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La gordura: ¿Instinto desbocado? o ¿Desregulación afectiva?

Enviado por Felix Larocca


Partes: 1, 2

  1. El principio de la realidad y el principio del placer
  2. La desregulación afectiva
  3. La confluencia de los instintos
  4. Bibliografía

Cuando leyera el extraordinario libro escrito por la profesora, en asuntos médicos de Boston University, Ellen Ruppel Shell, nunca imaginé que sus sabias palabras permanecerían en mi mente como un filodendro — no, cualquier filodendro.

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Placer, autor desconocido

Las palabras que Shell escribe son: "La gordura es el triunfo de un instinto sobre la razón…"

Al principio yo reflexioné que quizás, para ella, era muy fácil acuñar una nueva expresión pegadiza para compartirla con amigos en situaciones sociales.

Pero, no, ella tiene alguna razón, que aplica a lo que aquí me propongo a profundizar.

Revisitemos, los dos principios de la función mental, como Freud los enunciara, y como los presento en muchos de mis trabajos publicados.

El principio de la realidad y el principio del placer

Freud distinguió dos módulos fundamentales que gobiernan nuestras actividades mentales: el principio del placer y el principio de la realidad.

El primero supone una pulsión innata de la búsqueda de lo agradable y placentero, y, de modo paralelo, una rehuida del dolor, lo que nos orienta a procurar aquello que nos hace sentir bien.

En contraposición a éste, el principio de realidad, subordina el placer al deber.

La subordinación del principio del placer al principio de la realidad se lleva a cabo a través de un proceso psíquico denominado sublimación, en el que los objetivos frustrados reconvierten su energía en algo aceptable, útil o productivo.

Tomando como ejemplo el instinto sexual, su descarga indiscriminada supondría el abandono imprudente de otras actividades indispensables, a veces, arriesgando valores morales

El hombre civilizado, dotado de elementos éticos encumbra sus ansias y utiliza su energía para la realización de otras acciones sin conflictos.

Sin la sublimación de los instintos, según Freud, la civilización, como la conocemos, no existiría.

Cimentados en esos dos conceptos básicos se puede concluir fácilmente que algunos individuos funcionan guiados en sus vidas por el placer, mientras que otros lo hacen guiados por un afianzamiento sólido en la realidad.

Suena bien.

Pero, si es así cómo pensamos respecto al sobrepeso, capitulamos en la posición de considerar la gordura un defecto moral, como si fuese algo que se elige por acto de voluntad — lo que categóricamente no lo es.

La obesidad no es resultado directo del acto de comer.

Todos comen y no todos son gordos.

Tampoco es resultado de comer en exceso.

No todos los comilones son gordos, ni todos los gordos son comilones.

La obesidad es un enigma complejo que aún permanece lejos de su entendimiento.

Por ello es que, tildarla de fallo moral, no hace justicia a quienes la sobrellevan.

Sin embargo, nos parece acertado aquí, que prestemos atención a los principios de la función mental ya que poseen aplicación a su entendimiento y, en algunos casos, a su cura exitosa.

El paciente que desea poner fin a su corpulencia confronta un dilema de la mayor magnitud.

La comida es ambas cosas: su Némesis y su alivio para las ansiedades que, a todos, visitan.

La necesita para vivir y la necesita para tolerar la vida, aunque discordantemente, a menudo, lo engorda.

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Amor, amor, amor…

Dos asuntos me han impresionado, recientemente, una fue que, con abandono, mi esposa cortó una rama larga de un filodendro, que crece en nuestro jardín, y la colocó en un florero al que le pusiera agua, diciéndome que esa rama viviría un tiempo largo impartiendo belleza a la cocina.

Para mi asombro, sin que tenga acceso directo a la luz del sol, o la tierra de donde las plantas extraen sus nutrimentos, la planta ha permanecido robusta e impávida, mientras medra.

Los botánicos lo explican, amén de decirnos que su nombre deriva del latín: Philo, amor por… y dendrum árboles.

El otro, es un artículo reciente, que hace referencia a un pequeño lagarto, en New Zelanda, que cambia su estrategia de comer para burlar a sus predadores.

Una planta que vive sin alimentación aparente, y un lagarto que sobrevive alterando la estrategia que responde a un instinto básico.

La Naturaleza nos sorprende todo el tiempo, y, lo hace sin cesar.

Un paciente, describe cómo la presencia de la comida lo transforma:

"Estaba en la feria de la Plaza, cuando vi toda la comida que se ofrecía para el regusto de todos

"Me alegró que me faltaba dinero para comprarla, pero no podía contenerme

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