en acrílico, de 1m. x 0,60m.
Pertenece a la vieja escuela futurista, con sus figuras bordeadas con líneas negras, aunque con evidente influencia geométrica, pero sin fragmentar las figuras.
Se la podría considerar, en forma simplista como expresionista, pero es figurativa y no es abstracta, aunque no falta de imaginación ni filosofía.
Es que soy partidario de pintar figuras que se puedan reconocer y no fragmentaciones o, peor aún, llegar a desprenderse totalmente del dibujo en un afán de lograr la excelencia de la combinación de colores, que sólo pueden valorar los iniciados, pero no la población en general, a quienes, se supone, queremos enviar un mensaje.
Algunos podrán considerar mi trabajo como un dibujo coloreado, como a los Picasso anteriores a 1908. Un gran honor para mí, porque prefiero un dibujo con color a una pintura sin dibujo.
Pero aquí, "ensuciar los colores" para lograr volumen, es innecesario, porque se lo consiguió igualmente con las direcciones lineales y las verticales del gran bandoneón, que nos dan la profundidad y el relieve.
Ensuciar los colores simples y lisos, dificultarían la visión nítida en un gran mural que deberá verse desde muy lejos.
La "dirección" principal es la que va desde el ángulo inferior a la izquierda del observador, en diagonal, hasta el ángulo superior donde vuela la pareja de pájaros, fugando hacia el cielo, fuera del cuadro, es decir, cuando entran en un espacio metafísico.
El motivo es una pareja bailando tango, con un gran bandoneón como fondo. El hombre, rubio, está dibujado en líneas rectas y sus colores son fríos. La mujer, morocha, lo está en curvas, con colores cálidos. Pareja que describió Florencio Sánchez, antes que nadie.
La posición viril del caballero, en el paso de baile retratado, evidencia un empuje notable que la dama contiene y absorbe. Ella tiene su falda de forma ovoide o de corazón, que en este caso simboliza lo mismo.
El varón lleva el compás mientras la mujer se deja llevar. Expresan la unión del rubio joven ciudadano, hijo de inmigrantes, con la morocha argentina, con sus piernas robustas, firmemente apoyadas en la tierra, o sea, en la realidad, (El color de la piel y el cabello podrían invertirse, pero la figura sería la misma).
Bailan con los labios unidos. La mujer, con la sonrisa de la Gioconda, enigmática, El hombre, en cambio, lleva la triste mueca del Autorretrato de Rembrandt.
La mujer sonríe aún con el dolor. El hombre, aún contento, esboza la permanente tristeza, en este caso, heredada de su padre inmigrante, lejos de su tierra, lejos de sus costumbres.
Tristeza permanente en las letras de tango.
Al pie del cuadro, a la izquierda del observador, una guarda arrancada de una obra de Picasso representa aquí, las fábricas donde se explotaba a los asalariados, pero también a los conventillos donde ellos vivían con sus familias, hacinadas a razón de una por pieza, en construcciones como "tira de chorizos" con un patio paralelo de piso de ladrillos, donde bailaban sus penas al compás de 2 X 4.
En la pintura, los bailarines danzan con los labios apretados, sin pronunciar una sola queja.
Mientras tanto, el bandoneón, ese fuelle que bien los conoce, llora por ellos, exhalando gemidos que parecen humanos.
La mano derecha femenina al entrelazarse con la izquierda del hombre, lleva tomada la manzana de Eva, recién arrancada del árbol prohibido (para irresponsables).
Pero esa manzana que entrega al hombre, no es un regalo menor: lleva dentro su corazón, que se unirá al suyo.
Ese corazón soporta luego el peso de la pareja, que se va desangrando lentamente a medida que la vida se prolonga en su descendencia, volviendo a la tierra de donde procede.
Sus almas, como dos aves con sus alas entrelazadas, superpuestas en transparencia, se dirigen al cielo, cuando este ciclo eterno vuelve a comenzar.
