Cumplir con lo previsto
Crear nuestra imagen y consolidarla ante el exterior y ante nosotros forma parte del aprendizaje para la vida. A medida que crece la competitividad, lo hacen las comparaciones; de ahí la trascendencia de que cumplamos con el prototipo que entendemos se nos ha asignado. La duda surge cuando nos preguntamos si mi imagen exterior y mi comportamiento, son, exactamente, los que los se esperan en mí. O, aún peor, cuando nos interrogamos si cumplimos nuestras propias expectativas, si nos gustamos realmente. A fuerza de creer que si no soy ese alguien que los demás "exigen" no seré nada, no me querrán o no me aceptarán, puedo interiorizar esa imagen–modelo, y acabar comportándome sin discernir si quien así actúa soy yo o mi proyección ficticia.
Es como si mi yo y mi réplica se entremezclasen de continuo consiguiendo una fusión. La trampa radica en que, al final, esa mezcolanza me resulte ajena, no sepa quién soy y, aún peor, qué quiero ser yo. O que la imagen que los demás se han hecho de mí — con mi colaboración y consentimiento — sea tan distinta de lo que soy en realidad que surjan esos contrastes que pueden sumirnos en las dudas, o propiciar alguna crisis de identidad. La imagen que he fabricado me protege de mi yo auténtico y me impide el encuentro con él, obligándome a vivir constantemente desde el sentir ajeno.
Mi comportamiento, en suma, llega a no depender de lo que quiero, siento o pienso, sino de lo que creo que en cada situación se espera de mí. Una manera de actuar que en lugar de regirse por el "yo así, lo entiendo y así obro", se guía por el "quedar a la altura de las circunstancias", de las expectativas que hemos alimentado en los demás. El qué hacer queda supeditado a lo que intuyo que es "lo que ellos creen que debo hacer".
De ese modo, caemos en el engaño psicológico de adoptar a fondo el sentido de la Personalidad Mimética con todas sus complicaciones.
Pero, a veces entra la vanidad, causa de malestares psicológicos y de torturas interminables, para quienes caen como sus víctimas.
Pero, antes de ponderar el vicio de la vanidad, hablemos de la belleza, su precursor.
La caracterización de la belleza, es cultural y personal.
Combina muchos factores de naturaleza eminentemente subjetivos. Entre los que se reconocen, como belleza interna:
- Personalidad
- Inteligencia
- Gracia
- Simpatía y
- Elegancia
Y, como belleza externa:
- Aspecto saludable
- Optimismo
- Simetría
- Proyección harmoniosa y
- Complexión
Lo que es bello, por supuesto, está sujeto a corroboración por normas establecidas social y culturalmente.
Existen métodos de medida de la belleza basados en conceptos que fueran avanzados en el 1883 por Francis Galton, primo del famoso naturalista Charles Darwin.
Una medida que se mantiene constante para la mujer es la de la relación de cintura a cadera de 0.70, como viéramos en otras ponencias. Este concepto se cree que es debido a que es índice de la fertilidad óptima para la hembra de nuestra especie.
Para el hombre moderno asimismo existen ideales establecidos de belleza que hoy se combinan con los femeninos creando la noción del "metrosexualsimo".
Aunque en nuestra especie, con sus tendencias artísticas más desarrolladas que las de otros animales. La poesía y las artes cantan las glorias de la belleza, tanto como ideal interno y el externo, lo que hace que nuestras selecciones, a veces, no se ajusten a lo que se considera promedio. O que algunas de nuestras pacientes — anoréxicas entre ellas — aprecien, lo que a otros pude serle repelente.
Parece ser posible que la noción de la belleza externa, a veces, triunfe sobre la interna — lo que a la larga socave las fundaciones emocionales de una pareja cualquiera.
Pero, la realidad es contundente. Estudiantes atractivos logran mejores notas que quienes no lo son. Más aún, aunque espeluznante saberlo, el cuidado médico se dispensa con mayor entusiasmo a las personas que son atractivas. Otras investigaciones confirman menores sentencias judiciales se administran para quienes son mejor parecidos que para quienes no lo son.
Igualmente sucede con la paga recibida que va a favor de quienes gozan de esa condición conocida como la "belleza" física.
La belleza física conduce a la vanidad.
Ésta consiste en una valoración excesiva en las habilidades y atracción propias. Lo que en ciertas religiones se considera una forma de auto-idolatría — lo que la aleja de las gracias de Dios.
La vanidad ha sido inspiración de muchos escritos, incluso en la psiquiatría, donde a veces se la asigna en conjunto con el narcisismo en todas sus permutas.
En las enseñanzas de la cristiandad la vanidad se agrupa — como el orgullo — siendo uno de los siete pecados capitales.
Desde las edades medias, la vanidad se asocia con una mujer, desnuda o semidesnuda, admirándose en un espejo, con un cuerpo cubierto de joyas.
Limitamos la percepción de nosotros
Conceder demasiada importancia a la imagen, a cómo nos verán los demás, quebranta la autoestima y propicia miedos e inseguridad, además de incidir (muy negativamente) en la pérdida de referencias sobre uno mismo. A todos nos aísla del mundo, puesto que tan sólo permitimos que se nos conozca desde una perspectiva, la única que proyectamos hacia los demás cuando nos relacionamos.
Muchas parejas, tras convivir durante décadas, descubren que no se conocen en lo mínimo, o en lo íntimo, aunque sepan al dedillo las manías y costumbres malas del otro. Para proyectar nuestro verdadero ego, tenemos que conocernos. Lo que no es fácil, porque requiere la introspección y formular preguntas, a veces complicadas, a las que hay que responder sinceramente.
Atendernos, evaluarnos y apreciarnos. Entonces, desde ese punto de partida, relacionarnos con los demás. Ya que, aunque muchos recurren al remedio temporal de las cirugías plásticas, siendo los mismos, cambiamos a medida que envejecemos — aunque lo resistamos.
Ahora bien, ser yo no significa ignorar las reglas sociales que cada espacio y grupo de personas requiere. Sin dejar de ser yo, no me mostraré de la misma forma cuando solicito un trabajo, hago el amor con mi pareja, leo, escribo un artículo, o ceno con amigos. Sin arrinconar la conciencia de quién soy, adoptaré las maneras que entiendo convenientes; pero siendo y sintiéndome artífice de mi vida. La mejor fórmula para que me quieran es queriéndome yo como lo que soy: una persona auténtica, íntegra y real.
Ser y aparentar lo que somos…
Cómo encontrarnos mejor, desde nosotros mismos:
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En resumen
Muchos se jactan de ser como las circunstancias requieren de una manera mimética y sin sentido moral. Mienten, manipulan y seducen sin reparar en las realidades de que, así haciéndolo, engañan — a todos y a ellos mismos.
Con este comportamiento se niegan a conocerse a sí mismos, relegándose a permanecer mediocres, merecedores de poca confianza de los demás e infelices ellos mismos.
Para crecer y ser felices, tenemos que evitar enterrar nuestras cabezas en el suelo de la indiferencia.
Bibliografía
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Dr. Félix E. F. Larocca
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