Es que cada hombre y cada mujer conoce su propia historia de "Lágrimas y Sonrisas", como dice nuestro vals. No dice lágrimas y risas. Eso diría si fuera brasileño, pero a nosotros los argentinos todo nos cuesta mucho, hasta la risa.
Por eso, la pareja del cuadro no está alegre, sino contenta, Así cómo lo expresa siempre nuestra música popular ciudadana.
Y la vida de Lisandro De la Torre ha sido tan triste como una historia de tango.
Pero quizás, su desdicha fue aún mayor, porque le faltó a su lado, una mujer que lo quisiera de verdad, como en la pintura, con quien compartir "El Baile de SU Vida".
Lelio Merli
NOTA:
Una buena pintura, debe despertar en el observador su propia interpretación, que nunca será igual a la del autor.
PARA UN MEJOR CONOCIMIENTO DE LAS CAUSAS DEL SUICIDIO DE L. DE LA TORRE, INCLUYO MI ART, "UN MUERTO POR LA PATRIA" (La Capital – 5/1/99)
LOS TANGOS POLÍTICOS
En aquellos tiempos de la política romántica, los grandes dirigentes recibían la admiración de los compositores de tangos. No se extrañe Ud. entonces, que Lisandro de la Torre fuera inmortalizado en compases de 2 X 4.
VER: Todotango.com
Fuente: Todo_tango – Argentine Tango Lyrics, Scores, MP3, Musics and CD´s-h-
TERCERA PARTE (Prosa)
PÁRRAFOS APARTE
EL ACERO AFILADO
1º. RELATO
¿CIRUJA O CIRUJANO?
(Monografías.com — LELIO MERLI — 2009)
Esta historia es un párrafo aparte dentro de esta monografía
Está aparte porque no tiene conexión con De La Torre.
Pero integra este trabajo porque se relaciona con el tango.
Con uno muy conocido: El Ciruja (6)… y con el acero afilado.
Viene a cuento porque continúa el relato del comienzo de este trabajo, donde hablo de los señores desgraciados que vivían en las cuevas de las barrancas del Paraná y de dos en especial a los que llamaban "Dotores" (9).
Se decía que habían sido médicos. Uno se dio al abandono (31) porque en una mala praxis se le había muerto un paciente niño. El otro porque en duelo a muerte enfrió (10) a un colega amigo que disfrutaba su mujer. Esto se comentaba en 1935 cuando yo era pequeño.
Quince años después, contratado por Hidráulica de la Provincia., para los relevamientos de los arroyos Saladillo y Ludueña, sus vecinos orilleros volvieron a mencionarlos.
Treinta años más tarde, escuché relatar un caso que podría referirse a uno de aquellos.
Viajaba por Entre Ríos alrededor de 1965 por mis ocupaciones paralelas relacionadas con la ganadería. Me encontraba en los alrededores de Crespo y en una sobremesa con gente amiga, me contaron la historia que paso a relatar:
¿CIRUJA O CIRUJANO?
Un par de veces al año pasaba por el pueblo un caminante, un linyera al que se conocía por su apodo: El Dotor (9).
El pueblo estaba conectado a la civilización por el camino de tierra que en esos años, con sus interminables curvas que unían las principales estancias, iba desde Victoria hasta Crespo. Conectado digo, mientras no lloviera tres días seguidos, porque entonces los arroyos crecían, se convertían en ríos y los caminos en arroyos.
Cuando ello ocurría, si el Dotor estaba en el pueblo, dormía en una celda de la comisaría, sin llave, por orden del comisario que lo estimaba mucho.
Lo estimaba por su conversación, que demostraba una educación universitaria y aunque nunca quiso averiguar más de lo necesario, siempre le intrigó su pasado.
Pues bien, un día de esos que el Diluvio decidía que lo recordaran, el pueblo quedó aislado totalmente y el Dotor pasó a ser una vez más su huésped ocasional.
Desde su celda-dormitorio oía siempre las conversaciones provenientes de la casa del comisario, que era parte de ese edificio.
Así fue cómo se enteró que la joven hija del policía sufría dolores fuertes, tenía fiebre muy alta y no se contaba con el médico que atendía en el pueblo sólo dos días por semana.
Cuando éste se encontraba en el pueblo ocupaba una sala-dispensario contigua en la que había algún instrumental, pocos remedios y algunos viejos libros de medicina enviados por el Ministerio
Por suerte, el pueblo contaba con una farmacia, bastante bien surtida, a la que el médico recurría en casos de apuros. El propietario era un farmacéutico diplomado, que recetaba con mucho acierto, en ausencia del médico.
A él había recurrido el policía y así fue informado de la enfermedad de su hija: apendicitis aguda.
Los remedios de ese momento no le calmaban los dolores ni bajaban la fiebre. Ignoro si ya existía la penicilina, pero sí se contaba con la sulfanilamida.
Pero el caso es que, según el farmacéutico, la enferma sólo se salvaría con una operación. Operación imposible de realizar pues la tormenta había derribado varios de los débiles postes del teléfono y no se podía pedir ayuda. Ayuda que no llegaría aunque la pidieran porque era imposible entrar en el pueblo ya que los arroyos estaban desbordados y como siempre que ello ocurría, no bajaban hasta el tercer día después de cesar la lluvia.
— Señor Comisario – dijo crudamente el farmacéutico, en voz alta –. Dentro de tres días la única forma de sacar a su hija de este maldito pueblo será en un ataúd.
— Señor farmacéutico – gritó el policía –. Si mi hija muere porque Ud. no intentó operarla, le juro que los ataúdes van a ser dos.
Tragó saliva el boticario, mientras pensaba porque no se quedó en Paraná a trabajar por un sueldo, en vez de hacer patria en medio del campo y para colmo en Entre Ríos, a sea: Entre medio de Ríos.
Escupió saliva el jefe policial y se limpió la boca con la mano. Es que sintió mal gusto en la garganta cuando pensaba donde le metería la bala al pobre vendedor de salud en píldoras y jarabes.
Mientras tanto, la víbora del logo de Esculapio que estaba en la puerta de la farmacia derramaba su veneno – perdón: remedio, en pequeñas dosis homeopáticas dentro de la copa, esperando que en la Argentina descubrieran la crotoxina.
Dentro de la casa de familia del destacamento, la madre de la chica enferma rezó todo el día y la noche, en silencio, rogando a Dios que le mandara la ayuda desde el cielo, ya que desde la tierra era imposible. Que mandara alguien, ángel o pecador que salvara su hija.
Ese silencio se había hecho tan profundo, que sólo se podría cortar con un acero bien afilado.
Por eso, nuestro linyera, el Dotor, golpeó la puerta de la casa con el mango de su cuchillito para emergencias.
———————————————-
Era el resto de un cuchillo más grande, venido a menos de tanto afilarlo durante años, quizás siglos a juzgar por la media luna que se advertía bajo–relieve en su hoja y que hacía suponer venido a América en tiempos de la Colonia y al que se le acortaba el mango a medida que se achicaba su hoja.
Pequeño tesoro heredado de padres a hijos, en casi todos los casos.
Precioso regalo en pago de algún enorme favor en otros.
Era uno de los que en el campo llamaban cuchillito capador, usado para los potros porque su corte no infecta, no desgarra ni lastima, al que se lava con agua hervida, algo caliente, se guarda en su funda sin tocar la hoja con la mano y se la unta con grasa de iguana, que es curativa.
Su vaina era de cuero con una solapa que cubría también al mango y que podía ser de cualquier animal menos chivo.
— ¿Porque infectaba? – preguntará Ud.
— No, porque trae mala suerte – le contestarán.
— Permiso – pidió el Dotor — ¿puedo pasar?.
— Por supuesto — respondió el comisario, con alegría indescriptible — ¿qué le trae? …
— He oído, sin querer, la conversación de Uds. ¿Es verdad que deben operar a su hija por apendicitis?. Es una operación muy sencilla.
— ¿Y Ud. cómo lo sabe?
— La hice muchas veces.
— ¿Dónde?.
— En Rosario. Cuando era médico.
— ¿Era?.
— Sí, Lo era antes de cambiar de vida.
— ¿Porqué cambió de vida?
— Es un secreto – explicó el Dotor.
— Lo comprendo – respondió la autoridad – (Y lo comprendía de veras, porque siempre supuso que el Dotor era médico).
— ¿Se anima a operar a mi hija, Doctor? — le dijo, agregando una c a su apodo.
— Sí. Siempre que contemos con instrumental, anestesia, alcohol, sutura, desinfectantes… vendas, ¿Ácido fénico tendrá? ¿Listerine? ¿Agua D"Alibur?
— En mi farmacia tengo de todo – terció el boticario, entusiasmado al ver que se le iba aflojando el lazo del cuello. – también guantes de goma, aunque no sé su número y barbijos muy viejos – De instrumental, algo hay en el dispensario.
El policía llevó aparte al farmacéutico y le pidió que al Dotor o Doctor le preguntara de todo: de enfermos y enfermedades, del equipo, instrumentos, órganos y organismos, etc. y etcéteras, porque ante cualquier duda acerca de la idoneidad del Dotor, suspenderían la intervención.
Decididos a jugarse el todo por el todo, comisario, boticario y ciruja-no comenzaron los preparativos. Ante todo se resolvió sacar de la salita lo que no fuera imprescindible para la operación: muebles, papelería, etc., limpiando a fondo pisos, paredes, puerta y resto del mobiliario con agua con lavandina (hipoclorito).
También lavaron la enferma en su lecho lo mejor que pudieron cambiando la ropa por limpia y haciendo todo lo acostumbrado, previo a una tarea tan delicada,
También se trajo un reflector potente desde la comisaría que era usado para interrogar a los sospechosos de robos menores (gallinas y cerdos) o mayores (yeguarizos y vacunos). Además el facultativo había pedido una cacerola mediana enlozada, nueva y un calentador Primus para hervir agua.
Pidió para él: ropa blanca, zapatos, una tijera para recortar su barba y sus uñas, jabón pinche, cepillo, brocha y gillette para afeitarse, bañarse, etc., etc.
— Operamos a las dos y media – informó.
— Porqué a esa hora? – preguntaron.
— Porque es la mejor.
Cuando retornó el galeno incógnito parecía otra persona.
Hombre maduro, con arrugas que denotaban la amargura que encerraba su vida, mostraba una mirada profunda, lejana, como de sabio.
Su rostro después de tantos años de barba tupida, era pálido por la sombra, como de cárcel.
Habían trasladado a la enferma y ya estaba anestesiada. Varios sedantes la habían dormido.
El padre, que no dialogaba con Dios desde su primera comunión, se había retirado a rogar junto a su mujer, para que el pecador enviado por Dios supiera hacer bien su trabajo.
El Doctor retiró del fuego la ollita, esperó un tiempo para que la temperatura bajara y no destemplara el acero e introdujo el instrumental, que ya habían limpiado con alcohol. Inesperadamente, arrojó adentro también su cuchillito de emergencias.
Un pequeño chorro de ácido fénico volcado en el agua, concluyó con esta parte de los preparativos.
El farmacéutico sirvió como ayudante y nadie más presenció la operación.
Comenzó el galeno a cortar la piel de superficie con el bisturí y comprobó que el instrumento no servía.
— Me lo imaginaba — le comunicó a su ayudante, que había terminado de limpiar toda la zona de operación con Agua D´Álibur – Si fuera muy bueno, algún médico ya lo hubiera cambiado. Para cortar con él, se debe apretar. No sirve, es muy peligroso. Pasa igual que con los duelos a ver sangre (4). Así suceden las desgracias. Yo sé porqué se lo digo.
Prefiero mi cuchillito de emergencia – dijo y cambió de herramienta.
— Yo no puedo ver este salvajismo – advirtió el boticario.
— Pues mire para otro lado.
Así lo hizo el ayudante, que también era de emergencia. Nadie quedó de testigo y la operación continuó así hasta el fin, sin problemas. Espolvoreo con abundante Sulfa la zona operada, como se acostumbraba y cerró con sutura. Desinfectó con Listerine y vendó.
La intervención fue un éxito, la fiebre bajó de inmediato y fue entonces cuando el ayudante de operaciones le preguntó:
— Doctor dígame la verdad ¿Ud. ya había operado con el cuchillito?.
Operaciones como ésta no había hecho. Pero extraje muchas balas. Algunas muy profundas. Y jamás nadie se infectó. ¿Ud. sabe que los árabes fabricaban este acero dándole limaduras de hierro a los gansos, recogían sus desechos y después los fundían, recuperando el hierro y …
— Por favor Doctor, no siga, con lo que aprendí hoy ya tengo bastante. Espero algún día contárselo a alguien que lo sepa escribir–. (Parece que no tuvo suerte).
Tres días llovió y tres días después bajaron los arroyos. Cuando fueron a darle la noticia al Doctor, en su celda, comprobaron que éste ya se había ido. Había dejado la ropa limpia sobre el camastro y se había llevado puesto la sucia.
Nunca más nadie oyó de él. Sólo quedó la leyenda y la enseñanza de que Dios, con su larga mano, permite pagar una muerte, salvando una vida.
Yo también sé porque se lo digo.
Lelio Merli
LÉXICO:
(4) Ver sangre: En los duelos a espada o cuchillo: En condiciones benignas, no a muerte. Estos duelos se suspendían al ver el primer tajo profundo.
(6) Ciruja: Linyera, mendigo.
(9) Dotor: Doctor.
(10) Enfriar: Matarlo. Convertir al rival en un frío cadáver.
(31) Al abandono: En la pobreza total.
2º. RELATO
EL CIRUJA DEL GALPÓN
(Monografías.com – LELIO MERLI – 2009)
Esta historia es otro párrafo aparte dentro de esta monografía
Está aparte porque tampoco tiene conexión con De La Torre.
Pero integra este trabajo porque también se relaciona con el tango.
Como el anterior, con El Ciruja… y con el acero afilado.
Apareció la noticia en muchos diarios, especialmente vespertinos.
Si la memoria no me falla, ocurrió en la década del "60. Los nombres de los protagonistas
no se daban porque estarían dentro del secreto del sumario y es por eso que continúan en
el anonimato.
Aconteció que un linyera, caminante incansable por caminos secundarios de chacras y pequeñas explotaciones ganaderas, había tomado como costumbre pernoctar muy seguido en el galpón de una vivienda de campo, perteneciente a una pareja de agricultores ancianos
y sin hijos.
Aparecía casi de noche, como un aparecido (24) y desaparecía de día, como un desaparecido.
Llegaba sin hacer ruido, cuando en la casa encendían el sol de noche (25) y partía, en silencio, cuando en el horizonte asomaba el sol del día.
Llamaba golpeando las manos, despacio, nombrando por sus nombres de pila a los ancianos y por su nombre de perro al pequeño guardián de la casa, Ladrillo, que nunca ladraba al verlo llegar. Después pedía permiso para dormir en el galpón.
El nombre al perro se lo había puesto la señora, tanguera de alma. que entonaba siempre esa canción dedicada al muchacho sencillo, que estaba en la cárcel. Se la cantaba al animal cada vez que se portaba mal, remarcándole que lo condenarían a la prisión.
Ladrillo, no entendía el castellano, pero sentía que algo malo le anunciaba.
Es que ese licuado descendiente de lobo estaba perdiendo sus instintos guardianes por causa del ocio y la rutina diaria.
— No importa – dijo la dueña de casa – al fin y al babo, aquí nunca pasará nada.
¿Nunca?. Está por verse.
— Si al menos tu perro ladrara cuando viene el ciruja, yo no me sobresaltaría tanto. Llega como una sombra, de noche y se va antes que amanezca. ¿Será un fantasma? — preguntó la mujer a su marido.
— Los fantasmas no comen, mujer – le contestó — y éste tiene muy buen apetito.
Decía esto porque al ciruja siempre le daban algo de comer, antes que fuera a dormir al galpón.
¿Cuánto tiempo haría que los visitaba?. ¿Diez años?. ¿Quince?.
Sacaban cuentas sin obtener resultados. Los últimos años habían pasado sin notarlo.
Al campo ya no lo trabajaban personalmente, sino por medio de un tercero, vecino de toda la vida, más joven, con hijos. Éste le debía un par de años de arriendo, con los cuales y el rinde de las cosechas, extraordinarias, había podido comprar una chacra lindera.
— Es para mis hijos, Don, – le aclaró, al tiempo que agradeció — Gracias a su espera pude ahorrar todo ese dinero.
Aquí le traigo el importe de la deuda. En efectivo, como Ud. me pidió.
Pero acuérdese de mi consejo: lleve toda esta plata al banco. Es más seguro.
— Está bien – contestó el anciano – así lo haré.
Cuando el vecino se retiró le comunicó a su mujer:
— Mañana, muy temprano, iré al pueblo a depositar este dinero, junto al otro que tenemos ahorrado.
— Me parece muy bien – comentó la mujer – A ver si se te va el miedo que tenés de que el gerente y el contador, un día se queden con nuestra plata.
— Como para no tener miedo, Pasan la noche timbeando (26). ¿De donde sacan la plata?. ¡Del Banco!.
— A ellos les tenés miedo y no al ciruja que viene tan seguido. – respondió la mujer.
— El ciruja, se ha dado al abandono. No le interesa la plata. No le sirve. Además fijate cómo Ladrillo no lo ladra, debe ser una buena persona.
— Entonces, porqué anda de croto. Algún problema tiene con la Justicia. – insistió la mujer.
— Problemas, seguramente tiene, pero no debe de ser por ladrón. No lo creo. – afirmó el marido.
— Por las dudas hacé como decís: andá mañana temprano al Banco, antes que vuelva el ciruja
— Así será.
A la mañana siguiente, el anciano, sabiendo que la batería tenía poca carga, dio manija a su Ford A y lo puso en marcha.
Pocas veces lo usaba: generalmente cuando traía la provista (27), iba a misa de los domingos o al médico de urgencia.
Lo sacó afuera del galpón y lo dejó en marcha, colocó un paquete con el dinero envuelto en diarios, debajo del asiento delantero. Saludó a su mujer y partió hacia el pueblo.
Ladrillo lo siguió hasta la tranquera y volvió para "cuidar" la casa, no antes de emitir dos débiles ladridos, de compromiso.
Todo iba bien en el viaje, cuando de pronto el automóvil comenzó a "toser".
Siguió así un rato hasta que se paró. Miró, el viejo chofer, si el viejo Ford tenía chispa, si venía la nafta, etc. Le dio nuevamente manija, arrancó y siguió su camino.
Pero este inconveniente se repitió varias veces.
Mientras viajaba, razonaba:
— Apenas llegue al pueblo, se lo dejaré al mecánico para que lo arregle. Después iré al banco. Así tendrá más tiempo para solucionar el problema y podré volver hoy.
Al llegar al pueblo hizo así y partió caminando hacia el Banco, con el paquete bajo el brazo, pero cuando llegó, el Banco estaba cerrado. Golpeó la puerta de la casa contigua
que pertenecía a la institución y en la cual vivía el Gerente. Apareció el mismo, quien le preguntó a que se debía su visita. Al disculparse, le informó las razones de su demora y le solicitó le tomara el depósito, en efectivo.
— ¿De qué plata estamos hablando? – inquirió el gerente.
Le dio la cifra el chacarero, al tiempo que le mostraba el paquete.
— Es mucha plata. – dijo el funcionario –No se la puedo recibir porque no tengo la llave del tesoro. La tiene el contador, que salió del pueblo y yo no puedo dejar todo ese dinero en un cajón de mi escritorio.
Será mejor que vuelva mañana más temprano. Hagamos las cosas bien.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |